Las mujeres campesinas siguen sin tener mayor acceso a la tierra, a la educación, al trabajo remunerado y a una alimentación adecuada. Las brechas son enormes no solo con respecto a los hombres, sino a las mujeres urbanas.
Por: Claudia Milena González Bernal*
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), las mujeres son responsables del 50% de la producción mundial de alimentos, pero al mismo tiempo, son las que más sufren de inseguridad alimentaria, como parte de las injusticias económicas y de la división sexual del trabajo. (Ver: Feminismo: Lo que se dice vs lo que es).
En Colombia, según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), el 63.7% de los predios rurales de único propietario tienen a un hombre como titular y, el restante 36.3%, a una mujer. (Ver: Feminismo: de dónde viene y para dónde va).
De esta manera, la mujer rural depende de la tierra de los hombres para vivir, perdiendo autonomía, posibilidades de desarrollo y quedando más vulnerables a las violencias de género. (Ver: Los retos de apostarles a otras masculinidades).
Estas desigualdades responden a la idea del cuidado del hogar como una actividad “propia” de las mujeres por el hecho de ser mujeres, lo que implica, entre otras cosas, una inversión de tiempo y de esfuerzo que no son reconocidos, mucho menos, desde el punto de vista económico.
Es importante visibilizar que la economía del país depende, en buena medida, del trabajo del hogar que realizan las mujeres.
Sin embargo, la Ley 1413 de 2010, “regula la inclusión de la economía del cuidado en el sistema de cuentas nacionales con el objeto de medir la contribución de las mujeres al desarrollo económico y social del país y como herramienta fundamental para la definición e implementación de políticas públicas”.
De hecho, el cuidado, según El DANE, es la segunda actividad principal del país, por encima del comercio, la administración pública y la construcción. De lo que se trata, entonces, es de visibilizar que la economía del país depende en buena medida del trabajo del hogar que realizan las mujeres.
En Colombia, por ejemplo, los hombres destinan tres horas diarias al cuidado, mientras que las mujeres urbanas lo hacen más de siete horas, casi una jornada laboral sin pago.
Pero la cosa empeora cuando la mujer es campesina porque destina ocho horas y 33 minutos a este tipo de actividades y gran parte de ese tiempo, según la Encuesta Nacional del Uso del Tiempo (ENUT), se va en la distribución de alimentos, al que las mujeres se dedican en un 79.1%, mientras que los hombres en un 32.1%.
“Producir el alimento y la autosostenibilidad del hogar, implica un tiempo que debe ser distribuido en el hogar con los actores claves del cuidado, la comunidad y el estado”, explica Paola Romero, coordinadora de la FIAN Colombia, organización que vela por el derecho humano a la alimentación adecuada. (Ver: Hay que hacerle el duelo al estilo de vida que conocemos).
En ese sentido, la agroecología feminista se presenta como una propuesta interesante porque contempla la soberanía alimentaria, el derecho humano a la alimentación adecuada, el consumo de alimentos propios, sin agroquímicos, conservando el medio ambiente y con estructuras sociales más horizontales y equilibradas donde se valoran y respetan a las mujeres como cuidadoras históricas de la biodiversidad.
Además, promueve la autonomía y la economía propia y local. En conclusión, contrasta con la agricultura industrializada, consumista y desigual que compromete la salud de sus consumidores, en especial la de las mujeres, la despoja de la tierra y vulnera sus derechos y los de la naturaleza.
La agroecología feminista se presenta como una propuesta interesante porque contempla la soberanía alimentaria, el derecho humano a la alimentación adecuada y el consumo de alimentos propios, sin agroquímicos.
“La agroecología feminista se piensa desde una perspectiva interdependiente de la vida y no jerárquica. Nos pone a cuidarnos con los otros elementos del planeta y, en este momento de crisis ecológica y climática, se trata de cuidar los bienes comunes como el agua, los bosques, la tierra y las semillas, que son la base para la producción alimentaria”, explica Romero de la FIAN.
En el norte del Cauca hay una experiencia de éxito comunitaria al respecto, se trata del Corredor Afroalimentario del que participan cerca de 160 fincas que rescatan la siembra tradicional de los pueblos afro de esta zona, la mayoría agroecológicas o en transición de serlo.
Tienen el comité por la defensa del territorio con incidencia en políticas públicas locales y regionales. De 18 integrantes del comité, 13 son mujeres. Su apuesta, entre otras, es la soberanía alimentaria y el cuidado tanto de las semillas como de la biodiversidad.
Anyela Lizzeth León González, secretaria técnica del comité, afirma que es difícil para las mujeres combinar el cuidado del hogar con actividades políticas y comunitarias y las que lo hacen son mujeres solteras, sin hijos o personas mayores cuyos hijos ya están grandes. Entonces, parte del propósito de este corredor, dice, es fortalecer las redes de apoyo y de participación de las mujeres.
El corredor tiene ocho grupos de ahorro y crédito comunitarios y autogestionados, compuestos en un 80% por mujeres, y dos fondos de ahorros, uno que sirve para brindar pequeños préstamos y otro, más grande, que funciona como fondo solidario para cubrir calamidades como enfermedades, muerte de un familiar, etc.
El año pasado, 21 mujeres fueron a Santa Marta a conocer el mar cuando pensaban que morirían sin hacerlo. Lo lograron gracias a estos grupos. Estas mismas mujeres también gestionaron y consiguieron con un consejo comunitario cinco hectáreas de tierras destinadas a la siembra de frutales y una parte para la conservación.
“Un avance importante porque las mujeres no tienen acceso a la tierra en este territorio”, explica Anyela Lizzeth León González, quien pudo terminar su carrera en Psicología gracias al apoyo de los grupos de ahorro.
Este corredor surgió hace cuatro años y cuenta con fincas tradicionales denominadas “núcleos” donde se conservan las formas de producción que datan de la época de la esclavitud, pues la mayoría de las tierras del norte del Cauca han pasado de generación en generación. (Ver: Un Hilo Sagrado, al rescate del legado Wayúu)
“Cuando era niña, recuerdo que lo que no se vendía del cacao, por ejemplo, se usaba como abono”, relata Anyela Lizzeth León González, como una forma de ilustrar una de las tantas prácticas ancestrales por recuperar.
“Cuando era niña, lo que no se vendía del cacao, se usaba como abono”, relata Anyela Lizzeth León, como una forma de ilustrar una de las tantas prácticas ancestrales por recuperar.
El comité por la defensa del territorio lo componen varios grupos como el Colectivo Sabor Ancestral que hace un proceso de recuperación de semillas y de cocina tradicional con un trabajo intergeneracional.
El comité por la defensa del territorio lo componen varios grupos como el Colectivo Sabor Ancestral “que hace un proceso de recuperación de semillas y de cocina tradicional con un trabajo intergeneracional donde nuestras mayoras les transfieren a los niños las recetas propias con la idea de conservarlas para la posteridad”, explica Anyela Lizzeth León González.
Doña Elsa Zapata, de la Red de mujeres del norte del Cauca, también recuperó platos como el Sango, a base de maíz. Al ser también cantora de fuga, un género musical tradicional de la zona, usa su arte para transmitir saberes culinarios a través de canciones.
“Identificamos que muchos de los platos nacieron en las haciendas esclavistas. Tan sólo alrededor del maíz hay unos 55 platos como el masato, el champús, la cayoya, etc.”, agrega Anyela Lizzeth León González.
Estas fincas tradicionales están conformadas por diversas especies: tienen frutales, plátanos, aguacates, mandarinas, yucas, plantas medicinales, gallinas y cerdos. Son cultivos simultáneos, más saludables para la tierra.
“Tenemos mamey, anón, pomorroso, guayaba machete e incluso una cartilla sobre las semillas que se han ido recuperado como la guayaba hueso, varias especies de frutales que, si no son semillas nativas, son criollas, porque hace mucho que están en el territorio”, agrega Anyela Lizzeth León González.
El corredor también cuenta con grupos de custodios de semillas, un vivero comunitario de frutales nativos y criollos de la finca tradicional donde se producen semillas y dos casas de semillas: el Refugio de la Agrobiodiversidad y El Renacer.
De esta última, la dueña es doña Arelly Collazos de 65 años, quién en este predio tiene más de 200 especies alimentarias que funcionan como un laboratorio vivo para mostrarle a la gente cómo era y sigue siendo una finca tradicional.
Doña Arelly se pensionó como auxiliar de enfermería, es hija de campesinos y criada con una cercanía enorme con la tierra. En sus relatos manifiesta que a su edad ella ha podido ver el deterioro del territorio porque conoció la riqueza de los ríos y la diversidad de estas fincas y, de ahí, su preocupación por recuperar lo perdido.
Esas fincas tradicionales tienen frutales, plátanos, aguacates, mandarinas, yucas, plantas medicinales, gallinas y cerdos. Son cultivos simultáneos, más saludables para la tierra.
La escuela itinerante es un espacio de pensamiento ambiental y agroecológico de educación no formal cuyas clases se desarrollan en aulas o en las fincas de la comunidad.
Junto con su esposo compraron este predio hace seis años y con el conocimiento adquirido como estudiante de la escuela itinerante Casilda Cundumi, otra de las experiencias del corredor, fue levantando su finca tradicional hasta convertirla en este banco de semillas que hoy es un ejemplo para la región.
La escuela itinerante mencionada es un espacio de pensamiento ambiental y agroecológico de educación no formal y cuyas clases se desarrollan en aulas vivas o en las mismas fincas de la comunidad.
Los ciclos de formación son diversos, pero el último fue sobre gestión comunitaria de conflictos socioambientales territoriales con perspectiva en derechos humanos (2021-2023). Se graduaron 30 personas, de las cuales 27 fueron mujeres.
“Este proceso es muy chévere porque muchos de los que fueron escuelantes, hoy dirigen y acompañan el proceso”, cuenta Anyela Lizzeth León González. En la escuela también se hace investigación y se profundiza sobre los efectos de la minería de arcilla y de la caña de azúcar.
Los anteriores son los flagelos que más azotan a este territorio y la minería de arcilla que se usa para la fabricación de ladrillos y tejas, hoy ocupa 1200 hectáreas de la zona.
“Esto afecta nuestra agua que no es potable e impacta las actividades del cuidado que desarrollan las mujeres, quienes deben moverse para buscar agua, conectar una motobomba y lograr hacer sus quehaceres”, señala Anyela Lizzeth León González, pero si no tienen acceso a nada, es posible que, de alguna manera, terminen consumiéndola, afectando su salud.
En el caso de la caña de azúcar, esta ocupa el 70% del territorio afronortecaucano, mientras que las familias afrodescendientes tienen solo entre el 0.6 y 1.0% del territorio, de donde surge esta apuesta revolucionaria, liderada casi por mujeres.
El Corredor Afroalimentario del que participan cerca de 160 fincas que rescatan la siembra tradicional de los pueblos afro, está compuesto por los municipios de Villa Rica, Caloto, Guachené, Padilla, Miranda, Corinto y Puerto Tejada. Villa Rica, por ejemplo, tiene el 55% de su territorio ocupado en caña, Guachené, el 80% y Puerto Tejada el 72%.
También está el flagelo del maíz transgénico, genéticamente modificado, con entre 300 a 500 hectáreas sembradas, lo que lleva a la pérdida de semillas criollas y nativas, según explica Anyela Lizzeth León González. “Son 85 variedades de semillas de diversos alimentos y de estas, 43 están escasas y 28, perdidas”, agrega.
Están agremiadas. Asociadas, saben exigir lo que les corresponde y lideran proyectos a favor de su comunidad.
La fuerza de las mujeres de Barrancabermeja
Entre estas mujeres hay edilesas, presidentas de acción comunal, concejalas y, el año pasado, realizaron el primer Consejo de Mujeres Campesinas y Rurales con la bandera de la soberanía alimentaria.
Están agremiadas. Asociadas, saben exigir lo que les corresponde y lideran proyectos a favor de su comunidad. Lo logran por mérito propio, pero también en esta zona hay un antecedente histórico vital para los movimientos feministas: allí surgió la primera ONG de mujeres del país.
Se trata de la Organización Femenina Popular (OFP) fundada hace 52 años, un ejemplo de resistencia de los más relevantes en el mundo y que dio paso a los movimientos actuales.
También crearon la primera Asociación de Mujeres Rurales y Afrodescendientes del Magdalena Medio (ÁMAME) hace 5 años y arrancaron con tan solo 30 mujeres y hoy son cerca de 1700.
“Empezamos a formar parte de la red de mujeres porque entendemos que es la única forma de aunar fuerzas y de ver los resultados para recuperar nuestros conocimientos ancestrales e ir marcando una historia en el campo”, afirma Edilma Toro, líder comunitaria del corregimiento El Llanito, quien cuenta que, además de los cultivos asociados, tienen un proyecto de transformación de yuca que se da muy bien en su territorio y que, espera, les traiga mayores utilidades económicas.
“La FIAN Colombia, organización internacional que vela por el derecho humano a la alimentación adecuada, nos dio capacitación y el paso a paso para poder buscar alternativas y alianzas de gobierno para fortalecer a las mujeres campesinas en miras de que participemos en los espacios de poder”, dice Amelia Pinzón Peña, líder comunitaria que vive en el corregimiento La Fortuna, vereda La Cascajera.
A estas mujeres las movió el hecho de saber que pueden contribuir con cambios estructurales en sus comunidades y ahora participan activamente en distintos programas del gobierno, como lo es “Soy Rural”, una estrategia planteada por ellas mismas para dar visibilidad a las necesidades de la población rural, aceptada en el Plan de Desarrollo de la alcaldía distrital con asignación de presupuesto, un hecho que les mostró la importancia de organizarse legalmente para poder acceder a los beneficios del Estado.
El primer proyecto que tuvieron fue de huertas caseras en asocio con la Secretaría de la Mujer que venía con la impronta de la soberanía alimentaria. Se hicieron capacitaciones en formulación de proyectos y acompañamiento psicológico, entre otras cosas.
También tuvieron talleres de emprendimiento y fortalecimiento para los seis corregimientos de Barrancabermeja: El Centro, Ciénaga del Opón, San Rafael de Chucurí, La Fortuna, Meseta de San Rafael y el Llanito, donde se les ayudó con papelería, vitrinas, computadores, congeladores y capacitación financiera.
El primer proyecto que tuvieron fue de huertas caseras en asocio con la Secretaría de la Mujer que venía con la impronta de la soberanía alimentaria.
“En el plan de desarrollo aprobado, le hicimos también un llamado, o más bien un grito al gobierno, y solicitamos un aumento en el presupuesto de la Secretaría de Agricultura Pesca y Desarrollo Rural porque, de todas las secretarias, era la que menos recursos recibía”, Amelia.
La alcaldía distrital planteó también un proyecto piloto de energía solar para generar agua potable en Ciénaga de Opón, un corregimiento azotado por la pobreza y que ha dejado múltiples víctimas del conflicto armado. De hecho, construyeron un colegio que no ha podido funcionar por falta de agua, de ahí la importancia de que opere este acueducto.
Se espera que la inauguración sea en diciembre de 2024, ya fueron asignados los recursos. Mabel Hurtado es la líder comunitaria que acompaña y representa a la comunidad en este objetivo.
Además de ella, los entes gubernamentales tienen en cuenta al resto de lideresas para tomar decisiones relevantes porque conocen su labor y la confianza que sus comunidades depositan en ellas.
“En el plan de desarrollo aprobado, le hicimos también un llamado, o más bien un grito al gobierno, y solicitamos un aumento en el presupuesto de la Secretaría de Agricultura Pesca y Desarrollo Rural que fue aceptado, porque, de todas las secretarias, era la que menos recursos recibía”, cuenta Amelia, quien habla con acento santandereano y con seguridad de las leyes que la amparan como ciudadana.
Amelia fue líder estudiantil desde el colegio, “mi vereda La Cascajera ha sido lastimada por megaproyectos, multinacionales, obras como las vías 4G, la represa de Hidrosogamoso y derrames del pozo Lizama. Adicionalmente, mi comunidad no tiene agua potable ni gasificación, las viviendas están deterioradas y hay mucha pobreza”, cuenta.
“Éramos ingenuos y no sabíamos exigir nuestros derechos y, un día, cuando hubo el derrame, nos acercamos al gobierno y comenzamos a pedir lo mínimo vital que es el agua porque había mucha escasez. En ese momento me di cuenta de lo importante que es tener aliados en política, así que decidí postularme como edil y gané por todo el trabajo que había hecho con la comunidad”, agrega.
“Hicimos alianzas con la alcaldía donde pedimos agua potable para La Fortuna. Después de tantos años de gestión, ya se está haciendo realidad, tan sólo falta firmar el acta de inicio para comenzar a construir el acueducto, pero ya hay operador e inclusive están comprando los materiales para la red”, afirma.
“Logramos que se contemplara en el plan de desarrollo actual el derecho humano a la alimentación y la nutrición adecuadas y a la soberanía alimentaria para disminuir el consumo de ultra procesados“, Amelia, lideresa.
“También logramos que se contemplara en el plan de desarrollo actual el derecho humano a la alimentación y la nutrición adecuadas y a la soberanía alimentaria para disminuir el consumo de ultra procesados y cuidar así de nuestra salud, garantizando que las mujeres y las familias tengan una mejor calidad de vida. Todo esto se consiguió con trabajo colectivo, alianzas, dedicando tiempo y compromiso para el bienestar de las mujeres”, afirma.
Paola Romero, coordinadora de la FIAN Colombia, explica que en el campo hay un cambio en la dieta: de productos propios y sembrados a una corporativa y ultra procesada.
“Eso está afectando la salud de las mujeres campesinas porque dentro de las economías pequeñas a veces sale más barato comprar el artículo procesado que sembrarlo y producirlo”, pero desde la agroecología los insumos que necesita el campesinado para trabajar vienen todos de la tierra, retomando así sus conocimientos ancestrales.
Alimentarse bien en Colombia tampoco es fácil y el 28% del país sufre inseguridad alimentaria moderada, es decir, que las personas tuvieron dificultades para acceder a los alimentos por falta de recursos.
En 2023, de los 4 millones de hogares que había, 1,4 millones fueron liderados por mujeres, cuya situación nutricional empeora cuando está a cargo de la casa con una inseguridad alimentaria moderada del 36% y, que contrasta con la misma realidad cuando la jefatura es masculina con un 30% o con las mujeres urbanas con el 29.6%.
La injusticia social y la inequidad de género en mujeres rurales tiene que ver con la división sexual del trabajo, el no acceso a la tierra, la invisibilización de las labores del cuidado del hogar y de la biodiversidad que cumplen las mujeres.
Además de su labor en la siembra que alimenta a media humanidad, y que no tiene retribución alguna, a esto se suma su falta de acceso de oportunidades laborales y educativas y a lo mínimo vital como el agua. Así que el camino por recorrer sigue siendo largo.
Sin embargo, las experiencias de los territorios con enfoque agroecológico, se presentan como una alternativa esperanzadora de reivindicación.
*Periodista.
Las experiencias de los territorios, con enfoque agroecológico, son una alternativa esperanzadora de reivindicación.
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Otra forma de apacentar desigualdades, es poner el temario en las manos y las plumas de los comunicadores y periodistas para que no solo sean multiplicadores de los asuntos rurales, sino que de una vez se sepa que la seguridad alimentaria ha sido y será bandera de un feminismo adecuado, necesario y emancipador.