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La lotería del amor

El amor, una lotería de bombones

Dejo atrás las convenciones sociales sobre cuáles son los hombres que las “chicas buenas” deben buscar y cuáles las mujeres que los “hombres de bien” eligen como esposas. Mi elección es ser feliz.  

A veces puede ser milimétricamente exacto, de tiempos precisos, frecuencias compatibles y ubicaciones similares. Armonioso en su naturaleza, pero imperfecto en la práctica.

Otras veces fluye silencioso y oculto, como un río subterráneo del que sólo se percibe su existencia al poner el oído contra el suelo. Camuflado entre gestos convencionales, es posible que permanezca clandestino para siempre.

Algunas otras aparecerá de manera sorpresiva, como una escena violenta, necesaria de repasar en cámara lenta, para descubrir en el cristal de la ventana del fondo el reflejo del rostro del asesino, y así entenderlo todo.

Como una puerta que se abre, o una línea de tierra que se divisa en el horizonte para el sobreviviente del naufragio, asimismo, el amor no tiene una forma única. Podría aplicársele la famosa frase de la madre de Forrest Gump, sobre la vida: “es como una caja de bombones y nunca sabes lo que te va a tocar”.

Lo realmente complejo de esa lotería de bombones no es ignorar con lo que se va a encontrar, sino desear, esperar un sabor en especial, y quitar ansiosamente la envoltura para encontrarse con algo totalmente distinto.

Y en el caso del amor, llega el instante en el que cae la venda que te han puesto sobre los ojos, para acercarte al salón donde aguarda la sorpresa: y hay un sobresalto. La vida te tenía preparado alguien con el que nunca te habrías imaginado estar.

La mujer perfecta

Después de una decepción sentimental, la psicóloga de mi amigo Julián le asignó como tarea, escribir detalladamente en una hoja las cualidades que creía debería tener la mujer con la que deseaba compartir su vida.

Él juiciosamente hizo el listado, que luego olvidó entre miles de papeles. Diseñó su mujer perfecta, de la que principalmente resaltó: que estuviera vinculada al mundo de las artes plásticas como él, que no le preocuparan los horarios, que fuera descomplicada para vestirse y, lo más importante, que fuera fiel.

Luego encontró a su actual novia, Ana: una mujer fiel. Y además economista, extremadamente puntual, con suscripción a los periódicos económicos más importantes del mundo y que lo más informal que tenía en su guardarropa era un saco cuello tortuga.

Algo parecido le pasó a mi amiga Catalina, a quien el amor sorprendió en un viaje que hizo por la India. Una noche, en las playas de Goa, conoció a Amerjit. “Nunca pensé que me iba a casar con él” me decía. Aunque desde que lo vió se sentía fuertemente atraída, no entendía por qué, ya que su aspecto no tenía nada que ver con lo que estamos acostumbrados en Occidente.

Amerjit lleva el pelo y la barba de acuerdo con la religión Sikh, de la cual es practicante. Eso reafirmó en Catalina que la conexión que sentía con él iba más allá de lo físico, ya que no coincidía para nada con la imagen del hombre que en otro momento podría haber descrito como el “ideal” para ella.

Cuando Catalina y Amerjit anunciaron que se iban a casar, su familia quedó impactada. Lo que antes todos aceptaban como “un amor de verano”, se transformaba en un proyecto de vida conjunto.

Entonces fueron cuestionados, básicamente, por sus diferencias culturales. Pero lo que sentían era más poderoso, siguieron adelante, y cada día desde hace varios años siguen encontrando en todo lo que tienen en común, el puente que los une a pesar de sus diferencias.

Lejos del imaginario

Es muy posible que si hace algunos años hubiera tenido que hacer la lista del hombre con quien deseaba estar compartiendo en el año 2014, hubiera escrito lo clásico: fiel, sincero, trabajador… Y todo lo demás.

Y si hubiera sido aún más minuciosa, habría detallado: dos o tres años mayor que yo. Así que hoy, releyendo la hipotética lista, me habría reído de mi misma pidiendo algo que en realidad no me parece motivo para excluir a un candidato… ¿Qué me habría hecho escribirlo, entonces?

Lo pienso y concluyo: las convenciones sociales. Es lógico: lógica social. Parámetro que no fijó ni siquiera mi familia, ya que mi abuela era dos años mayor que mi abuelo, pero quizás forme parte de esas “normas”, esos “límites” que luego se vuelven costumbre, que se van transformando en muros y luego en murallas que nadie puede romper.

Para los hombres se diseña una mujer que sea eficiente en la crianza de los hijos, que sepa cumplir con las tareas del hogar, “acomodar las flores en los floreros” como diría Héctor Abad Faciolince en su Elogio de la mujer brava, también profesional y de paso siempre linda.

Para las mujeres el diseño básico demanda un hombre que sea fuerte en todos los sentidos, económicamente estable y capaz de ejercer la autoridad en el hogar. Se da por hecho que provengan de la misma cultura, que tengan el mismo nivel de educación y claro: no debe ser menor que ella.

¿No vendrían siendo estos patrones, la versión 2.0 del hombre cazador y la mujer sembradora, de la época de las cavernas? ¿Y el prejuicio de la edad, de dónde surge? ¿Acaso de la idea de que no está bien visto que “ella parezca la tía”?

¿O tal vez que como a la mujer las canas y las arrugas no la hacen más sexy como a los hombres, corre el riesgo de que su pareja la abandone por irse con una más joven?

¿O la preocupación vendrá por el lado de la preservación de la especie, y se supone que un hombre al lado de una mujer mayor no podrá realizarse como padre, lo que para muchos es la única realización posible del ser humano?

Hace poco apareció en mi vida un hombre especial. Totalmente distinto a lo que yo habría podido esperar para mí, ahora. Él no lo sabe, pero su presencia ha sido como la orilla a la que se llega después del naufragio. Ha sido un motivo y un empujón para ver las cosas desde un lugar diferente.

Me ha obligado a salirme de mis normas y, de paso, de la lista que nunca escribí, mostrándome una realidad ligera, con muchas menos reglas, sin relojes biológicos o esquemas de tiempos ni parejas ideales.

Es varios años menor que yo. Lo que en otro momento hubiera sido, no un límite, sino un freno determinante, hoy desaparece. Así que me siento afortunada, porque si esta es la sorpresa que la vida tenía reservada para mí, sin importar lo que venga después, creo que tengo el privilegio de haberme sacado el más delicioso de los bombones.

3 thoughts on “El amor, una lotería de bombones

  1. De acuerdo!, las convenciones sociales no cuentan más y mucho menos los relojes biológicos. Hay que dejar fluir y sobretodo no dejarse llevar por espejismos. Muy seguramente ese bombón sea un cómplice donde uno menos lo esperaba.

  2. Me gusto mucho el articulo, al leerlo se me vino a la cabeza, dos temas, el primero acerca de las convenciones sociales ,pensar en mi propia historia.. de lo que pense o mas bien lo que me decían mis padres ( sus deseos hacia mi ) que era lo correcto y ” esperable” .. crecer.. tener novio.. formar una familia, conseguirme una persona ” con dinero” que me pueda mantener, asi tendria mas tiempo para momentos de oseo, paseos, etc.. pero resulta que con el correr de los años termine en el irremediablemente opuesto de lo deseable: resulto ser que nunca lleve un novio, no conoci a nadie con suficiente dinero como para mantenerme, no tuve hijos y ellos cada vez sienten o ven mas lejano obtener la corona de convertirse en abuelos al comentarles y confirmales abiertamente que soy gay y que todo es que esperan de mi va a llegar pero de otra forma quizas no tal cual como lo deseaban, felizmente lo aceptaron. Con esto quiero decir que las condiciones las pone uno y nunca sabemos lo que no puede tocar.. lo importante es aprender a ser feliz con ello, con lo que somos y con el otro…

  3. En segundo lugar.. les dejo una parte ( que hace referencia al tema) del libro: Fragmentos de un discurso amoroso:

    1. La utopía de Sócrates está ligada a Eros (Sócrates es cortejado por

    Alcibiades) y al Pez torpedo (Sócrates electriza y adormece a Menón). Es

    átopos el otro que amo y que me fascina. No puedo clasificarlo puesto

    que es precisamente el Único, la Imagen singular que ha venido

    milagrosamente a responder a la especificidad de mi deseo. Es la figura

    de mi verdad; no puede ser tomado a partir de ningún estereotipo (que es

    la verdad de los otros). Sin embargo, amé o amaré muchas veces en mi

    vida. ¿Ocurre pues que mi deseo, por especial que sea, se aferra a un

    tipo? ¿Mi deseo es por lo tanto clasificable? ¿Hay, entre todos los seres

    que amé, un rasgo común, uno solo, por tenue que sea (una nariz, una

    piel, un aire), que me permita decir: ¡he aquí mi tipo! “Es totalmente mi

    tipo”, “No es del todo mi tipo”: palabra de conquistador: el enamorado no

    es en realidad sino un conquistador más difícil, que busca toda la vida “su

    tipo”? ¿En qué rincón del cuerpo adversario debo leer mi verdad?

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