En el capítulo del informe de la Comisión de la Verdad sobre mujeres y personas LGBTIQ en el conflicto armado colombiano se relata que, en el caso de las mujeres, la sociedad normalizó las violencias contra ellas y, en el caso de las personas LGBTIQ, que hubo complicidad social con los victimarios.
Colombia recibió la llave de una puerta que no es fácil de abrir, por todo lo que se esconde detrás de ella. Se trata del informe final de la Comisión de la Verdad que permite conocer las verdaderas proporciones del conflicto armado, un primer paso para reparar a las víctimas y tejer un nuevo proyecto de nación. (Ver: María Emma Wills: lo que está en juego no son los derechos LGBT y de las mujeres, sino la democracia).
Como dice el informe, el conflicto marcó a las mujeres y a las personas LGBTIQ de maneras particulares. A muchas de ellas les costó su vida y a quienes sobrevivieron, la guerra les marcó sus cuerpos, su intimidad, sus relaciones sociales, su salud, sus estados de ánimo y sus deseos de vivir y de amar.
Por esto, un aspecto central de este documento es el enfoque de género, transversal a todo el informe, pero que aparece destacado en el capítulo “Mi cuerpo es la verdad”, en el que se narran las violencias experimentadas durante el conflicto armado por mujeres y niñas en razón de su género y por personas LGBTIQ en virtud de su orientación sexual o su identidad o expresión de género. (Ver: LGBTI en la JEP: cambió la forma pero no el fondo).
Sentiido habló con la comisionada Alejandra Miller, coordinadora de este capítulo, acerca del enfoque de género del informe y que dentro del mismo se hayan diferenciado las violencias ejercidas contra las mujeres y contra las personas LGBTIQ.
Sentiido: El capítulo dedicado a las mujeres y a las personas LGBTIQ se llama “Mi cuerpo es la verdad”, ¿de qué verdades nos habla?
Alejandra Miller: El cuerpo ha sido el receptor de las violencias ejercidas por el patriarcado. Las violencias físicas y simbólicas siempre se han expresado en este porque ha sido subordinado por los varones que han creído que nuestro cuerpo es de ellos, pero también ha sido subordinado por las iglesias, por el Estado. (Ver: Rodrigo Uprimny: Dios sería el primero en defender el Estado laico).
Creemos que en el cuerpo se resume ese nudo de violencias en las cuales coincidimos mujeres y personas LGBTIQ, cuyos cuerpos han sido señalados y estigmatizados por ejercer su derecho a ser como son.
S: ¿Cómo fue la metodología para recoger los testimonios, cuidando a las víctimas al mismo tiempo?
A.M.: Teníamos que ver las metodologías que otras comisiones de la verdad habían usado, pero queríamos tener valores agregados y uno de ellos fue el enfoque de género. Ya nos habían dicho que en otras experiencias el gran problema había sido que el enfoque de género había salido al final como un resultado, es decir, no había sido planeado desde el principio en términos metodológicos. (Ver: El género existe y no es una ideología).
Desde el primer día nosotras dijimos: “eso no nos puede pasar” y esto implicó plantear cuáles debían ser los instrumentos para recoger los testimonios y la manera de hacer las escuchas. Y teníamos claro que al menos la mitad de las escuchas tenían que ser con mujeres porque de lo contrario íbamos a terminar sacando un informe donde el 80% eran voces masculinas.
S: ¿Qué estrategias usaron para recoger los testimonios con un enfoque de género?
A.M.: Diseñamos muchas dentro de las cuales lo territorial fue muy importante. Esta fue una herencia de Alfredo Molano, quien planteó que la escucha tenía que ser en los territorios, en los lugares por donde había pasado la guerra con mayor intensidad y que si nos tocaba ir en mula, teníamos que hacerlo.
Eso marcó mucho a los equipos porque logramos trabajar sobre 28 casas de la verdad, equipos que no estaban esperando a que llegaran las víctimas, sino que iban a los corregimientos, a las veredas, a las zonas rurales.
El 80% de los testimonios recogidos por la Comisión de la Verdad son de víctimas rurales. Esto da cuenta de que la Comisión se movió hacia esos lugares. Por la cuestión de las labores de cuidado que recae en las mujeres había que hacer la escucha mientras ellas cocinaban. O si las mujeres se sentían más seguras hablando en un determinado lugar, pues había que ir hasta allá. El resultado es que más del 50% de los testimonios son de mujeres.
El 80% de los testimonios recogidos por la Comisión de la Verdad son de víctimas rurales.
S: ¿En cuanto a los testimonios de las personas LGBTIQ?
A.M.: Fue difícil porque nos tocaba buscarlos. Hubo un momento en el que dijimos: “hay muy pocos testimonios, cómo hacemos para encontrar a estas personas”. Ahí hicimos alianzas con las organizaciones que nos ayudaron a abrir las puertas para que las personas LGBTIQ se dispusieran a darnos sus testimonios.
El apoyo de las organizaciones del movimiento de mujeres y LGBTIQ fue muy importante, pues contribuyeron a entregar más de 60 informes que nos ayudaron para contrastar y analizar la información.
S: Aparte del subregistro, había otras dificultades para acceder a los testimonios LGBTIQ, como la desconfianza y el miedo. ¿Qué caminos encontró la Comisión para superar esos obstáculos?
A.M.: Hubo muchos obstáculos. Primero, la gente sentía que ya había contado su caso en la Unidad de Víctimas y no había la comprensión de que aquí lo que necesitábamos era un testimonio de vida. Esto no era llenar un formulario, decir cuántos fueron, quiénes, cuándo y dónde.
Los testimonios más cortos en la Comisión de la Verdad duran dos horas. Esto era realmente escuchar a la gente, su experiencia, sus reflexiones, sus análisis. Y llegar a eso no era fácil porque ya estaba el antecedente: “yo ya conté en la Unidad de Víctimas, no lo quiero volver a contar”.
Por otro lado, muchos testimonios había que tomarlos en lugares donde la violencia empezó a reciclarse y la gente tenía miedo de hablar porque siguen actores en el territorio. La formación de los equipos territoriales fue clave en eso.
En general, la gente que trabaja en la Comisión venía de procesos sociales, es decir, no eran funcionarios públicos que trabajaban de 8 a 5. Es gente que se ponía los tenis, las botas y se metía a escuchar con respeto, conocían de su tarea y ahí tuvimos un acierto impresionante.
Estas escuchas permitieron que fuéramos ganando esa confianza. Por supuesto, el hecho de que mucha gente de la Comisión viniera de organizaciones sociales ya nos abría un escenario de confianza en los territorios.
La idea de la escucha era que la gente sintiera que dar el testimonio en sí mismo era reparador y eso se hace a través de la metodología de la escucha respetuosa, empática y en la cual las víctimas entienden que lo que están contando tiene un significado para la construcción de nuestro informe.
S: ¿Cuándo decidieron dentro del capítulo de género contar de manera diferenciada las experiencias LGBTIQ?
A.M.: Empezamos tratando de hacer una historia tejida pero pronto identificamos cosas que se explicaban de manera distinta y vimos que los patrones de lo que les pasaba a las mujeres y a las personas LGBTIQ eran distintos. Entonces decidimos que era mejor hacer un análisis particular de cada grupo por separado.
“Contra las personas LGBTIQ ha habido un odio por prejuicio que no es exactamente lo que les pasa a las mujeres, en cuyo caso hay un patrón más de subvaloración y desprecio”.
En el caso de las mujeres hay un patrón de normalización de las violencias en la sociedad -cada vez menos, por fortuna- pero todavía prevalece. Y en el caso de las personas LGBTIQ el factor era más de complicidad de la sociedad frente a los actos cometidos.
La sociedad ha normalizado las violencias contra las mujeres, pero en el caso de las personas LGBTIQ eso va más allá: hay complicidad. Los mismos actores armados nos lo decían: para congraciarse con las comunidades ejercían violencias contra los que eran considerados indeseables y entre ellas estaban las personas LGBTIQ.
S: Para Colombia, ¿cuál es la importancia de que el informe incluya una sección completa sobre las violencias contra las personas LGBTIQ?
A.M.: Es muy importante. Esta es la primera Comisión de la Verdad que tiene una sección específica dedicada a las personas LGBTIQ para explicar detalladamente lo que les pasó en la guerra.
La Comisión de Ecuador mencionó algunas cosas, pero nosotros quisimos entrar en profundidad en el tema y tomamos más de 500 testimonios con los que realmente pudimos hacer una tarea de explicación profunda que merecen las personas LGBTIQ.
Pero además este país necesita mirarse al espejo con lo que pasó alrededor de las personas LGBTIQ. Las mujeres llevábamos muchas décadas mostrando, visibilizando y denunciando lo que ha pasado con nosotras en la guerra. (Ver: Es feminismo: no humanismo ni “igualismo”).
Pero este país no dimensiona lo que les hicimos, en plural, como sociedad, a las personas LGBTIQ porque no solamente lo permitimos, sino que lo avalamos y en muchas ocasiones aplaudimos la violencia contra las personas LGBTIQ. Yo sí creo que este informe sobre la verdad arcoíris tiene que servir de espejo a la sociedad.
La sociedad tiene que preguntarse por qué permitió y por qué muchas veces aplaudió que se ejercieran este tipo de violencias. El componente de legitimidad social que hay detrás de esas violencias hay que romperlo con fuerza.
“Queremos que estos testimonios y que esta explicación contribuya a romper la legitimación social hacia las violencias contra las personas LGBTIQ”.
S: Al comienzo del segmento “La verdad es Arcoíris”, se cita a una mujer lesbiana quien dice que el concepto de reparación no aplica para las personas LGBTIQ porque es imposible una reparación frente al pasado y que hay que construir un futuro donde haya respeto. ¿Qué podría decir al respecto?
A.M.: En el caso de las mujeres está presente el continuum de violencias, es decir, cómo la guerra cae en una sociedad que ya trae unos acumulados patriarcales y, respecto a las personas LGBTIQ, unos prejuicios profundos. Es doloroso porque muchas víctimas narran una vida llena de dolor desde su niñez, primero con sus familias y luego eso se amplifica con los actores armados.
Hay una continuidad de crueldad en lo que ha pasado con las personas LGBTIQ impresionante y que tiene que ver con esa complicidad social de violencias, esa legitimidad que le hemos otorgado a esas violencias. Por tanto, cuando hablamos de reparación no se puede hablar solamente de lo que les hicieron en la guerra ni con las mujeres tampoco.
No es solamente repararlas en términos de devolverles las dos hectáreas de tierra que les quitaron. Claro, eso es importante, pero necesitamos garantizar que las mujeres y las personas LGBTIQ no vuelvan a una vida de violencias ni de exclusión.
S: Para el segmento LGBTIQ hablaron con cerca de 500 personas, ¿también hay unas violencias cruzadas en una misma víctima?
A.M.: Sí, eso pasa en el caso de las mujeres y de las personas LGBTIQ. Una víctima casi siempre es víctima de varios tipos de violencia. Por ejemplo, violencia sexual y a la vez tortura o desplazamiento o despojo de tierras. Hay un promedio de más o menos dos a tres formas de victimización en una sola persona.
S: En el caso de las personas LGBTIQ, ¿cuáles eran las violencias más recurrentes?
A.M.: Desplazamiento forzado y violencias sexuales. Sin embargo, tenemos muchos testimonios de personas en el exilio y por eso el exilio aparece punteando entre las violencias frecuentes.
S: Este capítulo reconoce que “la guerra es sobre todo posesión y destrucción de lo femenino y del cuidado de la vida”. Podría ahondar al respecto.
A.M.: Yo creo que el informe muestra la realidad de las mujeres y de las personas LGBTIQ que son las dos caras de la moneda del dolor profundo de la guerra. Las resistencias de las personas LGBTIQ durante mucho tiempo tuvieron que estar muy ligadas al silencio para poder sobrevivir, debido a la complicidad de la sociedad con estas violencias.
Sin embargo, vemos la fuerza inimaginable de las mujeres para levantarse, para reconstruir el tejido social, para seguir adelante con la vida, para seguir protegiendo la vida de ellas y de sus hijos e hijas. Esto es una fuerza sobrenatural.
S: ¿Qué conclusión le deja el informe?
A.M.: Este país estaría peor si las mujeres no hubieran hecho lo que hicieron. Las mujeres en los territorios protegieron la vida de la gente y de sus hijos y de sus maridos. Las mujeres protegieron con las uñas, hicieron soberanía alimentaria para no depender de los actores armados. Las mujeres les quitaron muchos hijos a la guerra, porque iban hasta los campamentos y confrontaban a los actores armados al decirles “usted no se lleva a mi hijo o hija”.
Hay muchas historias de cómo cuando los cadáveres bajaban por los ríos, las mujeres eran las que los recogían y los enterraban y les daban un nombre y lloraban por esos muertos, propios y ajenos. Las mujeres se organizaron alrededor de la búsqueda de personas desaparecidas. Las mujeres politizaron la maternidad cuando decidieron que los desaparecidos de la zona eran hijos de todas y esa búsqueda que empieza con el amor se vuelve un tema político.
Las mujeres tuvieron que asumir la carga económica, salieron desplazadas y les tocó llegar a sostener a sus familias solas en un lugar desconocido, a trabajar en lo que fuera. Entonces, económica y emocionalmente reconstruyeron los tejidos sociales de una manera impresionante porque se organizaron.
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