“El budismo me salvó”

Desde chiquita siempre me sentí diferente a las demás niñas de mi edad. Nunca encajé en los grupos y me excluían de sus juegos. (Ver: “Yo era rara por principio”).

Cuando tenía 13 años me empezó a gustar una de mis mejores amigas. En ese momento yo era muy religiosa. Mis papás me habían criado católica pero no eran tan religiosos, yo sí me había acercado mucho a esta religión. (Ver: Somos obra divina).

Cuando empecé a sentir que mi amiga me gustaba me dio mucho miedo. Todas las noches le rezaba a Dios pidiéndole que me ayudara a enamorarme de un niño para demostrarle a Él que no era homosexual. Así pasé seis meses, llorando y rezando. (Ver: ¿A quién hay que pedirle permiso para amar a Dios?).

Le pedía perdón a Dios por haber nacido así, a veces le preguntaba por qué me había hecho homosexual si eso era pecado, que si me amaba tanto no me hubiera hecho eso. Me daba muy duro pensar que Dios no me amaba. (Ver: “Soy un gay a imagen y semejanza de Dios”).

Decidí contarles a dos de mis amigas más cercanas que era homosexual (no les dije que me gustaba una amiga porque me daba miedo que se alejaran de mí). (Ver: La Biblia no discrimina pero sí las interpretaciones fuera de contexto).

Una de ellas lo tomó muy bien y desde ese momento siempre me ha apoyado. La otra al principio dijo que me apoyaba, pero unos días después me dejó de hablar. Duró tres años sin dirigirme la palabra.

Me sentí sola. No solo había perdido al Dios en el que tanto creía, sino también a una amiga. Unos meses después decidí contarles a mis papás. Al principio lo tomaron muy mal, me gritaron y me dijeron que lo mejor era que fuera a una psicóloga para “cambiar de opinión”. (Ver: “Dejemos de decir que no queremos hijos LGBT”).

Escribí: “Soy gay. Hace unos años me parecía imposible decirlo en voz alta y mucho menos contárselo a alguien. Hoy lo digo con orgullo. Orgullo de ser quien soy, de amar a quien amo y de comenzar a vivir mi verdad”. (Ver: ¿Cómo salir del clóset?).

Muchos de mis amigos me dejaron de hablar, en el colegio varias personas se alejaron de mi. Algunos familiares hicieron lo mismo. Pero por otro lado, me empezaron a llegar mensajes agradeciéndome por ser honesta y valiente, y diciendo que algún día esperaban poder ser como yo para comenzar a vivir más libres. (Ver: Sí, todo mejora).

Ahí todo valió la pena. Las noches llorando, las peleas con Dios, las pérdidas. Todo. Desde ese momento me di cuenta de que el catolicismo no era lo mío, que me hacía más daño que bien, y que una religión que se basa en el amor nunca me haría sentir como me sentí en su momento. (Ver: “Cuando acepté que ser homosexual no era enfermedad ni pecado, mi vida cambió”).

Mi espiritualidad siempre ha sido muy importante para mí, entonces comencé a buscar otras prácticas que encajaran más con mis valores y creencias. Encontré el budismo. (Ver: El budismo, de la mano con los derechos humanos).

Después de investigar sobre el tema, me di cuenta que era perfecto para mí, que tenía muchas libertades y unas creencias hermosas, basadas en el amor y el respeto. (Ver: “Abrazar una espiritualidad ancestral”).

Hoy puedo decir que soy budista y que el budismo me salvó. Las cosas siguen sin ser del todo fáciles, pero una vez sales del infierno, nada te vuelve a hacer tanto daño.