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Postverdad: la gente cree lo que quiere creer

Difundir noticias falsas o abiertamente sesgadas en redes sociales y cadenas de WhatsApp se ha convertido en una estrategia para engañar, despertar miedo y confundir. 

Hace unos días circuló por WhatsApp, en Colombia, un audio de una voz femenina que relataba lo que ella llamaba “la nueva modalidad de robo en Transmilenio”. Esta mujer que pretendía mostrarse como una ciudadana más, lejos del poder, incluía en su relato una palabra que de manera calculada parecía irrelevante: “venezolanos”.

La modalidad de robo a la que se refería, decía, era liderada por personas de dicho país. La estrategia detrás de este audio es sencilla: crear “el problema” –en este caso “la llegada desmedida de venezolanos a Colombia”– y difundirlo por WhatsApp, para que después algún aspirante a un cargo de elección popular prometa la solución diciendo: “no vamos a permitir que los venezolanos les quiten trabajo a los colombianos”, alimentando de paso la xenofobia.

Así, con un objetivo concreto, a diario se distribuyen miles de noticias falsas a través de redes sociales y cadenas de WhatsApp que normalmente terminan con un estratégico “comparte con todos tus contactos”.

“WhatsApp está llenando el vacío de credibilidad que están dejando los medios de comunicación”, Pedro Vaca, Fundación para la libertad de prensa en Colombia (FLIP).

El problema es que mucha gente, especialmente adulta o con escasa formación en comunicaciones (el llamado “fenómeno tía”), no está familiarizada con el ejercicio de verificar la información que recibe antes de darla por cierta o de compartirla.

Desconocen que el hecho de que alguien de su entera confianza les envíe una cadena de WhatsApp no es garantía de que la información sea cierta.

Quienes han recibido formación para digerir información suelen tener un criterio que les permite decir ‘esto es falso’, pero quienes no han pasado por ese proceso no encuentran diferencias entre lo que dice un medio de comunicación reconocido y una cadena de WhatsApp”, explicaba Sandra Borda, politóloga, docente y columnista, en un evento periodístico.

Las redes sociales permiten divulgar de manera masiva la información. Allí lo menos importante es si es o no cierta.

Sin control

WhatsApp es, además, el espacio perfecto para compartir lo que sea porque nadie monitorea sus contenidos. Es un entorno cerrado en el que no se sabe muy bien qué pasa.

En esta plataforma han circulado mentiras como que si gana el voto en blanco en Colombia se elimina el Congreso de la República o que existe una peligrosa “ideología de género” que busca “homosexualizar” a los niños. (Ver: Ideología de género, ¿de dónde viene y para dónde va?).

Mucha gente decide creer esa información porque confirma sus convicciones y prejuicios y porque confía más en esa cadena de WhatsApp que le envió una tía que en lo que dicen los medios tradicionales”, explica Carlos Cortés, abogado especializado en libertad de expresión, medios de comunicación e Internet. (Ver: Chao prejuicios).

En todo caso, la solución no es repetir esas mentiras para intentar aclararlas, porque al mencionarlas terminan por reforzarse: “no funciona repetir una idea que se quiere negar. Es más efectivo explicar los temas y resolver las dudas de manera más positiva”, explicaba Margarita Barrero, periodista de El Colombiano, durante los Premio Gabo 2017.

Según Cortés, la respuesta para contrarrestar la desinformación tiene que ser con la verdad pero en los medios donde la mentira se está difundiendo y en los mismos términos: viral, que la gente la consuma y que pueda compartirse fácilmente.

También es importante tomar acciones rápido porque las cadenas de WhatsApp han sido definitivas en recientes elecciones. Esto tiene que ver, como lo explica Borda, con el hecho de que el voto no suele ser algo racional sino más emocional: la gente vota por alguien que se parezca a él o a ella.

De ahí que en temporada electoral muchas campañas políticas acudan a una nueva estrategia: por un lado, tienen unas redes sociales y unas comunicaciones visibles y transparentes. Por otro, disponen de un ecosistema paralelo que alimenta rumores y noticias falsas o sesgadas para llegarles a cada audiencia –previamente segmentada– con un mensaje específico.

Así, los políticos evitan ser acusados de realizar campaña sucia porque pareciera que es otro quien lo hace”, explica Santiago Covelli, especialista en operaciones estratégicas, manejo de crisis y comunicaciones políticas.

La técnica se perfecciona

Para completar, las noticias falsas –o fake news– cada vez parecen más reales, al punto de que algunos medios masivos han llegado a replicarlas. Vienen con letra, foto, titular y forma de “noticia” cuando en realidad es información falsa, sensacionalista o abiertamente sesgada que solo busca clics, likes o confundir.

Por lo general, este falso periodismo suele ser publicado por medios digitales financiados por sectores políticos que no tienen el menor interés en apostarle a un estándar básico de este ejercicio profesional: la veracidad. (Ver: Cómo crear una polémica).

En estos casos las noticias se fabrican como arma política”, agrega Cortés en su canal de YouTube La Mesa de Centro. Acuden a insultos o halagos contra políticos, a la manipulación y a la distorsión que suele venir acompañada de la frase “esta es la información que el gobierno no quiere que sepas”. Y por indignación la gente la comparte.

“La lógica del clic de muchas plataformas digitales ha contribuido a la desinformación imperante en redes”, Carlos Cortés.

Según Cortés, uno de estos portales publicó como noticia que supuestamente el cantante Diomedes Díaz se había aparecido en el funeral de su hijo. En menos de dos meses el vídeo tenía un millón y medio de vistas. “Y ese ritmo representa entre 3.000 y 4.000 dólares de ganancias al mes”.

Otro de esos medios creó –o al menos difundió– la falsa cartilla con la imagen de un cómic pornográfico para hacer creer que este era el material que el Ministerio de Educación estaba distribuyendo en los colegios. (Ver: 5 claves para entender el enredo de los manuales de convivencia).

A pesar de que la entonces ministra de Educación Gina Parody desmintió la información, la mentira ya estaba incrustada en el imaginario colectivo: la rectificación tiene mucha menos acogida que la mentira. (Ver: Lo que dejó el debate de los manuales de convivencia).

Y en el caso de la falsa cartilla del Ministerio de Educación fue más complicado porque fue retuiteada y compartida por muchos políticos”, señala Cortés. A muchos de ellos poco les importó verificar la veracidad de la información porque su objetivo era hacerle daño al contrincante político del momento.

Muchas personas no quieren escuchar la verdad, no les interesa que les demuestren que están equivocadas”, señala Edward Schumacher-Matos, periodista experto en política y estrategia de comunicaciones.

“La carrera para ser el primero puede afectar la credibilidad. Es mejor llegar tarde y correcto que temprano y equivocado”, Stephen Pritchard, editor en The Observer.

“La verdad es la razón de ser del periodismo”, Javier Darío Restrepo, experto en ética periodística.

Rápido y breve

A esto se suma que en Internet la gente tiende a leer verticalmente, rápido y pocas veces se detiene a revisar la fuente de la información, quién lo dice o a chequear los links que incluye. Si suena creíble para su visión de mundo, la da por cierta.

Esto, sin mencionar el hábito de hacer varias tareas al tiempo (multitask) y la cada vez menor capacidad de concentración y de análisis que ha incentivado el uso de los celulares.

Por todo esto, hay quienes proponen hablar de contenidos falsos en vez de “noticias falsas” porque si una información se comparte como noticia es porque ya pasó por un proceso de verificación. Hablar de “noticias falsas” es contradictorio.

Es poner al periodismo en el mismo plano de quienes quieren confundir. Hay varias alternativas para referirse a las ‘noticias falsas’, la más obvia: mentiras”, explica Jorge Caraballo Cordovez en la página del Centro Gabo.

Además, el presidente Trump se apropió del concepto “noticias falsas” para calificar cualquier contenido periodístico que lo cuestione. Y siguiendo su ejemplo, mucha gente llama fake news a la información con la que no esté de acuerdo.

https://www.facebook.com/watch/?v=1869843406401333

Otra estrategia para manipular las emociones y sumar aliados a una causa fue lo que pasó con Facebook y la organización Cambridge Analytica durante la campaña presidencial de Trump.

A través de un test de personalidad por medio de una aplicación de Facebook, Cambridge Analytica reunió información personal de hasta 87 millones de usuarios. Con base en las emociones que recogió, creó “modelos potenciales de votantes” y personalizó los mensajes políticos.

Todas estas prácticas están englobadas bajo el concepto “postverdad”. En 2016, el Diccionario de Oxford lo definió como el fenómeno que se produce cuando los hechos objetivos tienen menos influencia en la opinión pública que aquellos que apelan a las creencias personales y a emociones como el miedo, la indignación y la rabia.

“Si los medios hicieran un mejor periodismo, la gente tendría certeza de que ahí encontraría la verdad”, Edward Schumacher-Matos, periodista.

La línea entre la verdad y la mentira

En palabras de Javier Darío Restrepo, maestro de la Fundación nuevo periodismo iberoamericano (FNPI) y experto en ética periodística, en la era de la postverdad desaparece la línea que separa lo verdadero de lo falso.

Los hechos se escogen y se muestran de acuerdo con las conveniencias y sentimientos de cada quien”. Es lo opuesto a una labor de reportería que tiene como objetivo la búsqueda de la verdad.

La periodista argentina Leila Guerriero plantea en una columna publicada en El Colombiano que la postverdad significa decir que sucedió lo que no sucedió. (Ver: Menos periodismo Kardashian).

Hubo una frase del papa Francisco que llenó las portadas como prueba irrefutable de su progreso revolucionario: ¿quién soy yo para juzgar a los homosexuales? Pero el papa no dijo eso. Dijo: ‘si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla?'”. (Ver: El sí pero no de la Iglesia Católica frente a los homosexuales).

Pero la frase, explicaba Guerriero, convenientemente mutilada, siguió su camino. “Es exitosa. Funciona para quienes quieren pensar que el papa abraza lo que para la Iglesia católica es abominable y para quienes sostienen la idea —por convicción o conveniencia política— de que este es un papa revolucionario”. (Ver: Diversidad sexual y nuevas alternativas espirituales).

La mayoría de periodistas coincide en que la desinformación y las verdades a medias siempre han estado presentes en los medios. Lo nuevo, explica Juanita León, directora del portal La Silla Vacía, es la escala a la que han llegado.

También es nuevo la pérdida de poder de los medios de comunicación en el ecosistema informativo. La tecnología ha hecho que existan muchos generadores de información y de desinformación más allá de los medios”, agrega León.

Un ejemplo de su pérdida de poder, añade el periodista y profesor Germán Manga, fue la más reciente campaña presidencial en Estados Unidos: Hillary Clinton recibió el respaldo de 229 diarios, 131 semanarios y de varias organizaciones de noticias, mientras que Trump recibió el apoyo de 9 diarios y 4 semanarios. Y aún así ganó.

Algunos políticos aprovechan el ambiente de desconfianza con los medios para reforzar las sospechas sobre el trabajo periodístico.

Para completar, la confianza en las instituciones, incluyendo los medios, viene en picada. Cada vez tiene menos relevancia el conocimiento y la experiencia de quien informa. Y los salarios de los periodistas disminuyen mientras sus cargas laborales aumentan lo que afecta la calidad de los contenidos. (Ver: El periodismo, en primera plana).

Arthur Gregg Sulzberger, director de The New York Times, dice que la confianza en los medios seguirá cayendo mientras las plataformas digitales les sigan dando prioridad a los clics, a los rumores y a la propaganda antes que a la investigación.

Las personas están indignadas con los medios porque solo cuentan historias de muerte, delitos y crimen. Titulan para vender, desconocen las comunidades que cubren y no explican los problemas cotidianos. La gente ya no confía en los medios”, afirma Claudia Gurfinkel, directora de alianzas con medios para Latinoamérica de Facebook.

En esto, agrega León, tiene que ver el hecho de que el modelo de negocio de los medios tradicionales (fundamentado en los anunciantes) ya no funciona, lo que obliga a sus directivas a reducir sus ambiciones periodísticas y sus equipos de trabajo.

Clics, likes…

Para completar, el modelo de negocio de los medios digitales tampoco está inventado. Hasta ahora el éxito de un contenido en Internet se mide por la cantidad de clics, likes y de personas que interactúan con este.

Ese incentivo de clics y vistas es la causa de muchas de las mentiras que circulan porque si no hay tráfico ni interacción no hay plata”, explica Carlos Cortés en La Mesa de Centro. Esto ha llevado a los medios a producir información más viral pero menos relevante, lo que hace que pierdan aún más influencia.

Además, continúa Cortés, los medios masivos están inmersos en los contextos de desinformación e intentos de manipulación de la información. “Son estrategias para atraer audiencias, compartir información sesgada y opiniones políticas irresponsables”.

“Antes, los medios de comunicación eran la principal fuente de información, ahora las redes son competencia”, Juanita León, directora de La Silla Vacía.

“El antídoto para la postverdad es el buen periodismo”, Omar Rincón, periodista, profesor y crítico de televisión.

Por ejemplo, cuando un medio publica como noticia que un expresidente de la República dijo en Twitter que un periodista es socio de un narcotraficante y agrega en aras de un supuesto equilibrio la respuesta del afectado, lo único que logra es darle insumos a la audiencia para que tome la parte que le convence y la convierta en un meme o en una cadena de WhatsApp.

Para Omar Rincón, periodista, profesor y crítico de televisión, la postverdad es el resultado de un mal periodismo o de volver noticia tuits de políticos o vídeos que no son de interés público. (Ver: “A muchos medios les interesa lo LGBT cuando hay enfrentamiento”).

Que un político diga algo no significa que sea cierto ni que valga la pena contarlo. Además, parte de su función es distraer a los medios de los temas fundamentales. Lo que pasa en las redes sociales debería quedarse allí, donde un trending topic no dura más de una hora”, señala Rincón.

El papel del periodista no es repetir lo que un político dijo en Twitter. “El periodista tiene que ofrecer un contexto, unos antecedentes y dar criterios para entender lo que pasa”, añade Rincón.

Según Javier Darío Restrepo, la práctica de la información instantánea y comprimida está creando usuarios dispuestos a aceptar que la realidad es lo que la vista y el oído perciben en un mínimo de tiempo.

El buen periodismo

La noticia tiene que seguir siendo lo que el poder no quiere que se cuente y lo que el público no quiere saber. Si no quiere saber de víctimas del conflicto armado, pues hay que hacer un informe al respecto”, señala Rincón.

El buen periodismo, agrega Guerriero, no es repetir sin chequear cualquier paranoia o rumor que recorra el mundo ni estar al servicio del algoritmo de Google. El buen periodismo implica análisis, interpretación y profundidad.

Guerriero se pregunta: ¿Cuándo y cómo empezó esta certeza de que todo periodismo es despreciable? “¿Fue cuando los periódicos acuñaron el oxímoron del lector que ya no lee y, devotos de esa creencia rara, se convencieron de que había que fabricar diarios para no lectores con textos cortos, rápidos y reduccionistas?”, responde.

Aunque ahora haya menos tiempo para hacerlo, el contexto es más necesario que nunca.

En buena medida, la calidad del periodismo la determinan las fuentes consultadas. “Y pasa que muchas veces los medios venden filtración de información de una fuente cercana como periodismo investigativo. Lo que realmente sucede es que esa fuente tiene un interés particular en revelar cierta información –como la famosa cumbre entre Trump, Uribe y Pastrana– que no resultó cierta”, dice Sandra Borda.

Si los periodistas no confirman ni cuestionan, solamente se cumple con el objetivo de esa fuente y no con el propósito informativo de un medio. “Rara vez los medios escarban más allá de lo que esa fuente decide contar”, agrega Borda.

El problema de fondo es que las “noticias falsas” forman parte de la narrativa de quienes siguen esa información. “Es algo más poderoso: cuando solamente confiamos en aquellas noticias que comparten nuestros ‘clanes’ o ‘tribus’, se debilita la narrativa global. Y este es el mejor caldo de cultivo para el autoritarismo”, señala Edward Schumacher-Matos.

“Las fake news no pueden convertirse en una excusa para que los gobiernos controlen los contenidos”, Carlos Cortés.

En efecto, los algoritmos de las redes les muestran los contenidos a las personas de siempre, convirtiendo la información casi que en una burbuja: son las mismas las que comentan, las que dan like y las que interactúan. Por esto, la gente solo habla con quienes piensan igual. Cada cual se mete en su “tribu de convencidos”.

La solución, en todo caso, no es silenciar medios. La Constitución Política de Colombia consagra el derecho a la honra y al buen nombre y delitos como la calumnia pueden tener una respuesta penal. “Pero diseñar delitos para enfrentar las noticias falsas crearía un riesgo de censura, afirma Carlos Cortés.

Una mejor opción es aprovechar las herramientas que ofrecen las redes sociales para reportar los contenidos y perfiles falsos. Y lo más importante: tener claro que la información y los comentarios que circulan en Internet y en las redes sociales no representan toda la realidad sino una parte: la visión de unas personas.

#ReligiónMásDiversidad, es un proyecto apoyado por la Fundación Open Society Institute en cooperación con el Programa para América Latina de Open Society Foundations.


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One thought on “Postverdad: la gente cree lo que quiere creer

  1. y que tiene de malo que la gente crea lo que quiera creer? digamos y si la miss España desea creer que es mujer pues que lo haga o no?


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