“No veo necesidad de que nos emancipen, como tampoco me parece conveniente que nos pongan en estado de sitio. Lo único que pido es que nos dejen ser mujeres” afirmó una escritora del siglo XIX.
El 28 de enero de 1870, en un periódico literario de Cúcuta llamado El Valle, la escritora colombiana Soledad Acosta de Samper publicaba, bajo el seudónimo de “Aldebarán”, la columna “La misión de la mujer”. En ella, la autora reclamaba que las mujeres no podían emanciparse del hogar ni de sus deberes; por el contrario, debían “conservar, educar y agradar” el espíritu del hogar y de la familia:
Diré francamente, no obstante el sentimiento de gratitud que me anima, no estoy de acuerdo con los generosos filántropos que halagando nuestra vanidad solicitan la emancipación de la mujer y aspiran nada ménos que á convertirnos en ciudadanas, lejisladoras y hasta en funcionarias públicas, á riesgo de que, miéntras estemos sufragando (ó mas bien naufragando) en las urnas, los chicos se arañen en la casa unos á otros, las criadas incendien la cocina, la despensa caiga en pleno comunismo, y el bello sexo se vuelva feo en las luchas y disgustos en la plaza pública.
Reclamaba así, que la mujer tenía una misión clara y que se debía cumplir bien. A la luz de los cambios sociales que ha tenido la sociedad colombiana 150 años después de esta publicación, podría pensarse que Acosta era una mujer más entre aquellas que veían en la emancipación femenina un peligro para la estabilidad de la sociedad y de la familia, además de una señal de pérdida de valores.
Sin embargo, por más conservadora que parezca esta posición, Soledad Acosta fue una de las mujeres más representativas de la segunda mitad del siglo XIX en Colombia, no solo por su amplio bagaje cultural, sino también por la significativa incidencia que tuvo en la producción literaria, periodística y filosófica dirigida al público femenino en la cultura de aquel siglo. Se destacó como creadora de periódicos literarios, novelista y colaboradora en otras publicaciones similares.
Esto significa que ella misma abrió oportunidades para las mujeres en el campo de la educación, la formación literaria y para su participación en espacios generalmente comandados por hombres como la prensa. Sin caer en el riesgo de sacar a Soledad Acosta del contexto en el que vivió, su aporte a la cultura y a la formación de las mujeres sí tuvo algo que ver con esa emancipación de la cual ella misma renegaba.
A raíz del centenario de su muerte, la Biblioteca Nacional de Colombia organizó (marzo de 2013 a marzo de 2014) la exposición “Voces y silencios. Soledad Acosta de Samper 100 años”, en torno a sus escritos, su formación literaria y periodística y algunos aspectos de la vida cotidiana de la época. El espacio está poblado de libros, manuscritos, cartas y objetos relacionados con la vida privada de finales del siglo XIX y principios del XX: sillas para la lectura, escritorios (aunque según Virginia Woolf, estos no fueron exclusivos de las mujeres hasta pasada la segunda década del siglo XX), repisas y bibliotecas.
Es una buena oportunidad para reflexionar sobre qué espacios han obtenido las mujeres en la actualidad, qué tanto se ha avanzado en su educación y cuánto falta aún por trabajar en este aspecto. Encontrarse con esta exposición fue también una oportunidad para contrastar la situación de muchas mujeres que, por el contrario, ven truncados sus proyectos de vida (cualesquiera que sean) al convertirse en armas de guerra.
El robo de la dignidad
A pocas cuadras de la Biblioteca Nacional, en la Universidad de los Andes, se inauguró el 11 de marzo la exposición fotográfica “Mi cuerpo, una zona de guerra”. En ella se exhibe el trabajo de la fotoperiodista norteamericana Leora Kahn, también directora de la organización internacional PROOF: Media for Social Justice.
Se trata de una serie de retratos de mujeres que han sido abusadas sexualmente en diferentes partes del mundo, pero todas con un punto en común: la agresión en un contexto de guerra. Bosnia, El Congo, Colombia y Nepal son algunas de las regiones que Kahn visitó y donde encontró inmensas similitudes del “uso” de las mujeres como mecanismo de represión, miedo, venganza y establecimiento de la autoridad.
Son testimonios crudos y llenos de desesperanza, pero también son una oportunidad para entender que los conflictos armados no solo cobran víctimas por medio de las armas de fuego. Hay otras armas, las que atentan contra la dignidad, la tranquilidad y las oportunidades y no necesariamente son muy diferentes porque se atraviesen algunas fronteras geográficas.
Esta exhibición muestra también el trabajo que organismos internacionales como la UNFPA (United Nations Population Fund), PROOF y entidades nacionales han establecido para documentar y prevenir este tipo de hechos, así como para hacerles seguimiento y acompañamiento a quienes han sido víctimas.
Tal parece ser que la emancipación de la mujer que criticaba Soledad Acosta, a la cual terminó haciendo un aporte posiblemente indirecto pero significativo, le corresponde a las mujeres y a los hombres, a las escuelas, a los gobiernos, a las familias y a las empresas. El conflicto armado es, entre muchas otros, una muestra más de la importancia de que los gobiernos y las sociedades se tomen en serio la igualdad de oportunidades, tanto para las personas que pueden ser víctimas de violencia, como para aquellas que pueden terminar siendo actores en la guerra.
A continuación, algunas imágenes de las dos exposiciones:
*La foto de la fachada de la Biblioteca Nacional fue tomada de la página web de esta institución.