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Cristian Alarcón

Cristian Alarcón: una perspectiva queer o feminista va más allá de hablar de maricas o de mujeres

Aún hay retos periodísticos importantes para un mejor cubrimiento de la diversidad sexual y de género. Para analizar el panorama, Sentiido aprovechó el Festival Gabo para hablar con el periodista Cristian Alarcón, director de revista Anfibia y de Cosecha Roja.

Durante años las personas lesbianas, gais, bisexuales y trans (LGBT) no fueron noticia. No estaban presentes en los contenidos periodísticos a pesar de las desigualdades que enfrentan por su orientación sexual, identidad y expresión de género. De eso no se hablaba, como si esa parte de la realidad dejara de existir por no mencionarla. Como gran cosa, algunos hombres gais y algunas mujeres trans aparecían en titulares sensacionalistas que hablaban de “crímenes pasionales” o de riñas con la policía. La buena noticia es que de unos años para acá la situación es otra.

Las nuevas generaciones que han llegado a los medios tradicionales o a las nuevas propuestas digitales independientes, le apuestan cada vez más a un periodismo comprometido que hable de lo que antes no hablaba y de lo que antes eran temas tabú como las desigualdades entre hombres y mujeres y la situación de las personas LGBT.

Sin embargo, todavía hay retos pendientes en la manera como los medios abordan estos temas. Aún legitiman conceptos como “ideología de género”, les dan voz a líderes religiosos cuando se tratan temas de igualdad de derechos o acompañan los contenidos periodísticos con las fotos de siempre: marchas del orgullo LGBT, dos manos entrelazadas con una bandera de arcoíris de fondo y ponqués con la figura de dos novios o dos novias.

A propósito de su visita al Festival Gabo que se llevó a cabo en Medellín, Sentiido habló con Cristian Alarcón, periodista chileno residente en Argentina, director de revista Anfibia, de Cosecha Roja y de la Red de periodismo judicial de América Latina. Alarcón también es autor de los libros Cuando me muera quiero que me toquen cumbia, Si me querés, quereme transa y de la antología Un mar de castillos peronistas. Trabajó en la Revista TXT y en los diarios Página/12 y Crítica de Argentina. Es maestro de la Fundación nuevo periodismo iberoamericano (FNPI), profesor en la facultad de Periodismo y Comunicación de la Universidad Nacional de La Plata y fundador del posgrado en Periodismo Cultural.

Cristian Alarcón queer feminista
Cristian Alarcón es un periodista chileno residente en Argentina, director de revista Anfibia y de Cosecha Roja. Es autor de los libros “Cuando me muera quiero que me toquen cumbia”, “Si me querés, quereme transa” y “Un mar de castillos peronistas”. Foto: Alejandra López.

Sentiido: en muchos medios existe una división muy marcada entre “periodismo” y “activismo”. Hay resistencia hacia lo que se perciba como “defensa de derechos”. ¿Qué opina al respecto?

Cristian Alarcón: Entre otras antigüedades que el periodismo aún sostiene en los medios de América Latina, está esa especie de aversión por un periodismo comprometido con causas colectivas como las luchas de las personas LGBTI. Esta tendencia persiste, sobre todo, en aquellos medios en donde se mantiene la matriz de un machismo latinoamericano en crisis.

Sin embargo, es necesario analizar cómo se está reorganizando el mapa de los medios de comunicación en una transformación que considero imparable, protagonizada en este momento por propuestas alternativas y digitales en donde se expresan nuevas voces, nuevos relatos y nuevas tramas políticas, sociales y culturales, entre las que la diversidad sexual y de género está presente.

Los activismos vinculados al feminismo y a las disidencias de todo tipo, están avanzando junto con nuevas generaciones que han dejado de tener una mirada cooptada por un periodismo inspirado en el modelo anglosajón, que por mucho tiempo soslayó la identidad de un periodismo latinoamericano muy distinto al de la pirámide invertida.

En los debates sobre igualdad LGBT, los medios suelen invitar a un activista LGBT y a un líder religioso. ¿Qué opina de esta práctica?

Esta práctica es propia de un periodismo del entretenimiento que en lugar de buscar la profundidad de campo y la controversia -entendida como la posibilidad de que cada sector social y político pueda expresar su pensamiento- es reducido a una contienda escenificada. Es decir, en sociedades atravesadas por el machismo y por todo tipo de prejuicios, en donde prevalecen las voces conservadoras y con medios masivos dirigidos casi siempre por varones imbuidos de esta lógica machista, es imposible que se produzca un diálogo igualitario porque esa supuesta igualdad está predeterminada por el poder y el alcance que tiene la voz predominante de quien justifica la discriminación, la negación de derechos y el señalamiento de la diferencia.

¿Cómo evalúa el cubrimiento de los medios del concepto “ideología de género” creado por algunos sectores conservadores y religiosos?

Todavía es incipiente el intento de desmontar la política de comunicaciones del vaticano, que busca ponerle un coto a lo que el papa Francisco y la curia perciben como la mayor afrenta que la Iglesia ha vivido en los últimos siglos: la llegada de un feminismo que ha dejado de ser un acontecimiento marginal para atravesar todas las fronteras de la vida política en las ciudades más importantes del mundo.

El hecho de que numerosas actrices se hayan convertido no solamente en activistas sino en multiplicadoras de un discurso disidente que empieza a inundar el periodismo, la academia, las artes, la literatura y la educación, ha hecho que a la Iglesia le tiemble el pulso. Y el miedo irrumpe con una estrategia bastante inteligente: señalar al feminismo como el nuevo enemigo.

Por un supuesto equilibrio, muchos periodistas terminan por darles espacio a personas que comparten prejuicios cuando se discuten temas LGBT. No siempre los dos argumentos son igual de válidos. 

Esto no solamente tiene que ver con la falta de perspectiva de derechos y de género dentro de los medios de comunicación sino con un ejercicio muy pobre del periodismo en términos de validez de las fuentes y del tratamiento de los temas. Se sigue apelando a legitimar los discursos de siempre. El esfuerzo de un periodismo como el que hacemos en revista Anfibia, en Cosecha Roja y en otros medios hermanos de estas nuevas experiencias periodísticas, busca acercarnos a la academia y a todo su conocimiento para que sean los propios investigadores quienes se expresen a profundidad.

Así aparece un nuevo desafío: cómo estos actores producen intervenciones creativas y conscientes de que es necesario construir a partir de un lenguaje incluyente que llegue a todas las personas pero que apele a la literatura y a las grandes tradiciones de América Latina. Es decir, actores que le apuesten a contenidos lejanos a los corsés académicos y a los lenguajes burocráticos.

¿Qué tanto afecta la credibilidad de un medio tomar partido a favor de la igualdad así argumente su posición?

La argumentación es cada vez más la clave del éxito de un medio de comunicación. Nuestras audiencias, sobre todo aquellas que han pasado por un proceso de toma de conciencia crítica sobre la lectura de los medios, tienen otras exigencias dadas por la calidad de los argumentos. El periodismo está en un punto en donde la información sigue siendo el pilar clave -sin información bien chequeada no es posible hacer nada- pero ha entrado en una fase en donde la interpretación es fundamental porque las audiencias están buscando herramientas para comprender la complejidad en la que viven.

“El periodismo está en un punto revolucionario en donde ya no es solamente palabra, ni dato, ni interpretación”.

Más allá de la interpretación, se viene un camino que planteamos en nuestro ejercicio de periodismo performático -lo más reciente que estamos experimentando en revista Anfibia- o la mezcla de la investigación periodística con las disciplinas artísticas. Vamos, también, en un camino muy veloz de la investigación a la narración y en el rescate de la crónica latinoamericana y de las tradiciones narrativas de América Latina, a través de la crónica ensayística, un género cada vez más visitado.

Abrimos las puertas a nuevas narrativas que van más allá del texto escrito para avanzar hacia experiencias emocionales que les permitan a las audiencias construir sus formas de pensar en una participación mucho más lúdica y sin control posible, donde el mensaje se lanza y ya no hay manera de controlar su recepción y en donde las preguntas y respuestas nunca serán las mismas.

A buena parte de las nuevas generaciones que llegan a los medios les interesa los temas de igualdad. ¿En parte, por esto, son asuntos cada vez más visibles?

Por un lado, los nativos digitales, millennials y centennials, acompañan los procesos que viven los medios en términos de flexibilización laboral y de lo que el sistema económico les pide a los nuevos trabajadores de prensa: disposición total sin seguridades laborales y multiplicidad de funciones. Pero por otro, es muy interesante que cualquier persona que hoy esté dispuesta a buscar su lugar en un proyecto periodístico como en su momento mi generación lo hizo -alguien que sabía conseguir información y podía volcarla de manera clara, rápida y eficiente en un periódico- debe tener como principal cualidad el manejo de múltiples lenguajes. No se requiere de una capacidad restringida a la escritura. 

Además, este sujeto debe tener un punto de vista que vaya más allá de la vieja idea de la “mirada personal del cronista” o de la “mirada única y original del autor”, para abordar una construcción política que pasa por decisiones editoriales que ya no requieren horas sino que se toman en el ejercicio cotidiano, tal como lo demandan las redes sociales. De manera que la lectura política de las situaciones y de los contextos que se narran depende de estos nuevos periodistas que cada vez necesitan de conocimientos más complejos, así como de una sagacidad y sensibilidad extraordinarias para moverse entre temas que cambian de manera permanente.

“Hay temas urgentes poco visibles en las agendas de los medios tradicionales como los crímenes de odio. Pero gracias al activismo logran estar presentes”.

En muchos debates de “Sí” y “No” en los medios, la discusión termina en que las personas LGBT deben justificar su existencia con frases como “somos normales”. ¿Qué opina?

Ya en la década de los noventa, en una ciudad supuestamente cosmopolita como Buenos Aires y en un clima de escritores, artistas y periodistas como el que vivía cuando trabajaba en Página 12, aún era difícil asumir la diferencia ante las demás personas. Creo haber sido uno de los primeros que dio ese paso, pero todavía en América Latina es un proceso difícil.

Está el sufrimiento de los adolescentes LGBT por las miradas, el bullying y la censura de los demás. Para disminuir el dolor que produce la exclusión y el juicio, se han llegado a aceptar condiciones tramposas por una supuesta mejor convivencia. Está, por ejemplo, la idea de que hay algunas personas LGBT más aceptables que otras. Es, entonces, cuando lo queer llega para decir “no negociamos” porque nuestra diferencia es radical y es política: nuestros cuerpos y sexualidades disidentes le apuestan a transformaciones.

“Está en crisis la idea de que los periodistas somos quienes construimos las agendas y les damos forma a los contenidos que relatan al mundo”.

Cuando tenía 23 o 24 años, estando en contacto con el área de estudios queer de la Universidad de Buenos Aires donde convivían los feminismos, lo queer y el activismo LGBT, tuve la suerte de volver el estigma una bandera y de convertirlo en una vía de conocimiento y en un modo de relación con el mundo. A mí la experiencia de cubrir en un periódico las confrontaciones entre las mujeres trans de la vieja zona roja de Palermo y la policía federal que las sometía a los golpes y a la extorsión para dejarlas ejercer el trabajo sexual, me acompañó en la construcción de una literatura de no ficción que intento sea provocadora y transformadora y por fuera de los cánones de la crónica latinoamericana.

Para las nuevas generaciones que llegan a un terreno caminado por tantas personas que han entregado su energía a la defensa de los derechos LGBT, todo es hoy tan distinto que estamos en el albor de una nueva época para quienes quieren hacer un periodismo queer. Yo soy optimista con respecto a lo que viene: la llegada de nuevas voces que ya no cargan con una misión tan básica como pedir que nos dejen caminar por la calle con nuestra identidad sin ser violentados.

¿El cambio en el modelo de negocio de los medios ha incentivado una lógica binaria o la polarización como manera de informar?

Lo binario habita la cultura y la política en todos los sentidos. Una de las condiciones básicas de lo conservador es someter a los individuos a una elección obligatoria que deja por fuera la mitad del mundo en una propuesta de censura de lo otro: hay que elegir entre varón o mujer sin posibilidad de transición, de contradicción o de lo indeterminado. Me parece que en el periodismo latinoamericano hay una enorme ignorancia al respecto. En pocos casos, las universidades enseñan a pensar el mundo con nuevas herramientas fundamentales para poder comprenderlo.

“Cada vez es mayor la distancia con las audiencias juveniles que van mucho más allá de estas lógicas binarias”.

En la lógica de la circulación de la información a través de redes sociales y de plataformas virtuales, hay novedades sobre los modos en que las nuevas generaciones se relatan a sí mismas sin depender de “expertos”, es decir, de la forma como el mundo decidió contarse a través de los periodistas. El periodismo no empieza ni termina en quienes se dedican a estudiarlo como disciplina y después a ejercerlo sin vincularse con otro tipo de conocimientos. Hoy la clave no está en el conocimiento acumulado sino en la capacidad de acceder al conocimiento. Lo que ofrece el big data y los algoritmos que le dan una lógica peligrosamente cerrada y controlada a las búsquedas en Internet, nos lleva a pensar también en nuevos modos de circulación de la información. 

¿A los medios tradicionales solamente les interesan los temas LGBT cuando pueden convertirse en un espectáculo o en un enfrentamiento?

Eso ocurrió en los años noventa y comienzos de 2000. Hoy felizmente en todas las redacciones hay al menos una lesbiana, un marica y ojalá una persona trans. Nuestras identidades no se ocultan y eso obliga a los editores y a las empresas periodísticas a por lo menos simular una corrección política así no sea honesta. Me parece que esto es un arma de doble filo porque en toda corrección política subyace el componente conservador de unas “nuevas reglas” que hay que respetar. En otras palabras, vuelve a entrar a jugar lo que un tercero dice. Así, las identidades y sexualidades disidentes regresan a ocupar el lugar de lo bizarro, de lo freak o de lo monstruoso que siempre se les dio.

“Estamos ante una cantidad de dilemas sobre qué es producir relatos queer”.

Cuando pienso en la crónica queer y en mi maestro y amigo Pedro Lemebel, en Carlos Monsiváis y en María Moreno, quienes marcaron una época, lo que más me entusiasma de pensar en hacer talleres de crónica queer es avizorar qué va a pasar y no tanto qué ha pasado. Son estas nuevas generaciones quienes más conocen sobre nuevos modos de narrar. 

¿Qué les hace falta a los medios para tener un mejor cubrimiento de los temas LGBT?

El reto siempre está en el lenguaje. Algunas personas creen que está solamente en el uso de nuevas tecnologías, en los nuevos modos de relacionarse con las audiencias y en donde el consumo de la información es en un 70% a través de dispositivos móviles. Yo creo que la disputa sigue estando en el lenguaje y en la capacidad para narrar, pero no solo buscando una efectividad sino interpelando a las audiencias a partir de la belleza, de la sensibilidad, de la profundidad y de lo humano. Es una disputa que tenemos que dar para que ese mundo virtual de nuevos usuarios de medios no se lo entreguemos al marketing digital. Se trata de que la cultura digital disponga de periodistas, editores, directores y trabajadores de prensa capaces de producir discursos que utilicen el lenguaje de la gente pero al mismo tiempo el de la literatura universal.

¿Parte de la función de los medios es educar a su audiencia respecto a temas como la diversidad sexual y de género?

Le tengo miedo a la idea de un “periodismo educador”. Me da pánico que el periodismo se transforme en una ONG. Yo he defendido desde siempre una idea de compromiso en el periodismo, pero no quiero que me categoricen como una organización dedicada, en términos irónicos, a “hacer el bien”. La idea de una didáctica que le enseñe a la gente a respetar putos, areperas y travestis o a cómo disimular la homofobia, no me parece interesante. La visibilidad es fundamental pero también la introducción de estos temas en las agendas de los medios sin que necesariamente tengan que pertenecer a una sección “LGBTI”. La creación de secciones o de espacios dedicados exclusivamente al tema suman, pero sueño con medios en donde todo esto forme parte orgánica de los contenidos y donde lo diverso no sea subrayado.

“No he construido mi trabajo como periodista a partir de mi identidad queer o mi deseo gay y tampoco soy afecto a los territorios cerrados entre similares”.

No circulo exclusivamente por espacios gais o trans, ni siquiera en territorios queer, porque cada uno de estos se está construyendo, quizás como resultado del machismo, en una forma de “deber ser”. “¿Soy lo suficientemente queer?” se pregunta Sara Ahmed en su libro La política cultural de las emociones. Ella dice que como lesbiana no se siente lo suficientemente queer para habitar ciertos espacios. Y en últimas qué sería ser queer o hasta dónde debo extralimitar mi diferencia para satisfacer ya no la mirada arcaica y fascista de otros sino la de mis propios pares.

Las revelaciones periodísticas de #MeToo demostraron un reciente interés de los medios por temas de género que antes poco abordaban. ¿Por qué ahora tendrán mayor acogida?

Detrás de todo esto hay una serie de coincidencias y de sincronías. El #MeToo en Estados Unidos y la emergencia de los feminismo en Argentina y en otros países, son resultado de años de esfuerzo de mujeres en múltiples espacios en donde se cuece el conocimiento. En algún momento ese montón de leña, de papeles y de cuerpos se prendió en fuego porque había una acumulación y a las nuevas generaciones ya no les parece tolerable lo que antes era “normal”.

Ahora, además, hay nuevas plataformas en comunicaciones y nuevas posibilidades semánticas para decir lo que antes no se podía. Y se habla cuando el otro puede comprender y se dice cuando el otro puede escuchar. Parece ser que estamos en condiciones de escuchar y de comprender lo que antes negábamos. Eso hace que el grifo se abra de múltiples maneras y que emerjan las historias que estaban por debajo de la punta del iceberg y que apenas atisbábamos cuando hablábamos de género o de disidencias sexuales.

¿La esperanza del oficio periodístico está en hacer lo de siempre: un trabajo investigado, con contexto, de servicio a la ciudadanía y ahora aliado de la tecnología?

La idea de servicio fue novedosa, pero hace ya una década que tiene un borde muy parecido a lo que podríamos llamar “un periodismo bienpensante” o la idea de que nosotros vamos a ayudar a que el mundo se transforme para que los ciudadanos “tomen en sus manos el futuro de la humanidad”. Me parece que el periodismo debe desembarazarse de esa responsabilidad porque lo desluce, lo vuelve gris, le resta intensidades y lo desactiva como agente de provocación y como espacio revolucionario. Así llegamos a una zona de control del periodismo donde entra a jugar una moral sobre lo que es el “periodismo de los buenos”.

“¿A quién se le puede ocurrir que un buen periodista quiera hacer algo que no sea útil para su sociedad?”

Ahora, es obvio que si no hay alianza con la tecnología, no podemos hacer periodismo. En todo caso, me parece que vale la pena pensar en la tecnología no solo como sinónimo de aparatos, antenas, bandas anchas y programas, sino como los modos en que somos capaces de crear cuando hacemos periodismo. En nuestro devenir nos topamos con otros periodistas, artistas, pensadores y narradores y creamos situaciones que se sostienen más allá de la entrevista o de cualquier otro género periodístico para producir contenido de manera creativa que queda como tecnología cultural instalada en la sociedad.

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