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La libertad de ser quien uno es

Brigitte Baptiste y Maxim Februari reflexionan sobre la necesidad que existe en la sociedad de clasificar a las personas a simple vista en hombres o mujeres y de que se vean masculinas o femeninas. ¿Por qué?

Curiosidad e indignación. Dos de los sentimientos que con mayor frecuencia se despiertan cuando una persona ve a otra que hizo (o hace) un tránsito de hombre a mujer o de mujer a hombre.

Mientras el semáforo cambia, intenta responder si esa persona “en realidad es hombre o mujer”, lo que en otras palabras significaría: cómo fue clasificada al momento de nacer, teniendo en cuenta los criterios “vagina, igual mujer” y “pene, igual hombre”.

No se conforma con saber que, sin importar sus genitales y lo que dice su registro civil, esa persona está comunicando a través de su ropa, peinado y expresión de género cómo se siente y quiere ser percibida y tratada.

Maxim Februari, filósofo y abogado holandés, recuerda en su libro El hombre en construcción que vivimos con la idea de que debemos clasificar a las personas, a simple vista, en “machos” o “hembras”.

Y que esta diferenciación es producto de una serie de comportamientos. Mujeres: rosado, pelo largo, aretes, feminidad, sensibilidad y suavidad. Hombres: azul, pelo corto, poder, autoridad y fortaleza.

“Se insiste en que quienes nacen de manera biológica como ‘hembras’, requieren de una educación distinta a la de quienes nacen ‘machos’. Y es muy difícil salirse de esa dualidad”, señala Brigitte Baptiste, directora del Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt.

Hasta en el idioma, agrega, hay que marcar una diferencia. “Uno no pregunta como en inglés ‘are you happy’ independiente de si se dirige a un hombre o a una mujer sino que en español es necesario hacer la diferencia: ‘¿está contento o contenta?'”.

Los medios de comunicación, continúa Baptiste, han sido definitivos en la construcción tan simplificada y estereotipada de la feminidad y de la masculinidad. “Muchas mujeres sienten que para ser aceptadas y tener éxito deben pasar por selecciones tan artificiales como los reinados de belleza“.

A pesar de la necesidad que tienen algunas sociedades de que las personas se vean masculinas o femeninas, la identidad es cada vez más fluida al punto que existen movimientos que hablan de la irrelevancia del género.

Más que los genitales, el cerebro

Desde 1907, recuerda Februari, el médico alemán Magnus Hirschfeld dijo que el sexo de las personas lo define, más que su cuerpo, su alma, y más que sus genitales, su cerebro. “El sexo está relacionado con los genitales, el cuerpo y los cromosomas, mientras que el género es la forma en que uno se ve a sí mismo y quiere que los demás lo perciban”, señala Februari.

Este filósofo y abogado recuerda en su libro El hombre en construcción cómo fue descubriendo quién era él realmente a pesar de que fue clasificado como mujer al momento de nacer. Una tarde, una amiga le propuso jugar al papá y a la mamá. “Y yo, sentada en el suelo de mi casa, le dije entre apasionada e indignada que siempre sería el papá, nunca la mamá”.

Así, poco a poco, fue descubriendo que contrario a lo que todos creían y veían, él (en ese entonces ella) no era una mujer sino un hombre. Pero fue solamente hasta 2012, cuando tenía 49 años, que empezó su proceso de transición de femenino a masculino.

En muchos casos, el primer obstáculo a superar es el señalamiento de “traición al género”. “Se cuestiona que alguien que haya sido criado bajo ciertos parámetros decida ‘pasarse al otro equipo’. No nos permiten esa decisión de vida“, señaló Brigitte Baptiste, durante su charla con Maxim Februari en la pasada Feria del Libro en Bogotá.

Desde su infancia, Maxim Februari tenía la firme convicción de que los demás estaban equivocados si pensaban que era una mujer.

“Como hombre tengo más privilegios. Sucede algo tan sencillo como que la gente me respeta y escucha más”, Maxim Februari

Sin embargo, agrega Februari, no se trata de una “traición al género”, sino de hacer los ajustes necesarios para que una persona pase a vivir en su verdadero género. Se trata de reparar un error que se cometió al nacer.

Cuando empezó su tránsito, muchas personas lo acusaron de otra traición: a la causa feminista, pero él les respondía que, por el contrario, ahora se había vuelto más feminista porque estaba viviendo, en carne propia, las desigualdades que existen entre hombres y mujeres.

Según Februari, Holanda es más sexista de lo que la gente podría imaginar, solo que esa discriminación está escondida, no se reconoce. “Nos decimos a nosotros mismos que no existe y que somos una sociedad igualitaria, pero no es así”.

¿Soy único?

También recuerda que cuando decidió empezar su tránsito, le preguntó a una psiquiatra: “¿no es esta una decisión extraña, quién hace esto?”. Y ella se rió y le respondió: “más gente de la que te imaginas. Quizá no te des cuenta, pero tu médico o la persona que arregla tu carro pueden ser trans‘”.

Ahora, hacer cambios en el cuerpo no es una decisión exclusiva de las personas que hacen un tránsito de género. “Muchas mujeres se someten a intervenciones quirúrgicas para sentirse más a gusto con su figura”, señala Februari.

De ahí que la frase “nacer en el cuerpo equivocado”, no debería utilizarse solamente para referirse a las personas trans. “Casi nadie tiene un cuerpo que se adapta ciento por ciento a esa persona”, afirma.

En su momento, algunas personas le preguntaron por qué en vez de optar por un cambio tan radical, no “superaba” la clasificación por sexos para vivir como quisiera pero sin necesidad de pasar por modificaciones físicas.

“Sentía vergüenza por ser visto de una manera en la que yo no quería”, Maxim februari.

“Es cierto. Habría podido mantener y considerar mi cuerpo femenino como uno masculino. Pero si pido una cerveza y le digo al mesero: ‘soy una persona a la que le gusta ir más allá de los sistemas fronterizos binarios y considero el concepto de género como una construcción social que intento deconstruir en mi performatividad‘, él simplemente me seguirá llamando ‘señora’ con lo que no me identifico”, señala Februari.

Finalmente, según Baptiste, aunque muchas personas se refieran al género como una construcción cultural, en la práctica nos reconocemos como hombres o mujeres o como hombres gais o mujeres lesbianas, trans, intersexuales y así sucesivamente.

Además, agrega Februari: “¿por qué no podría ser y tener un cuerpo de hombre? Nadie da unos pasos sociales y médicos tan drásticos si no siente la imperiosa necesidad de hacerlo”.

En todo caso no es necesario adaptarse a los estereotipos de masculinidad para ser un hombre, ni a los de feminidad para ser una mujer. “Ser hombre no es lo mismo que ser masculino ni ser mujer a ser femenina. La identidad solamente significa que uno es quien es y eso no es asunto de los demás”, señala Februari.

En su caso, su mayor problema no era su cuerpo, sino la timidez con la que lo llevaba. La vergüenza que sentía. Su cuerpo no le resultaba extraño, sino que emitía señales por las que los demás lo interpretaban como mujer.

Sentía pánico en la panadería, en una exposición, al abrir su correo y en cualquier situación en las que se dirigían a él en femenino. “Tenía que ver con las señales que emitía mi voz, mi rostro y mi nombre. No era mi cuerpo en sí lo que me molestaba, sino mi cuerpo como el intermediario en el contacto con el mundo”, explica Februari en su libro.

Una decisión personal

A pesar de que hacer un tránsito de género es una decisión personal para ajustarse a una identidad de género, hay muchas personas que no solamente califican de “anti natural” este paso, sino que lo consideran motivo suficiente para agredir o discriminar a una persona.

No obstante, según Februari, lo natural es la diversidad. La naturaleza siempre está cambiando, el problema es que a la sociedad esto le incomoda. Lo considera de manera prejuiciosa sinónimo de caos, desorden y decadencia.

“Cuando la gente señala a las personas trans de cruzar límites establecidos, yo siempre les digo que en la naturaleza no los hay. La clasificación de ser hombre o mujer es cultural. La naturaleza no nos impide traspasar esos límites y siempre han existido personas que lo han hecho”.

Durante la ceremonia de entrega de los primeros documentos de identidad a las personas trans en Argentina, la ex presidenta de este país Cristina Fernández de Kirchner dijo: “Todo lo que ahora reconocemos por ley, ya existía. Forma parte de la historia de la humanidad y ya es hora de aceptar que la realidad no es como queremos que sea, o como quieren que sea. La realidad es como es”.

La sociedad, agrega Februari, se encarga de fijar fronteras para evitar la diversidad. Sin embargo, la naturaleza no obliga a las mujeres a utilizar vestidos ni a los hombres pantalones, eso es algo que se creó y que por tanto puede cambiarse.

“No solamente aceptamos vestirnos de la manera en la que la sociedad lo ‘ordena’ sino que aceptamos la obligación de ser ‘lindos’. Cada quien debe lucir como mejor se sienta”, afirma Maxim Februari.

“Sentimos vergüenza de expresarnos como nos expresamos y de vestirnos como nos vestimos. Creemos que tenemos la culpa de algo, una narrativa muy destructiva”, añade Brigitte Baptiste.

Los dos coinciden en que es hora de que cada quien se vea como le guste y se vista como prefiera sin tener expectativas de ser “perfectos” porque eso no existe. Ni interesa. Es hora de recuperar la libertad.

 “A mí en todos los aeropuertos siempre me mandan al cuartico”, Brigitte Baptiste.

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