“Vivimos en el mundo que creamos con nuestras conversaciones”, es una de las premisas del científico chileno Humberto Maturana que el Instituto de la Conversación, en Colombia, adoptó. Sentiido habló con Inma Aragón, su directora, para saber cómo llegar a acuerdos con quienes piensan distinto.
El rechazo hacia quienes son percibidos como “distintos” –las personas lesbianas, gais, bisexuales y trans (LGBT) por ejemplo– siempre ha existido, dice la filósofa y periodista alemana Carolin Emcke en su libro Contra el odio. (Ver: Chao prejuicios).
Además de esto, en los últimos años ha ido creciendo la equívoca idea de que a estas personas se les está dando “un exceso de derechos”, como si casarse y poder aplicar a procesos de adopción fueran privilegios. (Ver: Matrimonio igualitario en Colombia, paso a paso).
La premisa que se siente en el ambiente es que las personas LGBT deberían darse por satisfechas con “todo lo que se les ha dado” y no insistir en sus reclamos de igualdad y no discriminación.
“Como si las personas LGBT pudieran ser iguales hasta cierto punto del cual no pueden pasar. ¿Completamente iguales? Eso sería ir demasiado lejos”, parecieran decir algunos, señala Emcke.
En muchos casos, detrás de estas ideas hay creencias religiosas como “ser LGBT es una abominación” o “un pecado” y engaños tales como que con oración y ayuno estas personas pueden “retornar por el camino correcto”. (Ver: Ser homosexual y ser feliz).
Esto ha llevado a que cada vez sea más profundo el distanciamiento entre quienes creen esto y quienes están convencidos de que las sociedades deben fundamentarse en la igualdad de derechos y no discriminación por orientación sexual e identidad de género. (Ver: Más razones para hablar de religión y diversidad sexual).
¿Cómo lograr, entonces, que dos orillas aparentemente opuestas puedan dialogar y llegar a acuerdos? Para analizar este tema, Sentiido habló con Inma Aragón, socióloga y directora del Instituto de la Conversación, una fundación sin ánimo de lucro creada en 2012, en Bogotá, con el objetivo de promover mejores conversaciones.
“Buscamos aprovechar el potencial que hay en un acto tan sencillo como conversar para actuar de manera más certera. Por eso, la frase que mueve al Instituto es ‘vivimos en el mundo que creamos con nuestras conversaciones’ del científico chileno Humberto Maturana”, señala Aragón.
El Instituto de la Conversación nació como una idea de Carlos Lemoine, presidente del Centro Nacional de Consultoría; Luis Carlos Jacobsen, abogado enfocado en la facilitación de conversaciones y Agustín Jiménez, director de Cauc, organización especializada en estrategia, liderazgo y gestión del cambio.
Colombia, un claro ejemplo
“Colombia es un claro ejemplo de lo que significa apostarle a un diálogo sistematizado o al poder de la palabra. Las conversaciones entre el gobierno y la guerrilla de las FARC en La Habana (Cuba), nos gusten o no, duraron cuatro años y llegaron a un acuerdo para la terminación del conflicto armado”, señala Aragón. (Ver: Una diversidad más amplia para el postconflicto).
Una de las metodologías que utiliza el Instituto es el llamado “Café del mundo”, una conversación que tiene lugar en un ambiente acogedor y amigable que les permite a quienes participan dialogar sobre determinadas preguntas para crear acuerdos y caminos de acción.
En 2017, el Instituto organizó en Bogotá un “Café del mundo” con líderes de diferentes confesiones religiosas y activistas LGBT, llamado “Similitudes por la convivencia” para promover la empatía (o la capacidad de ponerse en los zapatos del otro) en un marco de respeto por las diferencias. (Ver: Rodrigo Uprimny: Dios sería el primero en defender el Estado laico).
1. Uno de los objetivos del Instituto de la Conversación es promover “conversaciones transformadoras”. ¿Qué son estas exactamente?
Inma: el concepto “diálogo transformador” significa construir. Esto se logra cuando se conversa respetando las opiniones del otro y con la mente abierta para entender que sus experiencias de vida son distintas a las mías.
El hecho de participar en una conversación sistematizada dirigida por preguntas pensadas para un diálogo específico, impacta a quienes participan. Es raro no salir de un espacio de estos con la certeza de que algo se aprendió y de que algo en uno cambió.
“El principal cambio se logra en uno mismo y sin que haya un mandato de fondo de ‘tienes que salir transformado de esta conversación’”.
Parte de lo que practicamos en el Instituto es escuchar con atención. Es decir, concentrarnos en lo que el otro nos dice en vez de estar pensando en lo que vamos a responder o en la historia que vamos a contar. Es estar aquí y ahora.
Se trata, también, de escuchar sin cerrarnos en nuestras ideas y sin la creencia de que yo soy quien tiene la razón. De esta manera nos acercarnos a experiencias muy lejanas de las que teníamos en mente. Esto es aprendizaje.
2. ¿Hay tantos vacíos en las conversaciones que tenemos como para crear un Instituto de la Conversación?
Inma: así es. Muchas veces iniciamos un diálogo en función de una emoción como la rabia, lo que nos lleva a hacer juicios de valor. Suelen ser conversaciones de las que después nos arrepentimos porque no decimos lo que en realidad quisiéramos decir.
La idea es apostarle a conversaciones conscientes. Cuando empezamos a dialogar, en lo que más pensamos es en lo que vamos a decir porque no estamos acostumbrados a escuchar.
“Si no respetamos ni intentamos entender los sentimientos o las vivencias de los otros será muy difícil conversar realmente”.
Muchas reuniones de trabajo son una pérdida de tiempo y algunas invitaciones a encuentros terminan en algo muy diferente a lo planteado. En ocasiones, empezamos a hablar de un tema y terminamos en otro muy distinto. De ahí, también, que una de nuestras apuestas sea tratar de hablar de manera más ordenada.
3. ¿Cuáles son las ventajas de apostarle a la metodología de un “Café del mundo” para lograr mejores conversaciones?
Inma: esta metodología le otorga gran importancia al ambiente, a que las personas que participen se sientan a gusto en el espacio donde están. Parece un detalle irrelevante pero, en realidad, esto puede transformarlo todo.
El hecho de que la gente, en vez de reunirse en el auditorio de hotel de siempre, encuentre las mesas en una disposición distinta, con flores, dulces, mucho color y su nombre escrito, ya nos invita a conversar. El ambiente nos ayuda a establecer un piso emocional más adecuado.
“A estas conversaciones hay que llegar con la mente abierta y no con la intención de figurar o de decir lo que los otros quieren escuchar”.
Acá tampoco hay jerarquías, todas las personas están en el mismo nivel. Si se organiza un “Café del mundo” en una compañía, desde el gerente hasta la recepcionista tienen las mismas oportunidades de participar.
Es una conversación democrática donde todos participan con la misma herramienta: la palabra. Es un encuentro que convoca a personas con distintas miradas en un marco de respeto, con las reglas del juego claras y sin pensar que se trata de una competencia.
La metodología que seguimos resulta más amable para la gente que, por ejemplo, se paraliza ante la idea de hablar frente a una audiencia porque trabajamos con grupos pequeños –más o menos cuatro personas– lo que también aumenta la participación de quienes tienden a estar callados por pensar que sus aportes serán una bobada.
Normalmente ante las preguntas que se formulan, suelen seguir comentarios negativos de los participantes. De ahí el importante rol del facilitador: evitar que las conversaciones se conviertan en espacios de quejas o reclamos y orientar el diálogo hacia lo positivo o hacia lo que se puede hacer. La idea es avanzar teniendo en cuenta la pregunta que guía la conversación y los objetivos del encuentro.
4. ¿Cuáles fueron los principales hallazgos del encuentro “Similitudes por la convivencia” en el que participaron representantes de iglesias y activistas LGBT?
Inma: participaron 55 personas. Se formularon tres preguntas: 1. “Cuando piensas en tu familia, ¿qué esperas que te aporte emocionalmente?” 2. “¿Cómo construir una buena convivencia teniendo en cuenta que todos somos diversos?” y 3. “¿Qué acciones puedes poner en práctica para tener una mejor convivencia?”.
Cuando abordamos la primera pregunta sobre la importancia de la familia, encontramos que la gente, no importa quien sea, normalmente espera que quienes conforman su familia les den amor, las acojan y las apoyen. (Ver: “Cuando acepté que ser homosexual no era enfermedad ni pecado, mi vida cambió”).
Puede que esto no siempre pase pero es lo que la mayoría espera de su familia. En el encuentro “Similitudes por la convivencia”, por ejemplo, salieron los típicos casos de “mi familia no me acepta por ser gay y me echó” y la persona esperaba otro comportamiento.
“El objetivo siempre será llegar a unos acuerdos. No se busca que quienes participen se levanten de la mesa regañados”.
En este espacio no se buscaba caer en enfrentamientos pero sí se trataba de identificar la raíz del distanciamiento. El asunto es que en diversidad sexual y de género ni sacerdotes, ni pastores ni otros líderes religiosos tienen la misma posición y no todos comparten una base teológica científica sólida para dar respuesta a muchas preguntas. (Ver: ¿Qué dice la Biblia realmente sobre la homosexualidad?).
Cuando algunos de estos líderes religiosos dicen que la diversidad sexual y de género atenta contra la naturaleza, la pregunta que surge es: ¿por qué interpretan los textos sagrados de esta manera?
En ese orden, Dios también creó la naturaleza y ahí la regla es no tener reglas, la diversidad es lo imperante. No hay que poner la excusa de “lo natural” para oponerse a la diversidad. (Ver: Hay muchas voces religiosas que no son “antiderechos”).
“Todos somos seres humanos con la misma libertad de expresarnos y el mismo respeto. La única raza es la humana”.
En ocasiones, en el Instituto buscamos que cada quien describa el mundo con el que sueña. En las respuestas nunca sale a relucir que en el mundo soñado los hombres tienen que ser masculinos y las mujeres femeninas. (Ver: “Desde que las niñas son rosadas y los niños azules, estamos jodidos”).
Se habla de paz, justicia, felicidad y honestidad. En ese mundo soñado no es relevante ni la orientación sexual ni la identidad de género de las personas. Finalmente todos somos seres humanos.
La gran conclusión del encuentro “Similitudes por la convivencia” –al que no asistieron los líderes cristianos más visibles a pesar de que se les invitó– fue que cada ser humano es único y que todos somos esenciales, más allá de identificarse como hombre o como mujer, de ser o no heterosexual o de profesar o no una creencia religiosa.
5. ¿Cómo evitar que estas conversaciones se conviertan en espacios de señalamientos o de defensa de las posturas propias sin escuchar al otro?
Inma: el facilitador o moderador tiene un papel clave de supervisar que la persona no se salga de la pregunta abordada y que no acuda a conceptos vacíos de contenido como el famoso “castrochavismo”.
Un dato científico y demostrado no puede estar por debajo o al mismo nivel que una opinión lanzada al azar. El punto está en impedir que la conversación se desvíe de las preguntas puntuales propuestas.
La idea también es desarticular la demagogia y el populismo de algunos discursos que resultan fáciles de entender y son masivos, pero que hacen que la conversación parta de una emoción como el odio por creer que quien es diferente a mí está contra mí. (Ver: Estrategias de los discursos religiosos que discriminan).
A partir de las diferencias es posible construir. No siempre la gente avanza de A hacia B en línea recta. Cada quien actúa a su manera”.
Normalmente una persona no se siente bien cuando actúa con odio o rabia. Por el contrario, se siente mal y sin energía. Y ¿cómo se siente cuando actúa desde el amor, la gratitud y la comprensión? Todo lo contrario.
En esto tiene que ver la forma como nos educan y educamos. No lo hacemos para reflexionar y construir un criterio propio, sino para replicar lo que nos han dicho.
A la manipulación de la información se suma una educación que no forma para pensar y cuestionar sino para aceptar lo que los otros nos dicen. De ahí la importancia de las conversaciones transformadoras.
“Necesitamos aprender a contrastar la información. Ahora se le da más valor a la velocidad con la que me informo que a la calidad de la misma”.
Si yo escucho con generosidad la opinión del otro puedo ver aspectos que antes interpretaba de una manera distinta. No hay que tenerle miedo a cambiar la visión de mundo.
6. ¿Cómo crear espacios de diálogo entre opuestos o entre quienes tienen distintas visiones de mundo?
Inma: los diálogos entre “convencidos” o entre quienes comparten una visión progresista de la sociedad pueden ser agradables pero poco productivos. El problema suele ser que cuando se dan conversaciones entre opuestos cada lado llega sin una intención real de escuchar al otro sino de aparentar que lo hace porque no está dispuesto a cuestionar sus creencias o ideas.
“Tenemos que tender puentes y buscar puntos de encuentro entre orillas aparentemente distintas”.
Siempre pensamos que son los otros –y no nosotros– quienes se aproximan a estas conversaciones difíciles con la peor disposición e intención. La actitud de lado y lado debe ser la de comprender y la de intentar ponerse en los zapatos del otro.
Pero muchas veces cada quien está parado en su postura, que puede incluir odio y rencor, y uno de los valores para la paz es el respeto por la opinión ajena y por las creencias del otro.
Por ejemplo, es casi un deber seguir en redes a quienes no piensan como uno porque si solo nos escuchamos entre nosotros, ese será el único punto de vista que tendremos.