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La paternidad “moderna”

Parece que las nuevas generaciones de papás disfrutan mucho más que sus antecesores de este rol. Sin embargo, preocupa la escasa importancia que algunas le otorgan a la educación en diversidad sexual. 

Para ciertos papás que vivieron su infancia y juventud décadas atrás, es difícil aceptar el paso del tiempo.

Hay unos que se resisten a creer que las actuales “cámaras de retratar” no requieran de rollo o película. Otros, se niegan a aceptar que los “tocadiscos” en la sala sean útiles solamente como adorno.

A unos más les parece una deshonra que las mujeres “modernas” abandonaran la “sana costumbre” de usar el apellido de su esposo antecedido de un “de”. Sin embargo, las diferencias existentes entre los papás de antes y los ahora son aún más evidentes al revisar la manera de asumir la paternidad.

Mientras que para un buen número de los de generaciones atrás, su rol era el de proveedores y delegaban en sus esposas el tema de cambiar pañales, preparar teteros y educar a sus hijos, muchos de los actuales disfrutan y participan activamente en el proceso de crianza.

Es frecuente, por ejemplo, que programen en pareja el curso psicoprofiláctico, que permanezcan al lado de sus parejas las horas que tome el parto, que estén atentos a comprar, con meses de anticipación a su nacimiento, todos los implementos que el bebé requiera y que asistan, no por obligación sino por gusto, a los talleres de estimulación temprana.

Hace poco Sentiido tuvo oportunidad de compartir con varias parejas jóvenes en las que eran justamente los papás quienes hablaban con mayor entusiasmo de la alegría de asumir ese rol. Intercambiaban opiniones sobre las mejores marcas de teteros, coches y pañales.

Uno de ellos decía que desde que nació su hija sale de su trabajo lo más rápido posible para alcanzar a compartir tiempo con su bebé. Otro, que en pocos meses será papá, contaba que el día en que se enteró del embarazo de su esposa, empezó a escribirle un diario a su hija para entregárselo en el futuro.

Manifestaba, también, que desde el primer día al lado de Luciana, como la llamarán, se esforzará por darle un buen ejemplo, de manera que cuando ella esté en el colegio nunca lo llamen para decirle que hace bullying o matoneo escolar. “De ser así, significaría que ha visto maltrato en el hogar”, señalaba.

¿Papás especímenes?

Sin embargo, ese papá que afirma con orgullo que por ahora se resiste a alzar a otros bebés para que cuando su hija nazca ocupe un lugar privilegiado en sus brazos, es el mismo que, al referirse a una persona transexual, la llama “espécimen”. Y remata con un: “a ese tipo le dio de viejo por volverse mujer”.

Preocupa, entonces, que su desconocimiento sobre la transexualidad sea lo que le transmita a su hija. Este “papá moderno” no contempla la idea de que al utilizar la palabra “espécimen” para referirse a una persona trans, fomentará en su hija el acoso escolar al que tanto le teme. O ¿cómo creerá que ella tratará a un compañero de colegio que tenga una identidad de género distinta a la esperada por la sociedad?

Lo más posible, entonces, es que él hablara de matricularlo en colegios y universidades costosas, o ¿a qué llamará buena educación? ¿A una que le permita aprender varios idiomas, ocupar altos cargos y ganar mensualmente sumas generosas, sin importar si en su cotidianidad discrimina a otros por su orientación sexual? ¿Será que una buena educación incluye maltrato a una persona por no ser heterosexual o por ser transgénero?

¿Será que para algunos de estos “papás modernos” una educación de calidad no tiene nada que ver con enseñar a respetar la diferencia y con entender que en el mundo hay más de una orientación sexual y que todas son igual de válidas?

Si realmente quieren que sus hijos sean “gente de bien”, valdría la pena que desde muy temprano les hablaran del respeto por el libre desarrollo de la personalidad propio y ajeno. Pero no entendido como “un favor” o como “un acto de caridad con el prójimo”, sino como la validación de lo que es distinto a mí y a mi forma de pensar.

Un futuro papá anunció que desde ya está ahorrando dinero para garantizarle a su hijo “la mejor educación”. Pero no tiene reparo en decir que prefiere un hijo drogadicto a uno gay porque la homosexualidad le parece “asquerosa”.

Es importante que padres y madres cuestionen su propia educación y no les transmitan a sus hijos sus miedos, prejuicios e ignorancia. Es fundamental que consideren que ellos pueden ser más felices si los aceptan como son desde pequeños, incluidos los amigos que elijan, así sean diferentes a ellos.

Una buena educación no es sinónimo de presionarlos para que sean políglotas, tengan las mejores notas ni de atiborrarles el cuarto con la más reciente tecnología. Pero una buena educación sí exige explicarles que cuando vean a una persona trans no tienen porqué cambiarse de andén o que un hombre homosexual no tiene que ser visto como un pervertido sexual.

Es fundamental que esta nueva generación de papás (y mamás) entienda que la discriminación por orientación sexual o identidad de género se ha difundido de generación en generación, y que en sus manos está detenerla.

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