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Mirar desde la barrera

Ariel Camilo González,  filósofo y aficionado a la fotografía, acompañó a Sentiido durante el cubrimiento de la marcha LGBT de Bogotá. Esta es su mirada. 

Ariel Camilo González,  filósofo y aficionado a la fotografía, acompañó a Sentiido durante el cubrimiento de la marcha LGBT de Bogotá. Esta es su mirada. 

Quienes trabajamos en el centro de Bogotá estamos acostumbrados a presenciar marchas.

La Carrera Séptima se ha convertido en una especie de pasarela política por la que desfilan grupos con todo tipo de reivindicaciones.

A veces pienso que quienes solo podemos ser testigos, hemos visto tantas marchas, que nos resultan indiferentes. Los estudiantes, los maestros, los desempleados, las madres, los falsos positivos, los jueces, en fin.

Ustedes saben, además, que el salario, los discursos, el trajín y las deudas, nos obligan a pasar rápido por todo. Y en Bogotá siempre estamos haciendo algo, yendo de un lugar a otro. Las marchas nos impiden la movilidad, significan tropiezos, quietud, trancones más densos, cansancio.

Por eso no podemos verlas, porque, al menos como tantas veces me pasa , las considero obstáculos, y no entiendo las razones para caminar en grupo en medio de ese calor o esa lluvia.

Y cuando me topo con las razones de las marchas, he tenido la sensación de que me toman el pelo, de que no se puede hacer nada, de que en general marchar es también una forma de no saber cómo actuar, a quién reclamar, cómo exigir, qué es la política.

Pero el domingo hice el ejercicio de mirar la XVII Marcha por la Ciudadanía Plena LGBT de Bogotá. Esta fue diferente. Primero, era domingo, no había trancones. Segundo, yo no estaba trabajando, así que tenía tiempo.

Tercero, me pareció que tanto como una marcha era un carnaval. Los carnavales están llenos de colores, y de cambio de papeles. Y esta marcha sí que lograba lo último.

De pronto, un montón de personas que en general ignoramos estaban en el centro de la pasarela; de pronto, un montón de las personas que usualmente están obligadas a la indiferencia, felicitaban a los extraños. Y todo lleno de colores.

Pero más allá de todas las condiciones que me permitían estar cómodo, había algo. Pude ver que quienes tenían el coraje sencillo de decir estoy aquí, camino, mírenme, no estaban tan extraviados como parecían, y resultaban tan vecinos como el más íntimo de mis conocidos.

Y en esa medida, en esta marcha no había afuera y adentro, los que marchan y los que miran, los que salen a ser vistos y los que salen a ver. En general, en este acontecimiento pequeño y tranquilo todos éramos actores.

Había tantas personas desnudas que en cierto sentido tener ropa normal resultaba extraño. Había tantas apuestas de cuerpo que yo me vi obligado a revisar mi apuesta de cuerpo. Había tantos colores, que yo me obligué a verme como color, es decir, a desconocerme.

Es cliché decir que una marcha nos obliga a ver desde otro lado. Creo que por ahora es mejor decir que nosotros deberíamos obligarnos a ver las marchas para que las marchas nos permitan vernos mejor.

Las fotos que vienen a continuación son un ejercicio de forzar la mirada para ver que no hay extraños.

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