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medios de comunicacion y homosexualidad

Cómo informar mejor sobre personas LGBT en medios

Es fundamental que más medios de comunicación se eduquen sobre las personas de quienes hablan y se aseguren de que el lenguaje utilizado reconozca su dignidad e identidad.

En los últimos años la diversidad sexual y de género ha ganado visibilidad e importancia en el proceso del reconocimiento de derechos y las luchas por la igualdad.

En el caso colombiano, esto se ha traducido en una importante jurisprudencia, que va desde la protección de derechos pensionales y de salud para parejas del mismo sexo hasta la reciente aprobación de la adopción igualitaria.

El llamado “decreto trans” forma parte de estas reformas. Pese a que en realidad se trata del decreto 1227 de 2015, se le conoce así porque permite a las personas trans cambiar de nombre a uno que se ajuste a su identidad de género, y corregir el sexo en el registro civil y la cédula de ciudadanía sin necesidad de intervenciones quirúrgicas ni diagnósticos médicos de ninguna clase.

Sin embargo, como ha señalado la columnista Catalina Ruíz Navarro, en lo que respecta a temas de género, y aquí añadimos diversidad sexual, la legislación sirve de poco si no viene acompañada de un cambio cultural. El papel de los medios de comunicación es fundamental en este proceso.

Varios casos recientes como el de la comunidad del anillo o el intento de investigación a la actriz Carolina Sabino por parte de la Fiscalía son muestra del poder e influencia que, para bien y para mal, continúan ostentando la mayoría de los gigantes de la información en el país. Además, casos como el feminicidio de la colombiana Yuliana Aguirre Acevedo en Chile señalaron que la prensa tiene un rol importante en forjar el imaginario social respecto a la relación entre género, sexualidad, derechos y violencia.

En consecuencia, la manera en la que los grandes periódicos y las más influyentes revistas reportan sobre la materia define el tono y los términos del debate nacional, y contribuye a afianzar o cuestionar prejuicios.

En ese sentido cabe recordar que los medios de comunicación deben estar regidos por la búsqueda de la palabra justa, en su doble acepción de justicia y justeza. Es decir que, como parte de su compromiso de informar acertada y objetivamente, es importante que se eduquen sobre las personas de quienes hablan, que entiendan las diferencias entre los distintos términos, y se aseguren de que el lenguaje utilizado reconozca la identidad y dignidad de las personas.

El lenguaje no sólo describe una realidad sino que contribuye a formarla. La mayor visibilidad y cobertura sobre temáticas de diversidad sexual y de género debe venir acompañada de procesos de aprendizaje orientados por el reconocimiento del impacto real que tienen las palabras en la manera en la que las personas son percibidas y tratadas dentro y fuera de sus hogares: en colegios, hospitales, oficinas, y por las distintas instituciones del Estado.

En este contexto, es preocupante que sigan publicándose artículos como el divulgado por la Revista Semana el pasado 29 de marzo. Titulado “La transgenerista que volvió a adoptar su identidad masculina”; el artículo parece un ejemplo sobre cómo no escribir sobre diversidad sexual.

El título, la fotografía que acompaña el artículo, el primer párrafo y el lenguaje utilizados desinforman a los lectores y afianzan los prejuicios que deberían ser el centro del reportaje.

La noticia habla sobre la decisión de la Corte Constitucional que permitió a una persona hacer por segunda vez el cambio de su nombre en el registro civil. En Colombia, dicho cambio solo se puede hacer una vez. Sin embargo, debido a las burlas, el acoso y la discriminación experimentados tras asumir su identidad femenina, la persona optó por recuperar el nombre masculino con el que se identificaba anteriormente, y la Corte se lo permitió.

El título es engañoso porque omite los elementos más importantes de la historia: el acoso y violencia que la persona experimentó, y el hecho de que la decisión de la Corte fue motivada principalmente, según el último párrafo del texto, por el deseo de “llamar a la reflexión sobre la estigmatización de la que siguen siendo víctimas lesbianas, homosexuales, bisexuales, transexuales e intersexuales que deciden asumir una apariencia y costumbres que reflejen cuál es su identidad sexual y su orientación de género.”

La sociedad y las leyes asumen que algo, por ser lo más común, es lo único normal y deseable.

Por el contrario, el título despierta el morbo y la ignorancia de quienes piensan que las personas trans son personas enfermas, confundidas o embaucadoras, y que la decisión de cambiar de sexo y/o género legalmente no es más que un truco con el que algunos hombres pretenden escapar el servicio militar o entrar a los baños de las mujeres, o, como parecería demostrar el título, un capricho que tarde o temprano habrá de generar arrepentimiento.

Esta idea de la oveja descarriada que vuelve al redil, es una de las estrategias más comunes y efectivas para restringir los derechos y la libertades individuales en nombre de la supuesta sabiduría de la masa.

En consecuencia hay que proteger a quienes quieran desviarse de este sendero “por su propio bien”.

Estos discursos, negados por toda evidencia científica, se usan para criminalizar el aborto (“tarde o temprano te arrepentirás”), mantienen las clínicas de “curación” de la homosexualidad abiertas pese a las restricciones legales, y someten a las personas trans a un sinnúmero de obstáculos para acceder a los procedimientos que necesitan para alinear su identidad de género con su cuerpo.

La psiquiatría, al tratar a las personas trans como enfermos mentales, duda de su capacidad de tomar decisiones autónomas sobre su cuerpo. De manera similar a lo que se ha hecho (y continúa haciéndose) con las mujeres cisgénero desde los púlpitos y las legislaciones, se utiliza un discurso paternalista que nos hace interdictos, personas incapaces de tomar decisiones responsables sobre nuestros propios cuerpos.

Titulares como el anterior invisibilizan los prejuicios y la violencia que afectan las decisiones de autonomía corporal, sexual y de género, y refuerzan la idea de que estas decisiones deben ser miradas con desconfianza o, simplemente, prohibidas.

La fotografía elegida para ilustrar el artículo continúa esta línea. La foto muestra a una persona disfrazada, con la mitad del rostro adornada de manera típicamente femenina (pelo largo, maquillaje), y la otra mitad haciendo referencia a elementos clásicos de la masculinidad (barba, sin maquillaje, etc.).

Esta fotografía no tiene nada que ver ni con el artículo ni con las personas trans. La foto refleja la desinformación y tergiversación de las identidades trans; los estereotipos perniciosos con los que algunos medios de comunicación aspiran lograr visitas a sus páginas.

El primer párrafo, que es también el más leído en todo texto, continúa esta línea y añade un elemento aún más grave y preocupante:

“Las garantías que las corporaciones judiciales han empezado a concederle a la comunidad LGBTI parecen convertirse en un nuevo motivo de discriminación contra quienes pertenecen a esa comunidad. Así lo muestra un fallo de tutela en el que un transgenerista se convirtió en objeto de burlas por parte de sus propios familiares cuando decidió asumir la identidad de una mujer.”

La redacción responsabiliza al creciente reconocimiento de los derechos de las personas LGBT de la discriminación en su contra. Esto no solo es absurdo sino irresponsable y peligroso, sobre todo en tiempos en los que proyectos como el de la senadora Viviane Morales, y el poder de la Procuraduría, intentan constantemente reversar los logros obtenidos.

Que la dignidad y los derechos de las personas LGBT sean reconocidos no es un problema y no genera discriminación. El problema, y lo que genera discriminación y violencia es que como sociedad sigamos insistiendo en que hay ciudadanos de primera y de segunda clase, e insistamos en acaparar los derechos y los recursos en las manos de unos pocos.

Hay que ser claros: “las garantías que las corporaciones judiciales han empezado a concederle a la comunidad LGBTI” no son lo que generó la discriminación. Lo que llevó a la persona a tomar la decisión de regresar a una identidad masculina fue el acoso de una sociedad sexista, misógina y transfóbica.

Finalmente, el artículo comete otro error frecuente al hablar de diversidad sexual: utilizar los calificativos como sustantivos. En este caso, la palabra “transgenerista” es utilizada como sustantivo y no como lo que es, un adjetivo calificativo. En otras ocasiones, el mismo medio ha incluso usado las siglas “lgbt” de la misma manera, resultando en “los LGBT”.

Comparado con lo anterior, esto puede parecer una nimiedad. Sin embargo la distinción gramatical revela preconcepciones y prejuicios culturales. “Gay”, “lesbiana” y “trans” son adjetivos calificativos como “alta”, “moreno”, o “rubia”. Utilizar LGBT como sustantivo elude el sujeto gramatical (“persona”, “colectivo”, “movimientos”), limitándolo a una única característica: el ser gay, lesbiana, bisexual, o trans. Lo cual, sobre todo en contextos donde hay relaciones de poder en juego (como el caso de la raza o el género) resulta reduccionista y deshumanizante.

Por todo lo anterior, artículos como este dan cuenta del mucho trabajo que hay que hacer en cuanto a educación sobre diversidad sexual y de género, y nos insta a reflexionar sobre nuestro papel en este proceso.

Es importante que Revista Semana y otros medios de comunicación masiva asuman plena y éticamente su labor informativa. En los titulares, las fotografías, los pie de foto, y la redacción de sus artículos se pone en juego la dignidad de las personas, y se reproduce un lenguaje que condona, justifica y promueve la discriminación y la violencia en contra de poblaciones históricamente vulneradas.

Que esto sea entonces una invitación a unirnos a esa búsqueda de la palabra justa en los medios de comunicación, los salones de clase, las curules, y, también, ojalá, los púlpitos. Que nuestras palabras vengan de la empatía y busquen justeza, es decir, exactitud y objetividad, y también, cómo no, que anhelen y construyan justicia.

La igualdad y la inclusión son valores que nos benefician a todos. El reconocimiento social, cultural y legal de la diversidad nos hace una democracia más fuerte. El lenguaje no es nunca inocente: moldea la realidad, la hace acogedora u hostil, territorio de paz o zona de guerra. La decisión está en nuestras bocas y teclados.

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