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apariencia y comportamiento gay

Mi apariencia, mi comportamiento, mi identidad. Historias de vida

8 personas le contaron a Sentiido por lo que han tenido que pasar para construir su imagen como más cómodas se sientan, libres de mandatos y presiones sociales. Tercera parte del especial de Sentiido sobre expresión de género.

1. “En la burbuja en que nos criaron, también existe la diferencia”

Nombre: Catalina
Edad: 21 años
Ciudad: Bogotá
Historia: Tengo 21 años. Desde los 13 empecé a sentirme diferente de las mujeres que me rodeaban. Me incomodaba que todo el tiempo usaran el color rosado pero, sobre todo, que me quisieran vestir con falda.

A esa edad me revelé y le dije a mi mamá que no quería más vestidos, que me gustaría tener un pantalón ancho. Para mi sorpresa, ella aceptó y me compró uno anchísimo que hacía que mi poca cola se esfumara y que desapareciera mi apariencia rosada y femenina.

A los 13 años empecé a vestirme con pantalones anchos y camisetas que triplicaban mi talla original. En pocas palabras, empecé a vestirme como me daba la gana.

Con el paso del tiempo, seguí haciéndolo: le permití a mi cuerpo estar cómodo y seguro de sí mismo. Y aunque a veces, al pasar por una esquina me gritaban “¡marimacha!”, continuaba segura de mi manera de vestir.

Mi verdadera expresión de género empezó a mis 13 años con ese primer pantalón ancho y continuó con otros cambios hasta llegar a ser quien soy hoy.

Ahora, con 21 años, y a pesar de que mi madre me apoyó en esa decisión, no dejo de escuchar una vez al mes: “¡Catalina, no se ponga esa camiseta amarrada a la cintura, parece una marimacha!” y otras frases ofensivas.

Además, no falta la eterna recriminación por no haber querido usar en mis 15 años un vestido color pastel y caminar al lado de 15 hombres vestidos de blanco que al final de la noche me llevaran a mi casa como princesa de cuento.

Terminé cortándome el cabello que estaba más abajo de la cintura para ahora tenerlo en forma de cresta y luchar, cada 15 días, para que en la peluquería no me juzguen ni me tilden de “marimacha”.

Mi expresión de género está enmarcada en el libre albedrío que tengo para elegir mi ropa. A pesar de las críticas sigo buscando nuevas tendencias que le demuestren al mundo que, en la burbuja en que nos criaron, también existe la diferencia.

2. “Somos seres humanos y eso es lo único que importa”

Nombre: Leo
Edad: 19 años
Ciudad: Ibagué
Historia: Cuando empecé a identificarme como un hombre trans, un día, en medio de una conversación por WhatsApp, una amiga me dijo: “Ahora debes pensar como hombre”. Por un momento me quedé mirando esas palabras y me pregunté (y después le pregunté a ella) ¿qué significa “pensar como hombre”?

En mi cabeza no cabía la idea de que por el hecho de tener pene o vagina, cromosomas XY o XX o un género que la sociedad -o nosotros- nos asignamos, tengamos que pensar de una determinada forma. ¿No son los seres humanos tan complejos como para limitar nuestra forma de pensar a un género?

Mi amiga no lo dijo con mala intención, el binarismo está tan marcado en la sociedad que es algo que damos por hecho. Aún dentro de las mismas personas trans, imaginamos el camino que debemos recorrer para ser “verdaderos hombres” o “verdaderas mujeres”: mastectomía, faloplastia, vaginoplastia, implantes, hormonas, ejercicio, cirugías de feminización, cambio de nombre y de género en los documentos de identificación…

Si bien la construcción del género es una decisión personal y respetable, sin darnos cuenta nosotros mismos caemos en el binarismo que tanto cuestionamos o en esa idea de que solo existen hombres y mujeres.

Y no nos fijamos en que podemos ser hombres aun cuando tengamos pechos talla 38 o que podemos ser mujeres a las que les sale barba. Somos seres humanos y eso es lo único que importa.

Pareciera que debemos pasar por un tránsito de género completo para ser aceptados por la sociedad y no generar dudas cuando nos vean por la calle.

3. “Me pregunté si de verdad sería tan feo”

Nombre: William Silva
Edad: 21 años
Ciudad: Bogotá
Historia: “Usted no parece gay”. Estas fueron las palabras que unas compañeras de trabajo utilizaron para decirme que mi forma de ser y de vestir no encajaban con lo que se supone es ser gay. A este comentario, le siguieron frases como: “los gais normalmente son lindos, se cuidan más y son vanidosos”.

En ese momento solo se me ocurrió responder: “de malas, yo soy así”. Sin embargo, sus palabras me llevaron a pensar si debía cambiar algo de mi forma de ser, vivir y de vestir. Incluso me pregunté si de verdad era tan feo.

Concluí que simplemente la gente pretende encasillarme, que les siga el juego a sus etiquetas y que me acomode a lo que ellos dicen que debo hacer. “De malas”, repetí. Después de ese día decidí que mi forma de ser es mía y punto.

Cuando la gente me pregunta: “¿Qué música te gusta?” y me ve con mi ropa negra, mi pelo largo y mi manilla de taches, sé que se sorprende con mi respuesta: “me encanta Lady Gaga, Shakira, Nancy Ajram y Daddy Yankee”. No. No me gusta el rock ni el metal. Así soy yo.

4. “No soy niña ni niño. Soy yo”

Nombre: Ale
Edad: 17 años
Ciudad: Medellín
Historia: Me llamo Alejandra Mendoza pero me hago llamar Al o Ale y soy una persona de “género fluido”. Esta es quien soy desde muy pequeña. Jamás me identifiqué con un estereotipo. No era ni muy femenina ni muy masculina: me gustaban los carros y las barbies, los peluches y los videojuegos.

Aunque mi familia me permite tomar mis propias decisiones, experimentar y descubrir, siempre ha intentado cambiarme porque dicen que ”lo mío no es normal”. Pero para mí ser género fluido es ser uno mismo, sin encajar en ninguna caja, sino en muchas o en expresar quien realmente se es.

Este proceso ha sido difícil porque mientras crecía, en el colegio se burlaban de mí porque era masculina y los hombres no mostraban mayor interés hacia mí. Cambié muchas veces para poder encajar pero jamás fui lo suficientemente femenina.

Soy lesbiana y durante un tiempo sentí que tampoco era tan masculina para que alguna chica se fijara en mí. Hace un año vi un documental sobre género y otros sobre personas transexuales como el de Laura Jane Grace (cantante de punk).

Y aunque cada vez me sentía más identificada, no quiero tener pene o cambiar la forma de mi cuerpo para lucir más masculina.

Finalmente encontré un vídeo en YouTube de una joven de Inglaterra explicando qué era ser bigénero y sentí que encajaba en algún lugar sin ser necesariamente algo concreto. Solo yo.

Es triste no encontrar un término en el diccionario español para presentarme ante otros, ni una ayuda en mi ciudad para entender a profundidad lo que soy ni el apoyo de mi familia. Creen que es una fase y que solo estoy confundida y mis amigos piensan que intento ser diferente para llamar la atención.

Ojalá mi escuela no me hubiera llevado a tomar la decisión de estudiar en casa. Buscaban razones para expulsarme por mi manera de lucir. Lo que ellos no saben es que sufro de depresión, baja autoestima, ansiedad y personalidad por evitación (la persona se siente muy tímida, inadecuada o sensible al rechazo).

Al encontrar un término, una historia e información con la cual pude entenderme, he logrado aceptarme, quererme, calmarme y abrirme un poco más. Ha sido difícil pero vale la pena, porque al menos yo puedo disfrutar de lo bueno de ambos mundos y salir con maquillaje, unos pantalones holgados y corbata sin sentirme mal.

Para mí todos somos seres fluidos y cambiamos constantemente. No deberíamos tener que amarrar a nadie en un cuarto oscuro con estereotipos y hacer de su infancia algo desesperante y triste y, de su vida adulta, un problema.

Espero que algún día los colegios y universidades hablen de estos temas y la gente no tenga que pasar por lo que yo aún vivo. Construyamos una sociedad donde exista respeto por el otro. No soy niña, no soy niño. Soy yo.

5. “Soy quien quiero ser”

Nombre: Lorena
Edad: 24 años
Ciudad: Bogotá
Historia: Cuando salí del clóset empezó una apertura no solo mental sino corporal para mí: mayor seguridad, mayor respeto hacia mí misma y, por supuesto, más amor. Mis amigas, la mayoría del barrio, me dijeron: “ya lo sabíamos, lo bueno es que tú no tienes pinta, eres toda una niña”.

En su momento esto me llevó a pensar que lo importante era “no ser un hombre” y evitar llevar mi gusto por las mujeres hasta ser una temida “marimacha”. Esa idea siguió repitiéndose en mi cabeza durante mucho tiempo.

Sin embargo, la diversidad de caminos y personas que he conocido, me llevaron a concluir que debo ser quien quiero, construirme desde mi interior y moldearme a mi voluntad mi pelo, cuerpo y vestir. Yo gobierno sobre mi esencia.

6. “Era la batalla entre él y ella que ella ganó”

Nombre: Andrea Amaya
Edad: 28 años
Ciudad: Medellín
Historia: Soy Andrea, vivo en Medellín y tengo 28 años. Soy analista y programadora de software, carrera que amo pero que mi identidad de género de alguna manera truncó. Les contaré por qué.

Desde muy pequeña no me sentía identificada con ser un “hombre”. Mi madre me cuenta que siempre usaba sus cosas y que una vez me encontró maquillada y vestida con su ropa (ya se imaginarán el castigo). Ella ahora me dice que si hubiera sabido de qué se trataba no lo hubiera hecho.

En mi caso, experimentaba un desacuerdo entre lo que veía y lo que sentía. Hacía el ejercicio de pararme frente al espejo y mirarme. Después de unos minutos, cambiaba las poses, me tapaba los pechos, me ponía la mano en la cintura y optaba por actitudes muy femeninas. Era algo involuntario, sólo necesitaba pasar frente al espejo para que esto surgiera como por arte de magia.

De manera errónea me catalogué como homosexual simplemente porque me gustan los hombres, cuando en realidad mis sentimientos y mi visión de mí misma no eran los de un hombre. Sin embargo, no sabía mucho al respecto y jamás hablé de esto con alguien.

Hace aproximadamente tres años empecé a travestirme. Me sentía cómoda e identificada. Me permitía expresar aquello que había llevado adentro toda mi vida y que nunca había querido sacar.

En ese entonces mi familia no sabía que lo hacía, pero poco a poco fui compartiendo ese sentimiento con más personas. Seguía teniendo una vida social como “hombre” aunque sintiera que no lo era.

Lo que más temor me generaba era el ámbito laboral, el rechazo empresarial. Por eso seguía en un clóset gigantesco a doble llave y con clave de seguridad.

No tengo nada en contra de los estilistas ni de quienes ejercen el trabajo sexual, pero ninguna de esas dos ocupaciones me atrae. Yo ya tengo la mía y la amo. Así que esa situación llevó a que por tres años solamente me travistiera, a que dejara ese sentimiento para mi intimidad o para momentos y personas exclusivas.

Hace poco más de cuatro meses decidí ser yo misma las 24 horas del día los siete días de la semana. Empecé a tomar hormonas y a sacar al exterior esa mujer que llevaba encerrada. Era la batalla entre él y ella que ella ganó. Una mujer segura y valiente logró dominar al chico inseguro y frágil.

Desde que ella ganó, las cosas se han puesto difíciles, tal como lo pensaba. El rechazo laboral ha sido inmenso. A pesar de tener una profesión y buena experiencia, los empresarios se niegan a darme un empleo (por supuesto, no dicen la razón, simplemente argumentan que no cumplo con el perfil).

Mi familia me apoya, a excepción de mi madre, quien parece estar resignada. Hace poco le pedí que no me siguiera llamando por mi antiguo nombre y me dijo que no era capaz.

Aunque la mayoría de gente que conozco no me ha visto como Andrea, sabe que lo soy. En poco tiempo será la fiesta de 15 años de mi prima y he hablado con algunos familiares porque a partir de ahí me presentaré ante ellos y ante la sociedad como Andrea.

Pienso ir como Andrea, así que mis primos, tías y demás personas que componen mi entorno social verán por primera vez a quien he sido realmente todo este tiempo.

PD: no esperen tanto tiempo para ser ustedes. Entre más tarde se acepten, más difícil será que los demás lo hagan.

7. “La manera de expresar el género, la verdadera revolución”

Nombre: La Totoya Show
Edad: 32 años
Ciudad: Bogotá
Historia: Como mujer transgenerista he vivido muchas experiencias, la mayoría positivas, sobre el manejo de mi expresión de género en mi apariencia y forma de vestir. Empezando porque este es un eje fundamental de una de mis áreas de trabajo: soy artista del cuerpo y presentadora de eventos.

Mi vestuario, peinado, maquillaje y styling se han convertido en una forma esencial de expresar lo que quiero compartir con el público. Esto me ha permitido explorar en formas, texturas, colores y siluetas que enriquecen mi concepto de la estética.

Si bien tengo claro que quiero complacer al público -en casi 10 años de vida artística puedo predecir su reacción a mis decisiones- también suelo sorprenderlos con ideas de género y apuestas políticas.

Estas propuestas los llevan a reflexionar y a cambiar el concepto que han tenido de las mujeres transgeneristas: vulgares, exhibicionistas y con un sentido de la moda y de la estética con el que no se identifican.

Otra historia muy distinta es mi cotidianidad fuera del escenario. Mi ritmo de vida es bastante agitado, dividiéndome entre las ocupaciones como ama de casa, la preparación y ensayo de mis espectáculos y la participación en espacios de opinión y liderazgo en las causas de diversidad sexual y de género y de derechos y deberes de los consumidores de sustancias psicoactivas.

Eso me implica una forma de vestir y de arreglarme práctica, fácil de llevar y que le exprese al mundo mi idea de ser una persona transgenerista que se identifica con la feminidad.

No me mato en el absurdo concepto de “pasar por mujer” porque como diseñadora de modas siempre he tenido claro que existen muchas formas de ser mujer, incluso desde las que no se consideran femeninas, pues no todas lo son.

Compartir con mujeres que han sido víctimas del cáncer o que están diagnosticadas con hirsutismo o alopecia, me mostró que se puede ser mujer, incluso cuando debes usar pelucas o maquillaje que muestran una nueva apariencia que le permita a la gente tener una perspectiva positiva.

La moda y la cosmética deben ser como varitas mágicas para que, antes de hacerte encajar en un estereotipo, saquen lo mejor de ti.

Y eso sale y brilla con luz propia cuando hay amor propio y autoestima. Sin embargo, también reconozco que es una rutina agotadora. No todas las veces hay tiempo ni ganas de maquillarse, peinarse y arreglarse prolijamente, pues es una actividad que quita tiempo, dinero y energía.

En algunas ocasiones me doy la licencia de no hacerlo, pero eso suele reducir mis movimientos, pues siempre he pensado que mi apariencia no debe ser transgresora de forma negativa para los demás, justamente para no desatar episodios indeseables.

En el peor de los casos, suelo usar turbantes y pashminas que cubren mi cabeza y mi rostro y delantales y chaquetas largas que cubren mi cuerpo.

Es una apariencia que oculta lo que siempre suele estar maquillado y decorado, para darme la oportunidad de descansar la piel y la actitud. Aunque no puedo negar que en un país occidental y de preferencias católicas este es un look que llama la atención y causa reacciones inesperadas.

Esa estética también va de la mano con mi fe. Como espiritista cruzada y creyente del culto afrodescendiente yoruba, el vestuario que suelo usar para las actividades religiosas rompe con la norma de una ciudad de clima frío, donde no es habitual el color blanco.

Espero que mi historia les ayude a ver que la expresión de género va más allá del comportamiento o la manera de vestir. Es algo que, en el caso de las personas que hemos hecho un tránsito en el género, permite cuestionar y formular nuestra manera de ver la vida. Un cuerpo transgénero siempre será político.

La manera de expresar el género a través de la estética propia es la verdadera voz de la revolución que muchos aclaman erradamente en líderes que abogan desde otros ángulos y áreas de acción.

8. “No eran ellas quienes estaban mal, era yo la equivocada”

Nombre: Luisa
Edad: 31 años
Ciudad: Bogotá
Historia: Poco después de cumplir 22 años me reconocí, con mucha dificultad, como una mujer no heterosexual. Una de las barreras que tuve que superar en ese duro proceso era que no me identificaba con las pocas lesbianas que veía o conocía. En ese entonces no tenía un prejuicio: los tenía todos.

Me molestaba que, en mi opinión, todas quisieran “parecer hombres”. Una y otra vez me preguntaba indignada: “¿por qué todas tienen sobrepeso, llevan el pelo corto y camisas de cuadros?” Y si quiero ser del todo honesta, debo confesar que también me decía: “¿dónde están las lesbianas de clase alta?”

Ninguna de las que veía me atraía y no sentía el menor interés en relacionarme con ellas. Por supuesto, el sentimiento era mutuo. Es más, las miraba con cierto aire de superioridad porque yo sí era femenina. Intentaba decirles: “Mírenme, ¿cómo les quedó el ojo?”

En el fondo, lamentaba no cumplir con el requisito social de sentirme atraída por las personas del sexo opuesto y me frustraba que mis papás no fueran a organizarme el matrimonio con el que soñaban, pero me tranquilizaba que, al menos en ese mar de pecados, ¡no se me notaba!

Por suerte, me decía, no soy una marimacha de las que la gente mira con rabia o insulta por la calle. 

De hecho, entre los piropos que mejor recibía estaban los tradicionales “a ti no se te nota” o “no pensé que fueras lesbiana”. Ratificaban mi espíritu de superioridad con esas areperas de medio pelo que no usan aretes, carteras ni zapatos altos.

Yo, decía, quería salir con las “mujeres de verdad” que la sociedad nos ha vendido: arregladas, preocupadas por su figura, de pelo largo, con las que pudiera hacer planes tan profundos como comprar maquillaje y ropa “femenina”.

Como ninguna cumplía con ese checklist, deseaba hacerles a todas las lesbianas que conocía un cambio extremo para que se ajustaran a mis expectativas que son, en últimas, las que la sociedad nos ha impuesto.

Con el tiempo entendí que yo no era así por arte de magia. Formo parte de una familia donde la feminidad es considerada un valor. Algo así como “Juanita es honesta, trabajadora y femenina”. Es un concepto que tiene mucho peso y que yo era incapaz de controvertir.

Crecí rodeada de mamá, tías y primas vanidosas a las que les fascina hablar de moda, perfumes y de dietas que nunca cumplen. Por supuesto, en ese mar de estrógenos yo era a quien miraban con desprecio.

Además, sentía que las “lesbianas marimachas” nos hacían quedar mal a “las lesbianas de bien”, a las que avanzábamos por el camino recto y que justas pagábamos por pecadoras. De ahí que de alguna manera quería censurarlas para que tomaran el sendero correcto: el de la feminidad.

Como era de esperarse, fracasé, como también sucederá con quienes insisten en cambiar la marcha LGBT por una “más seria como la de Nueva York”. No logré mi cometido porque entendí que yo era quien debía cambiar. No eran las lesbianas que no me gustaban quienes estaban mal, sino era yo la equivocada.

Entendí que muchas mujeres usan zapatos incómodos y ropa que aprieta, solamente para cumplir con las expectativas masculinas, para clasificar en el radar de ellos, para que las tengan en cuenta o puedan mirarlas con deseo.

Entendí que, en vez de dormir más minutos por la mañana, preferimos madrugar para alisarnos el pelo, maquillarnos y ponernos miles de accesorios para recibir el visto bueno de las otras mujeres, para que nos digan: “aprobada, eres de las nuestras”.

Hace unos días mientras rumbeaba en un bar de Bogotá, comprobé que las mujeres parecemos producidas en serie, como por un fabricante de Zara. Todas queremos tener el pelo largo, liso y más claro que el color natural.

Queremos ser delgadas así nuestra contextura pelee contra ese mandato y ahorramos para pagar un diseño de sonrisa. Esa noche veía que muchas mujeres estaban cansadas de bailar con zapatos altos, pantalones ajustados y wonder bra pero que simplemente se sentían entre obligadas y resignadas a hacerlo.

Con el tiempo, he aprendido que no quiero vestirme para mi mamá, mis tías, primas, pareja o compañeras de trabajo, sino para mí y que no estoy dispuesta a usar nada que me apriete. Solamente quiero ser yo.

Y esa premisa me ha permitido mirar con respeto a las lesbianas a las que tanto criticaba. Finalmente ellas han tenido el valor de seguir su esencia y de renunciar a unos mandatos que van en contravía de un asunto tan básico como la comodidad.

Hoy no tengo la menor duda de que cada quien no solo puede sino que debería ser quien realmente es. A veces no es fácil, la presión social es diaria y llega por todos los medios, pero la libertad y la satisfacción de la autenticidad, son la mejor recompensa.

Este especial fue posible gracias al apoyo de la Fundación Friedrich Ebert: 

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