Aterricé en Colombo, capital de Sri Lanka, para una pasantía y un trabajo de campo. Esta experiencia me permitió aprender mucho del movimiento LGBTIQ de este país y recordar los triunfos que podemos celebrar en Colombia.
Aterricé en Colombo, capital de Sri Lanka, un día caluroso de julio de 2018. El propósito: hacer una pasantía y un trabajo de campo como parte de mi maestría en Gestión del Desarrollo Internacional que estudiaba en Suecia.
Luego de un par de meses de haber llegado a Sri Lanka, decidí escribir mi tesis sobre el movimiento LGBTIQ de este país. Entrevisté a activistas y a personas LGBTIQ y produje un documento sobre este movimiento en el sur de Asia que es completamente distinto al de Colombia.
Sri Lanka es un país diverso en esencia, con distintos grupos étnicos (cingaleses, tamiles, burghers), idiomas (cingalés, tamil, inglés) y religiones (budistas, hinduistas, cristianos, católicos) que interactúan en un movimiento LGBTIQ que aboga por los derechos de un colectivo heterogéneo que se presenta como uno para aportar al cambio social.
Hablemos, entonces, de cómo es la vida de las personas LGBTIQ en Sri Lanka a través de los ojos de un cartagenero. Para empezar, viví todo el tiempo en Colombo, el centro urbano más grande del país, el cual me recordó un poco a Cartagena.
En Sri Lanka se ven casos de matrimonio infantil, embarazos tempranos y violencia doméstica y sexual.
Por ejemplo, la idea de familia es similar en ambas partes, pero al mismo tiempo distinta. En el Caribe colombiano y en Sri Lanka, y en general en el Sur de Asia, hay apoyo emocional y económico hacia la familia. Eso sí, se espera que los hijos se casen con “personas de bien”, de “buenas familias” con apellidos conocidos y que haya descendencia. En Cartagena, si esto no se cumple, puede ser una gran decepción para la familia.
Ahora, la mera consideración de llevar a cabo una posible emancipación, con la consecuencia de romper vínculos con la familia, es bastante más probable en el Caribe colombiano que en Sri Lanka. En otras palabras, la familia en este último país tiene más influencia en la vida de sus miembros que en Cartagena, con padres que buscan emparejar a sus hijos con otras familias hasta lograr matrimonios. (Ver: Jess: soy yo sin pedir permiso ni dar explicaciones).
Esto afecta mucho más a las mujeres que a los hombres, y todavía más a las mujeres lesbianas y trans, quienes, en algunos casos, son víctimas de las mal llamadas “violaciones correctivas” para supuestamente cambiar su orientación sexual o identidad de género. Si esto pasara en Colombia, la persona tendría al menos la posibilidad de denunciar, mientras que en Sri Lanka no se considera víctima y la denuncia no sería posible. (Ver: Esto no es terapia).
Sri Lanka también es uno de los 67 países del mundo donde las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo están criminalizadas. En Colombia, tener relaciones homosexuales dejó de estar penalizado en 1980.
Para organizaciones no gubernamentales LGBTIQ de Sri Lanka como Equal Ground, National Transgender Network, Chathra and Community Welfare Development Fund (CWDF), y organizaciones feministas como Women & Media Collective, despenalizar estas relaciones es uno de sus principales propósitos. (Ver: La Constitución de 1991, un paso fundamental en los derechos LGBT y de las mujeres).
Esta criminalización fue impuesta durante la era victoriana, y se ha mantenido hasta hoy debido a dirigentes que argumentan que “la homosexualidad es incompatible con la identidad nacional”. Esto no sólo es homofobia desde la esfera política, sino que es una lectura errónea de la historia porque no hay una sola identidad nacional, sino varias (étnica, religiosa, lingüística), y el rechazo hacia el sexo consensuado entre personas del mismo sexo fue impuesto por los británicos en el siglo XIX, así que la discriminación ha sido aprendida, mantenida y replicada hasta hoy.
En Sri Lanka se han utilizado artículos del Código Penal contra las personas LGBTIQ, por ser LGBTIQ, para criminalizarlas.
Tal como pasa en Colombia, en Sri Lanka Grindr es usada, borrada y reinstalada una y otra vez, porque es la herramienta más conveniente para conocer gente.
En Sri Lanka no hay sitios abiertamente “gayfriendly”, aunque sí hay redes que organizan eventos privados. Tuve la oportunidad de ir a uno. Estaba muy nervioso: no sabía si era posible o común que hubiera redadas de la policía o si era seguro revelar mi identidad. El evento era en el último piso de un pequeño hotel. Había luces, humo y parlantes enormes con música a todo volumen. El calor producto de unas 200 personas compactadas en un salón de eventos para menos de 80, hacía que el aire acondicionado ni se sintiera. Vi crossdressers, mujeres masculinas, hombres con maquillaje, personas trans, y también vi sexo, drogas y abuso de alcohol. Sí, suena a Theatron, pero no era igual. (Ver: Theatron: entre la inclusión y la discriminación).
Esta experiencia me hizo pensar que quizá así era la vida gay social de los setenta u ochenta en Colombia o Estados Unidos. Podía sentir la fuerza de lo clandestino, del “todo se vale”, de querer dejarse llevar, de que lo secreto significaba liberación. Dejé la fiesta un par de horas después. Me sentí abrumado por esa energía, aunque podía entenderla perfectamente.
Grindr es, por supuesto, la herramienta social por excelencia, al menos entre hombres gay. No sólo se trata de tener encuentros esporádicos, sino de intentar conectar más allá del sexo. Grindr es criticado de la misma forma que en Colombia: su esquema “transaccional”, su efimeridad o su percibida “liberación sexual” como el comportamiento por defecto entre hombres gay. (Ver: Fracasé como gay).
Ahora vivo en Maldivas, pero viajo regularmente a Sri Lanka y me veo con personas queer cada vez que puedo. La mayoría quiere irse del país, no sólo porque ser LGBTIQ allí es difícil, sino también porque las oportunidades de empleo son mejores en el exterior. Ser gay, lesbiana o trans es una desgracia para cualquier familia en Sri Lanka. Y tal y como sucede en Colombia, he escuchado historias de personas LGBTIQ que han sido expulsadas de sus casas porque sus padres no les aceptan. (Ver: Dejemos de decir que no queremos hijos LGBTIQ).
Sin importar lo distinta que sea la vida de una persona LGBTIQ en Sri Lanka, no puedo evitar pensar en Colombia. Escucho las mismas historias de bullying por parte de compañeros de clase porque un chico prefiere jugar vóleibol en vez de cricket o porque una chica es “muy masculina” y a la que su familia presiona porque nada que se casa. También está el chico que siente que debe exagerar su masculinidad para que su homosexualidad pase desapercibida. (Ver: Bullying escolar LGBT: más fuerte y dañino).
A pesar de que en Colombia hay bastante por cambiar, a menudo olvidamos lo mucho que los movimientos sociales han logrado. Además de que ser gay en Colombia dejó de ser ilegal (aunque en la práctica existan muchas barreras para poder serlo), las personas trans y no binarias pueden cambiar sus nombres en sus documentos de identidad y las parejas del mismo sexo podemos casarnos y adoptar. (Ver: El decreto para el cambio de sexo: un paso más para las personas trans).
También tenemos instrumentos legales a los que podemos acudir para hacer respetar nuestros derechos. Este no es el caso de Sri Lanka. A pesar de su realidad, Colombo celebra una marcha de Orgullo Gay anualmente y hay eventos de sensibilización en todo el país. (Ver: Colombia: 30 años de la Constitución que abrió el camino de la igualdad).
Por todo esto, no podemos olvidar los triunfos del activismo en Colombia. Nuestra lucha sigue pero el hecho de que tengamos la posibilidad de casarnos, de ir a tomar un trago a un bar o de garantizar el bienestar de nuestros hijos ante la ley, es algo que debemos recordar y celebrar. Quizá en cincuenta años, las nuevas generaciones vean como lejano el concepto “salir del clóset”. Mientras tanto, tengamos presente que todavía hay países con realidades como las de Sri Lanka. Ahora vivo en Maldivas y aquí lo gay, se dice, “no existe”. Pero esa es una historia para otro día…
En Sri Lanka, la posibilidad de independizarse de la familia no solo despierta la idea de liberación económica, sino también mental, sexual y social.
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