Poder ser quienes somos, para satisfacción propia, debería ser el camino. No deberíamos tener que mantener o cambiar nuestra imagen para “parecer normales” y poder tener un trabajo, estudiar o acceder a servicios de salud.
Por Karl Sc *
Hace poco tuve un trabajo en el que no duré mucho tiempo. Pasó que cuando empecé allí le envié un mensaje a alguien con un sobrenombre cariñoso para contarle de mi nuevo empleo. El problema fue que de los nervios… ¡se lo envié a mi jefe!
Ese día él no me dijo nada, pero al siguiente me preguntó: “¿Eres de ambiente?”, una parte de mí quería responder “¿de ambiente familiar?”, pero como era nuevo, solo acerté a decir: “¿de cuál ambiente?”. Él me aclaró que lo preguntaba por el mensaje que había recibido. Yo le expliqué que era para otra persona y él me aseguró que no me iba a dejar sin trabajo por eso. (Ver: Ser LGBT en el mundo laboral).
Recuerdo que entre otras cosas le dije: “si uno responde sí a su pregunta, la gente piensa que puede buscarle a uno con quien salir y a mí no me interesa“. Mi jefe respondió “¿acaso eres célibe o qué?”. Yo me quedé en silencio porque sentí que invadía mi privacidad y le hice notar que no quería continuar la conversación.
Más adelante, su esposa intentó sacarme más información. Empezó a poner sobre la mesa “la inclusión”. Y la verdad es que si el tema les interesara ya habrían puesto rampas para permitir una mejor movilización de las personas con discapacidad, pero no, el asunto iba por otro lado. Me hablaba de discotecas y de bares que debía visitar, pero vivo en Venezuela: el país donde el sueldo mínimo equivale a cinco dólares. (Ver: Derecho de admisión vs. discriminación en bares LGBT).
Yo respondía con evasivas y cuando ella intercambiaba los pronombres “ella” o “él” para probar a cual yo asentía, simplemente ignoraba la diferencia. Toda esta situación me llevó a preguntarme: ¿por qué tendría que forzarme a responder cómo me identifico? ¡Esa es una decisión libre y voluntaria!
No sé por qué mi jefe y su esposa me hicieron esas preguntas. Supongo que será porque en Venezuela mucha gente no tiene problema con decirle a una señora a la que no conoce, tal como le pasó a mi mamá, que se busque un novio para que le ayude económicamente o que si suda tanto es porque está en la menopausia.
Es evidente cuando el interés por nuestra identidad, como en el caso de mi jefe y su esposa, no es por apoyo sino por curiosidad y chisme. Ella siempre hablaba de farándula y la hermana del jefe pensaba que una mujer trans era lo mismo que ser gay. Bueno, es desconocimiento por vivir en una burbuja.
Entonces -y ahora lo explico mejor- sí formo parte del amasijo LGBTI, aunque me gustaba más cuando todo lo que se salía de la heterosexualidad obligatoria era llamado “gay”: hombres a los que les atraían otros hombres, mujeres a las que les gustaban las mujeres y las personas trans y travestis… Todo simplemente era gay. Aunque, por supuesto, entiendo que las luchas posteriores provocaron la división en los vocablos y en las agendas activistas.
En todo caso, no me gusta la palabra “homosexualidad”. Me suena clínico, después de todo fue una etiqueta médica. Mucho menos me gusta el “¿eres de ambiente?” porque mi idea de “ser de ambiente” va mucho más allá de una orientación sexual o una identidad de género. ¿Por qué “ser de ambiente” no puede ser también un gusto por leer o ir a la biblioteca? ¿Por qué se relaciona con discotecas, bares y saunas? Aunque pensándolo bien, no sé si por leer al poeta y dramaturgo francés Jean Cocteau (1889 – 1963) que era muy sociable y le gustaban las fiestas, por transitividad yo también sea “de ambiente”.
Cada quien debería ser libre de decir o no decir, de identificarse o no identificarse, de tener pluma o no y de mantener o cambiar nuestra imagen sin tener que ajustarnos o “normalizarnos” solo para tener un trabajo, poder estudiar o acceder a los servicios de salud. (Ver: ¿Y si no tuviéramos que decir que somos homosexuales?).
Poder ser quienes somos, especialmente por nosotros mismos, debería ser el camino y la meta, no la identificación para satisfacer la curiosidad o la “normalización” ajena.
“Me encantaba cuando en las tarjetas de navidad de años atrás la gente se deseaba ‘May you have a gay Christmas’ (o alegre navidad). ¡Yo quiero muchas navidad gay!”.
* Vivo en Venezuela, un país sin papel higiénico, sin agua, sin luz, sin servicios de salud y sin comida. De hecho, este año no hubo marcha del orgullo LGBTI. ¿Quién puede pensar en celebrar el orgullo con hambre, racionamiento de agua y la nevera vacía? Además, muchos activistas ya se fueron. Emigraron.
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