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El palito y el huequito

Hemos tenido el placer de leer la columna “Matrimonio viene de madre” del Padre Alfonso Llano publicada en El Tiempo el domingo 20 de mayo.

Su metáfora sobre el matrimonio representado en el popular juego de la coca, en el cual el palito “persigue al huequito para penetrarlo” nos obligó a tener una larga discusión que terminó materializada en esta columna.

Nos sorprende que el sacerdote, conocido por columnas ecuánimes, informadas y generalmente liberales, haya tenido la ocurrencia de pensar que al usar este ejemplo no estaba obviando algunos aspectos de la genitalidad humana.

Llano dice que entre homosexuales son dos palitos los que se buscan y entre lesbianas son dos huequitos. Bastará con recordarle que las relaciones sexuales entre hombres así como entre mujeres, también un palito puede perseguir un huequito. Es cuestión de explorar bien.

Hace unos años leímos el libro de este columnista titulado Confesión de fe crítica. Discutimos algunos de sus apartados y lo que más nos interesó, aparte del título, fue precisamente el sentido crítico con que el autor, respetuoso de su fe y de su institución, invitaba a cuestionar ciertos aspectos de la religión, de los contenidos de la Biblia y de las creencias actuales sobre la historia sagrada.

El padre Llano utiliza dicha simbología para recurrir al ya viejo argumento de que los cuerpos de hombres y mujeres encajan genitalmente, que cóncavo encaja con convexo.

Entonces, ¿qué sucede con el apedreamiento a las prostitutas o con el uso de judíos como juguetes de leones y entretenimiento circense? Suponemos que eso también debe ser una autoridad?

Uno de los puntos más relevantes, por ejemplo, era la necesidad de que los cristianos vieran en la concepción de Jesús una metáfora de su creación, mientras que no podía ignorarse su existencia real como hijo concebido por un hombre y una mujer(como en el juego de la coca), con hermanos incluidos y no con ojos azules como la visión eurocentrista nos lo ha hecho creer.

Resulta curioso que un servidor de la Iglesia, que recurre a filósofos, teólogos e historiadores para sostener la versión del “Jesús histórico”, interprete de manera literal los pasajes del génesis que le sirven como apoyo para argumentar que el hombre sólo puede estar con la mujer y viceversa. No fue eso lo que demostró en su libro.

Por otra parte, las fuentes utilizadas en su columna son anacrónicas. Recurrir a los romanos para validar la institución actual del matrimonio sería como defender el holocausto porque los egipcios tenían judíos como esclavos.

Sabemos que la Real Academia española no se caracteriza por sus tendencias innovadoras, aunque finalmente termine adaptando sus contenidos a gran parte de los cambios que tiene la lengua en su uso cotidiano.

La globalización y el mestizaje cultural han permitido que ahora encontremos en el diccionario palabras como escáner, gay o espagueti. Que este libro diga que el matrimonio es “la unión de hombre y mujer, etc.” no representa ninguna autoridad para argumentar la complejidad de la sociedad y del ser humano ¿o acaso el padre Llano acude al diccionario para saber si un acto de un confeso es bueno o malo?

Finalmente queremos preguntarle al presbítero qué dice la Iglesia sobre el matrimonio. ¿Es solamente la consumación de un acto sexual? Planteamos esta pregunta porque las alusiones que hace en su columna se restringen a este aspecto de la vida en pareja.

Que palitos, que huequitos, que encajan… Pero el amor, el respeto, el apoyo, el diálogo, la comprensión no parecen formar parte del matrimonio. Resulta increíble creer que a estas alturas se siga propagando la idea de que las relaciones homosexuales son sólo sexo y que no crean vínculos afectivos.

Aún más, nos sorprende que el padre Llano considere que palito y huequito son el ideal único de las relaciones, cuando tantos palitos han buscado saciar su placer en huequitos que no corresponden (tanto de niños como de adultos), dejando como consecuencia cicatrices y dolores casi imposibles de borrar, y muchas veces enmarcados en el silencio y la impunidad de la justicia común y eclesiástica.

Suponemos que el padre debe saber que para que un palito busque un huequito entre personas heterosexuales no es necesario casarse. O bien, discúlpenos si rompemos un encanto que aún la Iglesia quiere sostener como una verdad a ciegas.

Ya en muchos debates se ha hecho el llamado a repensar la idea de que el fin del matrimonio es la procreación, pues si la Iglesia da la bendición a quienes se comprometen bajo este vínculo religioso, se supone que lo hacen bajo el conocimiento de que algún integrante de la pareja o ambos pueden estar inhabilitados para tener hijos.

Llano critica el apoyo al matrimonio igualitario de Barack Obama y con palabras aparentemente irónicas dice: “llamémoslo matrimonio, así no haya mujer que se vuelva madre”.

Estamos seguros de que Llano conoce a más de una mujer y de un hombre quienes, unidos bajo el sacramento del matrimonio, o no han podido o no han querido tener hijos. ¿Significa esto que se les revocará su bendición? ¿No hacen parte ellos de su comunidad? Este, como el resto de los argumentos se caen no ya por su peso sino por su flacidez.

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