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Encuentro, 20 años antes.

Que veinte años no es nada

Reencontrarme 20 años después con mis compañeros de universidad, me llevó a pensar que la pregunta “qué queremos ser cuando grandes” no debería caer en desuso con el paso de los años, sino ser la línea rectora de nuestros días.

Acabo de vivir una experiencia inolvidable. Una reunión con mis compañeros de la universidad después de 20 años de no vernos.

Estudiamos juntos por cinco años y pasamos por muchos momentos: hubo amores, desamores, amistades, desafectos, confianzas, rupturas…

Reencontrarse fue una experiencia maravillosa, una oportunidad para confrontar a los que fuimos con los que somos.

Aunque cabe decir, como el poeta chileno Pablo Neruda, que nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. La verdad es que éramos muy distintos, pero seguimos pareciendo iguales.

A pesar de las canas, los kilos y los años, reencontrarnos fue como si estos 20 años que dejamos de vernos hubiera sido un breve intervalo. Regresar al salón de clase y sentarnos en las mismas sillas que nos gustaba usar, fue una divertida manera de decir que no hemos cambiado tanto, aunque hayan pasado tantas cosas.

Cada quien ha encontrado su manera de vivir y de afrontar los retos y cada quien se las ha ingeniado para trazar el camino que le ha hecho más o menos feliz. Pero escuchando los relatos me di cuenta de que hay algo que hace la diferencia entre quienes se ven más felices y quienes se ven menos satisfechos.

Mientras que algunos han dejado sus ilusiones en el camino y responden ahora a otros mandatos, menos personales y soñados, más externos e impuestos; otros no han dejado de perseguir sus sueños de la juventud y algunos que los perdieron en el camino, están luchando por reencontrarlos.

Vivimos como si creyéramos que somos inmortales. De hecho, parece que en serio lo creemos, aplazamos vernos con esa persona que amamos tanto y con la que ya no hablamos. Dejamos para después esa conversación con alguien a quien herimos o nos hirió, y un día nos sorprende la noticia de su muerte.

Dejamos esos sueños que perseguíamos con fiereza a los 20 años y a los 40 hacemos el balance y estos ya no existen, ya ni siquiera resuenan en nuestro corazón.

Cuando somos pequeños nos preguntan con frecuencia qué queremos ser cuando grandes. Aviador, médica, presidente, mamá, ingeniera o bombero son algunas respuestas. Esa pregunta va cayendo en desuso a medida que crecemos y no debería ser así; al contrario, tendría que ser la pregunta rectora, la cotidiana, la autopregunta por excelencia.

Pasan los años y el  trajín de los días nos hace olvidar muchas cosas, entre ellas algunas muy importantes.

De vez en cuando vale la pena hacer el ejercicio en el espejo de preguntarse: ¿Qué hiciste tus sueños de la juventud? ¿Estás haciendo lo que te gusta? ¿Eres feliz con lo que haces?

Este encuentro me ha servido para mirar en retrospectiva, para pasar revista a mi vida y  revisar qué he hecho y qué quiero hacer de ahora en adelante.

Me siento satisfecha en general, pero hubo momentos que podrían haber sido más sencillos si hubiera privilegiado mis sueños sobre los de otros. Probablemente habrían sido más dolorosos, pero la experiencia me ha enseñado que si los hubiera afrontado de otra manera, dándole prioridad a mis sueños, hoy no me causarían arrepentimiento sino satisfacción.

Así que la invitación es simple. Podemos esperar 20 años y revisar lo hecho y dónde quedaron los sueños y si lo que hicimos alimentó esa ruta para alcanzarlos, o podemos establecer un plan que empiece cada día, una vez a la semana, o al menos cada año en una fecha especial  y regalarnos un momento para mirarnos al espejo, a solas, en confianza y responder con toda honestidad:  “¿y usted qué quiere ser cuando sea grande?”

reencuentro con los compañeros de universidad
20 años después.

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