Ernesto Barros Cardoso fue un pastor de la Iglesia Metodista en Brasil con un trabajo revolucionario en el ámbito religioso. Su vida como un líder religioso transgresor y un hombre homosexual que vivió con VIH en los años 90, son un mensaje contundente para las iglesias.
En diciembre de 1989, Elizabeth Hernández, teóloga mexicana de tradición bautista, fue elegida para asistir al año siguiente a la Conferencia Internacional de Liturgia en Rio de Janeiro.
El Diccionario de la Real Academia define “liturgia” –palabra que viene del griego leitourgia y que quiere decir servicio público– como las “formas con que se llevan a cabo las ceremonias de culto en las distintas religiones”.
Elizabeth estaba feliz porque uno de los maestros de dicho encuentro sería nada más ni nada menos que Ernesto Barros Cardoso (1957-1995), un pastor de la Iglesia Metodista en Brasil y uno de los rockstars de la renovación litúrgica en América Latina. Ella lo había conocido unos meses atrás en un taller en Costa Rica. “Ahí quedé descrestada con su creatividad. Me dio en el punto porque yo andaba buscando una relectura de mi fe”.
En la conferencia de 1990 en Rio de Janeiro, Elizabeth tendría nuevamente entre sus maestros a Barros Cardoso, teólogo que nació en Sao Paulo (Brasil). En 1991, este pastor metodista pasaría a la historia por haber creado la Red de Liturgia del Consejo Latinoamericano de Iglesias (CLAI), de la que fue su primer coordinador.
Un día, en el encuentro de Rio de Janeiro, Elizabeth estaba hablando con dos de los teólogos que habían viajado con ella. De repente, uno de ellos dijo: “Y como Ernesto es gay…”. (Ver: Ser homosexual y ser feliz).
“Yo me quedé fría. En ese entonces, años 90, sabía que había personas gais y lesbianas, pero como vivía en una fe en donde esas orientaciones sexuales debían ignorarse o dejarlas de lado, simplemente no me acercaba a estas personas”, recuerda. (Ver: ¿Qué dice la Biblia realmente sobre la homosexualidad?).
Así que cuando supo que Ernesto, el teólogo que tanto admiraba, era gay, sintió miedo. Era la primera vez que trataba de frente a alguien abiertamente homosexual. “¿Un gay cristiano? Eso no puede ser”, se dijo. Me asusté porque me preguntaba cómo podía yo como cristiana estar pasando tiempo con un hombre gay. Solo sabía que ser homosexual era pecado, tal como aún se cree en muchas iglesias”, explica Elizabeth. (Ver: El activista espiritual).
Ernesto, además, vivía con VIH y Elizabeth también lo supo. “Me asusté porque hacía unos días yo había probado su helado con la misma cuchara. Claro, estoy hablando de 1991 cuando el desconocimiento era lo que prevalecía”. (Ver: “El nuestro ha sido el lenguaje del amor”).
Para ese entonces, Cecilia Castillo Nanjarí, teóloga feminista chilena de tradición pentecostal, ya era amiga de Ernesto y más de una vez, cuando él viajó a Chile, se quedó en su casa. “Y no faltaron quienes me dijeron que cómo se iba a quedar en mi casa si tenía SIDA. En los años 90 se hablaba del VIH como el castigo de Dios para los homosexuales. No se mencionaban a los hombres heterosexuales que les transmitían –transmiten– el virus a sus parejas”.
El momento de aprender
Con el paso de los días en el encuentro de Rio –ciudad en la que estaría un mes– Elizabeth pensó que por alguna razón Dios la estaba poniendo en contacto directo con Ernesto: había llegado el momento de darse la oportunidad de conocer de cerca a personas diversas sexualmente. “Concluí que Dios me estaba poniendo en esa situación para acercarme de manera más positiva al tema”. (Ver: Padre James Martin: Jesús sería el primero en acoger a las personas LGBTI).
Durante ese tiempo, Ernesto no solamente la descrestó aún más como liturgista sino como ser humano: alegre, amable, sensible, expresivo, con una notable capacidad de trabajo en equipo y un liderazgo comprometido con la justicia, el perdón y la paz. “Para mí, viniendo de una tradición cristiana cerrada y fundamentalista, fue impactante escuchar sus relecturas de apartes de la Biblia que yo no sabía cómo abordar”, afirma Elizabeth. (Ver: La Biblia no discrimina pero sí las interpretaciones fuera de contexto).
Según Cecilia Castillo Nanjarí, Ernesto iba más allá de ser un líder religioso que se limitaba a hablar en una ceremonia, mientras quienes le escuchaban solamente podían asentir y participar en ciertos cantos, pero sin tener muy claro qué cantaban y por qué lo hacían.
De hecho, entre los aportes de Ernesto Barros Cardoso a las nuevas espiritualidades y a la renovación litúrgica, está la lectura de la Biblia a través de colores, olores, sonidos y bailes. “Pensaba la liturgia con todos los sentidos y nos hacía poner los pelos de punta”, recuerda Castillo Nanjarí.
Una de las canciones que contribuyó a crear es Momento Nuevo (Momento Novu) que invita a todas las personas a sumarse a la rueda de la diversidad. “La letra dice que el Dios del camino nos llama a un momento nuevo, de transformación. Ya no es tiempo de desechar ni de despreciar, sino de acoger y de incluir porque cada quien es como es. Esta canción aún se canta en muchas partes”, explica Elizabeth.
El Encuentro Mundial de Liturgia de 1993 fue uno de los últimos que Ernesto organizó. En esa ocasión coincidió con el carnaval de Rio de Janeiro. “Por esto programó que una de las actividades de una noche fuera bajar al sambodromo para estar cerca de esta celebración”, recuerda Castillo Nanjarí.
A otro encuentro Ernesto llevó a un grupo de una escuela de samba. “Estos eventos se caracterizaron por tener un trabajo con el cuerpo y por ser celebrativos. Siempre tenían que ver con la danza, la expresión corporal y la música”, señala Castillo Nanjarí.
El rescate de lo latinoamericano
Una de las reflexiones a las que Ernesto llegó en 1992 durante los eventos relacionados con los 500 años de la llegada de los europeos a América, era que había empezado el momento de rescatar la música y la cultura latinoamericanas en las celebraciones religiosas.
“Así, estando al frente de la Red de Liturgia del Consejo Latinoamericano de Iglesias (CLAI), se crearon cantos a ritmo de samba, bossa nova y tango. También las dictaduras y las guerrillas tan presentes en la región, lo impulsaron a pensar en celebraciones con rostro y contexto latinoamericano”, afirma Elizabeth.
Al camino abierto por Ernesto Barros Cardoso se fueron sumando personas de América latina y del Caribe interesadas en que más iglesias se apropiaran de la cultura latinoamericana.
“En todo caso la renovación litúrgica que él propuso no era solamente de cantos y música: buscaba recuperar las tradiciones indígenas y afro y toda esta mezcla que somos en América Latina, que no fueran solamente la música europea y tradicional estadounidense las que estuvieran presentes en las celebraciones religiosas sino también las espiritualidades afro, indígenas, mestizas y del campo”, señala Castillo Nanjarí.
Por eso, agrega, Ernesto hablaba de una renovación en un sentido amplio, lo que incluye que los textos bíblicos estuvieran sincronizados con la realidad de cada quien. “Su propuesta también iba que al leer textos como el de la violación de Tamar en el Antiguo Testamento, no se ignorara lo que se había narrado, y simplemente se respondiera con un ‘te alabamos Señor’”.
Cuando él compartía una reflexión, explica Elizabeth, se refería a la diversidad como parte de la cotidianidad, incluida la diversidad sexual y de género, abriendo así una perspectiva de aceptación y respeto.
“Al ser una persona que se reconocía como homosexual, sus palabras eran liberadoras, dándole sentido no solamente a su vida sino a las de otras personas lesbianas, gais, bisexuales y trans. Cuando una persona revisa su vida y obra, encuentra un profundo interés por trabajar la libertad, la felicidad y la no opresión”, señala Cecilia Castillo Nanjarí. (Ver: “Venimos a dejar el mundo mejor de como lo encontramos”).
“Ernesto Barros Cardoso rompía paradigmas y brillaba con luz propia, pero recogiendo siempre los aportes de muchas personas”, Cecilia Castillo Nanjarí, teóloga feminista.
“Los aportes de Ernesto Barros Cardoso en música, oración y reflexión bíblica buscaban potenciar el amor de Dios hacia quienes desprecia la sociedad”, Elizabeth Hernández, teóloga.
“En sus celebraciones, Ernesto se enfocó en el amor de Dios hacia las personas relegadas socialmente porque él lo vivió y veía que esto mismo les pasaba a las mujeres por el machismo. Por esto promovió que las mujeres tomáramos el liderazgo y fue él quien me impulsó a sacar adelante la maestría en liturgia”, recuerda Elizabeth.
Después de conocer de cerca a Ernesto Barros Cardoso, la visión de mundo de Elizabeth cambió. “Él era una persona muy tierna, muy lejos de lo que hasta entonces había escuchado que era ser homosexual, algo así como perversiones andantes. Yo tengo muy claro que Dios ama a todos los seres humanos, sin distinción”, señala Elizabeth.
Según su experiencia, el primer paso para crear puentes con los líderes religiosos que condenan la diversidad sexual y de género es poner sobre la mesa la palabra “humanidad”, algo que todas las personas compartimos. Es lo que nos une sin distinciones. “Somos hermanos y hermanas porque fuimos creados por la misma divinidad, ya que cada quien le ponga el nombre de quien cree, si cree”. (Ver: Alberto Linero: Dios no tiene nada que ver con el coronavirus).
Para ella, la mayoría de las nuevas generaciones ven la diversidad sexual y de género como un asunto cotidiano, sin misterio. “He visto en la iglesia a jóvenes discutir con adultos que se oponen a estos temas, diciéndoles: ‘Dios ama a todas las personas por igual’. Finalmente quienes nos identificamos como cristianos creemos que Dios elige a quienes quiera como su hijo o hija”. (Ver: “Cuando acepté que ser homosexual no era enfermedad ni pecado, mi vida cambió”).
Así, Elizabeth llegó a la conclusión de que el Dios en el que cree ama a las personas LGBTI tanto como a ella. De Ernesto, dice, aprendió no solamente la importancia de la creatividad en la liturgia sino que la fe no tiene nada que ver con la orientación sexual o la identidad de género de cada quien.
Ernesto Barros Cardoso era muy apreciado en la Iglesia metodista, pero ser homosexual y vivir con VIH también le representaron resistencias. “Fue uno de los primeros casos que se conoció de un pastor metodista, gay y que vivía con VIH y había muchos prejuicios y desconocimiento al respecto. En ese entonces ser gay no era solamente un pecado sino que se veía como una enfermedad que se debía curar”, señala Cecilia Castillo Nanjarí. (Ver: La libertad religiosa no es para vulnerar derechos).
“Dios ama a las personas como son, sin importar si son lesbianas, gais o heterosexuales”, Elizabeth Hernández, teóloga.
De hecho, agrega, ahora se habla de “fundamentalismos” y “conservadurismos”, pero el reto está en no quedarse cuestionando solamente a quienes están abiertamente en contra de la igualdad de derechos: tenemos compañeros/as en los movimientos progresistas y ecuménicos con visiones conservadoras y fundamentalistas. “Es más doloroso reconocerlo, pero estas personas también están en nuestros espacios”. (Ver: Los pasos de gigante de la avanzada conservadora).
La vida de Ernesto Barros Cardoso, continúa Castillo Nanjarí, es de entrada un mensaje para quienes estamos en espacios de iglesias y comunidades de fe de que lo fundamental es respetar la dignidad de cada quien. “Las comunidades de fe deben ser espacios para todas las personas tal como son”. (Ver: Francisco De Roux: a un país no se le puede imponer una ética religiosa).
En 1995, para la Asamblea Continental del Consejo Latinoamericano de Iglesias que tuvo lugar en Concepción (Chile) en la que Ernesto participó, su estado de salud ya era delicado. Eran los tiempos en que la gente moría de VIH. (Ver: Camilo Colmenares: la música me salvó la vida).
“Una noche se la pasó en el baño y nosotros estábamos muy preocupados. Y al día siguiente cuando le preguntamos cómo estaba, su respuesta fue: ‘salió una linda oración: la oración de la diarrea’”, recuerda Elizabeth.
“A mí me impactaron sus oraciones para la confesión y el perdón”, Elizabeth Hernández, teóloga.
Ernesto Barros Cardoso murió el 19 de diciembre de 1995. En 1997 habría cumplido 40 años. Se fue así un ser humano atrevido, cuestionador y provocador, un temperamento pocas veces visto en el ámbito religioso. “Él llegaba y se notaba”, afirma Castillo Nanjarí.
Años después de su fallecimiento se organizó la Red Crearte. En 2014 su equipo instituyó el reconocimiento “Ernesto Barros Cardoso”, que se entrega cada año a personas comprometidas con la creación de recursos litúrgicos contextualizados con la vida y las luchas latinoamericanas, aportándoles a las celebraciones religiosas más colorido y sentido de pertenencia.
Algunas de las personas que conocieron a Ernesto no tienen duda de que a integrantes de muchas iglesias y comunidades de fe les costó ponerles nombre a su orientación sexual y a los motivos de su muerte, aspectos de su vida que también hay que rescatar y nombrar para que no quede de él una memoria fragmentada.
Con sus gafas redondas estilo John Lennon, Ernesto Barros Cardoso vivió como creía que debía hacerlo, sin importar la opinión de los demás. “Sabía que era un hijo de Dios y que le iba a servir a Él. Fue un hombre realmente inspirador”, concluye Elizabeth Hernández.
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