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El asesino de Orlando no era un monstruo

El ataque de Omar Mateen en una discoteca gay en Orlando (Estados Unidos) es resultado de las leyes de compraventa de armas de este país, pero también de los discursos de odio contra las personas LGBT alimentados por políticos y por la mayoría de religiones.

En la madrugada del domingo 12 de junio, Omar Mateen entró a Pulse, una de las discotecas gais más populares de Orlando (Estados Unidos). Con un rifle AR-15 asesinó a 49 personas e hirió a más de cincuenta. La mayoría de las víctimas eran jóvenes latinos LGBT que se encontraban celebrando el fin de semana del orgullo gay.

Esta masacre es el ataque más letal en suelo estadounidense después del 11 de septiembre de 2001. Debido a la herencia afgana de Mateen y a su declarada lealtad con ISIS (Estado Islámico), su acto está siendo rápida y peligrosamente analizado como un ataque terrorista.

Todavía no hay suficiente información para saber si Mateen formaba parte de ISIS o si fue inspirado por la ideología radical del grupo. Lo que sí está claro es que, contrario a otros casos en los que el objetivo de ISIS es ocasionar terror atacando espacios públicos, su acto tiene componentes de homo/transfobia y racismo que no pueden ser ignorados.

Mateen no es un monstruo ni un ser irracional. Tiene más en común con nosotros de lo que queremos aceptar.

Identificar al asesino como “el musulmán atrasado, retrógrado y violento” en contraposición con los valores estadounidenses de la libertad, la democracia y la apertura, no sólo es un acto de conveniente revisionismo histórico, sino una lógica autoexculpatoria que, en vez de solucionar el problema, lo agrava.

Las acciones de Mateen son resultado, por una parte, de las leyes sobre la compraventa de armas en los Estados Unidos. Por otra, de la retórica de odio contra las personas LGBT alimentada durante décadas por políticos conservadores y por la gran mayoría de religiones organizadas (entre las que se encuentra la musulmana, pero también la cristiana y la católica) que, en el clima político actual, se ha vuelto más agresiva.

Podríamos decir que el actuar de Mateen defiende (de manera extrema y por tanto más nítida) muchos de los valores que nuestra sociedad considera fundamentales. Durante años, Mateen abusó y golpeó a su expareja (incluso mientras dormía) y expresó públicamente su homofobia. Sin embargo, estos comportamientos se convirtieron en parte de la cotidianidad y fueron subestimados e incluso justificados por la sociedad.

El detonante: un gesto de afecto

Es más, basándose en el testimonio del padre de Mateen, el New York Times asegura que días antes de la masacre, Mateen se había indignado por ver una pareja gay besándose en la calle. Su rabia fue aún mayor porque su hijo, de tres años, también vio la escena.

La situación suena familiar. ¿Con cuánta frecuencia leemos sobre guardias de seguridad que expulsan a parejas del mismo sexo de centros comerciales por expresar un afecto que en los heterosexuales es celebrado?

¿Cuántos manuales de convivencia prohíben, explícitamente, las demostraciones de cariño por parte de estudiantes gais o lesbianas?, ¿cuántas veces escuchamos comentarios que califican estas muestras de afecto como asquerosas, pervertidas, reprobables e inapropiadas?

Más aún, ¿cuántas veces los adultos utilizamos a los niños como excusa para no reconocer nuestra propia homo/transfobia? “A mí no me importa, pero es que aquí hay niños“, dicen muchos, huyéndole a su propia conciencia, sosteniendo la discriminación con el argumento más trillado y efectivo de todos: proteger a un grupo de una amenaza inexistente.

¿Quién le diría a un hombre y a una mujer que no se pueden tomar de la mano o darse un beso en un parque o centro comercial porque hay niños en el recinto?

Como muchos profesores, directores, senadoras, procuradores y vigilantes en Colombia y en Cafarnaúm, Mateen se sintió personalmente insultado y agredido por la manifestación de afecto entre dos personas que no conocía y utilizó a su hijo para justificar su ira.

¿Es esto realmente una excepción a la norma o, por el contrario, uno de los nodos más fuertes de nuestra sociedad? Si creemos que los niños no deben ver manifestaciones de afecto entre personas del mismo sexo o no pueden estar en contacto con personas trans, es porque -aceptémoslo o no- somos homofóbicos y transfóbicos.

Esto no nos hace asesinos. Pero sí es un llamado para que revaluemos nuestras acciones y omisiones desde una perspectiva ética que se tome en serio los derechos humanos, pues localizar la violencia como algo ajeno y foráneo no hace que esta se detenga.

No basta con indignarse

No basta con condolerse. Si no reconocemos nuestra participación en las estructuras y sistemas que hacen posible esta violencia y no nos esforzamos por identificar cómo podemos ayudar a cambiarlas, no estamos haciendo más que ruido.

Salir como los políticos republicanos a llorar la muerte de “americanos” sin decir que en su mayoría eran personas LGBT y latinas, y sin reconocer que la homo/transfobia, el racismo y el empecinamiento del partido en el uso de las armas están profundamente relacionados con el evento, es manipulador, inmoral y falaz.

Tildar a Mateen de “extranjero” enfatizando en su ascendencia afgana es xenófobo. De manera conveniente se ignora que en todo Estados Unidos las personas LGBT han sido y son acosadas, discriminadas e incluso asesinadas solamente por ser quienes son.

Más aún, libera de responsabilidad a los líderes políticos y religiosos locales que promueven legislaciones basadas en el prejuicio y en el odio, negando que uno de los lugares en donde las personas LGBT son más atacadas en los Estados Unidos es en su democrático y estadounidense congreso y que quienes lideran esta violencia sistemática son los muy educados y blancos congresistas y senadores.

Trazar la línea entre ellos y nosotros que se dibuja en casos de violencia extrema es inútil y peligroso, pero en este caso resulta más contraproducente.

Esos mismos honorables representantes salen ahora a rasgarse las vestiduras, tras años de negarse a aprobar una legislación a favor de las personas LGBT y de ser en parte responsables de que en Florida siga siendo legal despedir a una persona por ser homosexual o negarle una vivienda por ser trans.

Lamentar la masacre mientras se hacen chistes homofóbicos, se dice que las parejas del mismo sexo no pueden adoptar por “el bien de los niños”, se niega el acceso de las mujeres a sus derechos reproductivos y se las revictimiza cuando son atacadas, se trata a las mujeres trans como “hombres vestidos de mujeres” o se forma parte de una iglesia (cualquiera) que dice no aceptar la violencia pero tilda a las personas LGBT de pervertidas o enfermas es hipocresía, ingenuidad o cínica manipulación política.

Este ataque no fue indiscriminado. La masacre fue perpetrada durante el fin de semana del orgullo gay, en una discoteca frecuentada principalmente por personas latinas LGBT, y fue cometida por un hombre con un historial de violencia doméstica y homo/transfobia.

Mateen es el único culpable de lo que hizo, pero la pregunta por la responsabilidad ética nos corresponde a todos. Por eso propongo la siguiente reflexión: ¿cuál es la responsabilidad que me cabe en esto?, ¿de qué forma fomento el prejuicio contra las personas LGBT o minimizo o justifico la violencia contra las mujeres?

¿Hay algo en mi forma de hablar, en la manera en la que hago mi trabajo, en los proyectos que lidero, en las conversaciones que tengo, en las columnas que escribo, en el arte que produzco, en las contrataciones que hago o en las juntas que presido, que puedo cambiar para contribuir a transformar una sociedad donde el ataque a las personas LGBT no sea la norma?

Atrevámonos a hacernos estas preguntas y a contestarlas con sinceridad. Tengamos la valentía de empezar a actuar en consecuencia. Creo que esta es la única manera de, realmente, honrar a las víctimas de Pulse y de evitar que su sacrificio sea en vano, o peor aún, que sea manipulado políticamente para construir un mundo con más odio y violencia.

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