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“Le agradezco a mi mamá que no me obligó a ser una nenita”

Camila Loboguerrero, una de las mujeres pioneras en hacer cine en Colombia, está segura de que en este país habría más mujeres dirigiendo y contando sus historias en cine y televisión si las educaran distinto y les fomentaran otras habilidades.

Dice que no es feminista, que lo suyo no es militar en ningún movimiento social, que no le gusta que la encasillen y que en estos temas siempre ha conservado distancias porque es saludable para el oficio del cine y del arte. Sin embargo, agrega, es consciente de su condición de mujer.

En el caso de Camila Loboguerrero, directora y guionista de cine, “ser consciente de su condición de mujer” significa que, aunque suene paradójico, es “la reina de las feministas”.

“Yo nunca hice lo que tocaba. No fui una niña convencional porque no me daba la gana, porque no quería obedecer al montón, porque pensaba, sentía o era distinta”, le dijo Loboguerrero a la periodista Silvia Galvis en el libro Vida Mía.

En 1958, cuando tenía 17 años y el proyecto de vida de la mayoría de las “señoritas de bien” de su generación era buscar un marido que les garantizara una estabilidad económica y la aprobación social, Camila Loboguerrero entró a estudiar Bellas Artes en la Universidad de Los Andes, en Bogotá.

“Lástima la plata, papá, pero yo misma voy a decidir qué quiero estudiar”, le respondió.

Estudió lo que quiso, a pesar de que al día siguiente de graduarse de bachiller, su papá le dijo que la había matriculado en la Universidad Javeriana (femenina) para estudiar Arte y Decoración.

Estando en París (Francia), participó en las protestas estudiantiles de Mayo del 68 e intentó entusiasmar a sus “compañeras de collarcito de perlas”, pero ninguna se animó. Ese mayo se la pasó haciendo afiches, formando parte de cuanto comité podía y ayudando a vender el periódico de los estudiantes. Pero jamás, reitera, aunque cada vez suena menos creíble, ha militado en algún movimiento.

Viviendo en Europa descubrió que ser mujer allí era distinto a serlo en Colombia. “Allá uno podía entrar a un bar a tomarse un vino sin que nadie lo molestara. En Colombia, uno no podía sentarse, no digo en un bar, sino en una panadería, sin que le cayera algún desocupado a decirle: ‘¿por qué tan solita?'”, le dijo Loboguerrero a la periodista Silvia Galvis.

Las pioneras

Camila Loboguerrero nació en Bogotá el 3 de septiembre de 1941. Tiene 74 años. Fue la primera mujer en hacer cine argumental -o de ficción- en Colombia. Mujeres como Marta Rodríguez y Gabriela Samper habían hecho documentales, pero ella fue la primera en dirigir una puesta en escena.

“Marta Rodríguez me parecía una luz en el firmamento, una heroína. Su trabajo me mostró que aún en el subdesarrollo y siendo mujer, era posible hacer cine”.

En 1966, cuando viajó a Francia a estudiar Historia del Arte, Loboguerrero conoció la universidad donde Marta había estudiado y decidió matricularse. Fue así como en 1970 se graduó no solamente en Historia del Arte sino también en cinematografía.

45 años después de ese grado, Colombia no tiene más de diez mujeres directoras de largometrajes. Hombres, hay unos 45. Este fue el motivo por el que durante muchos años los medios la buscaran para entrevistarla. Era “un bicho raro”.

“Habría que preguntarles a las mamás y a los papás que tienen a bien educar tan mal a sus hijas”, Camila Loboguerrero.

De hecho, en 1984, cuando se conoció su primer largometraje Con su música a otra parte, tuvo todo el cubrimiento de prensa posible. La noticia era que una mujer dirigía una nueva película colombiana.

Por supuesto, la pregunta que los periodistas no omitían era: “¿por qué a una mujer le interesa hacer cine?” que se repitió hasta 2005, cuando apareció Libia Stella Gómez con su película La historia del baúl rosado.

En televisión el asunto es parecido. Son pocas las mujeres directoras. “En una serie de RCN que se presentó en 2014, solamente se nombraba a Sergio Cabrera, pero en realidad estaba dirigida por él y por una mujer. ¿Alguien sabe quién es?”, pregunta Camila.

Asimismo, recuerda a Gloria Parra, quien fue conocida como la mano derecha del director Kepa Amuchástegui. Sin embargo, ella fue codirectora pero su nombre poco apareció. “¿Por qué hay tan pocas mujeres dirigiendo en Colombia?”, le pregunto a Camila.

Para ella, el problema radica en que muchas mamás les enseñan a sus hijas que ese oficio les hace perder feminidad y que tener una posición de mando es de hombres. “Les hacen creer que las mujeres deben ser obedientes y sumisas. Por eso, muchas prefieren el plan subalterno como ser asistentes de dirección del novio de turno”, agrega.

Un mundo de hombres

A comienzos de semestre, cuando acostumbra preguntarles a sus estudiantes de cine qué película les gustaría hacer, muchas mujeres responden: “yo no quiero escribir el guión sino hacer producción o dirección de arte”.

Claro, se necesita gente para todos los cargos, pero difícilmente hay mujeres guionistas. Ese es un mundo de hombres. Libretistas de televisión hay muchas, pero tampoco son visibles. “Aunque lo importante es el talento, faltan más mujeres que cuenten las historias que tienen por contar. No las estamos escribiendo”.

No obstante, aclara, que el guión sea escrito por una mujer no garantiza que una película vaya a ser buena o a tener una mirada particular. “Hay películas de mujeres pésimas y otras buenísimas”.

Por ejemplo, recuerda, Zero Dark Thirty de Kathryn Bigelow, que ganó varios premios. “Es básicamente la historia de unos soldados echando plomo. Me da tristeza esas mujeres que participan en proyectos ‘antimujeres’ o de ‘prepagos’ donde ni siquiera aparecen sus créditos”.

Mujeres lideres y feministas en Colombia
En las asociaciones de guionistas y directores de cine de las que Camila Loboguerrero ha formado parte, siempre encuentra pocas mujeres. De 30 socios, no hay más de 5 mujeres.

“Las mujeres seguimos con esa idea de no tocar los aparatos ni entender la tecnología porque para eso están los hombres”.

En todo caso, se opone a que la incluyan en grupos de “cine de mujeres”. “Esto va en contra nuestra. Es un subcine, una especie de gueto. Mientras que ‘el otro’ cine sí es el verdadero”.

“Hablar de cine de mujeres le permite a la sociedad tener una buena conciencia al supuestamente ayudarles a ‘las pobres mujeres’, mientras que el cine grande es para otros, como diciendo conténtese con lo que ya les dimos”, agrega.

La pelea de Loboguerrero es para que exista un mayor número de mujeres dirigiendo proyectos. “El problema es que muchas no están educadas para eso. Les da miedo pararse en un set y dar órdenes por la creencia de que pierden feminidad”.

También le llama la atención que haya tan pocas mujeres camarógrafas y que este sea un oficio clasificado como “masculino”. “Es una lástima porque el camarógrafo cuenta mucho”.

En 1969, quiso hacer una pasantía como camarógrafa en la televisión francesa. Apenas llegó al lugar, quien sería su jefe le dijo: “¡pero usted es mujer!”. Era un cargo permitido solamente para hombres. Así que no pudo hacer la pasantía en cámara, sino en montaje. “Esa es la vez en que más he renegado de ser mujer”, recuerda.

La solución, dice, no es quedarse en echarles la culpa a los hombres. “Finalmente, para poder hacer una película, uno participa en unos concursos que gana o pierde sin importar si es hombre o mujer”.

No dejarse “ningunear”

Para ella, el punto está en reconocer que todavía hay muchas mujeres supeditadas a sus parejas y enmarcadas en una cultura machista. “En ocasiones nos quedamos en que nos marginan, pero muchas veces somos nosotras mismas quienes nos automarginamos. Permitimos que nos ‘ninguneen'”.

Camila Loboguerrero, por el contrario, ha peleado por su lugar. Cuando grabó su primer cortometraje de ficción Soledad de paseo -la primera vez que dirigió a actores- llegó al rodaje con todo estudiado.

Como era de esperarse, algunos técnicos la miraron de reojo revisando cada uno de sus movimientos. Fue entonces cuando “Larita”, un camarógrafo con años en el oficio, le preguntó: “A ver Linita Wertmüller, ¿dónde quiere la cámara?”, refiriéndose a Lina Wertmüller, quien fue asistente de dirección de Federico Fellini en los años 60.

Ignorando la ironía, Camila le señaló el punto. Ahí hicieron el encuadre, pero poco después ella se dio cuenta de que había sido mejor más corrido hacia un lado. “Pero me lo tragué porque pensé: donde yo diga ‘me equivoqué’, siendo mujer, voy a ser el hazmerreír el resto de mi vida”.

En 1972, cuando trabajó en la oficina de radio y televisión educativa del Ministerio de Educación, la enviaron a hacer unas tomas por varias regiones del país. Viajó en compañía de un camarógrafo de larga trayectoria en televisión.

“El tipo usaba una cámara de combate y nunca medía la luz, sino que llegaba a un sitio y de una se paraba en una esquina y hacía la toma. Yo le decía: ‘tiene que esperarse a que yo le diga dónde ubicarse, pero no me paraba ni cinco de bolas'”.

Fueron varios días tensos en los que Camila le preguntaba: “¿usted no mide la luz? ¿No tiene fotómetro?” Y él le respondía: “tengo ojímetro”. Al regresar a Bogotá, el material no sirvió para nada. “Por fortuna pude decirle: ‘Se lo advertí, sin fotómetro y usted parado en la primera esquina que encuentra, las cosas salen mal”.

“Fue una época bastante desagradable de mi vida porque la televisión era un medio cerrado para las mujeres”.

Contrario al mundo del cine, donde la relación del equipo de trabajo es muy estrecha, cuando entró a trabajar en televisión en la década de los noventa sintió discriminación.

El primer obstáculo que encontró fueron las divisiones por roles y clases sociales. “Detesté ese mundo machista, clasista y competitivo”. Cuando hacía cine, almorzaba con los técnicos y, al entrar a la televisión, siguió con la costumbre.

Un día, el vicepresidente creativo de Caracol le dijo: “Camila tú eres la directora de arte, no te conviene almorzar con los técnicos”. Ella le respondió: “lo siento mucho, pero es con la gente que yo trabajo. Los actores son muy queridos, pero mi equipo es la gente de utilería y ambientación”.

Mujeres lideres y feministas en Colombia
Independiente de que se identifique o no como feminista, en la práctica Camila Loboguerrero ha contribuido a que más mujeres lideren proyectos y cuenten sus historias a través del cine.

El antecedente: una mamá particular

Camila Loboguerrero ha sido particular porque también le correspondió una mamá particular para su generación. Una que tuvo a bien permitirle crecer con libertad y que nunca vio como una amenaza que su hija usara jeans y botas de caucho y no zapatos de charol ni vestidos de encaje.

Su mamá sabía -o al menos intuía- que dejarla vestir como ella quería no era una amenaza para su feminidad sino una garantía para su comodidad. Finalmente, el plan de su hija no era jugar con muñecas sino hacer paseos en bicicleta, subirse a los árboles y jugar fútbol y béisbol con sus tres hermanos hombres y los niños vecinos a su casa campestre en Chía (Cundinamarca).

Su mamá nunca le censuró estos comportamientos sino que le permitió ser libre. Camila sabía engrasar y desarmar al derecho y al revés su bicicleta. No tenía la menor duda de que cuando se vive entre hermanos hombres, es cuando más autosuficiente hay que ser.

Y conocer la mecánica de su bicicleta la llevó a pensar en términos de procesos y le ayudó a entender cómo funciona una cámara de cine. También fue importante para aprender a escribir guiones. “Hay que desarmar la historia para después articular las partes para que funcione”.

A finales de los años 60, cuando Loboguerrero viajó a París, se llevó su tocadiscos. Un día se le dañó y para evitar pagar el arreglo, pasó días enteros estudiando cómo funcionaban las piezas hasta que solucionó el problema.

“Eso no se lo enseñan a las niñas. A ellas les siguen promoviendo que jueguen a las mamás y a ponerles vestidos a la Barbie. Entonces, cuando grandes, saben mucho de moda pero se quedan pasmadas frente a una máquina”.

Camila Loboguerrero le agradece profundamente a su mamá que no la obligó a ser una “nenita” y que no haya sido la típica señora que apenas su hija tiene algún problema, pregunta en voz alta: “algún niño que por favor le ayude a la niña”.

“Me preocupa toda esa educación de la feminidad en Colombia. Las periodistas de televisión tienen que estar como modelos y ¿por qué?”.

“Trabajar en la edición de una película es hacer lo que yo hacía con mi bicicleta: desbaratar las piezas para armarlas de distintas maneras”.

“Siempre he rechazado la sumisión”

En el libro Vida Mía, Loboguerrero cuenta que entró al mundo de “las mujercitas” a los catorce años cuando la invitaron a una fiesta con hombres. “Recuerdo que con esos taconcitos y esas crinolinas que se usaban, me sentía como un gamín disfrazado de señorita elegante”.

La menstruación y las fiestas la hicieron tomar conciencia de que definitivamente era una mujer. Y aunque siempre le agradeció a su mamá la libertad que le dio, nunca le gustó su actitud de resignación, de callar, de no protestar y de ofrecerle todo a Dios. “Siempre he rechazado la sumisión”, dice.

Por este motivo peleó mucho con su papá, incluso de grande. “Me acuerdo que se opuso a que aprendiera a manejar carro y a que abriera una cuenta corriente porque le parecía que esas no eran cosas de mujeres”, afirmó en Vida Mía.

Repitiendo lo vivido en su infancia, durante su carrera profesional ha estado fundamentalmente rodeada de hombres. “Siempre me he entendido mejor con ellos. Creo que mi infancia me preparó para formar parte de una carrera que durante mucho tiempo perteneció al mundo masculino”.

Cuando trabajó en la dirección de cine del Ministerio de Cultura, fue una de las primeras veces que tuvo entre sus pares a muchas mujeres. “Eso era un aquelarre. Finalmente somos nuevas en esto del poder. Ellos siempre lo han tenido y saben manejarlo”.

Camila Loboguerrero llegó al cine porque no tenía escapatoria. Lo que ella sabe hacer es narrar con imágenes. “Y vi el cine como una forma más de expresarme”.

Un día, cuando tenía 26 años y vivía en Francia, estaba almorzando en un restaurante universitario. De repente, un muchacho peruano se le acercó y le preguntó: “¿De dónde eres?”. Jorge Reyes, así se llamaba, acababa de llegar de Italia, quería hacer una película y le propuso que le ayudara.

“Yo le ayudo pero no sé nada de cine”, le respondió. Él le dijo que no hablaba francés y que, para empezar, necesitaba una intérprete. Después del rodaje, Camila Loboguerrero confirmó que el cine era lo suyo.

Este oficio también ha sido una manera de canalizar su rebeldía. Su película María Cano es el ejemplo más obvio. “Me identifiqué con ella porque no iba detrás de votos ni de puestos. Lo suyo era un asunto de ideas, un tema que me llega al alma”. Sin embargo, agrega, no es feminista. ¿Alguien le cree?

“No saber manejar el poder genera inseguridades y, por tanto, hay mujeres dictatoriales y arrogantes en el trato con sus subalternos”.


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