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Catalina Botero

Catalina Botero: las críticas se responden con argumentos, no con censura

“Ya no se puede decir nada” o “ahora todo es discriminación”, dicen algunas personas. Sentiido habló con Catalina Botero, exrelatora especial para la libertad de expresión de la CIDH y decana de la Facultad de Derecho de la Universidad de Los Andes, sobre los límites y alcances del derecho a la libertad de expresión. Primera parte.

Fotos: Wálter Gómez Urrego.

A principios de 2019 Juan Pablo Bieri, en ese entonces director de RTVC (sistema de medios públicos en Colombia), aseguró que no había censurado el programa “Los Puros Criollos”, que se emite por Señal Colombia (canal que forma parte de este sistema) por el hecho de que su presentador, Santiago Rivas, se hubiera pronunciado públicamente en contra del proyecto de ley de “modernización del sector TIC” presentado por el Gobierno.

Sin embargo, poco después se conocieron unos audios que revelaban todo lo contrario. Efectivamente, el entonces director de RTVC tomó la decisión de sacar del aire el programa “Los Puros Criollos” en represalia por las críticas que Rivas había expresado al mencionado proyecto de ley.

Por otra parte, meses atrás la youtuber Kika Nieto respondió con una acción de tutela a una crítica que le hicieron Las Igualadas (un canal de YouTube de El Espectador). Es decir, Nieto no debatió con argumentos el cuestionamiento que Las Igualadas le formuló sino que pretendió silenciarlas.

Sentiido entrevistó a Catalina Botero, exrelatora especial para la libertad de expresión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y actual decana de la Facultad de Derecho de la Universidad de Los Andes, para conocer cuáles son los límites y alcances del derecho a la libertad de expresión que el artículo 20 de la Constitución política de Colombia menciona así: “Se garantiza a toda persona la libertad de expresar y de difundir su pensamiento y opiniones, la de informar y recibir información veraz e imparcial”.

Según Botero, vivir en una sociedad democrática implica aceptar que hay posturas que no deben silenciarse sino enfrentarse o enriquecerse a través de la discusión. “Estar solamente en nichos con quienes piensan igual, que ratifiquen las creencias propias o que le digan a cada quien lo que quiere oír, crea intolerancia”.

derecho libertad de expresión
Catalina Botero es abogada con postgrados en Derecho Constitucional, Ciencias Políticas, Derechos Humanos, Gestión Pública y Derecho Administrativo. Fue relatora Especial para la CIDH y es decana de la Facultad de Derecho de la Universidad de Los Andes.

Sentiido: ¿Qué opina del intento de la youtuber Kika Nieto de cerrar con una tutela un debate por unas críticas que le formularon cuando dijo: “hombre con hombre y mujer con mujer no está bien pero lo tolero”?

Catalina Botero: Las controversias en torno a temas sensibles deben darse sin inhibiciones o sin temor a que un juez sancione o meta a la cárcel a las personas que participan. Esta es la manera como las sociedades pueden sacar a flote sus prejuicios y discutir sobre esos temas. Y cuando alguien interpone una acción de tutela, está metiendo a un juez en un espacio en el que no debería haber jueces sino más y mejores debates.

“Las ideas se controvierten con más ideas y no con jueces que impidan la deliberación”.

Solo en casos extraordinarios de evidente exceso en el uso de la libertad de expresión debería entrar el derecho. De resto, los discursos deben responderse con más discursos. En el caso de la youtuber Kika Nieto, me parece que se trata de un debate muy importante sobre la homofobia y la discriminación que no puede resolverse interponiendo una acción de tutela porque esta es una herramienta que inhibe la deliberación.

S: ¿Cuáles son los riesgos de pretender silenciar las opiniones que uno no comparte o los discursos con los que uno no está de acuerdo?

C.B.: La libertad de expresión es uno de los derechos más importantes para que exista una democracia sólida. Pero eso no significa que sea un derecho absoluto: significa que cualquier restricción tiene que ser medida con enorme cautela porque lo primero que hacen los regímenes autoritarios es restringir la libertad de expresión. Intentan justificarlo con unos argumentos nobles, pero lo que en realidad pretenden es prohibir las críticas contra ellos, los argumentos en contra de las políticas que proponen o que se denuncie la corrupción y las violaciones de los derechos humanos. De ahí que en los regímenes autoritarios las primeras personas perseguidas sean los opositores, medios y periodistas para que ciertas ideas no circulen y puedan ejercer su poder de manera autoritaria.

“Proteger la libertad de expresión, incluye proteger los discursos con los que uno no está de acuerdo”.

Uno siempre tiene que pensar que si pretende prohibir un determinado discurso, esa premisa se me puede aplicar a mí cuando haya un juez que le parezca que mi discurso es perturbador u ofensivo. Hay que permitir incluso los que no nos gustan para poder exigir que los nuestros no sean censurados. Y promover, de paso, más y mejores debates.

Si a través del derecho yo pretendo censurar discursos que representan estereotipos, no estoy resolviendo el problema de fondo o no estoy combatiendo la causa de esa discriminación. Y el día menos pensando hay cinco millones de personas en la calle con un discurso fundamentado en estereotipos discriminatorios, contrario a los derechos humanos, a la igualdad y a la dignidad humana, que nunca se controvirtió públicamente con ideas, ni se contestó ni se debatió.

¿Cuál es, entonces, la alternativa? El control social. Hay ciertos discursos que no pueden prohibirse, pero que sí pueden controlarse socialmente o a través de consensos -y no de la intervención estatal- para que los comportamientos negativos, que hacen daño y generan sufrimiento, no sean tolerados.

S: Como respuesta a las denuncias de acoso sexual conocidas con el movimiento #MeToo, muchas personas empezaron a decir “ahora todo es acoso”, “ya no se puede decir nada” y “se está coartando el derecho a la libertad de expresión”. ¿Qué opina?

C.B.: El piropo en la pareja es una forma de halago pero el piropo en la calle significa intimidar a una mujer. La mayoría de quienes sostienen que los piropos no son ofensivos son hombres, porque a ellos no los ofende piropear. A la que atemorizan o inhiben es a la mujer que tiene que pasar frente a diez hombres para someterse a lo que ellos piensan. Hay hombres a quienes les parece “radical” que se diga que esto es intimidación pero la manada colectiva piropeando es una agresión. Si a ellos les parece que eso es un halago pues que se piropeen entre ellos pero que no lo hagan con quienes se sienten agredidas. (Ver: Una cosa es coqueteo y otra acoso).

“Es muy importante ponerse en el lugar de la persona que se siente ofendida y entender sus razones antes de descalificarla”.

Descalificar los reclamos contra el piropo es simplemente resistirse a asumir un comportamiento equivocado: la persona se defiende agrediendo al otro, calificándolo de “radical”, en vez de cuestionar sus acciones. El asunto es que la sociedad y la cultura tienen un anticuerpo contra el cambio, de ahí que las transformaciones sociales causen tanta resistencia. Y especialmente, transformar una cultura machista donde los piropos de los hombres son entendidos como halago.

Acá lo importante es oír a las mujeres que tienen que atravesar una calle donde hay diez hombres tomando cerveza diciéndoles cosas. Desde el ingreso de las mujeres al mercado laboral hasta el movimiento #MeToo ha habido una reivindicación muy lenta porque cualquier cambio cultural genera resistencia.

“#MeToo marcó la ruptura de comportamientos que las mujeres no se atrevían a denunciar y que no pueden ser entendidos como normales”.

En muchos países el acoso es un delito, pero no es fácil denunciarlo, no hay rutas de protección para quienes denuncian y es difícil tener pruebas, aunque ahora los celulares son una herramienta muy útil. Sin embargo, la revictimización es usual: “usted lo sedujo” o “eso pasó porque usted tenía minifalda” y someterse a eso es muy aburrido.

En todo caso, el movimiento #MeToo despertó una solidaridad femenina global -o por lo menos del hemisferio occidental- o algo así como “nosotras somos tú, te creemos, estamos contigo y te agradecemos el valor que tienes al denunciar”. Y esa solidaridad permite que las mujeres se sientan más tranquilas a la hora de denunciar. (Ver: Acoso sexual: lo que se dice vs. lo que es).

S: Mucha gente dice que se volvió obligatorio hablar de manera incluyente o acudir a un lenguaje “políticamente correcto” del que no está convencida. ¿Qué opina?

C.B.: Hay expresiones históricamente discriminatorias y que en ocasiones se utilizan a manera de insulto, como “negro” o “indio”, pero el punto no es prohibirlas. Me parecen expresiones equivocadas social y culturalmente y que se reproducen para hacer daño pero el Estado no puede prohibirlas. Es decir, no es un tema menor, pero tampoco creo que se trate de hacer una guerra contra quienes las utilizan.

Me parece adecuado reflexionar sobre el uso del lenguaje porque este tiene efectos y construye o reproduce realidades. Pero es importante persuadir y no estigmatizar; convencer y no insultar, porque de la estigmatización y el insulto surgen nichos de intolerancia y lo que tiene que haber es una conversación sobre el uso de ciertas palabras.

“Uno no puede comportarse de la misma manera que las personas a las que uno cuestiona”.

Por ejemplo, si hay quienes consideran que el lenguaje incluyente afecta la estética de la escritura, no se trata de satanizar a quienes lo dicen sino de responder con buenos argumentos. Si las personas que se oponen a este lenguaje no tienen en cuenta el punto de vista contrario y utilizan expresiones discriminatorias, uno no puede portarse igual. Hay que darles razones: esa es la manera de transformar las raíces de la discriminación.

Libertad de expresión

S: ¿La llegada de Trump a la Presidencia de Estados Unidos podría hablar de que mucha gente se retenía para no discriminar a las personas latinas o LGBT pero encontró en Trump la manera de legitimar esos comportamientos?

C.B.: El cambio en el lenguaje es profundo y supone cambiar no solamente palabras sino ideas, diluir estereotipos y reconocer privilegios. Y las personas que no se ven presionadas por los argumentos de quienes reivindican una manera de hablar en nombre de la inclusión y de la igualdad, se sienten representadas por quien se resiste a ese cambio. Son quienes se sentían forzados a pensar de manera distinta y, de repente, alguien les reivindica lo que ellos creen. Obviamente esa persona les genera una fuerza de atracción muy poderosa.

El cambio cultural es muy difícil y quien se resiste a este, sin importar las razones, no está dispuesto a discutir desde la perspectiva de la inclusión y la equidad porque está parado desde la reivindicación del privilegio.

S: Muchas veces cuando una figura pública bloquea a alguien en Twitter, esta persona dice que le están entorpeciendo su derecho a la libertad de expresión porque su contradictor no permite el debate. ¿Qué opina?

C.B.: Todas las personas tienen derecho a disponer de cuentas personales en las redes sociales e interactuar, bloquear o silenciar a quienes quiera. Pero cuando la cuenta es de un funcionario público que la utiliza para difundir información de relevancia pública o promover debates de interés público, no puede bloquear a nadie porque esto significaría que no dejó entrar a la discusión a una persona que piensa distinto y que seguramente levantará la mano para decir que no está de acuerdo. Eso ya lo dijo un juez en Estados Unidos y otro en México aplicando estándares internacionales válidos en Colombia.

“Los funcionarios públicos tiene la obligación de tratar a todas las personas de igual manera y de permitir la deliberación en el espacio virtual”.

De la misma manera que un funcionario público no puede prohibirle la entrada a nadie a una plaza en la cual se está deliberando, no puede prohibir el ingreso a un espacio virtual de discusión ni inhibir la posibilidad de que esa persona acceda a información de interés público porque ese es un derecho universal. La gente debe poder acceder a una resolución, a una ley o a una política pública que un funcionario público compartió a través de Twitter, independiente de si tiene o no una posición contraria.

S: El triunfo de Trump y la manera como en parte ganó el “No” en el plebiscito (cadenas de WhatsApp, noticias sesgadas etc.), ¿qué preguntas plantean frente a la libertad de expresión?

C.B.: La pregunta es si el Estado puede regular la información falsa y la respuesta es “no” porque si se le da esa potestad le estaríamos diciendo que tiene la posibilidad de definir qué es falso y qué no. Y el Estado está conformado por unas personas que tienen unos intereses políticos. Yo prefiero que a mí me dejen definir qué es falso y qué no a que haya un funcionario público censurando la información porque algo le pareció falso.

“Debe haber un debate público y una sanción política y social a quienes difundan información falsa”.

Hubo gente que con razones suficientes votó “No” en el plebiscito para aprobar o rechazar los acuerdos de paz firmados entre el gobierno colombiano y la entonces guerrilla de las FARC. Y eso es tan respetable como quienes votamos “Sí”. Pero hubo gente que votó “No” con base en una información incorrecta como que la plata de los pensionados se iba a destinar a financiar la reincorporación de las personas de las FARC. Esa información era falsa y fue difundida con el propósito de que las personas votaran “No”. En esos casos tiene que haber una sanción política. Y si quienes hicieron propaganda por el “Sí” acudieron a las mismas estrategias, hay que rebatirlos con la misma fuerza.

Ahora, a la gente que hace eso poco le importa el proceso democrático sino lograr su objetivo a cualquier costo y lo único que la frenaría sería que los usuarios de Internet y de las redes sociales no permitieran que eso pasara. En este sentido, parte de lo que hay que hacer es un trabajo de cultura política y de alfabetización digital pero no otorgarle al Estado la posibilidad de censurar.

S: Internet ha permitido el surgimiento de plataformas que dicen ser “independientes” y “decir la verdad”, pero que están al servicio de políticos y difunden noticias falsas o sesgadas, bajo el argumento del “derecho a la libertad de expresión”. ¿Qué hacer?

C.B.: Internet tiene de bueno que descentraliza y democratiza la información lo que implica que haya más fuentes de información. Pero esos medios, a partir de información tergiversada, construyen realidades a la medida de la persona que elabora esos contenidos y de quienes los consumen. Eso pasa porque parecería que los usuarios están más dispuestos a creer lo que quieren que a creer lo que tiene evidencia clara.

“Mucha gente descarta la evidencia, ni siquiera la consulta, sino que prefiere creer lo que quiere”.

Así, hay personas que toman decisiones políticas con fundamentos que no son demostrables. De esta manera, Inglaterra se salió de la Unión Europea y, al día siguiente de tomada la decisión, la gente empezó a consultar qué implicaba esto en su vida. Es decir, tomaron la decisión estando en esas cámaras de eco o en esos nichos donde se movilizan emociones y se crean realidades a partir de las convicciones que comparten.

Por eso es tan importante la alfabetización digital: enseñar a acudir a fuentes confiables -que no son necesariamente las que piensan como uno- o aquellas que confrontan la información con la evidencia. Antes, mucha gente se informaba con noticieros y periódicos impresos que cubrían un panorama amplio de la realidad, ahora buena parte de esa gente se salta las discusiones de economía, no sabe qué está pasando en el mundo y se limita a ir al punto exacto que le interesa sin darle importancia a lo que a todos nos afecta.

“Ahora cada quien va al punto específico de lo que le importa”.

La gente ya no va a la primera página de un periódico para ver de qué se está hablando o qué se está discutiendo, sino que su realidad es, por ejemplo, revisar qué equipo ganó el partido. Entonces, no se entera y no participa de la toma de decisiones sobre asuntos que les competen como las relaciones con otros países, la corrupción, la economía…

Y los algoritmos de las redes sociales ayudan a que eso pase, porque no promueven discusiones más diversas ni una visión más amplia de la realidad sino que, por el contrario, fomentan la comprensión uniforme del pedazo de realidad que el usuario quiere conocer. Como el mercado premia a la plataforma según el tiempo que allí pase el usuario, buscan que la persona esté en esa página y para que eso pase le muestran los temas que saben que le interesan, pero no el resto del mundo. Eso hace que la realidad de esa persona sea homogénea, fragmentada y muy poco diversa.

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