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El abril en que el país conoció a “la mamá de los gais”

Se cumplió un año de un discurso difícil de olvidar en el Senado de Colombia. Esta es la historia de Martha Lucía Cuéllar, su protagonista.

El pasado 18 de abril se cumplió un año de una intervención en el Senado de Colombia que emocionó a muchas personas.

La protagonista: Martha Lucía Cuéllar de Sanjuán, quien defendió con vehemencia un proyecto de ley que buscaba aprobar el matrimonio entre personas del mismo sexo.

Sus palabras empezaron así: “Mi nombre es Martha Lucía Cuéllar de Sanjuán. Estoy felizmente casada hace 35 años. Soy abiertamente heterosexual, estoy enamorada de mi esposo Carlos Arturo, soy profundamente creyente y tengo un hijo gay”.

En su intervención, que no superó los 10 minutos, fue enfática en defender la igualdad de derechos de las personas homosexuales. Fue tal la emoción que sus palabras despertaron, que el video que registró su participación se volvió viral en las redes sociales. Desde entonces, lo que más recuerdan algunas personas de este intento por aprobar una ley de Matrimonio Igualitario, es el discurso de Martha Lucía.

Esa salida del clóset ante miles de personas que no la conocían, pero a quienes logró llegar, llevó a que muchos adolescentes y jóvenes LGBT, especialmente, empezaran a contactarla para contarle sus miedos, alegrías y sufrimientos.

Meses después de su intervención y acercándose las elecciones para el Congreso de la República, Martha Lucía contempló la posibilidad de aspirar al Senado por el partido Alianza Verde. Sin embargo, declinó la idea y optó por formar parte de la campaña que llevó a Angélica Lozano a lograr una curul en la Cámara de Representantes.

Aunque no era la primera vez que Martha Lucía se presentaba en el Congreso para defender el matrimonio entre personas del mismo sexo, a partir de ese día fue bautizada como “la mamá de los gais”.

No es mucho más lo que se conoce de ella, más allá de que el día de su intervención regañó a los senadores como pocas personas se atreven a hacerlo y que llevaba puesta una chaqueta roja sobre los hombros como solamente las mamás saben hacerlo.

Martha Lucía nació en Bogotá hace 53 años. Es la segunda de diez hermanos y, entre las primeras frases que responde cuando se le pregunta por su vida, es que se la ha pasado criando. “Primero ayudé con mis hermanos menores. Mi hermana menor tendría tres años cuando nació mi primer sobrino y, al año siguiente, mi primer hijo”.

Cada año le preguntaba a su mamá si iba a tener otro bebé. Y la duda era válida si se tiene en cuenta que tuvo 14 embarazos. “En ese entonces, las mujeres no se cuestionaban si querían tener o no más hijos y ella toda su vida ha amado a los niños, algo que le heredé”.

Feliz de la vida

Con diez hijos a bordo, lo que limita los recursos de cualquier familia, la mamá de Martha Lucía acudió a su creatividad para entretenerlos. “Nos hacía unas casas de muñecas que disfrutábamos muchísimo. Allá nos servía el almuerzo en unos platos diminutos. Si no había plata para comprar muñecas, ella nos las fabricaba. Debajo de la escalera, les armó un club a los muchachos”.

También recuerda que, imitando lo que veían en casas donde alquilaban cuentos, ella y sus hermanos ubicaban unas cuerdas, de un extremo a otro del patio de su casa, en las que colgaban cuentos. La gente iba a alquilarlos o a intercambiarlos.

En otras ocasiones organizaban obras de teatro y su mamá se encargaba del vestuario. “Ella nos acolitaba todo, al punto que nos recibía las diferentes mascotas que encontrábamos. Una vez vimos un caballo maltratado y nos lo llevamos para la casa. Allá lo tuvimos 15 días hasta que le curamos las heridas”.

La mamá de Martha Lucía es católica. Su papá, quien ya falleció, veía con distancia todo lo que tuviera que ver con religión y especialmente con grupos fundamentalistas. Le costaba trabajo entender que la gente fuera fanática.

Cuando niña decía que su papá debía ser el presidente de la República. “Era un hombre agudo y crítico y se murió estando aún muy lúcido. Éramos tremendamente cómplices”.

Ella, por su parte, se define como una mujer creyente pero no fanática. “Muchas personas toman versículos de la Biblia y los usan fuera de contexto, sin tener en cuenta en qué momento histórico se escribieron”.

En su casa, dice, nunca les enseñaron la política del odio. “Mi mamá es la persona más prudente y amorosa que conozco y nos repetía que uno nunca debía descalificar, herir o hacer sentir mal a otra persona”.

Martha Lucía dice que esa filosofía de vida le ayudó a percibir el mundo con una visión más amplia. Recuerda, por ejemplo, que durante muchos años no era bien visto que a los hombres homosexuales se les “notara” su orientación sexual.

La tendencia era (aún más que ahora) “perdonar” que la persona fuera marica, siempre y cuando no se le “notara”. “Se asociaba con degeneración. Tampoco era común oír hablar de travestis, yo vine a conocer uno estando casada”.

El encuentro tuvo lugar una mañana en la que, en Bogotá, había escasez de panela y azúcar y era necesario buscar estos productos en todos los rincones de la ciudad.

“Ese día, en una cigarrería, fue la primera vez que reconocí a una persona travesti. Me pareció una belleza. A pesar de estar perfectamente afeitada, sobre la base del maquillaje se le alcanzaba a notar parte de su barba”.

Ahora, como activista LGBT considera que, de esta sigla, quienes más le preocupan son las personas transgeneristas. “Si un hombre gay o una mujer lesbiana no quiere revelar su orientación sexual, puede pasar desapercibido, pero no sucede igual con la población trans, a quienes muchas veces echan de sus casas y no la reciben en ningún trabajo”.

Sin embargo, le molesta cuando la gente dice que todos los hombres gais son promiscuos. “Hay quienes dicen que se van a morir de SIDA, pero yo me preguntó: ¿por qué hay tantas mujeres con esta enfermedad que solamente han tenido un compañero sexual heterosexual? ¡Fueron ellos quienes las contagiaron!”.

Tampoco entiende por qué se dice que sería un pésimo ejemplo que las parejas homosexuales adoptaran menores. “Son las parejas heterosexuales las que están abandonando o maltratando a los niños”.

Antes del activismo

Martha Lucía estudió primaria en el colegio Colombo Belga, que ya no existe y bachillerato en el Colsubsidio. “Entré allí porque mi papá se había quedado sin trabajo”. Y le agradece a la vida haber estudiado en esa institución. “Tengo amigas entrañables del colegio. Mínimo una vez al año, las que viven fuera del país vienen y nos reunimos”.

Siempre ha sido una persona muy activa. En el colegio estudió ballet clásico y formaba parte del equipo de natación. “Este es un ejercicio que aún puedo hacer sin la menor dificultad. Yo creo que en otra vida debí haber sido un pez”.

En la adolescencia rumbeó mucho. Salía viernes y sábados pero no se tomaba un trago porque nunca le ha gustado. Además, desde muy joven, ha trabajado.

“Como estudiaba en el colegio Colsubsidio tenía que estar afiliada a esta caja de compensación, pero como mi papá se había quedado sin trabajo, y para estar vinculada a esta caja era necesario tener un contrato laboral, empecé a trabajar”.

Del colegio la presentaron en un almacén de Colsubsidio ubicado en la Carrera 11 con Calle 82. La contrataron como auxiliar de ventas de los sábados.

“Me convertí en la mascota del almacén. Les mostraba a mis compañeras de trabajo cómo eran los movimientos correctos a la hora de nadar. Me subía en las cajas y les enseñaba la flexión para tirarse al agua, la brazada y la patada. A veces entraba el doctor Arias, el director, y se moría de la risa. Apenas me decía: ‘mijita, a trabajar’”.

Trabajando allí conoció a Carlos, su esposo. La hermana de él era la secretaria. Carlos vio a Martha Lucía por primera vez un fin de semana de octubre cuando invitaron a todo el personal del almacén a conocer el hotel de Colsubsidio en Paipa (Boyacá).

Él fue con sus papás a llevar a su hermana y, al mejor estilo de una telenovela mexicana, apenas la vio desde el carro, supo que era la mujer de su vida. “Él dice que eso se llama el sentimiento de la piel”.

Desde entonces, Carlos empezó a llamar a su hermana a la oficina para poder hablar con Martha Lucía. “Para mí era muy difícil encontrar una persona de mi edad a la que le gustara en serio lo que a mí me gustaba: la literatura y jugar ajedrez. Y cuando él llamaba y me hablaba de libros yo quedaba matada”.

Un día, por teléfono, Carlos le dijo que tenía un libro que podía interesarle. Era uno de Thomas Mann (escritor alemán nacionalizado en Estados Unidos 1875-1955) que Martha Lucía no había podido leer. Ese mismo día se lo llevó a su casa.

Fue así como se conocieron un 30 de diciembre de 1977, se ennoviaron el 13 de enero del año siguiente y se casaron el 3 de mayo del mismo 1978. Martha Lucía tenía 17 años y se había graduado del colegio un año atrás.

Arturo, su hijo mayor, tenía tres años cuando Martha Lucía decidió entrar a estudiar a la universidad. “En la Javeriana no me recibieron para Medicina por estar casada. Casi no recibían mujeres y menos con ese estado civil para evitar la deserción. No me imagino con esposo e hijos haciendo el año rural”. Se matriculó, entonces, en Psicología.

Estando en la universidad, justo a mitad de semestre, nació su segundo hijo Juan Antonio. Así que Martha Lucía asistía a clase acompañada de la señora que le cuidaba al niño. “Aprovechaba los intermedios para darle teta”. Tres años y ocho meses después nació Paloma, su hija menor.

Sin embargo, además de todas las personas LGBT que la consideran su mamá, hay otra más que también la siente de igual manera. Cuando Arturo, su hijo, tenía 11 años, encontró a la salida del colegio a un niño de su misma edad que estaba llorando.

“Ese niño, Óscar, vivió con nosotros hasta que cumplió 19 años, cuando encontramos a su mamá en Colonia (Alemania). El papá se lo había robado cuando él tenía 7 años en Ocaña (Santander) y lo había puesto a vender repuestos para ollas exprés. Contactamos primero a la abuelita y ella nos dio los datos de la mamá y él ahora vive en Alemania. Pero me dice que yo soy su mamá de Bogotá”.

De sus tres hijos “biológicos” dice que Juan Antonio y Arturo fueron los más juiciosos. “Al contrario de muchas mamás, yo tenía que decirles: salgan y tomen aire, en vez de preguntarles ¿para dónde van otra vez? Arturo se la pasaba leyendo y Juan Antonio tocando piano”.

Con Paloma fue distinto. Su nombre lo dice todo. “Ha sido un espíritu muy libre. Con ella si era ¿dónde estabas? ¿por qué no llegabas? La ventaja era que Juan Antonio y Arturo la cuidaban muchísimo. Nosotros sobrábamos”.

En el tiempo que lleva como activista LGBT, Martha Lucía sabe que aún falta camino por recorrer para lograr la igualdad de derechos. No tiene la menor duda de que la discriminación, la segregación y la falta de oportunidades para ciertas poblaciones son una realidad.

Sin embargo, siente una profunda satisfacción de saber que se ha avanzado y es enfática en afirmar que, desde el escenario que sea, ahí estará apoyando “la mamá de los gais”.

La vida de Martha Lucía en imágenes:

Vídeo de la presentación de Martha Lucía en el Senado:

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