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“Cuando los hijos salen del clóset, los papás entran en él”

La orientación sexual de Camilo y Felipe fue el detonante para que Elvira, su mamá, asumiera como parte de su misión de vida apoyar a otras familias a entender y a valorar que el mundo es diverso.

Fotos y vídeo: andresgofoto de goteam.media

Al mejor estilo de las grandes series de Netflix, la historia de la familia Espinal Arango viene por temporadas. A riesgo de hacer spoiler, en la primera sabemos que Elvira, la mamá, nació y creció en una típica familia paisa y tradicional, junto a cinco hermanos y una hermana. También, que estudió en el colegio La Enseñanza, que es enfermera, que trabajó la mayor parte de su vida en el hospital Pablo Tobón Uribe en Medellín, y que está pensionada.

De David, el papá, que es pediatra, que trabaja en el hospital Pablo Tobón Uribe y que le faltan un par de años para pensionarse. Tal como Elvira, también forma parte de una familia paisa, católica y tradicional. Camilo y Felipe son los hijos mellizos que Elvira y David siempre soñaron: responsables, disciplinados, solidarios, los mejores estudiantes y miembros de familia.

El primer gran giro de la historia vino en 2010, año en el que Elvira cumplió 50 años. Eran las épocas en las que ella y David, como buenos papás presentes, llevaban y recogían a sus hijos adolescentes en las fiestas. Pero las alarmas empezaron a encenderse cuando a la madrugada llegaban por sus hijos y mientras Camilo salía muy puntual, Felipe no aparecía.

A esto se sumaron las mentiras que sentían que Felipe les decía. Algo pasaba. Así que una noche en la que Elvira y David llegaron a recogerlos y, una vez más, Felipe no apareció, la tensión familiar llevó a que Elvira le preguntara: “Pipe, ¿en qué andas metido?”.

Le hizo un breve checklist: ¿drogas, problemas con mujeres, algo ilegal? Felipe empezó a llorar mientras Elvira se dio cuenta de que lo único que le faltó preguntarle fue: “¿eres gay?”. “Sí, mamá, soy gay”, respondió él. (Ver: Aceptar a los hijos LGBT).

cuando los hijos salen del clóset
Felipe Espinal, a la derecha, es comunicador social con una especialización en dirección de mercadeo estratégico y otra en intervención creativa. Camilo es abogado especializado en derecho comercial.

Para Felipe, ser homosexual nunca había sido una preocupación ni mucho menos algo “raro”. Rápidamente entendió que no le atraían las mujeres y sí algunos compañeros. “Lo natural para mí era sentir atracción por los hombres. Cuando las tías empezaron a preguntarme ‘¿y la novia?’ yo pensaba con total tranquilidad “yo no quiero una novia”. Y cuando los amigos empezaron a hablar de quién les gustaba, me acuerdo que no me interesaba ninguna niña”. (Ver: Aceptarse).

Y con esa misma naturalidad que asumió lo que sentía, también lo vivió. “En mi vida a tres personas les he dicho que soy gay: a mi papá, a mi mamá y a mi hermano. No siento que sea algo de explicar. Yo no he tenido ni un minuto de dolor en mi vida por ser gay”. (Ver: Guillermo Vives: tenemos que ser visibles).

De hecho, en el colegio, a los profesores que les tenía más confianza nunca les habló de ser homosexual como una preocupación. Su tema era que no quería decirles más mentiras a sus papás y otros asuntos más prácticos como saber qué tan segura era una determinada zona de Medellín a la que quería ir de rumba.

“A una persona LGBT que está en proceso de aceptación, mi mensaje es que sepa lo valiosa que es por el simple hecho de existir”, Felipe.

Felipe tenía muy claro quién era él, a pesar de que la educación sexual que recibió en el colegio no lo incluía: estaba enfocada en la heterosexualidad. “En cada clase corroboraba que eso que me enseñaban no tenía nada que ver conmigo”. Por suerte, dice, su camino ha sido distinto al de otras personas de su promoción que aún no han podido reconocerse como LGBT producto de esa educación. (Ver: Colegios: les llegó la hora de reconocer la diversidad sexual).

El hecho fue que Felipe nunca pasó por un proceso de aceptación o de decir “tengo que reconocer que soy gay” porque desde muy temprano asumió la homosexualidad como una parte de él. “Es más, yo vine a entender la palabra ‘homosexual’ después de haber explorado la atracción que sentía. Eso me ayudó porque nunca tuve que pelear con una etiqueta tan cargada de prejuicios y con la que inicialmente mucha gente no quiere identificarse”. (Ver: La obligación de ser heterosexual).

A veces, dice Felipe, se ríe con sus amigos de que cuando uno es gay y está en proceso de descubrir su orientación sexual, se “pega” de la primera persona que conoce, pero a partir de ahí empieza a construir sus relaciones. “Así fui conformando una red de personas muy significativas para mí que hoy son mis mejores amigos”. (Ver: El plan B de Mauricio Toro).

“Yo le agradezco a la vida haberme podido entender desde chiquito porque me ahorré mucho sufrimiento”, Felipe.

Los Espinal Arango tienen muy claro que los integrantes de una familia pueden compartir valores e ideales pero que cada quien es único, lo que implica que pueden pensar y actuar diferente.

“Yo disfrutaba al máximo mi vida, pero había establecido una barrera muy grande con mis papás”, Felipe.

Lo que sí pasó fue que durante años lo que Felipe sentía y su vida familiar no estaban sincronizados. “Yo estaba explorando mi primer novio, estaba entendiendo qué era tener una relación afectiva y estaba sintiendo los nervios de recibir la llamada de alguien que a uno le gusta, pero mis papás no lo sabían”. Y Felipe no tenía tan claro que ellos estuvieran listos para entenderlo. Así que fueron los años de las mentiras y del mundo paralelo.  

Uno se vuelve un teso para mentir porque yo tenía muy claro qué sentía, pero también sabía que eso no era bien visto socialmente. Por eso tuve que decir muchas mentiras que terminaron alejándome de mi familia: necesitaba un mundo donde pudiera ser yo”, afirma Felipe.

Así que cuando dijo: “sí, mamá, soy gay”, fue el momento más liberador de su vida. “Yo a veces les decía a mis papás que iba a salir con Laura y después les hablaba de Natalia porque con tantas mentiras hasta confundía los nombres”. Lo cierto fue que expresar su orientación sexual fue una manera de reconciliarse con su familia. “Volví a ellos”. Y la familia, dice, debe ser ese espacio seguro donde uno pueda ser realmente quien es.

cuando los hijos salen del clóset
“Yo les digo a las mamás de hijos LGBT que los abracen y los escuchen, pero que si sienten mucho dolor y miedo busquen ayuda en una red de apoyo o con psicología”, Elvira Arango.

“Las personas homosexuales nacemos homosexuales y, simplemente, en algún momento asumimos nuestra orientación sexual”, Felipe.

Cuando Elvira conoció la orientación sexual de Felipe, vinieron los “por qué”, “qué hice mal” y demás frases que muchos papás y mamás pronuncian en ese momento. Por su profesión de enfermera, conocía palabras como “homosexual” y “travesti”, pero hasta ahí llegaba su formación sobre diversidad sexual y de género. “A mí en mi casa me enseñaron fue a llegar virgen al matrimonio y a cuidar al marido”.

Así que empezó a buscar todo lo que pudiera al respecto. “Me la pasaba pegada al computador. Y lo que veía le preguntaba a David: ‘gordo, ¿esto tiene evidencia científica?’”. Más de una vez la respuesta de él fue: “no le pares bolas a eso”. En últimas, cuando David supo la orientación sexual de Felipe, su respuesta fue “seguimos para adelante”.

El paso a seguir de Elvira fue trabajar en recuperar la confianza con Felipe. “Me tranquilicé mucho cuando él nos abrió las puertas de esa parte de su vida que no conocíamos. Nos sentábamos en su cama y me iba mostrando en Facebook uno a uno sus amigos”. Llegó el momento, dice Felipe, en que ser él y su contexto familiar finalmente hicieron clic. (Ver: “La vida y Dios me premiaron con un hijo gay”).

“A quienes siguen pensando que la diversidad sexual y de género es una aberración, les falta conocer más historias y abrirse al mundo”, Felipe Espinal. 

Una frase que a Elvira la marcó fue cuando Felipe le dijo: “confía en la formación que tú me diste”.

Eran los tiempos en que Camilo, el mellizo de Felipe, intentaba proteger a Elvira del sufrimiento que percibía. Para suavizarle el proceso, le decía que tranquila, que él se iba a casar y le daría nietos. Finalmente llevaba ocho años de novio con Catalina, cuyos papás se habían convertido en grandes amigos de la familia.

Fue, entonces, cuando en la nueva temporada -más o menos al año y medio de haber conocido la orientación sexual de Felipe- vino un hecho inesperado. En varias oportunidades Camilo había llamado llorando a Elvira y ella pensaba que la carrera le estaba quedando grande. “Yo lo animaba para que siguiera adelante. Hoy sé que esos eran mensajes que él me mandaba pero que en su momento no pude entender”.

Él ya había terminado con Catalina y aunque había salido con un par de mujeres más, un domingo, mientras dormía, su celular empezó a sonar una y otra vez. Como en ese entonces Felipe vivía en Bogotá, Elvira pensó que podría ser él quien lo estaba llamando y tomó el celular de Camilo para responder. Se encontró con un mensaje de un novio.

“¿También es gay?”. ¡Qué voy a hacer!”, se preguntó Elvira angustiada, mientras caminaba de un lado para el otro de la casa repitiéndose una y otra vez “tranquila”. Esperó a que Camilo se levantara y tuvieron la siguiente conversación:

Cami, ¿tienes algo que contarme? – preguntó Elvira.
No nada – respondió él.
– ¿Seguro Cami? – insistió Elvira.
No, mami, nada – señaló Camilo.
– ¿Con quién vas a salir ahora? – preguntó ella.
No, yo no voy a salir – dijo él.
Cami acabo de leer este mensaje en tu celular porque pensé que Pipe necesitaba algo – concluyó Elvira.

Felipe tampoco lo sabía. “Yo nunca me esperé esto. Cuando supe pasé por una fase de dolor y de ira. Me pregunté por qué Camilo se había ido por el camino más duro y por qué yo no estuve más presente en su vida”.

Es más, Felipe dice que a los 21 años, recuperó a su hermano, porque los dos habían hecho un pacto: Camilo sabía que Felipe era gay pero acordaron que ninguno de los dos les contaría a sus papás. Eso los separó durante años porque Felipe no se sentía cómodo ocultándoles esa información, pero ese era lo acordado. 

Contrario a muchos papás que desde temprana edad lo sospechan, a Elvira nunca se le pasó por la mente que sus hijos fueran homosexuales. Lo único que le parecía raro era que no les gustara el fútbol, deporte que en muchos espacios es un termómetro de la masculinidad. (Ver: Bullying escolar LGBT: más fuerte y dañino).

Elvira tiene muy claro que parte del problema es cuando los papás esperan que sus hijos e hijas cumplan con sus sueños y expectativas desconociendo que son seres independientes.

“En nuestra casa las discusiones son abiertas. Acá aprendimos a respetarnos nuestros puntos de vista”, David.

En esta nueva temporada Elvira sufrió pensando en todo lo que habrían pasado sus hijos y que ella no vio. “Yo me preguntaba por qué no estuve en esos momentos de descubrir y reconocer su orientación sexual. A su manera, ellos querían protegernos de esas bobadas sociales que fuimos incorporando en nuestras vidas”.

Así que optó por aprender aún más sobre diversidad sexual y de género. “Lo que uno escuchaba era que la homosexualidad no era algo bueno, entonces pensaba: si mis hijos son tan amados y tan buenas personas, ¿por qué no pueden ser homosexuales?”. (Ver: Diversidad sexual y d egénero: lo que se dice vs. lo que es (Parte I).

Una vez aprendió del tema, su preocupación pasó a ser “el qué dirán”. “Muchas veces cuando los hijos salen del clóset uno se mete en él y yo lo cerré con doble llave. En el hospital, mis compañeras de trabajo me preguntaban: ¿Pipe y Cami ya tienen novia? Y yo solo pensaba: novio”. (Ver: “La vida me preparó para tener un hijo gay”).

El miedo más grande de Elvira era que sus hijos no pudieran cumplir sus sueños. “A mí me ayudó a superar este prejuicio conocer las historias de personas LGBT que habían conseguido sus metas”. Así, llegó el día en el que Elvira se cansó de buscar información y se dio cuenta de que la verdad estaba enfrente de ella: dos hijos maravillosos con los que había soñado toda la vida. (Ver: Sí, todo mejora)

“Desde entonces nos podíamos mirar a los ojos con la certeza de que no había más mentiras”, Elvira.

Para David, lo más importante es que papás y mamás aprendan sobre diversidad sexual y de género, para disminuir sus miedos y el desconocimiento.

Elvira, sin embargo, sentía la necesidad de conocer historias de familias de las que pudiera aprender. Por Internet encontró la Asociación Internacional de Familias por la Diversidad Sexual e identificó que Gloria Ruiz, fundadora de FAUDS (Familiares y amigos unidos por la diversidad sexual y de género), era la representante en Colombia. La contactó. (Ver: “Lo de menos es que mi hijo sea gay, lo importante es él como ser humano”).

Con el tiempo, Elvira se fue involucrando en las actividades y grupos de apoyo de FAUDS y encontró que en esta organización estaba parte de su misión de vida: enseñarles a quienes pudiera que la diversidad sexual y de género no tiene nada de malo ni es un castigo de Dios. (Ver: ¿Qué dice la Biblia realmente sobre la homosexualidad?).

Ahora es la líder de la red de apoyo y maneja la línea de atención. “Cada vez confirmo más que hay mucha gente que necesita ser escuchada”. Lo más difícil de este trabajo, dice, es cuando la contacta una persona LGBT porque su papá o su mamá -o los dos- no la aceptan.

Y un momento feliz, cuando ese hijo o hija llega con sus papás al grupo de apoyo y terminan la sesión abrazándose. “También es muy satisfactorio cuando llaman papás y mamás con toda la intención de apoyar a sus hijos, pero no saben cómo hacerlo”. (Ver: “Dejemos de decir que no queremos hijos LGBT”).

“Si no existiera la estigmatización, las personas rápidamente se asumirían como LGBT”, Felipe Espinal.

El mensaje que Elvira intenta darles tanto a papás y mamás e hijos LGBT es que esas situaciones familiares tienen solución porque a veces siente que la gente llega pensando que no hay nada que hacer. Para ella, el gran problema de fondo es que hay muchas personas que condenan la diversidad sexual y de género porque eso fue lo que les enseñaron y no tiene herramientas para pensar distinto. (Ver: Chao prejuicios).

Elvira también entendió que muchas veces los papás esperan de sus hijos la realización de sus propios sueños. Y cuando los hijos se salen de esa carga que les imponen, tanto unos como otros sufren. Como en estos casos, el problema es de los papás que se resisten a aceptar a sus hijos LGBT, son ellos quienes tienen que resolverlo aprendiendo y no esperando a que su hijo sea otro.

A los papás y mamás que creen que la orientación sexual o la identidad de género de sus hijos es una moda o una etapa que se les pasará dejándoles de pagar los estudios o echándoles de la casa, la recomendación de Elvira es: escuchen a sus hijos e hijas. “Cuiden sus palabras, vean las historias de otras familias y acudan a ayuda confiable. Yo estoy lista para conversar con las familias que estén dispuestas a hacerlo”. (Ver: “Tener una hija lesbiana es un orgullo para mí”).

De hecho, agrega, no se trata de que la gente tenga que abandonar sus creencias religiosas para aceptar a su hijo o hija LGBT. “A mí me ayudó aprender de muchos santos de la Iglesia católica. Por ejemplo, todo lo que Santa Juana de Lestonnac (1556 – 1640) trabajó por los demás”. (Ver: Padre James Martin: Jesús sería el primero en acoger a las personas LGBTI).

 “A las personas LGBT les digo que entiendan que muchos papás pasan por un duelo, así fueron educados. Hay que ponerse en sus zapatos”, Felipe.

Durante un tiempo, como católica, Elvira sintió rabia con los líderes religiosos que se expresan en contra de la diversidad sexual y de género. Fue, entonces, cuando decidió ser más crítica porque sus peleas nunca han sido con Dios, sino con quienes asumen su vocería en la tierra. (Ver: La Biblia no discrimina pero sí las interpretaciones fuera de contexto).

Y como para ella es importante contar con guías espirituales, acude a los sacerdotes carmelitas, a las meditaciones y a otras prácticas que le dejan más contenido. “Hoy me siento una persona mucho más espiritual porque antes era más de cumplir con normas como la de ir a misa los domingos, pero ahora vivo la religión de una manera muy distinta”. (Ver: Francisco De Roux: a un país no se le puede imponer una ética religiosa).

Según David, hoy también hay sacerdotes católicos que les envían mensajes de apoyo a las personas LGBT y a sus familias. “Eso hace 30 años no pasaba. Los sacerdotes rezanderos tienen sus seguidores, pero también aquellos que hablan de espiritualidad de una manera más profunda y que no tienen problema con la diversidad sexual y de género”. (Ver: “Soy un gay a imagen y semejanza de Dios”).

“Cuando mi mamá supo que yo era gay, seguro pensó que su sueño de ser abuela no se cumpliría, pero resulta que yo sí puedo ser papá si así lo decido”, Felipe.

“A veces lloraba porque veía a mis hijos alejándose de la religión católica hasta que entendí que ellos no se alejaron sino que los alejaron”, Elvira.

Finalmente, la diversidad también se vive en el mundo católico. Este, como el evangélico o el pentecostal, no son uniformes. Y cada persona elige en qué parte quiere estar. Así, la más reciente temporada de esta historia es de plenitud. Lo que buscan ahora es que la diversidad de la realidad sea más visible.

Me refiero a esas historias de sacerdotes o pastores cuyo mejor amigo es gay, a las parejas del mismo sexo con hijos o a las mujeres trans en cargos públicos. Hay personas LGBT en todos los espacios. No hay mucho que explicar sino más de mostrar”, concluye Felipe. La realidad habla por sí misma.

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