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El problema es el victimario, no la víctima

En la discusión de si la periodista Claudia Morales debe o no revelar el nombre de su abusador sexual hay un supuesto “deber ser” de las víctimas. En vez de reclamarle a Morales, preguntémonos qué estamos haciendo para evitar que estas situaciones ocurran.

Por: Brian Alvarado Pino*

Nadie se escapa del miedo. Todas las personas tenemos la capacidad de sentirlo.

Esto no es ni bueno ni malo per se, lo determinante es la manera como lo enfrentamos.

A algunas personas el miedo las paraliza y no les permite avanzar mientras que para otras es un obstáculo a superar y fuente de aprendizajes.

El miedo es un maestro que nos devela quiénes somos. Es algo inexplicable que cada quien conoce muy bien.

Romper el silencio no es fácil. Desatar el nudo en la garganta y gritar su tragedia es para muchas mujeres revivirla una y otra vez.

El miedo en una persona que ha sido víctima de cualquier tipo de violencia es aún más fuerte. Es esa voz que a diario le recuerda su tragedia. Curar las cicatrices de esa violencia no significa superar su dolor, sobre todo si quien lo causó sigue merodeando las calles como si nada hubiera pasado.

En el último año, el mundo ha sido testigo de un inusitado movimiento de mujeres víctimas de abusos y violaciones. #MeToo (a mí también) y Time’s Up (se acabó el tiempo) son hoy importantes precedentes, no sólo para Hollywood, sino para todos los rincones del planeta. (Ver: Una cosa es coqueteo y otra acoso).

Romper el silencio para estas mujeres ha sido el primer paso para superar sus miedos, para decirles a sus abusadores que no quedarán impunes. (Ver: Decir “no”: un privilegio de los hombres).

Hace poco la periodista colombiana Claudia Morales escribió una dura columna en donde le contaba al país la violación de la cual fue víctima hace varios años.

Su violador, dice, es un “Él” muy poderoso, alguien a quien Morales todavía le tiene miedo, pese a que ha logrado rehacer su vida y curar sus heridas, como ella misma lo ha dicho. Un hombre “todopoderoso”, un “macho” de los que pululan en los escenarios públicos y privados de Colombia.

La columna de esta periodista es una forma distinta de romper el silencio, resguardándose en él. Si bien contó algunos detalles de su abuso sexual no quiso dar el nombre del violador ni la fecha en que ocurrió. Sólo nos queda claro que fue su jefe en algún momento de su trayectoria profesional.

El problema es el victimario, no la víctima
La periodista Claudia Morales durante una reciente entrevista en W Radio.

El morbo es infinito

Para muchas personas, la denuncia hecha por Claudia resulta incompleta e insatisfactoria. Para este país que se alimenta del morbo y de las historias de las víctimas, no bastó con que ella abriera su corazón a través de una columna. La gente quiere más. Quiere saberlo todo.

He leído muchos trinos y publicaciones en Facebook y Twitter menospreciando la historia de Morales y culpándola, de una u otra forma, por no decir en voz alta el nombre de su agresor.

Vieja estúpida” es quizá el más suave de los insultos con los que se refieren a ella.

Le reclaman (como si fueran jueces de su dolor) el hecho de que ella guarde el nombre de “Él”. (Ver: Jueces de lo que no conocen).

Causa estupor que a las víctimas les reclamen por no contarlo todo. Causa rabia que pretendan decirles cómo deben tramitar sus dolores y sus tragedias o cómo deben enfrentar el mundo. El mismo mundo que reproduce a diario las prácticas que llevan a las mujeres a callar. (Ver: Machismo y feminismo no pueden coexistir).

En vez de reclamarle a esta periodista o a cualquier otra mujer por su silencio, por qué no nos preguntamos qué estamos haciendo para que ellas o cualquier víctima no calle: ¿acaso estamos propiciando las condiciones necesarias para que las víctimas de la violencia machista denuncien, para que dejen el miedo? (Ver: Feminicidio: crónica de una muerte anunciada).

En toda esta discusión sobre si Morales debe o no decir el nombre de su violador, además de un gran descaro y revictimización, hay de fondo una premisa: el “deber ser” de las víctimas.

Tal parece que cuando alguien es víctima de algo o de alguien debe actuar de “X” o “Y” manera porque “es lo correcto”. Es decir, las víctimas no sólo cargan con el peso de su tragedia sino con una sociedad que les dice cómo deben comportarse, sin siquiera preguntarse por su dolor.

Claro, en un escenario ideal cuando una persona es violentada en su integridad y dignidad, denuncia y el Estado inicia una ruta para repararla y restituir sus derechos.

Decirlo es fácil, pero en este país con un sistema judicial tan corrupto y violento con las mujeres, esa ruta puede llegar a ser una tortura. Sobre todo si, como en el caso de Claudia Morales, el violador es un hombre poderoso que puede seguir haciéndole daño.

Una lección importante que tenemos que aprender como país que está emprendiendo procesos de paz y de reconciliación, es que el dolor de las víctimas es distinto en cada caso. (Ver: Una diversidad más amplia para el postconflicto).

Que cada una de ellas es diferente y que no tienen el deber de hacer nada por nadie, más que por ellas mismas. Y que el perdón, por ejemplo, no es una obligación.

No existe un “deber ser” de la víctima. No por ser víctimas tienen la obligación de sumarse a ningún movimiento ni salir a las calles a gritar que lo son. En cambio, sí existe un “deber ser” del Estado.

Por otro lado, como ciudadanía, estamos llamados, como mínimo, a respetar las decisiones de las víctimas. Guardemos silencio si lo que vamos a decir no ayuda a despojarlas del miedo o a solidarizarnos con ellas. Guarden silencio todas aquellas personas que insisten en ver como culpables a las mujeres y no a sus victimarios.

El Estado debe garantizar derechos y proveer justicia. Tiene el deber de proteger la vida e integridad de sus ciudadanos.

*Politólogo, comunicador y candidato a magíster en Comunicación Estratégica.

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