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Se necesitan más espectadores LGBT críticos

Las películas y series que vemos tienen un enorme poder: moldean y reflejan quiénes somos para nosotros mismos y para los demás. Vale la pena aprender a mirar estas propuestas con un ojo más crítico, un ojo feminista.

A veces pienso que inconscientemente evitamos reconocer el poder de los productos culturales porque no queremos enfrentar la responsabilidad y el llamado a la acción que significan.

Queremos seguir viendo sin cuestionar las películas de Disney y de Misión imposible, sin preguntarnos la manera en que las mujeres son retratadas, sus concepciones machistas en cuanto al amor y la sexualidad o la ausencia casi absoluta de personas afro, de género u orientaciones sexuales diversas, entre otras.

Queremos divertirnos, reírnos, sentir placer con estos productos y que nos dejen sentimientos de alegría y vitalidad. Buscamos salirnos de estos contextos salvajes de capitalismo y sobredosis de trabajo y no queremos que nadie nos haga pensar.

Un suceso que me recordó esto fue la recepción que tuvo la crítica que escribí en Sentiido sobre la película “La bella y la bestia”. Alguien se burló diciendo que entonces deberíamos decir que la película aboga por la zoofilia, como si mis observaciones fueran los comentarios de un feminista desproporcionado. (Ver: Hombres ¿feministas?).

No queremos que las películas ni series nos hagan reflexionar sobre los estereotipos que refuerzan.

Alguien también se mostró en desacuerdo diciendo que tampoco se escoge un príncipe que sea “gordo” o “feo” (cuando yo hablaba de asuntos de raza), lo que, por el contrario, creo que respalda mi opinión y abre más diálogos. (Ver: Amores monstruosos).

Una parte de nuestro niño interno (al que le brillaban los ojos con las películas de Disney) o parte de nuestro ego adulto se indigna profundamente cuando siente placer o diversión frente a un producto cultural y luego se siente acorralado o culpable porque una crítica feminista reflexiona sobre lo que subyace a los colores y a la música fantástica.

Cuando esto me ha sucedido, he entrado en un ligero pánico de “¿qué está mal conmigo?”, “¿por qué me gustó y me conmovió esta obra?” y paso a defenderla como si estuviera defendiendo mi propio valor como individuo.

Ciertamente, hay una idea de que la crítica feminista solo es negativa, nos aleja del placer y todo lo arruina con sus lentes devastadores. Y sí, es posible que debamos aprender a hacer mejor nuestra crítica. (Ver: ¡Si no fuera por el feminismo!).

Un espectador feminista

Pero, al fin de cuentas, como dice Jill Dolan en “El espectador feminista en acción”: es posible usar unos lentes críticos que consideren seriamente el estatus de la mujer y de otras personas marginalizadas mientras al mismo tiempo participa en un discurso público más amplio sobre el placer, la belleza y las artes”.

La crítica feminista no nos dice que dejemos de ver a Disney desde hoy y para siempre. Nos invita a preguntarnos asuntos como si la mayoría de los personajes son hombres heterosexuales blancos o si las mujeres presentes en la obra hablan entre ellas de asuntos que no son un hombre o su relación con un hombre. (Ver: Historias comunes con protagonistas homosexuales).

También, si las personas de comunidades marginadas que aparecen tienen voz, si son villanos o héroes, cómo luce su vestuario, cómo se presentan a la audiencia y cómo se representan a los indígenas o a los campesinos si los hay, entre otros.

La crítica feminista nos recuerda que ya no necesitamos mantenernos en la dicotomía de buena/mala película o buen/mal libro.

Nos invita a consumir con más consciencia los productos culturales, abriendo nuestros horizontes para que no solo veamos lo que está de moda, sino otro tipo de cine, de teatro o de libros que puedan darnos nuevas perspectivas o experiencias.

Es probable que La bella y la bestia nos haga conmover y emocionarnos y que, al mismo tiempo, podamos reconocer en ella las muestras de una ideología machista o “pseudo-pro gay” (falsamente en favor de lo gay).

En la medida en que entendamos mejor cómo funciona el arte y la cultura en nuestro contexto, comprenderemos mejor las formas en las que reaccionamos a ella y nos volvemos más audaces y “finos” en nuestras interpretaciones.

¿Por qué tenemos que tomarnos el trabajo de ponernos estos lentes feministas?, ¿cuál es la ventaja? Una posible respuesta: porque los productos culturales tienen un poder inmenso sobre nosotros y, si queremos ser agentes de nuestra propia vida, debemos “agarrar el toro por los cuernos”.

Como dice Jill: “La cultura no es una preocupación inocente. La televisión, las películas, las producciones de teatro, performances y otros medios de representativos de expresión moldean y reflejan quiénes somos para nosotros mismos y para los demás.  Aprendemos viendo en una obra cómo las relaciones de género y raza se incorporan y representan”.

Los productos culturales pueden introducirnos a nuevas formas de ver el mundo y de ver a los otros, pueden reforzar nuestros prejuicios o pueden sacudir nuestras emociones de tal forma que salgamos siendo algo distintos después de ver o de leer alguna cosa.

El futuro de Ismael

He estado reflexionado sobre este asunto por la recepción que ha tenido mi primera novela El futuro de Ismael. Se trata de una historia de amor enmarcada en una realidad futurista donde dos de los tres personajes principales son trans y cambian su cuerpo no solo de un género a otro sino de humano a animal o a máquina. (Ver: Diversidad sexual y de género para dummies).

Uno de los comentarios que recibí en Goodreads dice: “Las descripciones eróticas se me hicieron asquerosas, cuando M le enviaba sus notas picantes a Ismael lo hacía de una manera muy rara, me explico es muy fácil imaginarse a un hombre o a una mujer tocándose y/o haciendo actos impuros (hahahaha) pero M no es hombre ni mujer, mejor dicho no sé qué es, y leer sus deseos sexuales era demasiado incómodo”.

Como lo he mencionado otras veces, la homofonía y la transfobia pasan por una política de la percepción, una policía de lo estético. Con esto me refiero a que las personas que discriminan y rechazan nuestras identidades encuentran nuestros cuerpos o prácticas sexuales, como lo dice la cita de arriba “asquerosas”. (Ver: Chao prejuicios).

Por supuesto, no me extraña un comentario como estos. Tampoco creo que todas las observaciones hechas hasta ahora sean desproporcionadas o que se deba alabar mi escrito solo porque es sexo/género diverso.

Sin embargo, ¿dónde están mis lectores feministas que puedan decirme algo más interesante sobre el libro?, ¿dónde están esos lectores que van más allá de lo que se espera de una novela tradicional de ciencia ficción heterosexual?

Y esto me lleva también a la pregunta de ¿por qué, como personas LGBTI, queer, trans o feministas no estamos siendo más críticas con cómo nos representan o nos silencian o nos borran en la televisión, en las películas, en la literatura?

¿Por qué no encuentro muchas listas de críticas feministas colombianas que me den luces de qué podría gustarme, hacia dónde enfocar mi mirada y mi consumo de cultura? Proyectos como el de Los libros del armario me parecen inspiradores y fascinantes. Me gustaría ver más de ellos.

Esta reflexión apunta directamente a mí mismo, a resolver cuál es mi aporte en este tema, qué estrategias voy a aplicar para contribuir a la crítica feminista en mi país (más ahora que no vivo en él). Espero que, así como a mí, este llamado a la acción conquiste a muchas otras personas.

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