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Mis vacaciones me han confirmado que estar en familia es un espacio importante para recordar y reírse, pero respetando lo que cada uno es. Foto: Mallix.

Vacaciones en familia

Existen muchas formas de ser gracioso y sociable sin ofender o ridiculizar el físico o la historia de los demás. El primer paso es entender que hay comentarios que no divierten sino que ofenden.

Soy una de esas personas solitarias e independientes. Cuando era muy joven, no me gustaba estar pegado a mi familia y por eso me independicé.

No tuve una familia discriminadora que me empujó a irme de la casa ni que me presionó para “dejar de ser así”. Por el contrario, fueron muy comprensivos cuando salí del clóset. Incluso, hubo quienes me dijeron: “no era necesario revelarlo, siempre lo supimos y no tenemos problema”.

Con el paso del tiempo he querido acercarme a mi familia, ya sea la nuclear o la conformada por papás y hermana o, la extensa, en la que caben tíos/as, concuñados/as y primos en cuarto grado de consanguinidad con los que alguna vez compartí en un paseo a un río ubicado en algún recóndito lugar del país. Y no me refiero al primo que “se lo arrimó”. No tuve esas experiencias.

Volver a verlos en una temporada como la de fin de año es toda una experiencia para compartir historias, reír y hablar del pasado. Pero luego veo las dinámicas que se dan entre todos/as y ahí recuerdo porqué me alejé.

Mi familia se mueve con el humor pasivo-agresivo que muchos conocemos: burlas soterradas, ridiculización de experiencias y las sutiles y sonrientes formas de “enviar mensajes”.

“Mijito, qué bueno que ganó tanto peso, antes se veía muy enfermo”. (Gracias, ahora estoy obeso y antes me veía cadavérico). “Qué lindo que lo digas tía, tú también has ganado peso y arrugas, menos mal porque antes te veías acabada”. ¿Este dialogo les suena familiar?

Estas dinámicas me resultan fatigantes porque me hacen entrar en ellas. Bien sea como mecanismo de supervivencia, pues no hay otra forma de salir tranquilo de ahí, o porque me impiden ver a las personas en toda su complejidad, con sus diferentes tonos, alegrías y tristezas. Y sobre todo, en una cotidianidad menos prevenida.

Por esta razón me puse a pensar en cómo algunas personas LGBTI reproducimos esas prácticas de sarcasmo, sátira y humor cruel. Por supuesto, no es algo propio ni exclusivo de estas personas. No es que seamos especialmente malos ni burlones, sino que se reproducen de maneras sutiles o explícitas para atacar o responder a ciertos comentarios que tienen lugar entre esta población.

Emanciparnos de muchas prácticas violentas -y digo violentas porque estas burlas “neutrales o inocentes” recubren un deseo de agredir- debería convertirse en uno de los propósitos de 2015.

Ser chévere, sin ofender

Muchos creerán que dejarán de ser chéveres para convertirse en pingüinos fríos e inexpresivos. Pero creo firmemente que existen muchas formas de ser gracioso y sociable sin ofender o ridiculizar el físico o la historia de las demás personas.

Cada cual encontrará su manera de serlo. En todo caso, hay que saber poner límites, decirle al otro/a cuándo detenerse y entender que ciertos comentarios no son graciosos sino ofensivos. Estas reflexiones resultan aún más importantes cuando estamos en el clóset. Allí estamos más vulnerables y para algunas personas resulta divertido empujarnos a salir.

Aún recuerdo cuando me tocaba sonreír ante las burlas porque disfrutaba bailar Madonna con el cepillo a modo de micrófono. Y ahora me doy cuenta de que en realidad era gracioso, pero una cosa es tomarlo así por cuenta propia a que otra persona lo obligue a uno a aceptarlo como divertido.

Somos seres autónomos, libres y dignos de respeto. Pero en contextos como el colombiano o el latinoamericano, pareciera ser que algunas familias y amigos no entienden esto. Entre las causas, he ido identificando que las escuelas y espacios de educación no permiten un acceso a una información basada en derechos humanos.

Por eso las familias y amigos no suelen contar con el conocimiento o las herramientas necesarias para acercarse al otro de una manera respetuosa.

Esto me hace pensar en que la lucha también debe estar encaminada a que haya más información disponible en más lugares. Y nuestro rol como personas LGBTI, es difundir los principios de los derechos humanos en todos los escenarios posibles. Por esto debemos apropiarnos de dichos principios.

La familia es un espacio muy importante. Mis vacaciones me lo han confirmado, pero también me han reafirmado la necesidad de lograr que en esos encuentros haya cada vez más respeto y apoyo.

Necesitamos mucha solidaridad con quienes están en el clóset y por eso son motivo de burlas, o por quienes han salido de allí y son presas del “chiste inocente”. No es admisible que alguien “se buscó ser objeto de burlas” por su forma de ser, expresarse o comportarse.

Desarrollar libremente nuestra identidad y personalidad es un derecho fundamental. Burlarse o ridiculizar es violencia. Debemos ser limpios de pensamiento, sentimiento, palabra y acción, aunque sin perder la capacidad de ser graciosos. ¿Muy complicado?

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