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Jueces de lo que no conocen

Creemos saber cómo es la vida de los demás, lo que sienten y cómo son. Pero esas suposiciones son tan solo la punta del iceberg y en realidad estamos lejos de conocer lo que hay debajo de la superficie.

A ti te gusta sufrir”, “Dice que trabaja independiente, pero seguro no hace nada”, “Tiene 40 años y es soltero, seguro es marica”, “Se separó, fijo tenía otro”. En ciertos momentos, algunas personas se sienten jueces de lo que no conocen y con derecho a indagar en sentimientos ajenos y a dictar sentencia. (Ver: Chao prejuicios).

Están atentas a que les justifiquemos nuestra vida y a ponernos una calificación según lo acorde que encuentren “nuestra verdad” con sus ideas o creencias.

Recuerdo que el teléfono sonó a las 12:30 del mediodía en la casa de mi amiga Alejandra. Del otro lado estaba Patricia, una excompañera de trabajo, quien le preguntó: “¿cómo vas, qué andas haciendo? No tengo con quien almorzar, ¿vamos juntas?“.

Alejandra le respondió que no podía porque estaba haciendo unos informes que debía entregar en la tarde. Con ironía, Patricia le contestó: “¿de verdad no tienes tiempo? ¡Si tú trabajas en tu casa! Ya quisiera yo tener tanto tiempo libre“.

Patricia supone que como Alejandra es contratista y trabaja desde su casa, en la práctica no hace nada. Supone que siempre está disponible para las múltiples “invitaciones” que le propone: “acompáñame a lavar el carro”, “acompáñame a pagar la luz”, “acompáñame a hacer mercado” y demás.

Suponemos cómo es la vida de los demás, suponemos lo que sienten, suponemos cómo son, sin darnos cuenta de que lo que sabemos de ellos es apenas la punta del iceberg y que estamos muy lejos de conocer lo que se oculta debajo de la superficie. (Ver: Y tu matrimonio… ¿Para cuándo?).

Vivimos en un mundo que imagina, hace conjeturas y saca conclusiones según apariencias, imaginarios o supuestos.

Supongo que ya no te quiere

Cuando una relación se acaba, los amigos y conocidos rodean al supuesto “damnificado”. En la mayoría de casos, con buenas intenciones, se interesan por saber qué pasó. Escuchan atentamente lo sucedido y, sin permitir que la historia llegue al final, lanzan un: “¡eso era que él tenía otra!” o un “¿sí ve? Son todas iguales, fijo ella ya le había echado el ojo a otro”.

¿Qué te pasa Angélica? Dime la verdad ¿te enamoraste de tu amigo de la oficina?“, le preguntó escandalizada la mamá de mi amiga Angélica, cuando le confirmó que había decidido separarse.

“No. No es nada de eso, lo que pasa es que tenemos metas diferentes. En este momento yo quiero estudiar fuera del país y él está pensando en que compremos una casa de campo”.

Es como si no existiera la posibilidad de que una relación se acabara por problemas de convivencia, diferencias en los proyectos de vida o por cualquier otro tipo de circunstancia distinta a la presencia de un tercero. Pero para una visión absolutamente limitada y “telenovelesca” de la realidad, el amor sólo se acaba cuando “hay alguien más”.

Supongo que estás sola y amargada

Cada vez que voy a la celebración del cumpleaños de mi amiga Katherine, me encuentro con una amiga suya que vive en constante asombro por mi estado civil: soltera.

En algún momento de la reunión se me acerca como una mosca atraída por la crema del ponqué y empieza a preguntarme: “¿Y tú de amores qué?… ¿No quieres tener hijos? ¿Nada?… ¿Tan difícil está la cosa?“, me dice.

Me parece que supone en mí una desesperación que no siento. Supone mal que hace años no me enamoro o que ando en una infructuosa y enloquecida casería por conquistar a alguien y que mi vida es oscura, triste e infortunada.

Antes intentaba darle alguna explicación. Pero luego de varios cumpleaños escuchando frases como: “a ver cuándo nos presentas un novio”, entendí que uno no tiene por qué justificarle su vida a nadie. (Ver: “¿Por qué no me había dicho que Diana era su pareja?”).

No voy a desgastarme diciéndole que celebrando un 31 de diciembre sin ninguna compañía también puedo pasarla muy bien. No tiene sentido perder el tiempo explicando que sola y sin hijos mi vida está llena de planes. Así que la dejo libre para que suponga lo que quiera.

A veces abrir el corazón a otras personas es exponerse a sentencias como “¡a ti te gusta sufrir!” o “¿quieres ser una eterna soltera?”.

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