Según la revista Hechos y Crónicas, que cuenta con el respaldo de la iglesia cristiana Casa Sobre la Roca, los colegios distritales en Bogotá están “adoctrinando” a los niños para que sean homosexuales.
Hace un par de semanas hacía fila en la caja registradora de un supermercado.
Siempre aprovecho esta espera para mirar las revistas que hay y, de vez en cuando, sucumbo a algún producto de los que ponen allí para obligarnos a hacer una última compra.
Esta vez, una revista llamó mi atención. En la parte inferior de su portada aparecía un niño que escribía sobre un tablero verde -de los que se usaban hace unos años con tiza- y a su lado estaba una pregunta en letras blancas y grandes: ¿Clases de homosexualismo en las escuelas?
Nunca había visto esta revista, pero su nombre Hechos y Crónicas, me causó curiosidad. “Buen nombre”, pensé, pues como periodista soy un gran lector de crónicas.
Antes de buscar el artículo en mención, me encontré con la editorial escrita por Darío Silva-Silva, fundador y presidente de Casa Sobre la Roca, organización que la revista define como “iglesia cristiana integral”.
Apenas lo leí, supe que allí no iba a encontrar crónicas e imaginé cuál iba ser el tratamiento que le darían al artículo. Tomé la revista, la compré y gasté ocho mil pesos ($8.000), para poder leerla tranquilo en casa. ¡Que no corrompan a nuestros niños! Así, con signos de admiración, era el título de página entera que le daban al tema.
En el sumario se lee: “Desde el año 2008 en las escuelas distritales se ha venido implementando un plan de ‘educación homosexual’ que tomó un nuevo impulso desde 2012 con el programa ‘Bogotá Humana’ del alcalde Gustavo Petro y sus más cercanos colaboradores”.
En resumen, lo que busca el escrito es atacar uno de los proyectos incluidos en el Plan de Desarrollo de Gustavo Petro en el que, a través de la Secretaría Distrital de Educación, se busca reducir la desigualdad y la discriminación, al eliminar barreras físicas, pedagógicas y de actitud.
Según se lee en la página web de la Secretaría, la idea es que “la diversidad sea entendida como un elemento enriquecedor del proceso de enseñanza y aprendizaje que favorece el desarrollo humano”. Entre los componentes del programa está la atención a personas en situación de discapacidad y a la población víctima del conflicto armado, entre otras.
El quinto punto, por el que se escandaliza la revista, es la diversidad sexual. El programa tiene entre sus objetivos transformar condiciones, actitudes, comportamientos y barreras que generan discriminación, exclusión y marginación de las personas LGBTI. ¡Gran pecado! (Las personas interesadas pueden leer todos los componentes ).
¿Sabrán quienes escribieron el artículo que este es tan solo uno de los puntos de un gran proyecto? ¿Entenderán que no hablamos solo de derechos de personas LGBTI, sino de derechos humanos?
Al menos, por lo que se lee, diría que la respuesta es NO. La primera cita del artículo, corresponde a una mamá escandalizada porque a uno de sus hijos le enseñan en el colegio a respetar y a convivir con los demás, sin importar cuál sea su orientación sexual, así como a sensibilizarse con la realidad ajena y a sacarle ideas de odio de la cabeza.
La señora afirma: “El problema de la iniciativa no radica en la participación de homosexuales en la cátedra de educación sexual, sino en el ‘adoctrinamiento’ al que están sometiendo a nuestros hijos menores de edad sin el conocimiento de sus padres”.
En otras palabras, la mamá dice que a los niños les enseñan a ser homosexuales. Incluso, usa un verbo tan fuerte como “adoctrinar”.
Veo muy difícil que se le pueda “enseñar” a alguien a ser homosexual, pues esta orientación sexual no es una idea ni una doctrina.
En cambio, lo que no veo tan difícil es brindar herramientas en el aula de clase, para que las personas LGBTI puedan seguir estudiando sin la presión de sus compañeros o profesores, y no terminen por abandonar la escuela.
No veo tan complicado ofrecer herramientas para que todos respetemos a los demás y entendamos que por encima de una orientación sexual o identidad género, hay una persona: un ser humano que tiene ideas, que también se ríe, se pone triste, goza y tiene derecho a estar feliz y tranquilo.
Hace unos meses supimos de la muerte de Sergio Urrego, un joven que tomó la decisión –respetable– de acabar con su vida. Pero no podemos dejar que esta sociedad les deje el suicidio como único escape a los niños y adolescentes LGBTI. No es justo.
En el caso de Sergio, la homofobia y el matoneo del que fue víctima no provino de sus compañeros, sino de sus profesores y directivas. Por tanto, esta clase de pedagogía debe ir más allá de los alumnos, debe tocar a docentes y padres de familia.
Como si fuera poco, nos enteramos también hace un par de meses del asesinato, en Medellín, de Marcela, una mujer trans (esta noticia no trascendió en ningún medio de comunicación).
Según los testigos, fue atacada con piedras (suena espantoso, pero así fue). Son este tipo de actos de odio los que debemos detener, y es la educación la que tiene grandes posibilidades de transformar la sociedad en la que vivimos: desde el lenguaje que usamos para referirnos entre nosotros, hasta la forma de compartir y vivir con los demás.
Pero el artículo en la revista Hechos y Crónicas no para allí. Citan a una psicóloga cristiana (esto no lo pongo yo, así lo escriben ellos) que, entre otras cosas dice: “presentar contenido tan explícito en edades tan tempranas podría incidir fuertemente en las inclinaciones sexuales de nuestros niños”.
A ella se le suma otra vez la preocupada mamá, quien afirma: “puede que por hablar con homosexuales no se van a ‘contagiar’ ni a cambiar sus inclinaciones sexuales, pero los papás tenemos derecho a decidir qué queremos que aprendan nuestros hijos”. El verbo “contagiar” hace pensar que los homosexuales somos un virus con capacidad de transmitírselo a otros.
Para terminar, quiero dejarles otros dos argumentos que me parece que ponen sobre la mesa un asunto importante: aunque nos digan que no, vivimos en una sociedad tremendamente homofóbica.
Dice la concejal de Bogotá Clara Sandoval: “No soy homofóbica. Respeto las decisiones privadas de la gente, pero estas no pueden pasar a lo público. No pueden imponer realidades privadas a los seres más vulnerables, como son nuestros niños”.
A ella la sigue Darío Silva-Silva, quien cita a un tal Billy Graham: “No somos homófobos, hay que tratarlos con consideración, pero a lo que no hay derecho es a que una minoría bulliciosa quiera imponer sus ‘normas’ de conducta a la sociedad en general. La mayoría de este país rechaza el homosexualismo como una aberración que está creada por fuera de las leyes de Dios”.
A lo que no hay derecho, le diría al señor Silva, es a que estas personas se excusen en Dios y digan que no son homofóbicas, cuando sí lo son. No basta con decir que no se es homofóbico para no serlo, pues esta frase se puso de moda entre muchos religiosos y políticos.
Usted tiene todo el derecho a ser cristiano, ni más faltaba, pero lo que no hay derecho es a tratar de hundir cuanta iniciativa busca que este país tenga una sociedad (más) igualitaria en la que un ciudadano no sea valorado por su orientación sexual.
* Periodista de Casa Editorial El Tiempo.
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