Esta es la historia detrás de la decisión de la Corte Constitucional de Colombia de incluir el género no binario en los documentos de identidad. ¿Cómo Dani García, sin hacer ruido, logró este paso tan importante?
Dani García Pulgarín tiene cuarenta y un años, pero su vida, la de verdad, comenzó a los veinte.
“Durante mis primeros 20 años de vida intenté representar la idea de lo que significa ser un hombre masculino. Hasta presté servicio militar y me rapé. Cuando no logré encajar tomé otro camino: una transición hacia lo femenino y empecé a tomar hormonas por mi propia cuenta”, recuerda Dani. (Ver: Nada más frágil que la masculinidad)
Este proceso empezó unos años después de llegar a Medellín desde La Tebaida, Quindío, municipio en el que nació. La capital antioqueña le permitió vivir con un poco más de libertad. Allí, además, conoció y se identificó con una mujer trans que se dedicaba a la prostitución.
“Ella fue un referente para mí, no tanto por lo que hacía sino por quien era. Era muy marica, muy travesti. Siempre dábamos de qué hablar”, cuenta Dani, quien, ante la falta de oportunidades laborales, llegó a la prostitución. Su mamá le había advertido a ella y a uno de sus hermanos que tenían que buscar qué hacer. La situación económica era difícil y el dinero escaso. (Ver: La fuerza de Lola Dejavu).
Ante la falta de oportunidades, Dani García llegó a la prostitución en Medellín.
“Reconocerse como travesti es una posición política y de resistencia. Es encontrar un lugar en un mundo que exige ser o parecer hombre o mujer”, Dani García.
Rompió con la religión y con las ideas que le decían que terminaría en el infierno. Fue a misa durante muchos años obligada, pues su familia, como tantas otras en Colombia, es muy creyente. “Nunca me enseñaron que existía un dios de amor, siempre me mostraron al diablo y yo no quería saber más de eso”, dice. Al alejarse de la iglesia fluyó, se sintió más tranquila y hasta cambió su forma de vestir. En su armario ahora había prendas femeninas. (Ver: Diversidad sexual y nuevas alternativas espirituales).
Fue en Medellín, en el mundo de la prostitución, donde se relacionó por primera vez con el término “travesti”. “Entre nosotras nos reconocíamos como travestis; no existía la palabra ‘transgénero’”, explica. Sin embargo, fue hasta hace poco que tomó la decisión de identificarse como una persona “travesti no binaria”. Para entenderlo hay que viajar un poco más adelante en su vida hasta llegar al presente. (Ver: Travesti, una breve definición).
Dani ha sido víctima de diferentes tipos de violencia. Alguna vez le arrojaron una botella y le rajaron la frente. A ella y a sus compañeras las veían como una aberración, incluso los clientes que las buscaban: el hijo de la vecina, el casado, los que tanto presumían de su masculinidad. Ella dirá luego que “si a muchas personas las arrimaran a una hoguera, se les quemaría el culo de paja que tienen”. A sus conocidas y amigas, incluida la primera mujer con la que se identificó, las mataron.
Para alejarse de la violencia de las calles pasó por la peluquería y por una carrera técnica en confección. Con el tiempo y con esfuerzo estudió ciencia política y, dentro de poco, se convertirá en magíster en educación y derechos humanos de la Universidad Autónoma Latinoamericana. Su tesis es una autobiografía en la que narra su historia, su dolor, su experiencia y sus tránsitos. (Ver: Cristina Rodríguez: mujer orgullosamente trans).
“Dani quiere problematizar sobre los tránsitos que son pensados de manera lineal: esos que empiezan en un lado y terminan en otro. Su propuesta de investigación parte de su experiencia, de su existencia y de su cuerpo. Su interés es mostrar que los tránsitos pueden darse en diferentes direcciones y formas”, explica Walter Bustamente, amigo y profesor de la maestría.
Antes de llegar a la maestría, Dani se identificaba como una mujer trans. Mientras escarbaba en sus recuerdos se dio cuenta de que su historia se repetía en otros lugares de América Latina. “He investigado sobre el feminismo travesti latinoamericano. Al remontarme a mi historia cuando estuve en el ejercicio de la prostitución, hubo un momento en el que algo hizo clic en mi cabeza y pensé en reivindicar la palabra travesti. Las feministas travestis no queremos encajar en una idea de ser hombre o ser mujer. Al movernos de esos lugares tan estáticos encontramos un montón de posibilidades”, explica. (Ver: Qué es el transfeminismo en América latina)
Todos sus tránsitos, desde reconocerse como un hombre gay hasta una mujer trans, son experiencias que la han llevado a luchar por el reconocimiento social y legal de las personas con identidades y expresiones de género diversas.
“Yo me volví odiosa, una ‘piroba’, una maldita a partir de pasar por situaciones dolorosas de mi vida”, Dani García.
Mientras me cuenta su experiencia, no puedo evitar pensar en las palabras de Camila Sosa Villada en su libro Las Malas. “Se ejerce la prostitución casi como una consecuencia. Durante toda tu vida te auguran la prostitución (…). A las travestis no nos nombra nadie, salvo nosotras. El resto de la gente ignora nuestros nombres, usa el mismo para todas: putos”.
“Lo no binario no hace referencia solamente a lo estético, sino a una forma de ser y de pensar que va más allá de lo masculino y de lo femenino. Yo empecé a vivir en ambos lugares, a hacerlo como yo quería y a sentirme bien conmigo misma. Recuerdo que cuando hice la transición a lo femenino sentía que no me podía bajar de los tacones y tenía que estar todo el tiempo producida. En un momento dije: ‘¡No, vale mierda! Yo quiero estar tranquila: si me quiero poner tacones y llevar barba, lo haré’”, cuenta Dani. (Ver: Ni hombre ni mujer: persona no binaria).
Contra el sistema binario
En Colombia, gracias al decreto 1227 de 2015, quien lo desee puede cambiar la información de “sexo” que aparece en su registro civil de nacimiento y en su cédula cuando este no concuerde con su identidad de género. Sin embargo, las únicas dos opciones son una “M” (masculino) y una “F” (femenino). Es decir que las personas como Dani, que no están en ninguna de esas dos alternativas, no tienen una opción que las represente ante el Estado. Es como si no existieran. (Ver: Jess: soy yo sin pedir permiso ni dar explicaciones).
“A las travestis nos ven como hombres vestidos de mujeres y se piensa que estamos falsificando nuestros documentos de identidad o que intentamos usurpar el lugar de las mujeres. Cuando no hay reconocimiento de otras posibilidades, se pueden usar estos argumentos para negarte derechos y hasta para llevarte a la cárcel. A mí me pasó cuando estaba más ‘polla’ y ejercía la prostitución: simplemente nos levantaban en un carro en cualquier barrio y hacían con uno lo que les venía en gana”, recuerda Dani.
Cansada de tanta violencia, se propuso luchar contra el sistema. Luego de muchos años tratando de encajar se liberó de las casillas “masculino” y “femenino”, y quería ese mismo reconocimiento en sus documentos de identidad. (Ver: Alanis Bello: no quiero ser un hombre ni una mujer).
Las transformaciones importantes las llevamos a cabo personas que no tenemos nada que perder.
“No es de interés de absolutamente nadie saber qué es lo que llevo entre mis piernas”, Dani García.
Así que en diciembre de 2019 le solicitó a la Registraduría Nacional eliminar el componente “sexo” de su documento de identidad o reemplazarlo con la letra “x” o con la palabra “indefinido”. En su petición, escribió lo siguiente: “No es de interés de absolutamente nadie saber qué es lo que llevo entre mis piernas. Además, ese dato ha sido usado en mi contra y ha servido para someterme a todo tipo de tratos crueles, inhumanos y degradantes”. (Ver: El género existe y no es una ideología).
La entidad negó su petición y alegó que los cambios en la cédula de ciudadanía “dependen directamente de la información que reposa en el registro civil de nacimiento”. Igualmente, le recordaron que cualquier persona interesada en la modificación de ese ítem solo puede optar por un “masculino (M)” o un “femenino (F)”.
Con esta respuesta, Dani le pidió a la notaría novena de Medellín cambiar su nombre por Dani y le solicitó también el cambio del componente “sexo” en su registro civil. Al igual que la Registraduría, se negaron a hacerlo por dos razones: la primera es que el cambio solo podía ser efectuado por un juez y, la segunda, que el componente sexo, que ya había sido cambiado por Dani en 2015 cuando se identificaba como mujer, solo puede hacerse por segunda vez a los 10 años desde la primera modificación. (Ver: El detrás de cámaras del decreto del cambio de sexo en Colombia).
Luego de estas negativas, la indignación fue el motor que la movió a interponer una tutela en contra de la Registraduría y la notaría. El juez de primera instancia negó sus dos peticiones y, el de segunda, le concedió el cambio de nombre, pero no el del componente sexo.
En Colombia, todas las tutelas llegan a la Corte Constitucional y, luego de un proceso interno, algunas son revisadas. Además, las personas u organizaciones involucradas pueden insistir, a través de un escrito, para que escojan la suya. Dani envió su tutela acompañada de una carta. Sin necesidad de hacer nada más, su historia convenció al tribunal de que su caso merecía ser revisado. (Ver: La Corte Constitucional de Colombia y los derechos de personas LGBT).
“Ella es una persona que cuando está convencida de algo lo saca adelante y lo hace de manera silenciosa”, cuenta Walter. Alisson Marín Cárdenas, amiga de Dani desde hace 15 años, dice lo siguiente: “Ella me dijo que había puesto una tutela y que si salía iba a ser algo grande. Es ‘guerrerísima’ y siempre está en constante aprendizaje”.
“Cuando Dani está convencida de algo lo saca adelante y lo hace de manera silenciosa”, Walter Bustamante, profesor y amigo de Dani.
La posibilidad de tener en la cédula una categoría más allá de “masculino” o “femenino”, se relaciona con la dignidad humana y con derechos como el acceso al trabajo y a la salud.
En la tutela Dani cuenta varios episodios de su vida privada y explica por qué la posibilidad de tener una categoría más allá de lo masculino o de lo femenino en los documentos de identidad, está relacionada con la dignidad humana y con derechos como el acceso al trabajo y a la salud. Ella aprovechó lo que había escrito para su tesis y así armó la tutela. (Ver: Colombia: 30 años de la Constitución que abrió el camino de la igualdad).
Allí expone situaciones de discriminación, como la que vivió mientras formaba parte de un proyecto de la alcaldía de Medellín con las personas LGBTIQ reclusas de la cárcel de Bellavista. Al llegar al centro penitenciario tenían que requisarla. Ella pidió que lo hiciera una mujer, pero se lo negaron. Aunque habló con un teniente y le expuso su caso, este le dijo que si quería entrar la única solución era que un hombre la requisara de la cintura para abajo y una mujer de la cintura para arriba. Humillada, no tuvo más remedio que aceptar, pues adentro la esperaban. Aunque no sin antes hacer, muy a su estilo, algunos comentarios irónicos a quienes la requisaron. “No me toques tanto que de pronto me excito”, le dijo al hombre.
Otro evento doloroso lo vivió mientras buscaba una práctica laboral, uno de los requisitos para terminar la carrera técnica en confecciones. Fue a presentar una entrevista y a la profesora que la envió le dijeron que cómo se le ocurría enviar a un tipo que parecía un payaso pintado y, en vez de defenderla, la profesora le reclamó por haberla hecho quedar mal. Finalmente, tuvo que hacer sus prácticas en un taller de barrio.
Tiempo después, con la carrera terminada y para tratar de abrirse camino en el mundo de las confecciones, presentó unas pruebas en una reconocida empresa, pero al llegar a la entrevista alguien de recursos humanos la hizo a un lado y le dijo que lo lamentaba mucho pero que, dentro de las políticas empresariales, no tenían permitido contratar a personas como ella. “Salí destruida. Necesitaba recuperarme anímicamente. No fui capaz ni de coger un bus ese día y me fui caminando hasta el centro de Medellín”, recuerda Dani. (Ver: “Ser trans es como estar en peregrinación”).
Dicen que los seres humanos entendemos mejor lo complejo del mundo a través de las historias. Tal vez eso es lo más poderoso de su tutela. “Sentí mucha ansiedad, pero hablé desde el corazón. Hablé de mi historia, que también es la de muchas otras. Mostré que intenté ajustarme, pero nunca me reconocieron ni como hombre ni como mujer, entonces pedí otro lugar para poder habitar”, explica Dani, quien expuso su vida y valió la pena, pues logró un cambio histórico. (Ver: “Me liberé del género”).
Luego de consultar a las entidades demandadas, a instituciones del Estado y a organizaciones expertas, la Corte Constitucional, mediante la Sentencia T-033 de 2022, con Gloria Stella Ortiz como magistrada ponente, protegió los derechos de Dani a cambiar su nombre y a optar por la opción “no binario” (NB) en su registro civil de nacimiento y en su cédula de ciudadanía, e hizo extensivo este derecho a todas las personas no binarias. (Ver: La Constitución de 1991, un paso fundamental en los derechos LGBT y de las mujeres).
“Intenté ajustarme, pero nunca me reconocieron ni como hombre ni como mujer, entonces pedí otro lugar para poder habitar”, Dani García.
“Lo sucedido con la sentencia de la Corte Constitucional es ejemplo de cómo lo que hacemos en la academia puede incidir en la vida de muchas personas. El trabajo académico no es solo para nuestro prestigio, es para que personas como Dani puedan tener un lugar”, Walter Bustamente, amigo y profesor.
La Corte exhortó al Gobierno y a la Registraduría para que, en un término no mayor a seis meses, hagan las modificaciones necesarias en el decreto 1227 del 2015. Hizo lo mismo con el Congreso para que, en un periodo de dos años regule los derechos, obligaciones y servicios que son asignados con base en el sexo/género para que todas las personas no binarias, sin distinción, accedan a ellos.
En un principio no se sintió del todo conforme con la categoría no binario (NB). Ella había pedido una “x” o “indeterminado”, pero el día en que se conoció el fallo, mientras trataba de aquietar su cabeza y no lograba dormir, se preguntó: “¿Voy a pelear por la diferencia en las letras o voy a entender que la diferencia la hice yo? No voy a preocuparme más por una “x” o una “NB”, esto nos permite otra posibilidad. Yo en cualquier momento dejo de existir, por eso quería que esta estructura tan cerrada cambiara para todas”.
Y eso también es lo importante de la decisión: que protege los derechos de todas las personas no binarias. En el mundo del derecho a este proceso se le conoce como litigio estratégico. Juliana Bustamante, directora del Programa de Acción por la Igualdad y la Inclusión Social (Paiis), de la Universidad de los Andes, lo explica: “La decisión genera una orden para movilizar a todas las entidades del Estado que tienen unas obligaciones en la garantía de derechos, no solamente de la persona específica sino de todas las que se encuentran en una situación similar”.
Dani sabe que más allá del cambio legal, se necesita un cambio social. Cuando hay decisiones como estas, que todavía incomodan a algunos sectores, es usual que desde el Estado las instituciones se resistan porque, supuestamente, generan inestabilidad jurídica y además cuestan dinero. También hubo personas y medios de comunicación que, al conocer el fallo, pusieron sobre la mesa temas como el servicio militar y el sistema de pensiones. Se preguntan: ¿estas personas tendrán que prestar servicio militar?, ¿cuál será su edad de pensión?
Aunque son discusiones que tendrán que darse, sería importante que antes de hacerlo se preocuparan por conocer la realidad de las personas no binarias. Como dice Dani: “Las travestis que hemos ejercido la prostitución y que hemos trabajado en peluquería difícilmente hemos hecho pagos a la seguridad social y al sistema pensional, entonces sabemos que no nos vamos a pensionar”. Y tiene razón, quienes no tienen acceso a los derechos humanos más básicos, se preocupan por sobrevivir, no por la edad en la que se van a pensionar.
Por ahora, Dani está concentrada en lograr que la Registraduría y la notaría cumplan con el fallo. A pesar de que a la notaría le dieron un plazo de ocho días, ya recibió la primera respuesta negativa, pues alegan que la Corte no les ha comunicado la decisión.
Ahora Dani está concentrada en lograr que la Registraduría y la notaría cumplan con la sentencia de la Corte Constitucional.
“Yo siempre he querido ser profesora”, Dani García.
“¿Qué viene ahora para ti, con qué sueñas?”, le pregunto.
“Tenía un sueño, pero ha ido desapareciendo. Yo siempre he querido ser profesora. Quería. Es que las personas son muy desagradecidas y no van a entender que uno quiera que los chiquitos vean otro mundo y se les ofrezca verlo de otra forma. Me da pereza entrar a lidiar con el imaginario y las ‘cucarachas’ que tienen los papás en la cabeza”, responde ella.
Sí, la persona que dio el primer paso para transformar un sistema que parecía inamovible y que ha conseguido sus derechos a punta de tutelas, tiene miedo de enfrentarse nuevamente a un proceso para conseguir empleo. Es imposible no tenerlo luego de lo que ha vivido. Yo espero que su sueño no desaparezca del todo. Necesitamos más profesoras como ella en las aulas de clase.
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