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El Ejército necesita una reestructuración total

Son numerosos los casos de corrupción, ejecuciones extrajudiciales, espionaje y abusos sexuales de los que se señalan a integrantes del Ejército colombiano.

Por: Julieta Gutiérrez*

La historia del Ejército de Colombia comenzó hace poco más de 200 años, después del grito de Independencia del 20 de julio de 1810, cuando se conformó el “Batallón de Voluntarios de Guardias Nacionales”, liderado por Antonio Baraya, considerado el primer comandante de dicha institución.  

El Ejército ha sido una institución respetada y admirada por muchas personas. En la página web del Ministerio de Defensa se describe a un militar como a “una persona digna de la confianza de sus compatriotas”.

Sin embargo, los casos de corrupción y abuso ponen en duda dicha premisa. De acuerdo con informes de la Fiscalía General, numerosos miembros del Ejército colombiano han sido investigados por actos de corrupción, muertes extrajudiciales, enriquecimiento ilícito, espionajes a políticos, periodistas y activistas y por casos de abuso sexual. (Ver: Las carpetas secretas).

“Estos hechos de abuso y corrupción resultan contradictorios con el principio militar que comparten en su página: ética en todas las actuaciones”.

Tal como lo preguntó la periodista Yolanda Ruiz en una de sus recientes columnas sobre el abuso sexual a una niña Emberá por parte de siete soldados, “¿qué se mueve en el cerebro y en el alma de estos hombres para que ninguno se conmueva ante el horror?”. Para intentar responder a esta pregunta, hablé con Luis Alberto Rodríguez, exsoldado del Ejército colombiano.

Su deseo de formar parte de esta institución comenzó desde muy pequeño cuando veía a sus dos hermanos mayores portar con orgullo el uniforme camuflado. “Yo siempre vi a mis hermanos como héroes, defendiendo a un pueblo y eso me pareció estupendo”, me dice.

Con el sueño de ser como ellos y después de haber prestado el servicio militar obligatorio, en 1990, Rodríguez viajó al batallón del departamento de Boyacá para convertirse en soldado profesional. Rápidamente entendió que para poder llegar a ser lo que tanto quería, tenía que demostrar su “valentía”.

Para empezar, debía hacerlo en “la pista de infiltración”: “Abrían una zanja, le echaban estiércol de ganado y de caballo. Éramos como unos 360 hombres. Nos ponían a orinar a todos en esa zanja y le echaban agua. Nosotros teníamos que meternos debajo de todo ese barrizal y aguantarnos hasta poder salir a un costado. Aparte, le iban pegando a uno”, explica Rodríguez.

En medio de semejante “prueba”, un sentimiento de ira se despertaba en todos los soldados. “Terminábamos peleando entre los compañeros. Era con rabia. Le metían a uno tanta mentalidad mala, que uno creía que el mismo compañero era el enemigo”.

Por otro lado, muchos soldados que pretenden ascender dentro del Ejército, deben pasar por “la prueba de supervivencia” que consiste en aislarlo durante un mes en un monte, únicamente con la compañía de un puñal, una caja de fósforos y un perro. “En un mes uno se hace muy amigo del perrito, pero a lo último le dicen a uno que mate al perro”. (Ver: Gustavo Petro presentó supuestas pruebas de torturas al interior del Ejército).

Los relatos de Rodríguez no son “casos aislados” o propio de unas “cuantas manzanas podridas” como algunas personas podrían pensarlo. Según comunicados de la Procuraduría Delegada para las Fuerzas Militares, con frecuencia esta entidad adelanta procesos por daños a soldados debido a “presuntos maltratos consistentes en conductas crueles, agresiones, insultos y amenazas de muerte a uniformados”.

Esto, además, no es nuevo. Este fue el caso del soldado José Alexander Chacón. En los años noventa varios medios registraron que Chacón perdió uno de sus oídos debido a que un superior le introdujo agua contaminada como castigo. También está la historia del soldado Danilo Ramírez Forero, quien se ahogó cuando un general le ordenó tirarse a un río, después de haberle advertido que no sabía nadar.

Por torturar a un soldado que se evadió de su puesto y al que después de encontrarlo lo esposaron a un poste de luz y lo golpearon, en 2011 el sargento segundo Gilberto Morales y tres de sus compañeros fueron destituidos del Ejército.

“Tus ojos sacaremos”

Por otra parte, como se sabe, acabar con la guerrilla es uno de los objetivos que le fijan a un soldado. De ahí, relata el soldado Rodríguez, muchas veces los entrenamientos físicos iban acompañados por cantos que el cabo les repetía: “Sube, sube guerrillero que en la cima yo te espero. Con espadas y morteros de baja te daremos, tus ojos sacaremos y tu sangre beberemos”. 

Pero al campesino de a pie le caen el Ejército, la guerrilla y los paramilitares. Entonces el pobre tiene que decidirse por un grupo. Y si se va por los paramilitares, llega la guerrilla y lo asesina o viceversa”, agrega Rodríguez.

Este exsoldado recuerda, por ejemplo, que alguna vez  transitando por Caquetá en Remolinos del Caguán, junto a sus compañeros y comandantes, visitaron a campesinos para obtener información de la guerrilla.

“Si sabíamos que había familias con la guerrilla, nosotros llegábamos a intimidarlos para que nos dieran información”.

Además, dice, en muchos casos tenían el apoyo de paramilitares. “Ellos nos abrían mucho espacio. Y nosotros les surtíamos munición. Nos decían, por ejemplo, ‘nos faltan 2000 tiros’ y nosotros les dábamos los 2000 tiros”.

El portal Pacifista señala que el militar Cristian Acosta declaró a la Fiscalía que en la década de los noventa el apoyo de la Infantería de Marina a las Autodefensas era aéreo, en munición, en medicina, calzado y comida. “Además de ayudas en la información de inteligencia de los presuntos guerrilleros que estaban en los corregimientos”.

Además, el informe “El Silencio de las Gaitas” de la Comisión Colombiana de Juristas (CCJ) señala que en 42 masacres a manos de grupos paramilitares entre 1996 y 2003, en lugares como El Salado, Montes de María, Las Brisas, Macayepo y Carmen del Bolívar, las fuerzas militares nunca intervinieron para proteger a la población civil.

Por su parte, el informe “Análisis cuantitativo sobre el paramilitarismo en Colombia” (2019) del Centro Nacional de Memoria Histórica que recoge testimonios de desmovilizados del paramilitarismo, señala: “el 54% de los desmovilizados identificó relaciones entre sus tropas y la fuerza pública. El 48% con el Ejército Nacional, el 42% con la Policía, el 5% con el Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) y el 4 y el 3% con la Armada y la Fuerza Aérea respectivamente”.   

La salida del Ejército     

La muerte del amigo más cercano del entonces soldado Rodríguez en el Ejército -o su “lanza”- lo marcó. “Yo vi cuando lo mataron. Estaba a mi lado. Él sacó la cabeza en un enfrentamiento y le volaron los sesos. Eso me dolió demasiado”.

El soldado Rodríguez ya llevaba cuatro años de duras “pruebas” y la idea de retirarse del Ejército rondaba su cabeza. Sin embargo, esto no se concretó hasta el día en que tuvo un enfrentamiento con un teniente por abuso de autoridad: “Ese teniente me hacía bullying. Un día se puso a pegarme. De la piedra que me dio le hice un tiro a los pies”.

Después de este incidente, el Ejército le “ayudó” al soldado Rodríguez a retirarse de la institución. Fue expulsado. “Hoy digo, ¿cómo voy a matar a un guerrillero que ni siquiera sé quién es o de dónde es?”. 

Al ver tantas denuncias y abusos por integrantes del Ejército, es evidente que algo no anda bien. Quizás lo que Sentiido publicó en su cuenta de Twitter sobre esta institución, es cierto. “En el Ejército hay una idea tóxica y violenta de la masculinidad y del ejercicio de poder”.

A pesar de que varios soldados, cabos, oficiales y demás miembros han sido destituidos, no paran los abusos y actos de corrupción. ¿Dónde, entonces, radica el problema? Lo primero, en reconocer que no se trata de unas cuantas “manzanas podridas”. Es muy posible que la violencia que esta institución siembra en sus integrantes, tenga sus consecuencias.

*Periodista independiente. Email: julietagutierrez27@gmail.com

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