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Elecciones Presidencia Colombia 2014

De eso se trata la democracia

El proceso de paz no solamente tiene lugar en La Habana. Una manera de aportar es no insultando a quienes optaron por decisiones electorales distintas a la propia.

Por: Edgar Ospina*

Voté por Enrique Peñalosa, candidato por la Alianza Verde en la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Colombia.

A pesar de que no me convenció su presentación en los debates -me pareció inseguro y con respuestas poco precisas-, entre los cinco candidatos, era el que más confianza me inspiraba.

Ya le había perdonado que hubiera aceptado el respaldo del expresidente Álvaro Uribe en su aspiración de llegar a la Alcaldía de Bogotá en 2011. Finalmente acepté que no es buen político y eso, en vez de incomodarme, me habla bien de él.

Aunque me gustó más el discurso y la mesura de Clara López, candidata por el Polo Democrático Alternativo, preferí abstenerme de votar por ella. Sus respuestas no despejaron mis dudas sobre qué tanto sabía del escándalo del “carrusel de la contratación” durante la alcaldía de Samuel Moreno, donde ella ocupó el cargo de secretaria de gobierno.

Me cuesta creer que, a pesar de su cercanía con el exalcalde Moreno y de ser su mano derecha, López no supiera absolutamente nada del monstruo que allí se estaba fraguando.

Entre las posibilidades electorales descarté rápidamente al candidato-presidente Juan Manuel Santos. Entre otras cosas, porque durante todo el proceso del proyecto de ley de matrimonio entre personas del mismo sexo presentado en el Congreso en 2013, no se pronunció sobre el tema. Prefirió guardar un estratégico silencio.

Solamente hasta hace unos días, ya avanzada su campaña, el candidato Santos empezó a dar unos guiños a favor. Curiosamente lo hizo cuando tenía certeza de que los grupos cristianos no apoyarían su candidatura –algunos le cobrarían no haber defendido a la pastora Piraquive– y sí la de Oscar Iván Zuluaga, aspirante por el Centro Democrático.

A cambio de los votos cristianos, Santos pensó en quedarse con los “LGBT”. El problema es que estos no son tan juiciosos ni acostumbran obedecer el mandato de un superior. Cada quien, independientemente de si es L, G, B o T, sufraga por el candidato de su preferencia.

En cuanto a Oscar Iván Zuluaga, jamás lo contemplé entre mis posibilidades. Y una de las razones de menor importancia para tomar esta decisión, es que él no ha ocultado, tal como lo dijo en la campaña “Voto Por la Igualdad” que, en caso de un eventual gobierno suyo, no reconocería la igualdad de derechos para las personas LGBT. Es decir, mantendría en un nivel a las heterosexuales y en otro, más a abajo, a las LGBT.

Múltiples posibilidades

Para mi desdicha, Peñalosa, el candidato de mi preferencia, ocupó el último lugar y Zuluaga, el que descarté de plano, el primero. Pero así es la democracia, existe un abanico de alternativas y cada quien elige según sus percepciones e intereses.

Otra cosa es cuando la gente es presionada por maquinarias y corrupción a votar por un determinado aspirante, hecho que puede presentarse en cualquier campaña política y que desde todo punto de vista es censurable.

Sin embargo, me ha llamado la atención que desde el pasado 25 de mayo, día de las elecciones, he visto en las redes sociales mensajes que van desde “hijueputas” hasta “imbéciles” y “brutos”, a quienes votaron en blanco, se abstuvieron de hacerlo o apoyaron a un candidato distinto al de su preferencia.

Muchas personas quedaron inconformes con los resultados. A un buen número les preocupa, y con razón, que el proceso de paz vaya a entorpecerse con un eventual triunfo de Zuluaga.

Entiendo también que les parezca injusto que quienes ponen a sus hijos y familiares para combatir contra las FARC, no sean precisamente las personas que votaron por el candidato del Centro Democrático.

Sé que buena parte de quienes prefieren a Oscar Iván Zuluaga lo hacen esperando que, una vez se posesione, eche para atrás lo avanzado en La Habana y arremeta contra el grupo guerrillero, desconociendo quizás, que buena parte de sus integrantes son menores de edad reclutados a la fuerza.

Tengo claro que esta fue una campaña presidencial de bajo nivel y protagonizada por graves escándalos que, en vez de fortalecer otras propuestas, polarizó al país entre dos opciones.

Sin embargo, nada de lo anterior justifica la agresividad contra quienes piensan distinto. El proceso de paz no solamente se lleva a cabo en Cuba. El hecho de que a una persona le disguste un resultado, no la autoriza para insultar a esa inmensa mayoría que optó por opciones diferentes.

Si se tratara de votar un referendo para negar derechos a grupos minoritarios el asunto sería distinto, pero en este escenario cada quien elige el candidato de su preferencia, vota en blanco o no lo hace.

El abstencionismo, por su parte, tiene varias facetas. Están quienes no sufragaron porque se fueron de viaje o perdieron su cédula. También, quienes estaban enguayabados, les dio pereza salir o prefirieron quedarse en la casa viendo televisión. Lo ideal sería, con argumentos, no con ataques, lograr revaluar esas últimas actitudes y que cada vez más gente se sintiera animada y comprometida a participar.

Así mismo, es posible que muchas personas no voten por miedo a que políticos corruptos y poderosos tomen represalias en su contra por no optar por un determinado candidato o que simplemente están cansadas de discursos, falsas promesas y de que solamente se acuerdan de ellas en época electoral.

Otro porcentaje de electores pudo no votar al sentirse defraudados de una campaña que principalmente se destacó por su baja calidad y falta de creatividad.

De todas maneras, así el voto fuera obligatorio y ese 60 por ciento de abstencionistas hubiera salido a las urnas, tampoco sería garantía de que el candidato de su preferencia hubiera ganado.

Este no es un país de mierda, sin memoria, ni de ignorantes. Por el contrario, la gente recuerda, sabe lo que sucedió y con base en eso, nos guste o no, decide y vota. Y esto hay que respetarlo. Dialogar, antes que ofender, también es una forma de construir la paz. Argumentar antes que señalar, es una forma de empezar a cambiar actitudes.

Lo que más me llama la atención es que buena parte de quienes insultan a las personas que optaron por decisiones distintas a las propias, en otros momentos piden respeto por la diferencia y las diversas orientaciones sexuales e identidades de género.

Me sorprende que quienes arremeten contra otros que libremente decidieron su voto, rechacen las palabras agresivas de líderes religiosos, senadores, concejales y procuradores cuando se refieren de manera displicente contra lo LGBT. Sin embargo, a la hora de un resultado electoral distinto al esperado, no tienen el menor reparo en hacer lo mismo.

*Administrador de empresas, consultor.

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