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Feminismo Colombia

Yo, el feminista

Con el tiempo aprendí que la raíz de cualquier tipo de discriminación sea por raza, género, sexo, orientación sexual o identidad de género es el mismo: una cultura machista que es necesario cuestionar.

Crecí rodeado de muchas mujeres: Mamá, hermana, tías, primas, vecinas… Por supuesto, no faltan quienes dicen que por eso soy gay. A pesar de que las quiero, admiro y comparto con ellas, años atrás el mensaje de que hombres y mujeres éramos iguales y podíamos destacarnos de la misma manera, no me calaba del todo. El arsenal de machismo colombiano que tenía acumulado, había devastado mi admiración por ellas.

Esto se hizo evidente cuando entré a estudiar a la universidad. No me parecían convincentes los argumentos de mis compañeras y profesoras y no me gustaba debatir con ellas porque sentía que perdía el tiempo. Tuvo que pasar un buen tiempo, cinco años, para que me encontrara de frente con una realidad: muchas mujeres serían mis compañeras de trabajo.

En mi primer empleo formé parte de un grupo de investigación en una institución pública y de 10 integrantes, siete eran mujeres. En las conversaciones cotidianas y en el trabajo de campo me di cuenta de que todas las tonterías que creía, estaban basadas en prejuicios y estereotipos que me había dejado meter en la cabeza por los medios de comunicación, amistades y familia.

Lo que ha sucedido desde entonces ha sido un ir y venir de discusiones y debates con mujeres alucinantes: activistas de derechos humanos, jefas, compañeras de trabajo, amigas y un sin fin de ellas con quienes, por diferentes motivos, he compartido camino.

En general, me han mostrado dos cosas: primero, que las mujeres tienen los mismos derechos y posibilidades que los hombres y, segundo, que son seres con una enorme capacidad de enseñanza.

Yo lucho contra la discriminación que sufren las personas LGBTI. Mi discurso ha estado centrado en lo que nos sucede a nosotros/as. Con el tiempo, y a medida que he abierto mi cabeza y corazón al feminismo, he encontrado que la raíz de la discriminación sea por raza, género, sexo, orientación sexual, identidad de género, opinión política, etnia o cualquier otro motivo, es el mismo: una cultura machista, basada en la superioridad de uno sobre otro y en la que se necesita eliminar las diferencias.

Esto me llevó a analizar dos aspectos: por un lado, la falta de solidaridad que solemos tener algunas personas LGBTI con las causas de otros grupos sociales. Y esto se articula con lo segundo: ¿cuánta discriminación nos corre por las venas? Finalmente crecemos en una cultura de discriminación y no la cuestionamos.

Hombre serio y cero plumas

¿Han escuchado cómo algunos hombres gais denigran de otros porque son afeminados?  ¿Han intentado cuestionar a quienes dicen que no está bien ser un “gay femenino”? En mis “experimentos” sociales, he encontrado un profundo temor por perder el estatus de hombre, el orgullo de llevar pene y poder dominar o enfrentar la dominación de otro hombre. Lo femenino se asocia con debilidad, indigno y reprobable.

¿Cuántas personas LGBTI conocen que acompañen luchas campesinas o participen en marchas que rechacen la violencia contra la mujer, en procesos de sindicalismo o que busquen reformar el sistema social o productivo? Me he tropezado con una falta de sensibilidad frente a estos temas con los argumentos de que “eso es muy complicado”, “es de guerrilleros”, “a mí no me afectan esas cosas” o “como ya estoy acomodado/a en la sociedad, para qué me enredo la vida”.

Claro, también hay quienes me han sorprendido por su compromiso por crear un mundo mejor, que entienden que luchar contra la discriminación por ser LGBTI necesita, inevitablemente, articularse con otros movimientos. Pero son pocos.

Mediante la perspectiva feminista, he podido ver el mundo con otros lentes. Entiendo cada vez mejor que debemos eliminar los sentimientos masculinos de superioridad, autosuficiencia o de que somos inicio y fin de la historia.

En mi experiencia con el budismo he encontrado lecciones alucinantes del Lama (guía espiritual) que invitan a pensar en el sentimiento femenino y en el afecto que la mayoría de mujeres son capaces de dar. Ellas suelen ver un mundo sin violencias, pueden engendrar vida y cuidan a las personas sin detenerse a pensar quiénes son (vean el número de enfermeras con relación a la de enfermeros).

Todo esto lo vi en mi abuela y en mi mamá. Y esas enseñanzas las encuentro ahora en múltiples espacios y las apoyo y defiendo. Entiendo, cada vez más, que ellas tienen toda la autonomía y capacidad para decidir sobre su cuerpo, sea para tener o no hijos o para ocupar una posición laboral o política.

Cada vez me cuestiono más los chistes machistas que describen a las mujeres como seres llenos de altibajos, malévolos, fríos y calculadores, o tontos y abnegados, esperando a que su príncipe azul las salve. ¡No!

Me siento muy afortunado de compartir con mujeres comprometidas, emancipadas y que abren sus espacios y corazones a las personas LGBTI. Me encanta escuchar a esas mujeres lesbianas que forman parte de los movimientos feministas.

La lucha contra la discriminación debe incluir, inevitablemente, un enfrentamiento contra el opresor que llevamos dentro. Y en esta tarea, el feminismo contribuye a dilucidar prejuicios.

Por todo esto, me considero feminista. Poco me importa que me digan “afeminado”, pues esas son manifestaciones de una sociedad machista y conservadora que busca marginar para seguir reinando.

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