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Comunidad del anillo, policía y video

El escándalo de la presunta red de prostitución masculina en la Policía, la Comunidad del anillo, evidencia el alto nivel de homofobia y machismo que existe en esta institución.

Mucho se ha dicho sobre la ética periodística, el derecho a la intimidad y la responsabilidad de los medios de comunicación tras la publicación del video que muestra a Carlos Ferro, exviceministro del Interior, manteniendo una conversación de contenido sexual con el Capitán de la Policía Nacional Ányelo Palacios.

La periodista Vicky Dávila, quien recientemente renunció a la emisora La FM, ha sido duramente cuestionada por la publicación de un video que, para muchos, poco o nada demuestra respecto al involucramiento de Ferro con la red de prostitución en la Policía Nacional conocida como “La comunidad del anillo”. Por el contrario, se arguye, viola el derecho a la intimidad de Ferro y perjudica a su familia.

Por su parte, Dávila sostiene que el video es importante para la investigación y que su deber como periodista era darlo a conocer a la opinión pública.

Pese a las intensas reacciones que ha suscitado, la polémica es más que una tormenta mediática. Juanita León, de La Silla Vacía, afirmó que Vicky Dávila inauguró “una nueva era del periodismo nacional”, porque la publicación del video plantea preguntas de fondo sobre el ejercicio del periodismo y las tensiones entre la obligación de informar a la ciudadanía y el derecho a la intimidad, entre otros.

Poco se habla de la misoginia y la homofobia que permean a instituciones como la Policía.

Sin embargo, existen otros factores que se han dejado de lado en las discusiones al respecto. Independientemente de la culpabilidad de Ferro y de si era apropiado o no divulgar el video, su circulación ha sacado a la luz dos de los problemas más serios de nuestra sociedad: la homofobia y misoginia que la permean, y la violencia que esto causa.

Estas dos palabras, “homofobia” y “misoginia”, no se han mencionado lo suficiente pese a que son fundamentales para entender la corrupción y violencia de La comunidad del anillo.

La homofobia que existe en nuestra sociedad y en instituciones como la Policía Nacional sataniza las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo.

Las ve como algo sucio, pecaminoso y vergonzante que debe ser escondido so pena de enfrentar severas consecuencias profesionales, sociales e incluso familiares.

La relaciones sexuales entre personas del mismo sexo son vistas como degradantes y quienes las tienen, aunque sea de manera forzada, son amenazados con el escarnio y la humillación que implicaría su conocimiento público.

Esto se agudiza aún más en ambientes jerárquicos donde la cadena de mando debe ser obedecida ciegamente. Estas entornos están estructurados alrededor del culto a una masculinidad viril y patriótica como lo son la Policía y las Fuerzas militares.

Lo anterior alimenta una cultura de represión que los abusadores conocen a la perfección y muy hábilmente saben utilizar en su provecho: el secretismo, el abuso y el soborno en el que las personas involucradas son manipuladas con esa mezcla de culpa, alicientes, promesas, violencia psicológica y física.

En este contexto, situaciones de abuso sistemático y prolongado como la descrita por Ányelo Palacios no serían la excepción, sino una de las consecuencias, devastadoras pero lógicas, de los “valores” que sostienen a estas instituciones.

Pero la homofobia, al ser el resultado de una sociedad patriarcal que otorga a lo femenino un lugar subordinado e inferior, con mucha frecuencia viene acompañada de manifestaciones misóginas.

Misoginia es feminizar a Ányelo Palacios y ubicarlo en un plano moral y social inferior, para así minimizar la violencia en su contra.

Estos dos términos, aunque relacionados, no son sinónimos. Homofobia es considerar que una persona es inferior por su preferencia afectiva y sexual por alguien del mismo sexo. Misoginia es cuando se le atribuyen características femeninas a alguien con la intención de insultar o denigrar.

Homofobia es pensar que lo “escandaloso” o, en palabras de Pulzo.com, “escabroso” del video es que Ferro esté hablando sobre su deseo de tener relaciones sexuales con otro hombre y no con una mujer.

Lo anterior puede verse en el testimonio del Capitán Palacios al narrar, desde el hospital en noviembre de 2014, su experiencia de abuso sexual en la Policía Nacional.

Palacio cuenta cómo al sentirse gravemente enfermo tras múltiples abusos y presentar sangrado en nariz y boca, sus superiores y compañeros lo descalificaban diciéndole que estaba en estado de embarazo o que tenía el período.

Más allá del material probatorio que el video aporte (o no) al caso de Ferro en relación con la Comunidad del anillo, la homofobia lleva a que una conversación sexualmente explícita entre dos adultos sea considerada mucho más vergonzosa y reprochable al tener lugar entre dos personas del mismo sexo.

De ahí, en gran parte, el frenesí mediático. Si el acompañante de Ferro hubiera sido una mujer, ¿el portal Pulzo.com habría calificado la conversación como “escabrosa”?

Más aún, ¿sería la falta considerada tan grave como para llevar a su renuncia casi inmediata? Si la persona en el video fuera una joven capitana ¿se mencionaría con tanta preocupación la consideración debida a la familia de Ferro?

Con lo anterior no niego que la publicación del video viole el derecho a la intimidad de Ferro, ni que constituya un evento no solo devastador sino también innecesario para la familia.

Lo que me interesa resaltar es el hecho de que se trate de dos hombres; esto añade un poderoso componente que se presta para manipulación, sensacionalismo y moralismos facilistas.

Al tratarse de dos hombres se denuncian con vigor actos de abuso y faltas éticas que se pasan por alto cuando los involucrados son un hombre y una mujer: la misoginia invisibiliza las situaciones de acoso y violencia sexual contra muchas mujeres, al asumir que es su deber complacer a los hombres.

Por otra parte, la homofobia se ensaña con los hombres que tienen sexo con otros hombres (sobre todo cuando se supone que éstos deben representar ideales viriles y patrióticos) condenándolos por los mismos actos que aplaudirían (o ignorarían) si se tratara de mujeres.

Como sociedad, seguimos considerando las relaciones homosexuales de manera distinta y categóricamente inferior a las heterosexuales. La valoración negativa de la homosexualidad genera discriminación, prejuicios, violencia, y sí, también, ese morbo que con tanta frecuencia se traduce en clics, rating y popularidad que se confunde con información.

Finalmente, la manera en la que Vicky Dávila ha sido tratada en las redes sociales dice mucho sobre el profundo sexismo de nuestra sociedad. Como se dijo, el debate de si el video debió o no publicarse no solo es legítimo sino fundamental para el periodismo.

No obstante, como es frecuente cuando se trata de mujeres en medios de comunicación, Dávila ha sido atacada de manera personal con insultos que no se usan para cuestionar a periodistas hombres. Se han mencionado sus características físicas, se le ha llamado prostituta, y hasta deseado la muerte de manera explícita.

Más aún, la ecuación se ha invertido y Ferro, acusado de gravísimos delitos, está tomando la posición de víctima y Dávila de victimaria. Estas polarizaciones no solo son una falsa analogía sino que pierden el punto del debate real.

Decidir si Ferro es culpable o no, o si su derecho a la intimidad fue violado o no de acuerdo con las leyes colombianas, les corresponde a las autoridades competentes. Lo que nos corresponde a nosotros es afrontar las preguntas que este debate plantea y asumirlas con seriedad, responsabilidad y honestidad.

Que esto pase de ser un momento de escándalo y morbo a un espacio de reflexión y autocrítica; que nos atrevamos a reconocer los prejuicios que alimentan nuestra indignación y malestar y que nos animemos a cuestionar y discutir sin sexismo ni homofobia.

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