Muchas veces le reclamé a Dios por ser homosexual. Lo reté por lo que consideraba un acto de injusticia. Hoy sé que honrarle en el amor es parte de mi libertad y felicidad.
Por: Yulieth Mora*
Tenía siete años y odiaba ir a la iglesia. Me parecía un lugar frío y aburrido. Los sermones me alejaban de cualquier intento por acercarme a la tradición familiar de creer por creer.
Sentía temor sobre lo prohibido. La ley e ira de Dios estaban ahí para recordarme que mi castigo por ser homosexual sería el infierno. Todo era oscuro. El amor por mi ser y mi cuerpo agonizaban y el túnel del infierno parecía de asfalto y cotidianidades.
Dejé de ir a la iglesia como un acto de rebeldía cuando pude decidirlo. No quería ser juzgada y en mi silencio sospeché encontrar la respuesta. El silencio adentro, el odio más al centro y la inútil manera de vivir sin felicidad.
A Dios le reclamé muchas veces por ser homosexual. Lo reté por su injusticia de mandarme a un lugar donde mi amor por los otros era mirado con asco. Hablé tan mal como pude, me burlé de su poder y de su fuerza. Tampoco conseguí ser feliz.
Crucé la calle. Un día de desesperanza, parecido a los otros, entré a la iglesia por una corazonada, un sermón llegó directo a mi alma sobre el amor de Dios. Entonces él fue capaz de retarme, de ponerme contra la pared y de decirme a su manera que yo valía la pena.
Entendí que no tenía que cambiar para agradar y que ser yo era la respuesta. Fui libre de mí: mi falta de amor, mi orgullo y las ganas de querer encajar eran mi prisión.
Se los dije a todos. Les dije que mi amor por las mujeres era parte de mí. El amor de mi familia basado en las creencias de Dios, me invitó a un nuevo lugar de aceptación y trabajo interno.
Creo en Dios y soy homosexual. Dos cosas que no parecen combinar por las leyes de una iglesia. Sin embargo, yo he construido mi propia idea de Dios.
Sé que honrarle en el amor es parte de mi felicidad y de mi éxito. No creo que Dios vaya enviarme al infierno y no voy a cambiar porque él mismo me trajo al mundo tal como soy.
Rezo todos los días en una ciudad que promete colores. Hago lo que amo y amo cuanto puedo. No necesito retar a nadie en su fe, ni convertir a nadie en mis creencias. No escribo para eso. Solo espero contar una historia. El reto de ser abiertamente gay o de creer en Dios es serlo sin que la opinión de otros importe.
* Periodista / @5texto