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Ser gay está de moda

Estará tan de moda ser homosexual, que los congresistas constantemente votan a favor de derechos para esta población y los programas de televisión han roto todos los estereotipos sobre esta orientación sexual.

Es una buena noticia ver cómo tantos periodistas, medios de comunicación, políticos, feligreses y vendedores ambulantes hablan ahora del Matrimonio Igualitario.

Ya no es un tema marginal, que le concierne a unos pocos. Una porción significativa de la sociedad colombiana sabe que es una discusión que hay que tener en el comedor o en el trabajo, así sea para pensar en que “ese gay” o “esa prima sospechosamente soltera” puedan llegar a contraer matrimonio civil en algún momento de su vida.

Esto, sin embargo, no significa que ser homosexual esté de moda. Es posible que en los últimos años más personas diversas sexualmente hayan encontrado ambientes más propicios para hablar de su orientación sexual o identidad de género.

Es posible, también, que desde un tiempo para acá ser gay, lesbiana, bisexual o transgenerista no signifique, para muchos, ser un fenómeno de circo de quien hay que codearse con el vecino del bus para reírse un rato.

Generalmente las modas pasan rápido. Hay que ver cómo se ve de antigua una revista Vogue comprada hace más de seis meses. Después de un tiempo, sus hojas solo sirven para envolver aguacates verdes o para recortar letras de diferentes colores para hacer tarjetas de cumpleaños o bienvenida. Lo demás ha pasado de moda.

Una “pataleta gay”

Por esto resulta curioso que algunas personas insistan aún, sabiendo que las personas LGBT no solo son adolescentes sino también adultos de todas las edades, en que la orientación sexual se pega, se induce a ella, se promueve por medio de videojuegos o se patrocina en las revistas y la televisión.

Es decir, ¿esto significa que si un joven ve un canal que “promueve” la homosexualidad y después cambia a uno que no lo haga, su orientación sexual andará como una veleta hasta que apague el televisor?

Esto es lo que parece indicar Gabriel Ángel Ardila, quien el 3 de mayo publicó una columna en El Diaro del Otún, periódico pereirano, que tituló: “Matrimonio Igualitario, otra pataleta fuera de tiempo y moda en Colombia”.

El columnista, para sustentar su posición (que, finalmente, solo plantea en el título), introduce interesantes cifras sobre el descenso de número de matrimonios en Colombia.

Que en Cundinamarca se casan menos y crece más la población, que la Iglesia disolvió 650 matrimonios en 2012 o que “hubo  dos millones 959.244 registros civiles de matrimonio en la base de datos de la Registraduría Nacional del Estado Civil, desde 1879 hasta el 25 de noviembre de 2011 en Colombia cuando la gente se casaba en serio.”

Esto nos indica algunas cosas: o que Ardila cree que a partir de 2012 (el año del fin del mundo) las personas dejaron de casarse en serio, o que en Colombia solo hubo matrimonios en serio durante un período de 132 años (de 1879 a 2011), lo que invalidaría sagradas uniones de personas como el letrado José María Vergara y Vergara (¡pobre de su católica esposa Saturia!) o el venerable poeta José Eusebio Caro, padre de Miguel Antonio, y dedicado esposo de doña Blasina Tobar.

Por otra parte, el columnista introduce cifras pero poco las usa. Solo indica tangencialmente, en el último breve renglón de su columna, que si tantas personas heterosexuales quieren huir del matrimonio, por qué hay otros que lo persiguen y lo ven tan apetecible.

A final de cuentas, aunque no lo dice de manera explícita, Ardila sugiere que este “cuentico” del Matrimonio Igualitario es una forma soterrada de conseguir beneficios amparados por la ley por parte de personas que se casan solo para sacarle jugo al Estado. De otra manera, ¿cómo justifica eso de que le parece una pataleta y un acto ridículo?

Las personas de bien ya lo vivieron

Esta posición no es exótica y, de hecho, se ve mucho en las redes sociales: aquella que insinúa que si los heterosexuales ya pasaron por el matrimonio y no les gustó, para qué se van a “poner en esas” los homosexuales. Mejor dicho, que aprendan de sus mayores.

Otra idea recurrente, que no aparece en esta columna pero que va por la misma línea, es pensar que las personas LGBT están esperando a que les aprueben su proyecto de ley para empezar a vivir en pareja. Varios fueron los tuits que decían a manera de chiste: “Si se casan, van a tener que recoger los pelos de la ducha y pagar recibos”.

Amigos de todas las regiones: nos complace anunciarles que hace muchos años, décadas, existen personas que han tenido que recoger los pelos de la ducha de su pareja del mismo sexo. Y no ha sido la ley la que los ha empujado a eso. Ha sido la vida.

Lo que está en discusión acá no es qué tan agradable es recibir la factura del agua cada dos meses cuando no se espera. Lo que está en discusión es que hay unos que tienen “ese” derecho y otros que no. Es más, el problema tampoco es cuántas personas LGBT se van a casar si se llegara a aprobar el Matrimonio Igualitario.

Pongamos la situación a la inversa: imaginémonos que en la Constitución hay un derecho poco “usado” por los ciudadanos. Hipotéticamente, digamos que la libertad de expresión.

Imaginémonos ahora, que el debate para cambiar la Constitución se centra en que, como hay tan pocos periodistas que hacen uso de este derecho, será mejor eliminarlo de la Carta pues, al fin y al cabo, existen pocos comunicadores interesados en este y las cifran siguen en descenso.

¿Qué pensaría el columnista Ardila, que tan buen uso hace de este derecho en el diario pereirano? ¿No le parecería un acto de injusticia y de falta de sentido común pensar que todos los derechos y las leyes se tienen que ejercen por igual por todos los habitantes de un país?

Ahora sí, preguntémonos, cuál es la utilidad de las cifras de reducción del matrimonio en Colombia, y si estas son indicadores de que por eso un sector de la población no merece tener un derecho.

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