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Proceso de paz por Alter Eddie

El fuego no se apaga con gasolina

El proceso de paz en Colombia es responsabilidad de toda la ciudadanía y no solo de quienes están en La Habana. Es una posibilidad real de acabar tanta sangre y dolor.

Colombia es el segundo país del mundo con más desplazados después de Siria. Entre 1958 y 2012 hubo 218.094 personas asesinadas en el conflicto armado, un promedio de 3.400 personas por año. Es decir, 9 personas cada día. Esto sin contar los miles de casos como consecuencia de las violencias “cotidianas”.

Hace menos de un mes la guerrilla atacó en la noche un puesto militar en el Cauca: murieron once soldados y muchos quedaron heridos. Estaban dormidos cuando ocurrió el ataque. En días pasados el ejército bombardeó un campamento guerrillero y murieron veintiséis guerrilleros. El ataque se hizo en la noche, los guerrilleros también dormían.

Las respuestas a ambos eventos han sido diferentes. Frente al ataque guerrillero, miles protestaron por los diálogos y dijeron que era mejor terminarlos y recrudecer la guerra. Frente a la muerte de los guerrilleros miles celebran y se alegran. Y así seguimos y así seguiremos si no le apostamos a esta paz esquiva que no acaba de resolverse.

En todo este debate de si guerra sí o de si guerra no, se escuchan muchas voces pidiendo más balas, más sangre, más muertes. Muy frecuentemente esos gritos los profieren personas que nunca han sentido el dolor de perder a alguien por causa de las balas.

Es fácil llamar a la guerra cuando no se han sentido en carne propia las pérdidas que causa.

Jamás han tenido que dar a sus familiares la noticia dolorosa de que no verán más a uno de sus miembros y no saben lo difícil que es ir a Medicina Legal a retirar el cuerpo de un ser amado. No saben eso, pero están dispuestos a apoyar la guerra, siempre.

Es fácil cuando los muertos los ponen otros, cuando los muy amados están seguros, lejos de la barbarie. Pero otra es la historia cuando se ha perdido a gente amada, cuando se ha vivido el impacto y el dolor de la muerte, cuando se entiende que esas muertes habrían podido evitarse, que ese conflicto no beneficia a casi nadie y que los que se benefician quieren mantenerla porque se lucran de ella.

Un país con semejante historia es un país de víctimas. Tardé años en entender en su real dimensión una frase de mi papá cuando decía: “muchos de mis hermanos se perdieron en la violencia”.

Tardé años en entender que en ese “se perdieron” hubo asesinatos, masacres y desplazamientos. Que no significaba que habían dejado de verse y ya, sino que la violencia los había separado a la fuerza, los había puesto a luchar en distintos bandos y los había enterrado en lugares anónimos. Eran dieciocho hermanos, quedaron ocho.

Los diálogos de paz son un escenario imperfecto, un escenario que deja inconforme a mucha gente, pero son una posibilidad real de acabar con la historia de sangre y dolor que las guerrillas han dejado en el país.

También, de darle fin a la historia de sangre y dolor que han generado otros para controlar a la guerrilla, porque no hay duda de que la nodriza de las autodefensas y de los desmanes de las fuerzas armadas ha sido las FARC.

Frente al ataque de la guerrilla, el gobierno suspendió los diálogos. Frente al ataque a la guerrilla, las FARC suspendieron los diálogos. Es la lógica de la guerra y es la lógica de los diálogos. Pero eso le compete a quienes están sentados en la mesa de negociación; a la ciudadanía, a quienes estamos en las ciudades o en el campo nos toca otro papel.

Ser lesbiana, gay, bisexual o trans es solo un dato, un elemento más de nuestras vidas y de nuestra identidad. Hay temas que trascienden esa dimensión y el conflicto y la posibilidad de que se firme un acuerdo de paz, es uno de ellos. Apenas estamos empezando a conocer el impacto de esta guerra en la vida y en los cuerpos de las personas LGBT en Colombia. Apenas, pero no deberíamos dejar de lado este debate y sus impactos, no deberíamos creer que es asunto de otros, que no nos toca.

Podemos seguir llamando sangre y pidiendo muerte o podemos acompañar los diálogos y confiar en que lleguen a buen término y resulten exitosos. No creo en la violencia como respuesta. A nada.

Para usar una frase de alguno de mis profesores de Derecho: “el fuego no se apaga con gasolina” y esta guerra ya ha dejado muchos muertos, muchos que ni siquiera se tienen registrados en los anales familiares, muchos anónimos. Hacer la guerra para acabar la guerra, más allá de lo que registre la “historia oficial”, no deja sino muertos.

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