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El reverendo cuir

El reverendo cuir

Enrique Vega Dávila, conocido como el reverendo cuir, estuvo cerca de ser sacerdote. Ahora es pastor luterano. Abiertamente marica, como prefiere llamarse, no cree necesario que las personas LGBTIQ validen su existencia con pasajes bíblicos porque el amor de Dios va mucho más allá. 

Enrique es pastor, usa cuello clerical y celebra misa. También se maquilla, tiene tatuajes y es abiertamente “marica”, como prefiere llamarse. Contrario a muchos pastores y sacerdotes que llevan una doble vida, el reverendo cuir, como es más conocido, no estaba dispuesto a ocultar de manera indefinida una parte tan importante de su identidad. (Ver: “Ser trans es como estar en peregrinación”).

Su historia, como la de muchas familias peruanas, empieza en una familia católica, no practicante. Pero a él lo religioso le apasionó desde temprana edad, le daba sentido a su vida. A los 12 años, con su orientación sexual más clara, lo religioso además, era un refugio. “Una forma de evitar las preguntas: ‘¿cuándo presentas una novia?’”. (Ver: “Está bien salirse de la heterosexualidad obligatoria”).

En el colegio sus compañeros asumieron su orientación sexual por los estereotipos de siempre: era delicado, no le gustaba el fútbol y pasaba mucho tiempo con las niñas. Pero como tenía un rendimiento escolar sobresaliente lo buscaban para que les ayudara y encontró así una herramienta de supervivencia que lo salvó del bullying. (Ver: Bullying escolar LGBT: más fuerte y dañino).

“No puedo ni me interesa separar mi orientación sexual de mi vida religiosa”, Enrique Vega.

reverendo cuir
Enrique Vega Dávila tiene 36 años, nació en Lima (Perú) y vive en Ciudad de México donde cursa un doctorado en estudios de género. Tiene un pregrado y una maestría en teología. Es de tradición cristiana, ahora luterano, y forma parte de “La comunidad luterana del Perú” y “La comunidad luterana Santísimo Redentor”, en México. 

“Yo no uso la palabra homosexual para referirme a mí porque tiene una connotación médica, un sesgo patológico. Tampoco la palabra gay porque proviene del inglés. Me gusta más ‘marica’ porque es con la que más me han insultado”, Enrique Vega.

Quiso ser sacerdote católico y estuvo en formación seis años. Fue en ese período, como muchas veces pasa, que empezó su vida sexual y afectiva. “Mi primera relación sexual fue con un cura”. La doble vida es muy frecuente en esta Iglesia. Sus líderes saben que hay muchos sacerdotes homosexuales que viven su orientación sexual, pero mientras no lo digan y no se sepa, no hay problema.

Es doloroso el discurso de ‘está bien que lo seas, pero no hables del tema’ o ‘Dios perdona el pecado, pero no el escándalo’. Tengo amigos curas gais que me cuentan cuando están enamorados y que llevan una doble vida”, señala Enrique. (Ver: Andrés Gioeni, el primer exsacerdote católico casado con otro hombre).

En algún momento se dio cuenta de que lo suyo, más que ser sacerdote, era estar con la gente y trabajar con jóvenes. Así que cambió el sacerdocio por un pregrado y una maestría en teología y más adelante por la dirección de la sección de juventud de la Conferencia Episcopal Peruana.  

Pero a los 26 años, cuando comenzó a compartir con personas luteranas y presbiterianas y a dar clases en un seminario pentecostal, empezó su ruptura con el catolicismo. Conoció a la comunidad cristiana ecuménica inclusiva El camino, quienes “viven la unidad en medio de la diversidad de tradiciones cristianas y con quienes se reconocen como parte de la hermandad de fe”. (Ver: Hay muchas voces religiosas que no son “antiderechos”).

En “El camino” lo invitaron a predicar. Al principio lo hacía sin mencionar su orientación sexual, pero después de algunas prédicas Enrique lo asumió de frente. “Fue muy bonito el día en que pude decir: nosotros y nosotras como personas LGTBIQ”. (Ver: ¿Cómo salir del clóset?).

También hubo un tema que contribuyó a su salida de la Iglesia católica: después de 15 años y de pasar por terapia, pudo denunciar la violación de la que fue víctima por un sacerdote. Entonces dijo: “En la práctica ya no soy católico, menos aún voy a formar parte de esta institución. Yo soy un sobreviviente del Síndrome de Estocolmo porque amé a mi captor. La Iglesia católica empleó mis cualidades y mi capacidad de comunicar, pero estaba atrapado allí, no podía ser yo. Claro, ganaba bien y era reconocido, pero era una jaula de cristal”. (Ver: Diversidad sexual y nuevas alternativas espirituales).

Pasó entonces al luteranismo donde quería formar una comunidad que abiertamente acogiera el feminismo y la diversidad sexual y de género. Así nacieron la “Comunidad luterana del Perú” y la “Comunidad luterana Santísimo Redentor” en México, país en el que cursa su doctorado en estudios de género. 

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“He salido con curas que me dicen ‘oye, seamos algo’. Pero yo ya no estoy para vivir en ningún clóset”. 

“Muchas comunidades religiosas incluyentes se han convertido en guetos de hombres gais”, Enrique Vega.

Decidió apostarle a nuevas comunidades de fe porque le parece que muchos espacios religiosos incluyentes, aunque tienen discursos interesantes, son territorios de hombres gais. “Ahí no tienen mayor cabida ni las mujeres lesbianas ni las personas queer, trans o no binarias. Me interesa mucho que las comunidades inclusivas dejen de ser guetos para maricones”. 

De hecho, en su tesis de doctorado está estudiando cómo la llegada de mujeres feministas o de activistas queer a las comunidades religiosas incluyentes, normalmente termina en ruptura o en división. Algo así sucedió en “El camino”.

Cuando Enrique viajó a México a estudiar, Carola Suárez, su mejor amiga, pastora y feminista, creó en esta comunidad una célula de mujeres. “Allí empezaron a ver con temor su liderazgo y a decirles que no podían consagrar por no ser pastoras cuando eso no era una regla. Yo no soy pastor ordenado y consagraba. Había un doble rasero. Poco a poco las tensiones fueron tan fuertes que ellas tuvieron que irse. También conozco gente católica de esas comunidades que si el Papa dice algo positivo sobre los gais quedan felices, pero ¿dónde quedan las personas trans o no binarias?”. (Ver: Ni hombre ni mujer: persona no binaria).

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“En muchos espacios de hombres gais no soportan los feminismos porque hablan de consentimiento y de respeto”.

Enrique también formó parte de dinámicas tóxicas que en algunos entornos gais están validadas. “Yo me acuerdo de alguien que siempre que me saludaba me agarraba las nalgas y yo simplemente me reía hasta que un día mi amiga Carola, feminista, lo vio haciéndome esto y me preguntó: ‘¿te gusta que lo haga?’. Le respondí ‘no’. ‘Entonces dile que no lo haga’, me dijo. Por eso en muchos espacios de hombres gais no soportan los feminismos: porque hablan de consentimiento y de respeto. A mí el feminismo y las feministas me salvaron de ser un macho de mierda”

En las comunidades religiosas de las que Enrique forma parte se siente cómodo, pero cree que un paso a seguir es que las personas LGBTIQ se liberen de la necesidad de validación de las instituciones religiosas. “Es importante que la gente sepa que no necesita de una iglesia que le diga que está bien ser quien es. Hay que desinstitucionalizar el cristianismo”. (Ver: “Soy un gay a imagen y semejanza de Dios”).

De hecho, Enrique está cansado de los líderes religiosos que repiten: “está bien ser LGBTIQ pero no ejercer” y de los que simplemente esquivan el tema. “Si me invitan a un encuentro con metodistas, presbiterianos y demás, iré maquillado, con mis aretes, me pintaré las uñas y, si puedo, iré con falda. No voy a ocultar que soy maricón. Si en el ecumenismo tengo que mentir sobre quién soy, no me interesa. Nadie me va a volver a meter al clóset”. (Ver: ¿A quién hay que pedirle permiso para amar a Dios?).

“No hay una verdadera reflexión LGTBIQ sin una reflexión feminista previa”, Enrique Vega.

“El centro de los feminismos son las mujeres. Los hombres tenemos otras tareas”.

Para él, las personas LGBTIQ han estado y están en los espacios religiosos. “Hemos sido los mariconcitos del coro y las lenchas que servían de monaguillas. Por tanto, es importante que asumamos nuestro derecho a aparecer en lo religioso. Pero el siguiente paso es saber que existen otras maneras de vivir la fe más allá de los grupos religiosos tradicionales y de los fundamentalistas”. (Ver: Mujer trans, pastora evangélica y mamá).

También cree que no es necesario sumar más “maricones, lenchas y travas” en las iglesias. “Debemos estar donde la vida clama. Necesitamos estar en la calle, para la gente y ese es el mayor testimonio que podemos dar: estar presentes en un mundo que nos rechaza, pero donde la discriminación es oportunidad de crecimiento”. (Ver: “Cuando acepté que ser homosexual no era enfermedad ni pecado, mi vida cambió”).

Más allá de la religión que cada quien profese, dice, es importante que las personas LGBTIQ sepan que nada ni nadie puede quitarles el amor de la divinidad. “Las instituciones no son Dios. Esa iglesia que nos maltrató o que nos dijo ‘abominación’ no es Dios. Como suelo decir en clase: el problema no es Dios sino su club de fans. Muchas personas de la diversidad sexual y de género ya hemos hecho el camino, somos testimonio de que la vida vence y acá estamos para apoyar a otras personas para continuar el camino”. (Ver: El activista espiritual).  

“Muchas personas de la diversidad sexual y de género ya hemos hecho el camino y acá estamos para apoyar a otras a continuar con el suyo”.

Con su familia, más que una salida del clóset, hubo una sacada. Todo pasó cuando Enrique estaba preparándose para ser sacerdote y estaba enamorado de un compañero que se devolvía para su país. “Yo me la pasaba llorando”, dice. Su familia estaba preocupada. Un día que Enrique dejó el computador de la casa prendido y se fue a dormir, sucedió la siguiente conversación: 

– ¿Quién es Juan Carlos? – le preguntó su hermana.
Un amigo – respondió él.
– ¿A todos tus amigos les dices principito? – le dijo ella.
No, así nos tratamos él y yo – respondió Enrique.
– ¿Y a todo el mundo le dices que lo amas? – preguntó ella llorando. (Ver: “Cuando los hijos salen del clóset, los papás entran en él”).

Después de un tiempo de procesar la información, su familia lo asumió bien. No necesitó decírselo a sus tías ni al resto de la familia extendida. “Recuerdo cuando la nieta de mi tía le dijo que era lesbiana y mi tía me comentó: ‘tengo miedo de que ella no pueda salir adelante’”. La respuesta de Enrique fue: “Mírame, yo he podido salir adelante. Ahí lloramos y le dije que la apoyaría”

“Cuando a los espacios religiosos incluyentes llegan mujeres feministas o activistas queer que rompen con la hegemonía masculina, muchas veces hay divisiones o rupturas”.

“Hay hombres gais felices porque en la Biblia hay pasajes como el de David y Jonatán, que sugieren una relación del mismo sexo, pero les vale cinco que haya violaciones a mujeres”.

Vivir su orientación sexual abiertamente en la casa, con su familia, poder presentar a sus novios o hablar de quién le gusta, ha sido muy positivo para desarrollar su vida espiritual y no verla como una contradicción con su orientación sexual. Incluso su hermana, mamá de tres pequeños, quiere ser luterana como él.

Ahora Enrique es quien lidera las celebraciones religiosas en su familia. “Fui yo quien le dio la unción de enfermos a mi abuelo en el hospital”.  (Ver: “Lo de menos es que mi hijo sea gay, lo importante es él como ser humano”).

Enrique tiene muy claro que hay una etapa de la vida en la que teólogos y teólogas LGBTIQ acuden a pasajes bíblicos como los de “David y Jonatán”, “el centurión y el siervo” o “Rut y Noemí” para señalar que la Biblia incluye relaciones entre personas del mismo sexo. Pero a él le parece que el paso a seguir es no intentar validar la diversidad sexual y de género en la Biblia. “Se puede caer en la bibliolatría de los fundamentalistas religiosos que quieren justificarlo todo con la Biblia”. (Ver: La Biblia no discrimina pero sí las interpretaciones fuera de contexto).

Para él, puede que David y Jonatán se amaran, pero la experiencia de amor de Dios es mucho más grande que estos pasajes: está en toda la Biblia. “Tampoco diría que Rut y Noemí eran lesbianas porque estaría aplicando un concepto contemporáneo. Nuestro punto de partida debería ser la experiencia de amor en general”.

“Yo me identifico como poliamoroso, pero ante todo creo en el consenso. Para que haya poliamor, tiene que haber amor y no solamente un uso de los cuerpos para mi satisfacción”.

Según Enrique hay que aprender a leer la Biblia de manera crítica. Para muchos cristianos todo es la Biblia. “Pero la divinidad no es un libro. La palabra de Dios es Cristo, no la Biblia. Él es el maestro, no un libro. Recuerdo esas Biblias que decían ‘si estás triste, lee tal pasaje’ o ‘si estás alegre, tal otro’. La Biblia no es un libro de recetas”. (Ver: ¿Qué dice la Biblia realmente sobre la homosexualidad?).

Para Enrique es imposible llamar “palabra de Dios” a la violación de la sierva que ocurre en Jueces. “La Biblia ha servido para validar la esclavitud, que las mujeres no voten y la pena de muerte. Una lectura crítica de este libro ayuda a comprender no sólo la diversidad sexual y de género, sino cómo los roles atribuidos a las mujeres deben cambiarse y cómo las dinámicas sociales son jerárquicas”. (Ver: “Soy Carlos y Alejandra, una sola persona”).

Las traducciones de la Biblia, agrega, dependen de los contextos culturales, de las palabras a la mano y de la visión de mundo de quienes hacen este trabajo. “Por esto, toda traducción es una traición al texto porque no existen palabras totalmente equivalentes. No hay traducción que no sea sesgada y eso no es malo, solo hay que reconocerlo”. (Ver: Qué es el fundamentalismo religioso y qué implica realmente).

“Ser maricones no nos quita ni lo misóginos ni lo transfóbicos”.

“La palabra ‘homosexual’ no debería estar en la Biblia porque es un concepto reciente, del siglo XIX, que nació en un contexto médico”.

En ese sentido, la palabra “homosexual” no debería estar en la Biblia porque es un concepto reciente, del siglo XIX, que nació en un contexto médico. “Y la palabra ‘sodomita’ es del siglo XII cuando el cristiano Pedro Damián escribió el libro ‘Liber Ghomorrianus’ en el que por primera vez se asocia el deseo por personas del mismo sexo con Sodoma y Gomorra. Hasta entonces las personas diversas sexualmente no eran perseguidas. Estas, por tanto, son palabras que no existen en el griego ni en el hebreo“.

Según Enrique, también hay un interés de algunos líderes religiosos de controlar la vida de las personas. “Si la palabra homosexual deja de aparecer en las Biblias, a algunos se les cae el discurso de que tales personas no entrarán en el Reino de los cielos”. (Ver: Los pasos de gigante de la avanzada conservadora).

Como estrategia para enfrentar los discursos religiosos fundamentalistas, Enrique considera que se puede seguir el juego de “versículo contra versículo” o “tú me lanzas tu pasaje y yo el mío”. “Pero no podemos quedarnos ahí. Tenemos que leer al menos el capítulo entero para poder identificar de qué se habla. La numeración bíblica es un invento moderno que ayuda a identificar los pasajes, pero los textos no fueron escritos así, sino de corrido”.

La conclusión de Enrique es clara: lo más importante es no pasarse la vida defendiéndose de los señalamientos de otros, sino vivir en libertad y autonomía. 

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