Nuestro sitio usa cookies de terceros para permitirnos elaborar estadísticas sobre las visitas y gestionar el envío de nuestras newsletter. Más información aquí.
ACEPTAR
Tatyana Fazlalizadeh

Señales equivocadas

Me pregunto cómo evitar ese corto circuito de la comunicación cotidiana, en que una mirada o una frase es malinterpretada por el interlocutor. Uno dice “A” y la otra persona entiende “B”.

Hay en la vida de cada uno de nosotros días dudosos y decisivos en los que una muestra de amistad, una mirada, cualquier gesto, pueden llevarnos a la locura”.

En pleno esplendor del siglo XIX, el poeta y crítico de arte francés Charles Baudelaire, escribió estas líneas en una carta de amor dirigida a una mujer que no le correspondía. Él lo sabía y aceptaba que ella no había hecho nada para inspirarle esalocura”. Nada más allá de sonreírle y de tratarlo de manera cordial.

Entonces, me atrevo a pensar que esta carta evidencia que a lo largo de la historia, siempre ha existido ese momento en que los códigos usados en la cotidianidad no logran transmitir las ideas correctamente. ¿Cuál es la mirada o la forma de hablar, que hace que mientras uno diga “A” la otra persona entienda “B”?

¿Dónde se produce el corto circuito en el mensaje que hace que fulano crea que mengana quiere seducirlo, cuando en realidad lo único que ella busca es ser cortés? ¿De quién es el problema: del que emite la señal o del que la recibe?

Ojos pintados y novios imaginarios

En principio, podría parecer que el asunto es cultural. Mi amiga Carolina me contaba que mientras estudiaba en Escocia, compartía aula con Abdullah.

Abdullah es de Arabia Saudita y estaba enamorado de Maja, otra compañera del curso, que venía de Bahréin, uno de los países “más liberales” de los Emiratos Árabes.

Él estaba obsesionado con ella: la buscaba, la invitaba y, cuando supo que se había ido a Londres, también viajó allá. La buscó desesperadamente sin saber ni siquiera dónde se hospedaba, hasta que casualmente se la encontró una tarde en el Hyde Park.

Cuando se vieron, él le declaró su amor: le dijo que había viajado hasta allá por ella y que llevaba mucho tiempo esperando para decirle lo que sentía. Para su sorpresa, Maja escasamente recordaba su nombre.

A su regreso a Escocia, Abdullah se reunió con Carolina, para contarle su travesía y posterior decepción. Caro escuchó su relato.

¿Qué es lo que tanto te gusta de ella?- le preguntó ella.
– Yo creí que le gustaba– respondió Abdullah.
– ¿Por qué?– insistió Carolina.
Porque una mañana llegó a saludarme y tenía los ojos maquillados- contestó Abdullah.

Como se denuncia constantemente, las restricciones para las mujeres en los países árabes son extremas.

Lo que en la cultura occidental es una práctica común, en otras puede ser una señal relacionada con el cortejo. Sin embargo, más cerca de nosotros, en España, la mamá de mi amiga Sofía, empezó a trabajar como asistente de Manuel, un hombre mayor que acababa de enviudar.

Julia le hacía los trámites, el mercado, se encargaba de sus cuentas y, con el paso de los días, empezaron a compartir el café de las tardes y algunas salidas de compras. Una noche, mientras hablaban en la cocina, Manuel le dijo:

Por eso, en la lógica de Abdullah, era inconcebible que Maja se maquillara con fines distintos a la seducción.

¿Has pensado cómo vamos a contarle lo nuestro a tu marido?
¿Qué es lo nuestro? – contestó ella.
– Pues que estamos juntos- respondió él.

Quizás se enamoró después de compartir tanto tiempo con ella. Sin embargo, incomprensiblemente creyó que las tareas remuneradas que cotidianamente cumplía la madre de mi amiga, eran una demostración de amor. Dio por hecho que entre ellos existía una relación.

Creo, entonces, que no solamente en Oriente algo habitual puede malinterpretarse: el mapa de las señales equivocadas se ha ido extendiendo a lo largo y ancho de la geografía.

¿Será que nuestra forma de ser, la manera cordial y cálida que nos caracteriza a los latinos, hace que las demás personas crean que les estamos “cayendo” o que les estamos “echando los perros”?

Blusa bonita = disponible

Según la Real Academia Española, una señal es un “indicio o muestra inmaterial de algo”.  Y ese “algo” es como una rama que flota en medio de un río y que va moviéndose para donde la arrastre la corriente.

Hay corrientes que no son románticas como la de Abdullah o Baudelaire, sino interpretaciones distorsionadas que pueden desembocar en la violencia o en la agresión.

Por eso, Tatyana Fazlalizadeh, una artista plástica nacida en Oklahoma, decidió empapelar las calles de varias de las ciudades más importantes de Estados Unidos, con ilustraciones de mujeres acompañadas con frases como “My oufit is not an invitation” (“Mi ropa no es una invitación”).

Con el título de Stop telling woman to smile (Basta de decirles a las mujeres que sonrían), la inciativa de Tatyana busca que las personas tomen conciencia sobre el acoso callejero, que aparece como insólita e inesperada respuesta a una forma de vestir, un modo de caminar o, simplemente, a un cuerpo femenino.

La calle, la oficina, la universidad son los espacios en los que una blusa, una sonrisa o un abrazo pueden tener significados sorprendentes, a veces muy distantes de lo que en realidad significan. Incluso, llegan al punto de ser usados como justificación ante el acoso o las faltas de respeto.

Podré parecer exagerada, empezando con Baudelaire y terminando con el tipo que “le manda la mano” a una mujer en la calle. Sin embargo, si una sonrisa o salir a la calle con la ropa que se quiera, no significan absolutamente nada más que eso, ¿por qué interpretarse de mil maneras y tener respuestas tan radicalmente distintas?

¿Ustedes qué opinan?, ¿alguna vez dijeron “A” y les entendieron “Z”?

Deja un comentario

¿Qué piensas sobre este artículo?

Newsletter Sentiido