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Bullying LGBT

Bullying escolar LGBT: más fuerte y dañino

El bullying escolar por ser (o parecer) LGBT impacta de manera muy profunda en quienes lo viven por ir dirigido a un aspecto central de la identidad. La buena noticia es que hay muchos caminos para su prevención y manejo. Enrique Chaux, experto en el tema, comparte algunas ideas.

En 2015 la Corte Constitucional de Colombia emitió la Sentencia C-478 como respuesta a una acción de tutela interpuesta por Alba Lucía Reyes, la mamá de Sergio Urrego, el joven que el 4 de agosto de 2014 se suicidó por el hostigamiento que vivió por parte de algunas directivas y docentes del colegio donde estudiaba. (Ver: Un año después, Sergio Urrego vive).

En dicha sentencia, la Corte le ordenó al Ministerio de Educación la revisión de los manuales de convivencia de todas las instituciones educativas del país en un plazo máximo de un año para garantizar que la comunidad educativa no interfiriera, como sucedió con Urrego, en la orientación sexual o identidad de género de los estudiantes.

Para facilitarles a las directivas y docentes el proceso de revisión y actualización de los manuales de convivencia, el ministerio creó -con la asesoría de algunas ONG y organizaciones de cooperación internacional- 34 preguntas orientadoras entre las que estaban: ¿su manual de convivencia establece tratos diferenciales o roles distintos entre niños y niñas? O ¿hay expresiones que condenan la orientación sexual, la identidad de género, la etnia, el credo o la discapacidad de una persona?

Enrique Chaux, investigador en competencias ciudadanas y prevención de la intimidación escolar. Foto: El espectador

El Fondo de Población de las Naciones Unidas en Colombia (UNFPA) creó como aporte adicional a este proceso, y con recursos propios, un documento titulado “Ambientes escolares libres de discriminación”, dirigido a directivas y docentes de colegios. Sin embargo, tanto las preguntas orientadoras como dicho documento generaron un profundo malestar en algunos sectores conservadores y religiosos de Colombia al punto de hablar de una “imposición de una ideología de género“, de convocar a marchas y de organizar un debate de control político en el Congreso de la República a la entonces ministra de educación Gina Parody. (Ver: Lo que dejó el debate de los manuales de convivencia).

Desde entonces, la actualización de los manuales de convivencia de los colegios prácticamente se detuvo o quedó a discreción de las directivas de cada institución. Mientras tanto, según la encuesta de clima escolar realizada entre 2015 y 2016 por Sentiido y Colombia Diversa, 21% de los estudiantes LGBTI encuestados no asistió al colegio al menos una vez durante el último mes porque sintió inseguridad o incomodidad. 70% fue víctima de acoso verbal debido a su orientación sexual y el 71% vivió acoso verbal debido a su expresión de género (la manera de vestirse, comportarse, peinarse etc).

Para analizar con más detenimiento cómo prevenir y manejar el bullying escolar por orientación sexual, identidad y expresión de género, Sentiido habló con Enrique Chaux, profesor de Psicología de la Universidad de los Andes e investigador en competencias ciudadanas, manejo de conflictos y prevención de la intimidación escolar (bullying).

Sentiido: Mucha gente se opone a hablar de bullying LGBT, prefieren hablar de bullying en general, ¿pero no tiene el matoneo LGBT unas particularidades?

Enrique Chaux: Sí. Es más fuerte y a las víctimas las afecta más porque las están molestando por un aspecto central de su identidad. Si a esto se suma estar inmersas en sociedades que discriminan por orientación sexual, identidad y expresión de género, es más probable que digan: “quienes me molestan tienen razón” y se empiecen a dar palo a sí mismas, lo que en muchos casos implica negar quienes son, con las consecuencias que esto trae para la vida.

S: Sin embargo, muchas personas insisten en que es más estratégico al hablar con directivas de colegios y padres de familia, referirse al bullying en general y no hablar de “bullying LGBTI”, a pesar de que este tiene unos diferenciadores. ¿Qué opina?

E.C.: Nosotros abordamos la intimidación escolar en general en cuarto de primaria. En secundaria nos enfocamos en algunos tipos de bullying: en sexto grado, por ejemplo, trabajamos el bullying por medios virtuales y redes sociales (cyberbullying). No hacemos algo específico sobre “cyberbullying homofóbico” sino que trabajamos matoneo virtual.

“El matoneo por homofobia es un punto más de un tema más general: la discriminación”.

En octavo grado abordamos de manera más específica la discriminación. Uno de los ejercicios que hacemos es tomar un fragmento de la saga de Harry Potter y la discriminación por “sangre sucia” (un concepto despectivo que usan los magos para referirse a los magos que provienen de padres muggles) para que los estudiantes reflexionen sobre cómo puede sentirse alguien a quien estén molestando por algo que ni siquiera decidió y qué haría cada uno si estuviera en esa situación. Ahí empiezan a atar cabos con su realidad. También abordamos el bullying por discapacidad o color de la piel, entre otros.

S: A propósito del cyberbullying, muchos docentes y directivas de colegios intentan escapar de su responsabilidad con frases como “esto pasa afuera del colegio” o “ya no es de nuestra competencia”. ¿Qué hacer en estos casos? 

E.C.: Es difícil en la medida en que muchas veces estas situaciones de acoso virtual tienen lugar en la noche, los fines de semana o desde la casa y a través de los dispositivos móviles de los propios estudiantes. Por tanto, no es tan fácil definir cuál es exactamente la responsabilidad del colegio y hasta dónde tiene que actuar. De igual manera sucede con las universidades. Aunque las leyes también tienen este dilema se han orientado más a que los colegios sí tienen una responsabilidad y sí tienen que actuar al respecto así la situación de bullying no ocurra dentro de sus instalaciones.

S: ¿Cómo enfrentar la oposición de algunos papás, mamás, directivas de colegios y líderes religiosos a una educación para la sexualidad que contemple la diversidad sexual y de género, argumentando que esto es imponer una “ideología de género”?

E.C.: Al hablar de discriminación en general y no solamente de discriminación por homofobia, tanto directivas de colegios como padres de familia no suelen poner resistencia a implementar herramientas para su prevención y manejo porque la mayoría coincide en que el bullying está mal. Esta es una manera de tener menos resistencia y, en últimas, la estrategia es la misma: promover la empatía o aprender a ponerse en los zapatos del otro y que los observadores no dejen pasar por alto situaciones de discriminación. Es decir, que no se queden como observadores sino que digan “eso no está bien” e intervengan para frenar la situación. En otras palabras, se necesita desarrollar las mismas competencias para detener los distintos tipos de discriminación aunque, claro está, el programa debe incluir la discriminación por homofobia.

S: ¿Cuál es el aporte más efectivo de los profesores para frenar este tipo de bullying escolar?

E.C.: El rol de los profesores es distinto cuando se trata de prevención del bullying que de su manejo. En el primero el objetivo es preparar a los estudiantes para que ellos mismos frenen la situación, darles herramientas para que identifiquen cuando sucede, sean más empáticos con quien está siendo excluido y desarrollen respuestas asertivas frente a una agresión.

Cuando el bullying ya está ocurriendo, el objetivo es tomarlo en serio y ajustarse a la ruta establecida en un protocolo previamente diseñado que normalmente incluye conversaciones individuales con todas las personas que puedan dar información para asegurarse de que, efectivamente, sí es una situación de bullying. En caso de que sí lo sea, empezar a trabajar con quienes han agredido a otro estudiante, inspirados en los modelos de justicia restaurativa, para que entiendan que con su comportamiento estaban haciendo sentir mal a un compañero y afectando su autoestima.

“El hecho de que los mismos estudiantes lideren cómo reparar el daño termina convenciéndolos de por qué está mal hacerlo”.

Posteriormente, es importante preguntarles a quienes han agredido qué pueden hacer para reparar el daño. Puede ser, por ejemplo, que organicen un evento en el que todos los compañeros resalten las características positivas del estudiante afectado para que se sienta mejor con él mismo. En estos procesos los estudiantes no paran el matoneo por miedo al castigo sino porque tienen la certeza de que esos actos le hacen daño a alguien.

S: Muchas veces directivas y docentes escolares dicen que en sus instituciones educativas no hay bullying y mucho menos por orientación sexual, identidad o expresión de género. ¿Eso ha cambiado?

E.C.: Sí. Hay una diferencia enorme entre lo que pasaba hace diez años y hoy. Antes era común que directivas y docentes dijeran: “acá no hay bullying, tenemos un buen ambiente escolar“. Todavía hay casos en los que desconocen esta realidad, pero cada vez es más raro que esto pase. Tanto directivas como docentes son más conscientes de que estas situaciones suceden, sienten menos pena en admitirlo y reconocen que muchas veces estos actos pasan sin que los adultos se den cuenta.

“Todavía hay directivas y docentes de colegio que dicen hacer más de lo que en realidad trabajan en prevención y manejo del bullying”.

Antes pensaban que sí reconocían esta realidad, los papás no iban a matricular a sus hijos en ese colegio, pero cada vez queda más claro que esta es una situación que ocurre en la mayoría de instituciones educativas y que la solución no es esconderla sino diseñar estrategias para su prevención y manejo.

S: Hay mucha incidencia para que los Estados promulguen políticas y leyes para evitar el bullying LGBT. Pero ¿qué tan relevantes son las leyes a la hora de cambiar prejuicios y creencias que es lo que predomina en este tema?

E.C.: Para enfrentar el bullying se necesitan iniciativas integrales que provengan de muchos frentes: el legal es uno de ellos y son normativas que permiten avanzar en la dirección esperada. Sin embargo, no podemos esperar a que la situación cambie solamente porque existen unas leyes. De hecho, el problema en contextos como los nuestros es que, infortunadamente, muchas normativas no se aplican. Por ejemplo, es muy poco lo que se está aplicando la Ley 1620 o de convivencia escolar, una normativa con herramientas que si las instituciones educativas pusieran en práctica, estaríamos avanzando.

“La Ley 1620 señala que todos los colegios deben tener un programa de promoción de la convivencia basado en el desarrollo de competencias ciudadanas”.

Si las instituciones educativas cumplieran esto ya habríamos avanzado mucho en cambiar ciertas creencias, actitudes y comportamientos y se les estaría dando la oportunidad a más niños, niñas y jóvenes de aprender a frenar estas situaciones, de reforzar la idea de que eso no está bien, de sentir empatía frente a quien es maltratado y de promover asertividad para que sepan defenderse e intervenir cuando sean observadores. Pero los colegios pueden escaparse fácilmente de esta normativa y decir que sí la están cumpliendo porque tienen un programa para la convivencia y porque una vez al año celebran el “día del buen trato”.

S: ¿Por qué a tantos colegios les ha costado tanto la implementación de la Ley 1620 o de convivencia escolar? ¿Por qué algunos son reacios a su aplicación y a la actualización de los manuales de convivencia para que no resulten discriminatorios?

E.C.: En parte, por la misma estructura descentralizada del sistema educativo donde no hay suficiente rendición de cuentas. Pero también tiene que ver con el hecho de que muchos colegios no saben cómo crear protocolos. El Ministerio de Educación ha fallado en decirles: “si usted por ley debe cumplir con esto, yo le ayudo a hacerlo”.

Entonces, en principio se necesitan estrategias de apoyo y de acompañamiento lideradas por el ministerio pero implementadas por las Secretarías de Educación para que los colegios tengan cerca herramientas de cómo crear programas de promoción de competencias ciudadanas. Hay unos que a pesar de no saber cómo hacerlo, actúan de manera intuitiva y hacen lo que consideran correcto y otros que simplemente dicen que si no les explican bien, le apuntan a lo mínimo.

Por otro lado, la Ley 1620 establece que todos los colegios tienen que tener un protocolo preferiblemente basado en justicia restaurativa pero muchos colegios no lo tienen así sino que manejan algunas ideas generales en sus manuales de convivencia pero están ignorando esta ley, a pesar de que el último capítulo de esta normativa explica las sanciones para los colegios que no la apliquen.

S: Se habla mucho de que los avances legales no son suficientes y que es necesario enfocarse más en los prejuicios de los adultos. ¿Cómo trabajar en esta parte?

E.C.: Cada año las generaciones que vienen son más respetuosas de la diferencia, menos homofóbicas. El problema es el choque con los adultos que rechazan este tema de manera contundente. Yo pensaba que el paso a seguir para disminuir las actitudes homofóbicas y reemplazarlas por actitudes de valorar la diferencia, era apuntarle más a las nuevas generaciones, pero me he dado cuenta de que muchos jóvenes ya están convencidos de la importancia de la diversidad.

Sin embargo, sí puede estar pasando que aunque muchos jóvenes rechacen las prácticas homofóbicas y tengan certeza de que eso tiene que cambiar, sienten que no pueden hacer nada para aportar al cambio. Entonces, se ven actitudes muy favorables pero se dan por vencidos muy rápido y terminan cediendo a la práctica más común de la sociedad: decir “no estoy de acuerdo, la discriminación no está bien, pero yo no puedo hacer nada por solucionar la situación“.

Yo les diría a los profesores que les abran más oportunidades a niños y jóvenes para que entiendan que ellos sí pueden contribuir al cambio social. El rol de los profesores es ayudarles a crear iniciativas y a orientarlos en lo que quieran hacer, así como prepararlos y apoyarlos para la resistencia que van a encontrar por el camino.

S: ¿Podría mencionar más ejemplos de qué otras acciones podrían implementar los colegios?

E.C.: En Estados Unidos conocí un programa llamado Facing History and Ourselves diseñado para estudiar el holocausto: se crean puentes entre el pasado y el presente para que los estudiantes puedan mirarse a sí mismos. Se hace especial énfasis en cómo durante el holocausto hubo muchísimas personas que vieron de frente la discriminación contra los judíos, que sabían que se los estaban llevando y no hicieron nada.

El programa hace el puente con la vida cotidiana de los estudiantes y los invita a pensar en situaciones de maltrato y de discriminación que puedan estar ocurriendo alrededor suyo y donde quizás tampoco estén haciendo nada. Es, entonces, cuando reconocen que hay muchas cosas que están mal. Yo vi estudiantes de colegio que formaban parte de este programa  haciendo campañas contra la homofobia en el metro de Boston porque llegaron a la conclusión de que si no aportaban para enfrentar el problema estaban contribuyendo a que se mantuviera.

Estos programas tienen lugar en secundaria. En primaria, los temas son más generales: promover la empatía con quien está siendo excluido o cómo, en grupo, deslegitimar el maltrato hacia otros. Son estrategias distintas: unas más generales para los más pequeños y unas más cuestionadoras para los más grandes sobre todo impulsándolos para que ellos mismos busquen su manera de frenar los maltratos que vean a su alrededor.

S: ¿Cuáles son sus sugerencias para empezar a disminuir el bullying en las instituciones educativas, pero especialmente el bullying LGBTI, uno de los más ocultos, más frecuentes y que más daño causa?

E.C.: Lo más efectivo es apuntarle al rol de los observadores o a los estudiantes que no son víctima y que tampoco lideran el matoneo. Despertar en estos niños, niñas y jóvenes la sensibilidad suficiente o empatía para que puedan decir: “si yo veo que están tratando mal a otro estudiante, tengo que actuar”. Y hacerlo, además, de manera colectiva, no individual, porque si actúa solo, se pone en riesgo, y es posible que la emprendan en contra de esa persona. A menos, claro está, de que quien lo haga sea la niña más popular del salón porque hemos visto que esto tiene un impacto determinante.

Es riesgoso que una persona intervenga sola, pero si es el grupo el que dice “eso no está bien, ¡pare!” y deja de reírse o de celebrar la agresión, el contexto cambia, porque muchas veces quienes lideran el bullying lo hacen para ser más populares.

“Un comentario sencillo como ‘qué embarrada con esa persona’ puede evitar el bullying”.

Es un hecho que quien está siendo víctima del bullying está en una situación de vulnerabilidad y le queda muy difícil detener la situación. Por su parte, quien lo lidera está en una situación de poder y normalmente quienes lo tienen no renuncian tan fácilmente a este. Es difícil convencerlo de que no haga bullying diciéndole que eso no está bien, porque si esa persona siente que con esos actos consigue beneficios, lo seguirá haciendo. Es muy difícil pedirles cambios a las víctimas o a los agresores pero con los observadores la situación es otra porque si actúan en grupo no se arriesgan tanto. Con una simple frase como “eso no está bien” o con dejar de reírse o de celebrar esas acciones el bullying disminuye notablemente.

También es importante hablar más en la comunidad educativa de la gravedad del problema y desarrollar estrategias para saber intervenir cuando ocurre. Se trata no solo de prevenir sino de saber manejar la situación. Según nuestra experiencia, lo más efectivo es lograr que entre los estudiantes mismos se cree un acuerdo general para decir que el matoneo no está bien y que si ocurre van a intervenir.

S: A veces queda la sensación de que en las encuestas para medir el bullying LGBT hay un alto grado de subregistro porque finalmente a muchos niños y jóvenes LGBT les da miedo responderla porque significaría identificarse abiertamente de esta manera. ¿Qué opina?

E.C.: En las encuestas que nosotros hemos implementado nunca hemos preguntado el motivo preciso del bullying escolar. Preguntamos si los han insultado o agredido y si la respuesta es “sí” no ahondamos en las razones. En todo caso, las encuestas que son anónimas tienen menos subregistro. Este se ve más cuando en el colegio es necesario reportar la situación a alguna directiva para activar el protocolo a seguir.

“Hay muchos adultos LGBTI que recuerdan el colegio como su peor pesadilla”.

Supongo, también, que alguien que todavía no está listo para salir del clóset no va a querer decir que le están diciendo “marica” porque esto implicaría poner el tema sobre la mesa. Pero más allá de esto, también puede sentir miedo de que quienes lo están molestando la emprendan más duro contra él o ella.


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