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No te metas a mi clóset, no te metas por favor

Lo que pasa en el clóset de cada uno es asunto de cada uno. Me irrita que otros se sientan con el derecho de meterse a este espacio. Allí sólo deberían entrar aquellos con quienes realmente queremos compartir y conectarnos.

Desde hace unos días en las redes sociales se mueve un hashtag que busca que Disney le dé a Elsa (la protagonista de Frozen) una novia.

Entiendo el punto: Disney, en su corrección política, ha hecho películas con protagonistas mujeres de varios lugares del mundo y apuesta por la diversidad (Mulan, Jazmin, Pocahontas, entre otras).

Entre Elsa y Maléfica, Disney parece empezar a proponer roles de mujeres fuertes y la validación de otras formas del amor. Sin embargo, a pesar de estas “apuestas”, es clara la ausencia de personajes y protagonistas LGBTQ.

La discusión es más que válida si tenemos en cuenta que las representaciones culturales generan mundos, normalizan ideas, abren perspectivas.

Es más, Disney es uno de los más responsables en estos temas porque –me guste o no- es una de las empresas que más referentes da a los niños: referentes de belleza, de valores, de formas de existir y, claro, de sexualidades.

Se sabe que un niño que tiene más referentes, tiene menos tabús, y más posibilidades para escoger quién y cómo ser. Como adultos estamos en la obligación de proveer esto: referentes que son, al fin y al cabo, libertades y posibilidades de felicidad.

Sin embargo, hay algo que no me gusta de esta demanda. Recuerdo estar en casa de mi tía cuando niña y oír la conversación “fulanito es así y asá…” y después de 10 minutos de especulaciones las conversaciones terminaban en “ese debe ser gay”. Afortunadamente estoy lejos de ser santa y varias veces sentí un placer perverso en “descubrir”.

Hoy me da pena de mí, y me da pena de los referentes que estaba recibiendo cuando niña. Referentes con los que aún peleo y que me propongo ocultar (con la misma obsesión con que la Santa Inquisición ocultaba) a mis sobrinos. En plenos 90 yo era la gran inquisidora de 10 años. Pero era una inquisidora que no sabía nada del amor ni del placer.

Y un día fui víctima de mi propia inquisición. Como todos, he tenido serias dudas sobre mi orientación sexual (sobre todo cuando me acaban de romper el corazón), y recuerdo el  miedo que me generaba “ser descubierta” por un homosexual (ya habrá quienes me tilden de enclosetada y demás), por una pareja que no estuviera satisfecha con mi desempeño sexual, por la tía de una amiga, por un inquisidor.

Hace relativamente poco caí en cuenta de que ni siquiera me da miedo descubrirme a mí misma mintiéndome, porque tengo derecho al silencio y a mi privacidad, a mis dudas, a mis exploraciones, a mi intimidad (no entendida como si me gusta o no el misionero, sino como la configuración más profunda de mis sentimientos).

¿Y por qué tiene que salir?

Hace poco estaba en medio de una conversación en la que también se discutía si un amigo era o no gay. Fue entonces cuando pude ponerle palabras a mi indignación: “¿y por qué es que tiene que salir del clóset?”. La conversación terminó y se desvió al clima o a cualquier otra cosa.

Yo (que soy terca y lenta) me quedé pensando y sólo hasta que vi esta campaña para que Elsa salga del clóset pude conectar sentimientos. Lo que me irrita de este tipo de situaciones no es el hecho de salir del clóset, sino el que haya otros que se sientan con el derecho de meterse al clóset de uno.

Entonces pienso en Elsa: tiene derecho no sólo a no salir del clóset, también tiene derecho a no tener un amor romántico (ni hombre, ni mujer) puede quedarse re-sexi con su trenza y sus vestidos, sin una pareja.

Entiendo que hay que combatir la obligación de ser heterosexual con sus boberías de hombre con mujer y es más lógico apostar por la filósofa/candidata colombiana/Antioquia: “hombre con hombre, mujer con mujer, del mismo modo y en sentido contrario” (traducción: como se le dé la gana).

Pero creo también que hay que pelear con el tonto que hizo la pregunta: “¿Cree que la mujer es el complemento del hombre?”. No parce, no entendió nada de nada.

La gente no se complementa, la gente se conoce, aprende, se ama, enseña, a veces sigue caminando y teniendo aventuras, a veces no, a veces se dicen cosas horribles, se arrepienten, lloran, van a cine, comen helados, sufren conociendo a las exparejas, se escriben mensajes de textos, se dicen cosas que dan diabetes, otras veces se cuidan y se alcahuetean gustos, pero la gente no se complementa, la gente decide compartir tiempo (ese que sumado es la vida).

Elsa puede decidir compartir de otras formas, y está bien, incluso está bien no querer compartir. El amigo de mi tía puede salir del clóset con un brasier de plumas y está bien, o puede no salir y está bien. Mi amigo puede nunca decir nada de su orientación sexual y está bien o puede tatuárselo en la frente y está bien.

Porque al clóset sólo deberían entrar aquellos con quienes queremos compartir, con quienes queremos conectarnos y lo que pasa en el clóset de cada uno, es asunto de cada uno. Y esto también es un referente para los niños: tenemos derecho al clóset.

Si se queda adentro o afuera, si entra y sale mil veces, no me importa. Sólo espero que ahí adentro haya muchas sonrisas, mucha libertad y felicidad, y que mientras tanto los inquisidores se mueran de curiosidad y envidia. Incluso mi pequeña inquisidora de 10 años, a esa la dejé por fuera.

Yo puedo quedarme con mis dudas toda la vida y está bien, o puedo escribirlas y también está bien.

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