Una de las modalidades más crueles de la intimidación escolar, y que más graves consecuencias reporta, es aquella que se ejerce contra la población LGBTI.
Pocas personas pueden asegurar que en su vida escolar jamás fueron víctimas de una que otra “montada” por parte de sus compañeros.
Sin embargo, esos roces cotidianos no necesariamente clasifican como intimidación o bullying. Se trata, más bien, de situaciones propias de la interacción diaria.
Según María Elena López, psicóloga de familia y autora de varios libros sobre “matoneo” escolar, no todas las actitudes que hacen sentir mal a una persona son acoso. No es una regla de vida agradarle a todo el mundo y si a un niño o adolescente no lo invitan a una fiesta, no significa que le estén haciendo la “guerra”.
También es común que algunas veces un estudiante quiera compartir con compañeros distintos a los de siempre y no por esto puede hablarse de exclusión. “Los adultos deben explicarle a los niños la importancia de relacionarse con todos sus compañeros y no solamente con un círculo reducido”, agrega López.
Se habla de intimidación escolar cuando la agresión (amenazas, golpes, aislamiento, exclusión, insultos, rumores o señalamientos) se presenta de manera reiterada. Entre sus características están la mala intención y el impacto emocional que los actos tienen en el afectado.
Aunque una pelea en un partido de fútbol o una discusión acalorada son sucesos agresivos, no necesariamente clasifican como “matoneo”.
Internet, un agravante
Este fenómeno, que existe en todos los niveles sociales, y con mayor frecuencia en los colegios exclusivamente masculinos o femeninos, ha venido tomando fuerza en las redes sociales: de ahí su nombre de cyberbullying.
Es un hecho que si el daño se realiza por medio de una red pública, su efecto se triplica. “El niño, entonces, no solamente es perseguido en los baños del colegio sino por correo electrónico, en Facebook o Twitter”, agrega Carolina Piñeros, directora ejecutiva de la organización RedPaPaz.
Antes, enfatiza Christian Muñoz Farias, psiquiatra de niños y adolescentes, la intimidación terminaba cuando concluían las actividades escolares pero ahora con Internet continúa en la casa y durante las vacaciones.
Para Enrique Chaux, doctor en educación e investigador en temas de prevención de bullying, en el acoso escolar existen tres actores fundamentales:
- La víctima, generalmente una persona débil física o socialmente.
- El o los agresores que se destacan por su poder, ya sea en fuerza física, tamaño, liderazgo o reconocimiento (en ocasiones ni siquiera actúan por maldad, sino porque les divierte burlarse de sus propias inseguridades que ven reflejadas en sus compañeros).
- Los observadores o quienes presencian los actos de intimidación y los refuerzan ya sea riéndose o apoyando a quien los realiza, o guardando silencio por miedo a que la emprendan en su contra.
Al respecto, Chaux recuerda la frase que Elie Wiesel pronunció en su discurso de aceptación del premio Nobel de Paz en 1986: “Prometí nunca quedarme en silencio donde y cuando haya seres humanos soportando sufrimiento y humillación. Siempre debemos tomar partido. La neutralidad ayuda al opresor, nunca a la víctima. El silencio anima al que atormenta, nunca al atormentado”.
Nadie gana
En efecto, la intimidación escolar trae graves consecuencias para todos los implicados: los agresores pueden desarrollar inclinaciones delictivas y los testigos, aprender a desentenderse de su entorno. Pero sin duda, la peor parte es para la víctima: tenderá a volverse una persona retraída, aislada o insegura o a deprimirse tanto hasta llegar al suicidio.
Felipe Reyes, estudiante de undécimo grado del colegio Theodoro Hertzl en Medellín, reconoce que padeció este fenómeno: “Todo empezó en segundo grado. Yo era gordito y bajito, así que me pusieron apodos como buñuelo, botija y enano. Más grande, cuando estaba en sexto, salió la novela ‘Los reyes’ de RCN y, como mi apellido es Reyes, me comenzaron a decir Totoy (el nombre de uno de los personajes) y, de paso, a robarme la comida y a esconderme el morral”.
Los 16 yesos que hasta el momento ha tenido, también les sirvieron para calificarlo de “maniquebrado”: “Todo esto me afectó mucho. No era capaz de hablar con mis compañeros con quienes había compartido por 13 años en el colegio. Llegué a sentirme completamente solo”.
Hoy, sin embargo, su historia es otra. Es el personero de la institución. La carrera para llegar allí empezó cuando el profesor Nover Ruíz, coordinador del proyecto antibullying Ana Frank, le ayudó a fortalecer su autoestima y a responder de manera correcta a las agresiones. “Con el tiempo perdí la pena de hablar en público y desarrollé habilidades de liderazgo”, dice Felipe. Así, cuando llegó a décimo grado, tenía la confianza necesaria para postularse a dicho cargo.
Según el profesor Ruíz, la buena respuesta que ha tenido la iniciativa antibullying de este colegio -uno de los pioneros en Medellín en el tema- se debe a que es una propuesta diferente. “Acá no se trata de que un docente vaya de salón en salón dictando charlas sino que sean los mismos alumnos quienes las lideren”.
“Ay mariquita”
Una de las modalidades de bullying que actualmente más preocupa a padres de familia y directivas educativas del país por la crueldad con la que se ejerce y las graves consecuencias que genera, es la que se realiza contra las personas LGBTI (lesbianas, gays, bisexuales, transgénero e intersexuales).
También suelen ser víctimas de este tipo de acoso quienes son percibidos como homosexuales o no cumplen con las expectativas que la sociedad ha establecido para hombres y mujeres.
Así, por ejemplo, se molesta a una niña porque le gusta jugar fútbol o a un niño porque no practica este deporte. Y lo más preocupante es que este tipo de acciones suelen ser avaladas por un mayor número de personas.
“A un niño amanerado inmediatamente le van a decir que es gay, independientemente de su orientación sexual que no necesariamente es homosexual; puede ser heterosexual o bisexual”, señala Miguel Rueda, psicólogo clínico y director de Pink Consultores.
De hecho, completa Christian Muñoz, muchas veces no son homosexuales (la orientación sexual no siempre está definida en la adolescencia) pero basta que su apariencia o tono de voz caiga en los estereotipos que tanto daño le hacen a la sociedad, para ser señalado como gay o lesbiana.
El “matoneo” por orientación sexual, agrega Rueda, puede producir dos fenómenos importantes al final de la adolescencia o en la edad adulta: primero, estrés de minoría, similar al trastorno de estrés postraumático, en el que se presentan, entre otros, pesadillas y ansiedad social; y segundo, la persona interioriza o a hace propio el prejuicio por el cual ha sido atacado y tiene, por ejemplo, dificultad en sus relaciones de pareja, sexuales o de amistad.
El problema es que un niño “matoneado” generalmente piensa que la culpa es suya: como no juega fútbol y los demás sí, cree que tienen razón en “montársela”.
Vuelve y juega
A pesar de las reivindicaciones alcanzadas por la población LGBTI colombiana y de las campañas por el respeto a la diferencia, el acoso por orientación sexual está más vivo que nunca.
“En esto tienen que ver los estereotipos y prejuicios que existen frente a las personas que no son heterosexuales. Se ha hecho creer que los homosexuales son inferiores, pero en realidad lo que hay de fondo es una gran intolerancia”, enfatiza López.
Detrás de las agresiones se oculta una sociedad tradicionalmente machista y un desconocimiento del tema de orientación sexual e identidad de género. Muchas veces, incluso, las palabras gay o lesbiana son utilizadas a manera de insulto.
También el hecho de no cumplir con los roles de género fijados por la sociedad: la recurrente expresión “usted si es mucho gay con ese pelo largo”, es un claro ejemplo, según Carolina Piñeros.
Los más recientes estudios liderados por el DANE y la Secretaría de Gobierno de Bogotá revelan que uno de cada tres estudiantes respondieron “sí” a la pregunta: “¿algún compañero suyo fue rechazado durante el mes pasado por parecer homosexual?”
Asimismo, una investigación realizada en 2010, conocida como la línea base de la política pública para garantizar los derechos de la población LGTBI en Bogotá, identificó que más o menos el 56 por ciento de estas personas ha sido discriminada en el sistema educativo. Las transgénero son las más vulneradas.
Según Chaux, las investigaciones demuestran que las personas mayores son más homofóbicas que las más jóvenes, que los hombres son más homofóbicos que las mujeres, que quienes tienen mayor nivel educativo son más tolerantes con la diversidad y que, entre más religioso sea alguien, menos tolerante.
María Elena López recuerda el caso de un estudiante de un colegio masculino al que sus compañeros todo el tiempo, incluso por Internet, le decían “barbie”. No encontró más opción que cambiar de institución educativa. “Cuando se ataca con palabras, las heridas son más difíciles de sanar”, señala.
Hace poco Muñoz supo de una niña que le pedía a su mamá que la cambiara de colegio o que la mandara lo antes posible fuera del país porque estaba siendo intimidada por su orientación sexual.
En los estratos más bajos hay mayor homofobia, lo que se atribuye en buena medida con las menores posibilidades de educación.
Unir esfuerzos
Lo más preocupante, agrega Juan Carlos Prieto, de la dirección de Diversidad Sexual de la Secretaría Distrital de Planeación de Bogotá, es el hecho de que un buen número de las personas que hacen visible su orientación sexual o identidad de género sean víctimas de discriminación no solamente por sus compañeros, sino también por profesores y directivas académicas que no tienen claro cómo manejar el tema de la diversidad sexual.
Adicionalmente, muchas veces las situaciones de bullying suceden de manera tan oculta que resultan imperceptibles para ellos. Por todo esto, lo más importante es apuntarle al tema de la prevención desde la primera infancia. Es urgente que padres de familia y docentes fortalezcan las habilidades sociales y confianza de los niños y fomenten el respeto por la diferencia.
También es clave incentivarles la empatía o la capacidad de ponerse en los zapatos de los demás, la asertividad o aprender a decir “no” con firmeza pero sin agresión y, el pensamiento crítico, para no tragar entero.
El país ha aprendido con dolor que el bullying, matoneo o intimidación escolar es un tema al que, de darle la espalda, seguirá sumando víctimas que muy seguramente se convertirán en los futuros victimarios.
Señales de alarma
- Tener pocos o ningún amigo.
- Ansiedad (hiperactividad, exceso de sudoración, insomnio, pesadillas o dificultad de concentración).
- Timidez, retraimiento, baja autoestima o inseguridad.
- Reaccionar con llanto o distanciamiento frente a las situaciones de conflicto.
- Tener poca coordinación física (por ejemplo para los deportes).
- Llegar a la casa con la ropa, libros u otras pertenencias rotas.
- No pasar tiempo con los compañeros de clase fuera del colegio.
- No querer hacer fiestas o celebraciones por miedo de que nadie asista.
- No ser invitado a fiestas, reuniones o paseos.
- Manifestar temor, ansiedad o baja motivación para ir al colegio.
- Disminución en el rendimiento académico.
- Mostrarse sensible o irritable cuando se habla del colegio o de los compañeros.
- Pedir constantemente la reposición de objetos que se le han perdido.
- Pedir plata para llevar al colegio sin explicar para qué es.
Pasos a seguir para padres de familia
- No sentirse culpable porque su hijo no le haya contado que es víctima de intimidación.
- Escuchar al niño, permitirle hablar sin presionarlo y prestarle atención.
- Reconocer los sentimientos de miedo o ansiedad que puede tener.
- Contarle de casos similares para que no se sienta solo.
- Explicarle que pedir ayuda no significa que sea un perdedor o un débil.
- Ponerse en contacto con el colegio para saber lo qué está sucediendo.
- Enseñarle habilidades y formas pacíficas de defender sus derechos.
- No promover la venganza, el desquite o la revancha.
- De ser necesario, buscar ayuda profesional.