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Viviana y Tatiana: “sí, acepto”

Mucha gente dice que las personas lesbianas, gais, bisexuales y trans (LGBT) se “victimizan” y exageran al decir que las discriminan. La historia de Viviana y Tatiana demuestra que el problema radica en que muchas desigualdades se convirtieron en parte de la cotidianidad.  

“¿Hacemos un trío?”, es una propuesta que les resulta familiar a Viviana y a Tatiana, cuando ellas no tienen en mente nada más allá de bailar en un bar. Sin embargo, han tenido que espantar hombres convencidos de que el beso entre ellas no es un gesto de afecto propio de una pareja, sino una invitación a cumplir una de sus fantasías eróticas.

La pregunta es: ¿a cuántas parejas, hombre y mujer, les pasará esto? Tatiana Peláez, de 31 años y Viviana Jordan, de 28, son pareja desde hace cinco años. No están juntas para seducir hombres con la idea de hacer un trío, porque no encontraron al esposo perfecto, por un trauma de la infancia o porque estén viviendo una etapa que pronto superarán.

Están juntas porque así lo eligieron, porque se quieren, porque se atraen. El problema es que, por creencias religiosas, prejuicios o apego a las tradiciones, la sociedad aún hace difícil que una persona diga abiertamente: “soy mujer y me gustan las mujeres” o “soy hombre y me gustan los hombres”.

Llegar a esto implica pasar por un proceso que las personas heterosexuales poco conocen: salir del clóset. Y hay que hacerlo porque en la mayoría de familias, en los medios de comunicación y en las instituciones educativas se parte de la base de que solamente existe la heterosexualidad. Lo demás, dicen, son “desviaciones” que no deben contemplarse.

Por lo general, ni en los colegios ni en las familias se explica que así como hay parejas conformadas por un hombre y una mujer, también existen las del mismo sexo, y que da igual. De eso no se habla. 

Mientras las amigas de adolescencia de Tatiana eran felices escribiéndoles cartas de amor a sus novios, ella le pedía a alguna que si le escribía la suya: le tenía pereza al tema.

– ¿Nos cuadramos? – le proponía algún niño a Tatiana.
– Bueno – respondía ella.
– ¿Terminamos? – le proponía poco después.
– Bueno – respondía ella.

¿Qué es ser gay?

Desde entonces sabía que le gustaban las mujeres, pero no tenía idea de qué era ser homosexual. “Lo único que conocía eran los estereotipos de lesbianas con camisas de cuadros, pelo corto, discriminadas y aisladas. Mi referente más cercano era Xena, la princesa guerrera, nada más”, recuerda Tatiana.

Además, no iba a salir del clóset en el colegio de “niñas bien” en el que estudió –una burbuja, dice– donde conocía el caso de una alumna a la que le habían hecho bullying por ser lesbiana.

Viviana, por su parte, desde los siete años supo que le atraían las mujeres. “Yo tuve esas amistades que los profesores califican de obsesivas, pero lo que pasa en realidad es que a uno le gusta la otra niña”, señala. Y varias veces llamaron a sus papás para decirles que algo no andaba bien con su hija. ¿El problema? Jugaba mucho fútbol.

Cuando Tatiana se graduó del colegio, viajó seis meses a Kansas (Estados Unidos), mientras que su mejor amiga se fue para Los Ángeles. Estando allá Tatiana decidió llamarla para contarle que le gustaban las mujeres. Lo que no sabía era que su amiga estaba en proceso de volverse cristiana.

“Esa etapa fue muy dura para mí. Pasé por momentos de depresión, de no saber qué hacer ni con quién hablar”, Tatiana Peláez.

parejas homosexuales de Colombia casadas
Viviana Jordan es psicóloga y tiene 28 años. Foto: Pilar Mejía.

Como era de esperarse, ella le dijo que eso era una etapa, que más bien viajara a Los Ángeles a pasar allá una temporada. “Así lo hice y caí directo en la iglesia a la que mi amiga asistía. Buscaba cualquier cosa que me salvara de ser yo”, afirma Tatiana.

Cuando regresó a Bogotá, volvió con un novio que había tenido en el colegio y que para ese entonces era el hombre perfecto: por sus creencias religiosas solamente tendría actividad sexual hasta el matrimonio.

Lo mejor, no fue necesario esperar para comprobarlo. Cuando Tatiana entró a estudiar Comunicación Social en la Universidad Javeriana, conoció a su primer amigo gay, quien se convirtió en el puente para estar cerca de otras personas de las que ella pensaba: “¡son como yo!”. A los 19 años su mundo y su clóset se abrieron.

Paso obligado

Cuando le contó a su mamá, ella le dijo que ya sabía. “¿En serio?”, respondió Tatiana, lamentando que se hubiera guardado tanto tiempo esa bomba. Su papá le dijo que mientras ella fuera feliz, todo estaba bien.

Viviana salió del clóset cuando estudiaba Psicología en la Universidad de La Sabana. En segundo semestre empezó a salir con una niña y se sentía rara, así que fue a donde una psicóloga de la universidad quien le dijo que lo mejor era que no fuera a Theatron ni a ninguno de los bares gais que empezó a nombrar uno a uno. “Me sorprendió porque yo ni siquiera sabía que había tantos bares gais”, dice riéndose Viviana.

Sus papás no se enteraron de su orientación sexual por un chisme ni por una foto sospechosa que encontraron en su computador. Ella decidió contarle a cada uno. Mientras su mamá le dijo que ya lo suponía, su papá lo tomó muy mal.

“Me pedía que fuéramos al psicólogo y yo le respondía que fuera él porque era él quien tenía problemas con el tema, no yo”, recuerda Viviana. Y aunque él aún tiene cierta dificultad para aceptar que existen parejas del mismo sexo, la relación entre ellos está muy bien.

“Mi familia adora a Viviana. Mis primos me dicen que si terminamos me voy yo y ella se queda”, Tatiana Peláez.

“Aunque sé que por decir la verdad me han cerrado puertas laborales, voy a seguir haciéndolo”, Tatiana Peláez.

Salir del clóset es un gesto de libertad que, infortunadamente, todavía tiene un precio. Por ejemplo, en entrevistas laborales Tatiana siempre le ha temido al momento del “¿tienes novio o esposo?” porque casi nunca la pregunta es abierta: “¿tienes pareja?”. Se parte de la base de que si es mujer debe tener novio o esposo y, si es hombre, novia o esposa.

Al principio, ella respondía “sí” y cuando le decían “¿cómo se llama?”, hablaba de Víctor, Juan o el primer nombre que se le ocurriera, hasta que un día dijo “no más”. Empezó a responder con la verdad, que vivía con Viviana, su pareja. Venía, entonces, una pausa en la entrevista y el ambiente se tornaba tenso.

Viviana también optaba por una estrategia similar. Decía que estaba casada y que su pareja se llamaba Juan o Pedro. Sin embargo, en una ocasión en la que ya había sido seleccionada, la psicóloga de la empresa le pidió el acta de matrimonio y una fotocopia de la cédula de su esposo. “Le dije la verdad y me respondió que no había problema, que esa información se quedaba entre ella y yo”, señala Viviana.

¿Cómo planifica?

Otra situación incómoda, agrega Tatiana, es cuando asiste al médico general y sin permitir otra opción le pregunta: “¿cómo planifica?”. Cuando ella responde “no planifico”, la frase siguiente es un alarmado “¿por qué?”. Ella le explica porque su pareja es mujer y la respuesta es un “ahh”. En otras palabras, muchos profesionales de la salud ni siquiera contemplan esa posibilidad.

A estas situaciones se suma la tradicional pregunta: “¿quién hace de hombre y quién de mujer?” que tiene su raíz en la falsa creencia de que los hombres, por ser hombres, deben tener determinados comportamientos o roles y, las mujeres, por ser mujeres, otros.

La lista de desigualdades que forman parte de la cotidianidad de una persona no heterosexual -o de comportamientos que se han convertido en algo normal cuando no lo son- no termina ahí. Por ejemplo, en una ocasión a Viviana y a su exnovia las sacaron de un restaurante-bar por estar cogidas de la mano. La mesera les dijo: “esos actos no están permitidos aquí”.

Aunque a Viviana y a Tatiana, quienes se conocieron vía Facebook, les gustaría caminar por la calle de la mano, tal como muchas parejas lo hacen, evitan hacerlo. Les incomodan las miradas, los chiflidos o los comentarios agresivos.

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Tatiana Peláez tiene 31 años y es comunicadora social. Foto: Pilar Mejía.

“A mí me han chiflado en la calle por ir cogida de la mano de una mujer”, Tatiana Peláez.

Para rumbear, prefieren ir a sitios gais. “La gente nos pregunta por qué nos autodiscriminamos y no vamos a cualquier bar”. Las miradas, los susurros y las propuestas de hombres de hacer un trío son parte de la respuesta.

Esto, por no hablar de los riesgos más extremos. Aunque muchas personas dicen que los gais se victimizan, lo sucedido recientemente en la discoteca gay Pulse, en Orlando (Estados Unidos), refleja lo que aún puede significar ser LGBT. ¡Cómo exageran! Si lo único que puede pasarles es que los maten por ser quienes son.

Ahora, como muchas parejas heterosexuales, Viviana y Tatiana quieren casarse. Tatiana le propuso matrimonio a Viviana a finales de 2012. Debido a que desde junio de 2013 existía la posibilidad de que las parejas del mismo sexo empezaran a casarse, Viviana llamó a diferentes notarías, pero en todas le respondieron con un contundente “no”.

Así que acudieron a la ONG Colombia Diversa y allá les dijeron que por nada del mundo aceptaran el “contrato solemne” que, en ese entonces, ofrecían las notarías. Su decisión, entonces, fue firmar la unión marital de hecho el 5 de julio de 2013.

Derechos garantizados

Con ese contrato, Tatiana afilió a Viviana a su EPS (Entidad Prestadora de Salud) durante un tiempo y ahora Tatiana está en la caja de compensación de Viviana. Y aunque la unión marital de hecho les garantizó formalmente unos derechos que ya tenían por vivir en unión libre, no son los mismos que otorga el matrimonio. “Si por ejemplo Vivi se gana una beca para estudiar en el exterior, yo no podría viajar con ella como su cónyuge”, señala Tatiana.

Así que el paso a seguir fue presentar una solicitud de matrimonio en juzgados. La Procuraduría General de la Nación, en cabeza de Alejandro Ordóñez, intervino: mandó un oficio advirtiéndole al juez que los matrimonios en Colombia solamente podían ser entre un hombre y una mujer. El juez, temeroso, se negó a casarlas.

Presentaron una segunda solicitud, pensando que podría quedar en manos de un juez más justo. En esta ocasión, alcanzó a llamar a los testigos. A la mamá de Tatiana le preguntó cuánto tiempo llevaban juntas, cómo era la relación, por qué se querían casar etc.

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Después de superar muchos obstáculos, Viviana y Tatiana se casarán en una notaría en Bogotá, tres años de haber firmado la unión marital de hecho. Foto: Pilar Mejia.

Cuando todo apuntaba a que este juez sí las casaría, finalmente les dijo que aunque él estaba de acuerdo con el matrimonio entre personas del mismo sexo, la Procuraduría los estaba acosando y era mejor evitarse un problema. Así que envió la solicitud a un juzgado de descongestión donde fue rechazada.

Después de un proceso tan desgastante, prefirieron dejar las cosas así hasta el 28 de abril de 2016 cuando la Corte Constitucional de Colombia le dio el sí final al matrimonio igualitario. Viviana y Tatiana se casarán el próximo 5 de julio, tres años después de firmar la unión marital de hecho.

Y aunque hay quienes dicen que el matrimonio es una institución mandada a recoger y que no debería ser necesario firmar ese contrato para adquirir unos derechos y deberes, Tatiana asegura que quien no quiera casarse bien pueda, pero que ellas sí quieren hacerlo.

“Mis amigos me dicen que soy la lesbiana más conservadora que han conocido, porque creo en la fidelidad y en el matrimonio. Puede que en la práctica sea solamente firmar un papel pero yo siento que este vínculo le da peso a la relación. Yo no me siento cómoda diciendo que Vivi es mi novia porque es mucho más y para mi es importante que eso quede claro ante nosotras, la familia, los amigos y la sociedad”, afirma.

Más allá de casarse con un vestido largo y blanco, lo que a ellas les interesa son los derechos y deberes que la ley estipula bajo la figura del matrimonio.

Ser visibles

A Tatiana y a Viviana poco les atrae figurar públicamente. Sin embargo, decidieron ser visibles porque los medios de comunicación siempre presentan a las mismas tres parejas como si solamente esas tres quisieran casarse. En realidad son muchas más, pero son pocas las que son visibles.

“Nosotras no somos activistas ni participamos en la marcha LGBT, pero me sentí muy mal cuando me dijeron que no podía casarme. Más allá de algunos espacios laborales donde me han cerrado las puertas, nunca antes me había sentido discriminada”, afirma Tatiana.

Saben, también, que ser visibles puede ayudarles a otras personas. “Si cuando estaba en el colegio yo hubiera conocido historias de personas homosexuales, todo habría sido distinto. Yo pasé por una situación oscura, no sabía con quién hablar e incluso si podía hablar del tema. Entiendo por qué muchas veces la gente se suicida”, agrega Tatiana.

“En mi trabajo de selección de personal, entrevisto con mucha frecuencia a hombres homosexuales, mujeres lesbianas muy pocas”, Viviana Jordan.

Cuando empezaron a ser más públicas, vinieron los comentarios ofensivos en redes sociales. “Pero yo siento que las parejas que no tenemos problemas con nuestra familia, amigos ni en el trabajo por ser quienes somos, podemos ser visibles”.

Y con mayor razón, cuando se trata de mujeres. A pesar de que más funcionarias públicas han reconocido ser lesbianas, aún falta mayor visibilidad como una manera de mostrar que su orientación sexual no es una moda, una etapa o una estrategia para seducir hombres.

Aunque cada vez más mujeres viven desde temprana edad su orientación sexual, los bares LGBT, por ejemplo, siguen siendo espacios principalmente masculinos. Incluso allí, las mujeres, tal como sucede en otros ámbitos de la sociedad, están en un segundo renglón.

La visibilidad también es una manera de responder a actos como el sucedido en la discoteca gay Pulse, en Orlando, donde un hombre asesinó a 49 personas e hirió a más de cincuenta. “Frente a la muerte, vida” y “frente al odio, amor“, se repitió durante el homenaje a las víctimas de este ataque que tuvo lugar en Bogotá.

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