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Dos años después, Sergio Urrego vive

Dos años después de su muerte, el legado de la corta pero intensa historia de vida de Sergio Urrego está más vivo que nunca y presente en el panorama nacional.

El lunes 4 de agosto de 2014, Sergio Urrego se lanzó al vacío desde la terraza del Centro Comercial Titán Plaza, ubicado al occidente de Bogotá. Tenía 16 años y le faltaban cuatro meses para obtener su título de bachiller.

En su cuenta de Ask.fm, una red social muy popular entre adolescentes, Sergio escribió: “considero el suicidio como uno de los actos más valientes que puede llegar a cometer el ser humano y la única salida que existe de un infierno terrenal”.

También anotó: “independiente del motivo por el cual una persona se suicide, la decisión es personal y no se debe ver a través del cristal moral o cristiano, simplemente hay que aceptar la osadía de esta emancipadora acción”.

A la pregunta: “¿cómo vas a morir?” que alguien le formuló en esa red social, Sergio respondió: “El suicidio siempre será una opción”.

Conociendo lo que él pensaba sobre este tema, muchas personas coinciden en afirmar que la decisión que Sergio tomó fue un gesto de protesta, un grito de inconformidad.

En los últimos meses, había sido víctima de una persecución por parte de las directivas del Gimnasio Castillo Campestre, colegio en el que estudiaba desde sexto grado. Sergio se les había convertido en una piedra en el zapato.

Todo empezó por sus reclamos frente al hecho de que las directivas no repusieran las horas que perdían cuando el profesor no asistía a clase.

En diciembre de 2013, en una reunión de padres de familia, Sergio intervino para decir que Amanda Azucena Castillo, la rectora del colegio, le había encargado las chaquetas de su promoción (2014) a un familiar de ella, a pesar de que resultaban más costosas que otras cotizaciones presentadas.

En otra ocasión, cuando Sergio expresó su inconformidad con una decisión, un profesor le dijo que él no tenía derecho a opinar. “Sergio le respondió que sí podía hacerlo y se salió del salón”, recuerda Alba Lucía Reyes, la mamá de Sergio.

A esto se sumaba el hecho de que el Gimnasio Castillo Campestre es de filosofía católica y Sergio se declaraba ateo.

El asunto se complicó cuando Mauricio Ospina, el profesor de Educación Física, decomisó el celular de una estudiante en el que había una foto en donde Sergio y su pareja, Danilo, alumno del mismo curso, se daban un beso.

Algunos momentos de la vida de Sergio que Alba, su mamá, enmarcó en una galería que tiene puesta en la sala de su casa.

¿Manifestaciones obscenas?

Según las directivas, el manual de convivencia del colegio prohibía “las manifestaciones de amor obscenas, grotescas o vulgares”. Lo curioso es que para ellas, el beso entre Sergio y su novio clasificaba como “obsceno”, pero no sucedía igual si este gesto tenía lugar entre personas de distinto sexo.

Para completar, las directivas le exigieron a Sergio y a Danilo contarles a sus papás que tenían una relación. Así que él no tuvo otra alternativa que decirles a Alba y a Robert, su papá, que le atraían las personas de su mismo sexo.

“Me dijo que creía que era bisexual porque le gustaban las niñas, pero que en ese momento tenía una relación con Danilo”, explica Alba.

En ese entonces, Alba no conocía nada sobre diversidad sexual. “Cuando el tema no lo toca a uno, se ve con distancia. Sin embargo, el hecho de haber crecido en ambientes de respeto nos ayudó a Robert y a mí a aceptarlo como era“.

Alba afirma que para una mamá no es fácil que un hijo le diga que es bisexual u homosexual. “No obstante, nunca lo rechazamos por esto”.

Para Sergio, el amor no debía tener etiquetas. A la pregunta: “¿bisexual?” que alguien le formuló en Ask.fm, él escribió: “No creo que el amor tenga etiquetas. Pero si algunos sienten la necesidad de etiquetarme, preferiría que se me incluyese dentro de lo queer”.

El 12 de julio de 2014, poco antes de regresar de las vacaciones de mitad de año, Alba y Robert fueron citados por las directivas del colegio. “Los días previos a la reunión, Sergio estuvo muy mal. Le dio migraña y vomitó varias veces. Tuve que llevarlo a la clínica”, recuerda Alba.

La rectora les dijo que no los citaba por la relación de Sergio con Danilo sino por su actitud, pero todo el tiempo se refirió a la orientación sexual de Sergio como si fuera algo malo o necesario de corregir.

Para ese entonces, por la persecución que Sergio estaba viviendo, él junto con su mamá habían radicado una queja en la Secretaría de Educación de Cundinamarca. Hasta ahora no han obtenido respuesta.

Más adelante Alba se enteró de que después de las vacaciones, todos los días sacaban a Sergio de clase para llevarlo a psicología donde lo ponían a hablar de su orientación sexual.

La persecución llegó al punto de que las directivas del colegio elaboraron una demanda penal contra Sergio, argumentando acoso sexual hacia Danilo, su pareja.

“Aunque dijeron que la demanda había sido ideada por los papás de Danilo, la investigación demostró que fue hecha en el colegio: las directivas les pidieron interponerla a cambio de que Danilo pudiera continuar en el colegio”, afirma Alba.

¡No más!

La pesadilla siguió hasta que faltando solamente unos meses para graduarse, los papás de Sergio decidieron retirarlo del colegio para matricularlo en el Liceo Normandía, donde había estudiado primaria.

Sin embargo, nunca alcanzó a ir. El lunes después de presentar las pruebas del ICFES (examen de Estado para la educación media), Sergio se lanzó al vacío.

Aunque a un precio muy alto, su decisión de quitarse la vida puso en el panorama nacional uno de los temas que más le preocupaba: las falencias de la educación en Colombia.

“De hecho, un día me pidió que le revisara una columna que había escrito al respecto. Quería que se la publicaran en El Espectador. Le sugerí algunos cambios y la envió”. Nunca recibió respuesta. Ese periódico la publicó el 21 de octubre de 2014, cuando Sergio ya había muerto y su caso era noticia.

Alba Reyes, la mamá de Sergio Urrego, mantiene intacto el cuarto de su hijo.

Mientras muchos adolescentes piensan en videojuegos, salir con amigos y tener ropa de marca, a él nunca le interesó eso.

Sergio no fue un niño ni un joven convencional. Mientras los primeros jugaban con carros, él nunca lo hizo. Tampoco le gustaban los deportes, excepto la natación, la cual practicó desde los 5 hasta los 12 años.

Alba recuerda que Sergio llegó al conjunto donde vivían cuando tenía 8 años. Los niños empezaron a buscarlo para salir a jugar. “Un día me dijo que no quería que lo llamaran más porque no iba a volver a salir con ellos y así fue. Él no era de andar en la calle, ni de pasar el tiempo con un grupo de amigos. Casi siempre estaba en la casa”.

Alguna vez Alba fue con Sergio al Centro Comercial Titán Plaza porque tenía planeado comprarle unos tenis. “Yo entré a una tienda, cuando me di cuenta de que estaba hablando sola. Sergio se había quedado afuera”.

Alba le preguntó por qué no había entrado y él le respondió: “¿Piensas que vas a comprarme algo en ese almacén?”. Él le pedía que le comprara la ropa en San Victorino, en el centro de Bogotá o en algún almacén donde no fuera costosa y tuviera certeza de que se trataba de industria colombiana.

Hasta los 10 años Sergio fabricó sus regalos de navidad. “Yo le compraba el material y él hacía una tarjeta o un muñeco de nieve. No le gustaba comprar”.

No obstante, en ocasiones buscó la manera de tener algún ingreso para adquirir sus propias cosas. La primera vez fue cuando tenía alrededor de 10 años: diseñó una carta de onces donde ofrecía un sánduche y alguna bebida a 10.000 pesos.

“Él no me dijo nada sino que un sábado empezaron a timbrar niños preguntando por las onces. Yo les respondía extrañada cuáles y ellos me decían que las que Sergio vendía. Así que con mucha pena me tocó prepararlas y venderlas ese día”.

Desde muy niño, Sergio Urrego fue seguidor de Mafalda. Acá, parte de su colección.

Su gran pasión

La lectura fue la pasión de su vida. Su primer libro fue El mago de Oz, que leyó con sus padres cuando tenía tres años. Después vendría La historia sin fin, Mafalda (tenía la colección) y muchos otros. Edgar Allan Poe fue uno de sus autores favoritos.

Su pasión llegó al punto de que para el cumpleaños o la navidad solamente pedía libros. “Una vez me hizo una lista con más de 20 títulos. Yo le dije que no le podía dar todos al tiempo, pero que de a poquitos lo haría”, señala Alba.

El amor por los libros venía de su casa, especialmente de Robert. “Tanto él como yo hemos sido amantes del arte y del cine arte. Somos más bohemios y ese fue el camino por el que llevamos a Sergio”.

Desde que tenía 3 años, las salidas en familia eran a museos, galerías de arte y a bibliotecas como la Virgilio Barco y la Luis Ángel Arango. De hecho, Sergio tenía una libreta donde anotaba los libros y películas que había leído y visto y las que le faltaban.

Escuchar ópera era otro de sus planes favoritos. “Un día, cuando él tendría unos cuatro años, empecé a llamarlo por toda la casa porque no sabía dónde estaba. Como no me contestaba, lo busqué por los diferentes espacios hasta que llegué a su cuarto. Tenía la puerta cerrada”.

Cuando Alba entró, lo encontró recostado en su cama, con su cabeza apoyada sobre un brazo y mirando para el techo. “Le pregunté qué hacía. Con la mano extendida en señal de no interrumpirlo me dijo: estoy escuchando ópera”.

Sus gustos musicales también incluían a Emma Shapplin, Aterciopelados, Celia Cruz y los Beatles.

Sergio David Urrego Reyes nació el 25 de noviembre de 1997. “Quedé embarazada de él cuando tenía 27 años. Por ese entonces trabajaba y estaba terminando mi carrera de Publicidad en la Universidad Jorge Tadeo Lozano”, recuerda Alba.

Antes de cumplir un año, Sergio ya hablaba. “Desde que lo llevaba en mi vientre lo estimulé mucho. Todos los días le decía algo y le ponía música clásica. Nunca le hablamos a media lengua sino que todo se lo explicábamos de la manera más clara posible”.

A medida que crecía, Alba le recordaba que tenía que vivir cada etapa de su vida acorde con su edad. “Se lo repetía porque sentía que su forma de ser, distinta a la de muchos niños, podía obstaculizar su vida social”.

El primer puesto

Una tarde Sergio regresó triste del colegio. Había tenido que llevar un CD y mientras muchos niños llegaron con uno de Carlos Vives o de Shakira, él llevó sus canticuentos, lo que para algunos fue motivo de burlas.

“Le dije que no se preocupara, que los canticuentos eran apropiados para su edad y que era decisión de los otros niños vivir algo distinto. Me acuerdo que le repetí: si a ti te gusta, escúchalos”, señala Alba.

Sergio siempre ocupó el primer puesto en el colegio por su desempeño académico. En primaria, en el Liceo Normandía, estuvo becado y en alguna época fue monitor, debido a que como terminaba más rápido las actividades asignadas, aprovechaba el tiempo para ayudarles a sus compañeros.

Los Beatles fue una de sus bandas favoritas. Acá, parte de su colección junto a sus audífonos.

Educación Física era la única materia en la que no le iba bien. Alba recuerda que él vivía impecable, era muy pulcro y no le llamaba la atención la idea de ejercitarse. 

Aunque las matemáticas no le gustaban, le iba bien en esa materia. En general, sus notas siempre eran de mínimo 4.5 (sobre 5). También le gustaba el dibujo pero decía que no había desarrollado habilidades en esto.

Durante muchos años Sergio se ganó la medalla que entregaban en las izadas de bandera del Gimnasio Castillo Campestre. “Se las daban por un día y, si querían quedarse con ellas, tenían que comprarlas. Él siempre se negó a esto. Me decía que no le parecía justo porque se la había ganado por su desempeño y no por pagarla”, aclara Alba.

En las pruebas del ICFES de 2014 ocupó el primer puesto del colegio y el número 10 del país. Además de sus habilidades académicas, sus compañeros de curso siempre lo quisieron. “Especialmente las niñas, porque él no era brusco ni patán, siempre fue una persona muy respetuosa”, dice Alba.

A los 14 años dejó de ver televisión. “Recuerdo que en 2014, me afilié a DirecTV para ver el mundial de fútbol. Aunque a Sergio no le gustaba este deporte, aprovechó la suscripción para ver algunos programas de History Channel.

Grabó incluso un especial sobre la vida de Hitler, de quien había leído bastante, no porque lo admirara, sino porque le parecía que tenía una gran capacidad para movilizar a la gente alrededor de unos objetivos.

A esa edad también se vinculó a la Unión Libertaria Estudiantil (ULE). “Sergio fue muy político y así no haya alcanzado a identificarse de esa manera, fue un activista”, señala Alba.

Ella no sabe si su lado político lo aprendió en la casa -a Alba le decían “La Pola” en la universidad en honor a Policarpa Salavarrieta-, si lo alimentó a través de la lectura o si fue un poco de ambas partes.

Uno de los documentos que Sergio tenía en su habitación.

Ateo y anarquista

Cuando Sergio le dijo a su mamá que era anarquista, Alba quiso pegarse al techo. No conocía nada del tema y le preocupaba que su hijo estuviera involucrado en cosas raras.

“Como sabía que se reunían en la biblioteca Virgilio Barco, un día le dije a Robert que fuera allá a revisar qué hacían. Él fue y los conoció y me dijo que no tenía de que preocuparme. Entonces estuve más tranquila”.

Alba recuerda que difícilmente Sergio le decía mentiras. Sin embargo, un sábado 1 de mayo se levantó a las 6 de la mañana y se arregló para salir.

“Me dijo que iba a llevar algo a la ULE y que después se iría a hacer un trabajo con Danilo”.

Rápidamente Alba se dio cuenta de que en realidad su hijo se iba a participar en las marchas del día del trabajo.

Sergio sabía que en su casa había reglas que cumplir, pero siempre tuvo la libertad para construir su propia personalidad. “Fuimos muy respetuosos de sus ideas y creencias”.

Bajo esta misma premisa, Alba aceptó su decisión de ser ateo, aunque buena parte de los familiares de ella están vinculados a movimientos pentecostales.

“Sergio y yo alcanzamos a asistir a una de estas iglesias. Después nos dimos cuenta de que eso era un negocio”, dice Alba. Fue entonces cuando Sergio empezó a cuestionarse más su ámbito espiritual y se declaró ateo.

La protección del medio ambiente era otra de sus causas. De hecho, aunque alguna vez contempló ser escritor, había decidido que estudiaría Ingeniería Ambiental. Decía que quería contribuir a cambiar el mundo a través de su carrera.

Entre sus mascotas hubo un hámster, un pollito y un labrador negro. Ahora tenía una gata llamada Oreo.  

Entre sus platos favoritos estaban las costillitas de cerdo y las hamburguesas, pero recientemente había dicho que aunque le resultaría muy difícil, no descartaba la idea de volverse vegetariano para ser más amigable con el medio ambiente y los animales.

Sergio tenía planeado, una vez terminara el colegio, estudiar inglés en Australia. Al principio no quería hacerlo porque decía que eso era darse un año sabático. Al explicarle que era mejor que entrara a la universidad con otro idioma, aceptó viajar.

Alba define a Sergio como una persona callada, tímida, seria, sensible, directa, organizada, independiente, cuidadosa y con un humor negro increíble. “Tenía mucha chispa”.

Prefería hablar con adultos que con gente de su edad, porque se aburría. “Alguna vez le pregunté por qué se negaba a salir o a pasar al teléfono a las niñas que ya empezaban a llamarlo y él me dijo que le parecían huecas”.

El amor de su vida

Su abuela, de 91 años, fue su adoración. Eran muy cercanos. Todos los días entraba a su cuarto y le ponía la frente para que ella le diera un beso. Ese 4 de agosto fue distinto: entró a su cuarto, habló con ella, pero fue él quien le dio un beso antes de irse.

Uno de los últimos planes que Alba y Sergio hicieron juntos fue viajar a Cuba en octubre de 2013. Disfrutó mucho esos días a pesar de que no le gustaban el sol ni el calor.

El 4 de agosto de 2014 Sergio se lanzó al vacío sabiendo lo que hacía. Así lo confirman las cartas que dejó. “A través de una carta donde me pide que deje en limpio sus 16 años de vida, entiendo que me delega la tarea de evitar que persecuciones como las que él vivió vuelvan a ocurrir”, afirma Alba.

Después de su muerte, la gente le decía a Alba que tenía que cerrar el ciclo y dejar de indagar por lo sucedido con Sergio. Sin embargo, su mejor amiga la contactó con la ONG Colombia Diversa y fue entonces cuando empezó la investigación del caso.

Alba, la mamá de Sergio, junto a su abuela, quien tiene 91 años.

Sergio había subrayado apartes del manual de convivencia del colegio y anotado al lado: “ley 1620”.

El Gimnasio Castillo Campestre continúa operando. Amanda Azucena, renunció a la rectoría (aunque ella es la dueña del colegio y buena parte de quienes trabajan allí son sus familiares) y actualmente tiene casa por cárcel.

“Ahora estamos pendientes del pronunciamiento de la Corte respecto a la tutela que interpuse con el apoyo de Colombia Diversa y donde solicitamos la revisión de los manuales de convivencia de las instituciones educativas, la aplicación de la ley 1620 y la protección de los derechos de los menores”, afirma Alba.

La muerte de Sergio, su único hijo, cambió radicalmente la vida de Alba. “No es fácil vivir sin él. Sergio era mi compañía”. Sin embargo, él sigue siendo el eje de vida. El propósito de Alba es dedicarse a la Fundación Sergio Urrego constituida para proteger a los menores en las instituciones educativas.

“Muchos niños de diferentes ciudades y países me han contactado para decirme que ellos también fueron Sergio. Finalmente, muchos papás no tienen idea de lo que sufren sus hijos en los colegios”, concluye Alba.

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