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Populismo

El populismo en las elecciones en Colombia

La segunda vuelta presidencial en Colombia revela una tendencia populista en ascenso: la del líder que se presenta ajeno a la política tradicional y el empresario millonario que “no tiene pelos en la lengua” y que “como es rico no va a robar”.

Una de las palabras que más se ha repetido en estas elecciones en Colombia para definir quién será el próximo presidente (entre 2022 y 2026), es “populista” o los señalamientos de que este o aquel candidato son “populistas” como sinónimo de prometer lo incumplible y de estrategia para engañar personas incautas y sumar votos. 

Como lo señala María Esperanza Casullo, quien estudió Ciencias de la Comunicación, es máster en Políticas Públicas y doctora en Teoría Política, en su libro ¿Por qué funciona el populismo?, el populismo es efectivo porque no funciona con argumentos ni con propuestas claras ni sustentadas.

De hecho, no busca llegar a la razón de la ciudadanía para demostrar que una acción determinada es la mejor solución a un problema de fondo sino que crea sus propias explicaciones del mundo para responder de manera sencilla a las dificultades, los miedos, los resentimientos y las ansiedades de la gente. (Ver: Cuando las creencias están por encima de la verdad).

Este video de La Pulla de El Espectador resume algunos de los rasgos populistas de Gustavo Petro.  

Según Casullo, los liderazgos populistas saben que parte de su éxito radica en su habilidad narrativa o en la fuerza de sus palabras, de ahí que se inclinen por un lenguaje emotivo y por traducir situaciones complejas en narrativas simplificadas. (Ver: Postverdad: la gente cree lo que quiere creer).

Los liderazgos populistas suelen ser carismáticos y despiertan tantas pasiones, al punto de que sus seguidores y/o “bodegas” les justifican todo, incluidos sus errores. 

El carisma es una de las características más importantes de un liderazgo populista que no es fácilmente transferible a un sucesor ni a un partido político.

Un liderazgo populista se diferencia de uno que no lo es por la continua referencia a su historia personal y privada. Son personas que hablan de sí mismas de manera permanente: de sus infancias, de sus valores, de sus familias, entretejen lo público, lo privado y lo biográfico de una y mil maneras. Son contadoras de historias y se muestran amigas del pueblo. Les gusta hablar de fútbol o hacer demostraciones públicas de canto, baile o de algún talento”, explica Casullo.

Otra de sus estrategias es prometer lo inviable, lo que la ciudadanía quiere oír como que en su gobierno todo el mundo tendrá vivienda propia y al menos un viaje al año a la playa. Para esto, tienen una gran habilidad en las entrevistas de cambiar el tema de conversación, reformular las preguntas difíciles y responder solo lo que les interesa. 

Para Casullo, el liderazgo populista busca dividir a la sociedad entre un “ellos” que hace daño y un “nosotros” que agrupa a quienes se identifican con ese liderazgo.

Para la muestra, Donald Trump, quien indignado con la reelección de Barack Obama, construyó un “nosotros” centrado en una “identidad norteamericana blanca” amenazada. Llegó al punto de poner en entredicho la legitimidad de Obama como presidente sugiriendo que había nacido en Kenia y que era musulmán.

En el caso de Trump los principales focos de antagonismo han sido: uno, el Partido Demócrata y sus referentes, sobre todo mujeres (alude siempre a Hillary Clinton como corrupta y repite que debería estar en la cárcel y a Elizabeth Warren como “Pocahontas”); dos, la inmigración, en particular la de países con mayoría musulmana y de México (que en últimas es una manera de referirse a Latinoamérica); y tercero, los periodistas y medios de comunicación que lo critican o cuestionan acusándolos de publicar fake news o noticias falsas. 

Ese es el quid de su estrategia: ofrecer a la gran masa de votantes blancos una serie de enemigos contra los que podían unirse, un relato en el que los votantes podían desempeñar un papel clave para ‘hacer que América vuelva a ser grande’”, explica Matthew d’Ancona en el libro Posverdad: La nueva guerra contra la verdad y cómo combatirla. (Ver: El odio no se enfrenta con más odio).

Durante el mandato de Trump no transcurrió una semana en que la cobertura en prensa no fuera al menos negativa en un 70%, lo que evidencia que lo que digan los medios no es determinante en la imagen que la ciudadanía se haga de una figura política que admira.

Viktor Orbán, primer ministro de Hungría desde 2010, reformó la Constitución para introducir un artículo que prohíbe el matrimonio del mismo sexo, impidió la entrada de personas refugiadas y obligó a una de las más prestigiosas universidades de Hungría a abandonar el país porque su donante original había sido George Soros, objetivo de la derecha antisemita. 

En el populismo de Trump y en el de países como Polonia y Hungría hay un énfasis en mantener ciertas jerarquías sociales que consideran “naturales” y una obsesión por defenderse de factores considerados como “contaminantes del nosotros”: la inmigración, la religión islámica, la población afro, las feministas y las personas LGBTIQ. 

Donald Trump es un ejemplo claro de una tendencia populista en ascenso que se corrobora con el paso de Rodolfo Hernández a la segunda vuelta presidencial en Colombia: la del líder que se presenta como empresario exitoso y millonario, una persona supuestamente ajena a la política tradicional. 

Al venderse como empresarios exitosos, explican Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, en su libro Cómo mueren las democracias, la ciudadanía asume ingenuamente que son figuras que no están contaminadas por los vicios de “la política tradicional” y, por tanto, son capaces de fundar “una nueva política”.

La gran estrategia de los liderazgos populistas es venderse como personas antisistema, outsiders que representan “la voz del pueblo” y que combaten de frente a una élite política corrupta y ladrona (de la que muchas veces forman parte).

Los liderazgos populistas aprovechan que la gente está cansada con la corrupción y las promesas incumplidas y por esto se presentan como figuras que dicen “las cosas de frente”, “sin pelos en la lengua”, voceros de la “anticorrección política”, capaces de llamar “ladrones” a los políticos.

Y en su estrategia de parecer personas auténticas, muchas veces ponen en la mira a las poblaciones y a los temas que les incomodan a sus votantes. Finalmente, a buena parte del electorado le atrae más las propuestas que favorecen su religión o estatus”, explica Stanley en el libro Cómo funciona el fascismo.

Los liderazgos populistas de derecha, añade, redirigen el malestar de la ciudadanía a minorías que, en opinión de sus votantes, se salen de lo que le conviene a “la mayoría”. Así, el populismo señala que lo que reciben esas minorías es algo que se les ha quitado a otros.

Muchas personas sienten que trabajan duro todo el día y que pagan sus impuestos pero que están perdiendo terreno en comparación con lo que reciben las personas migrantes, LGBTIQ y excombatientes (en Colombia), supuestos beneficios provenientes de sus impuestos, recursos que se cuelan en nombre del “progresismo”. 

En otras palabras, es una ciudadanía que no entiende el enfoque diferencial o el diseño de políticas para solucionar las desigualdades estructurales porque estas son presentadas por los liderazgos populistas como medidas que no tienen nada que ver con el mérito individual y que lo que en realidad buscan es ubicar a movimiento étnicos o de género en una posición de poder a costa de quienes se esfuerzan a diario en su trabajo. “Es decir, buscan que la ciudadanía culpe a otros de los problemas de fondo y no, por ejemplo, al comportamiento de los grupos económicos”, agrega Stanley.

El mito populista debe explicar quién forma parte del “nosotros”, explicar quién es el villano que le ha hecho un daño a ese “nosotros” y justificar por qué el pueblo necesita de ese líder para reparar el daño sufrido.

Una característica de los liderazgos populistas es atacar a sus críticos y a quienes intentan ponerles límites, entre ellos medios de comunicación, jueces y opositores políticos.

Según Casullo, Trump nunca ha confrontado a las élites económicas. Por el contrario, en su gobierno se aprobó una gran rebaja de impuestos a las grandes empresas y la eliminación de regulaciones ambientales y laborales.

Como muchas veces pasa con los liderazgos populistas, Trump nunca fue un candidato ‘simpático’ ni querido por la gente. La ciudadanía sabía de su carácter, pero él les transmitía una empatía arraigada no en las estadísticas, ni en una información recopilada meticulosamente, sino en su talento desinhibido para la ira, la impaciencia y para echarle la culpa a los demás. La afirmación de que Trump ‘habla sin pelos en la lengua’ no significa que dijera la verdad, sino: ‘este candidato es directo y tal vez pueda aliviar mi angustia y reavivar mis esperanzas’”, explica Matthew d’Ancona en el libro Posverdad: La nueva guerra contra la verdad y cómo combatirla.  

Otro valor populista evidente en el paso de Hernández a la segunda vuelta en Colombia es la idea de “como es rico, no va a robar”. La riqueza personal se convierte en una supuesta garantía de inmunidad frente a la corrupción. Pero, por supuesto, ser millonario no es garantía de nada. 

Hilo en Twitter sobre Rodolfo Hernández hecho por una persona que trabajó con él.

En Estados Unidos, por ejemplo, hay normas que regulan los conflictos de intereses del presidente para evitar que se aproveche de su cargo para enriquecerse. “Técnicamente, se les exige que se recusen de la toma de decisiones que puedan afectar sus intereses pero en la práctica estos funcionarios se separan de sus empresas para evitar cualquier irregularidad. Trump no aplicó tal contención, pese a sus profundos conflictos de intereses”, señalan Steven Levitsky y Daniel Ziblatt.

Un artículo de El País de España señala que la alcaldía de Rodolfo Hernández en Bucaramanga  estuvo salpicada por una investigación por irregularidades en la contratación del servicio de basuras a través de la empresa Vitalogic, a la que su hijo le cobraba una comisión millonaria. Hernández fue acusado de interés indebido en la celebración de contratos.

La tercera característica populista, agrega Casullo, es la de venderse como una persona “técnica”: el empresario exitoso que tiene conocimientos de gestión y sabe “cómo hacer las cosas bien”, pero por supuesto, esto muchas veces no se cumple.

Hilo en Twitter sobre Rodolfo Hernández hecho por una persona que trabajó con él.

La cuarta característica populista, evidente en Trump, es la idea de que la ostentación de la riqueza no es un problema político sino un activo aspiracional: en la figura del empresario exitoso sus seguidores ven la promesa de aquello a lo que podrían aspirar, así sea en una versión más modesta. 

Un liderazgo populista es capaz de conseguir que sus seguidores ignoren sus comportamientos claramente deshonestos.

Los liderazgos populistas pretenden reemplazar la realidad y lo viable con promesas que la ciudadanía quiere oír.

Steven Levitsky y Daniel Ziblatt explican que con los liderazgos populistas la erosión de la democracia tiene lugar poco a poco. Cada uno de los pasos, por separado, puede resultar insignificante porque ninguno parece amenazar realmente la democracia.

De hecho, cuando llegan al poder, sus movimientos pueden ser vistos como estrategias para combatir la corrupción o mejorar la seguridad. Pero en realidad, son liderazgos que terminan por castigar a los adversarios y opositores, quitar del paso a los jueces que les ponen límites y proteger a sus aliados. De esta manera, se abren camino para actuar con impunidad.

Y dado que estas medidas se llevan a cabo de manera paulatina y bajo una aparente legalidad, la deriva hacia el autoritarismo no siempre enciende las alarmas.

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