Geras nació y creció en Aguascalientes (México) donde desde temprana edad se apartó de los comportamientos esperados para un hombre. Primero se identificó como homosexual hasta encontrar la categoría que siempre buscó: persona no binaria, él y ella a la vez. Especial de Sentiido #SoyYo.
“Los hombres saben patear el balón y juegan bien fútbol”, fue una frase que Geras escuchó muchas veces en las clases de educación física en el colegio. “Yo sentía que había algo mal en mí porque no estaba cumpliendo con las expectativas del profesor: no sabía ni me interesaba patear bien un balón”. (Ver: “Desde que las niñas son rosadas y los niños azules, estamos jodidos”).
A esto se sumó que su papá quería enseñarle a jugar béisbol, deporte que tampoco le gustaba, así que más de una vez le dijo que el guante le quedaba grande o pequeño o lo que fuera con tal de no jugar. Por un lado, Geras sentía los beneficios de ser educado de igual manera que sus tres hermanas, sin las limitaciones de “esto es de niño” o “esto es de niña”, por parte de su mamá y de su abuela, dos figuras muy presentes.
Por otro lado, no cumplía con los comportamientos socialmente esperados de un hombre, lo que todavía es causa de bullying escolar. Estaban los comentarios de “Geras se la pasa con las niñas” y “no pelea”. Además, por una situación morfológica, Geras habla diferente. Todo esto en Aguascalientes, una ciudad conservadora en el centro de México, en la que Geras nació y creció en medio de una familia donde sus papás no tenían una relación, pero como el divorcio estaba mal visto, compartían la misma casa. (Ver: Los pasos de gigante de la avanzada conservadora).
“Yo no entendía por qué los niños se burlaban de mí, lloraba sin entender por qué no me aceptaban”.
Una manera en la que Geras sobrevivió al bullying escolar fue enterándose de los chismes de otras personas del colegio para utilizarlos cuando lo considerara necesario.
Más grande, cuando se cambió del colegio de monjas donde toda su familia estudió, le decían “joto” y “maricón”, sin saber qué significaban esas palabras. A esto se sumó que los profesores también hablaban del “jotito” y el “mariquita”. (Ver: Bullying escolar LGBT: más fuerte y dañino).
Su manera de sobrevivir al bullying fue enterándose de los chismes de todo el colegio y hacía uso de esa información cuando necesitaba defenderse. Si alguien le decía algo, Geras le sacaba en cara el chisme que tenía. También, como era una persona muy cercana a muchas compañeras, cuando algún chico empezaba a molestarlo, Geras le advertía: “soy amigo de tu novia, así que ni se te ocurra golpearme”.
“Debo reconocer que en esa defensa y ejercicio de supervivencia también causé sufrimiento por ajustarme al estereotipo de gay chismoso que hace maldades. Sentía que debía manejar los hilos del poder. Entonces, si bien viví bullying, también lo causé”.
En su adolescencia, Geras lo resumió todo en: “soy homosexual y ya”. Era abiertamente gay con sus amigos. “Con mi familia era: soy un ser asexual y voy a ser jesuita”. De hecho, formó parte de un grupo religioso de jóvenes de la Iglesia. Le encantaban las clases de catecismo y de teoría social de la Iglesia. (Ver: “Soy un gay a imagen y semejanza de Dios”).
“Yo vivía con una presión horrible porque sentía que por ser homosexual defraudaba los principios de la Iglesia, pero había jesuitas que me decían que mientras fuera buena persona, casto y amara a Dios, todo iba a estar bien. Por mucho tiempo así traté de conciliarlo”. (Ver: Padre James Martin: Jesús sería el primero en acoger a las personas LGBTI).
Con el tiempo se dio cuenta de que esa “solución” le impedía plantearse preguntas más profundas. “Yo sentía que la palabra homosexual se quedaba corta para mí, que me faltaba algo porque soy una persona muy femenina, pero no una mujer, y la categoría hombre tampoco era lo mío”. (Ver: Alanis Bello: no quiero ser un hombre ni una mujer).
Justo en medio de estas preguntas, la parroquia cambió de directiva y sacaron del grupo al que asistía a las personas que percibían “rebeldes”, entre ellas a Geras. “En esa coyuntura me cuestioné mi vida religiosa. Decidí quedarme con los principios de haz el bien y ayuda a tu hermano, pero no con lo de ser casto, no hables del tema y llegas al cielo”. (Ver: “Cuando acepté que ser homosexual no era enfermedad ni pecado, mi vida cambió”).
El proceso de desprendimiento de la religión le tomó más tiempo. Siguió asistiendo a misa, pero cuando su papá –un hombre que asiste diariamente a misa- ejerció violencia física intrafamiliar, se preguntó: “¿cómo un hombre de misa diaria hace esto?”. Empezó, entonces, por decirse que lo mejor sería tener una espiritualidad fuera de la Iglesia hasta llegar al punto de declararse ateo. “Tal vez exista algo, no me importa, aunque mantengo un profundo respeto por el sincretismo religioso con el que me identifico”. (Ver: Totoya, una “guerrera” de la santería).
“Llegué a la conclusión de que puedo no ser católico o ateo y una buena persona”.
Sus hermanas fueron las primeras en su familia en saber que Geras se identificaba como homosexual. Solo les preocupaba el VIH y que le agredieran por la calle. Su mamá pasó por una fase de negación. “Ella prefería pensar que yo era asexual, pero después se vinculó a un grupo de padres de personas LGBT que le ayudó mucho. Fue algo muy lindo porque nunca le pedí que asistiera, ella sola tomó la decisión”. (Ver: “Lo de menos es que mi hijo sea gay, lo importante es él como ser humano”).
Su papá no le aceptó y Geras tuvo que irse de la casa. “Afortunadamente esto pasó cuando ya estudiaba Política Pública en un centro de investigación del gobierno mexicano con una beca y trabajaba como asistente para unos profesores, lo que me permitió tener algunos recursos para vivir”. (Ver: “Tener una hija lesbiana es un orgullo para mí”).
En la universidad aprendió más de feminismo. Como una de sus hermanas es activista, iba a las marchas con ella, quien también le pasaba lecturas y le educaba en el tema. Además, en primer semestre tomó una clase sobre “Derecho, género y sexualidad”, donde leyeron a la filósofa francesa Simone de Beauvoir (1908 – 1986), lecturas que le cambiaron la vida. (Ver: Feminismo: de dónde viene y para dónde va).
Con este conocimiento empezó a identificar los problemas de la masculinidad tradicional y a sentir incomodidad de que le dijeran “hombre”. “Me causaba conflicto pensar en que ser hombre implicaba cumplir con características que no me interesan”. Ahora sí, todo estaba listo para preguntarse por su identidad: “¿será que soy una mujer trans?” pero rápidamente se respondía “no”. (Ver: Cristina Rodríguez: mujer orgullosamente trans).
En la universidad, sus compañeros decían: somos cinco hombres, cinco mujeres y Geras. “Y cada inicio de semestre no faltaban quienes me preguntaban: ¿ya sabes qué eres? Mis amigas lo hacían de manera más amable: ¿ya sabes cómo te sientes más a gusto? En todo caso mi respuesta era ‘no’”. (Ver: Andy Panziera: no ser un hombre ni una mujer).
Durante ese proceso experimentó con tacones y ropa femenina y participó en colectivos trans, hasta concluir que simplemente hay días en los que quiere usar tacones y otros tenis. “Me acuerdo de un día en la universidad en el que estábamos en un círculo conversando con une profe que dijo que no se reconocía ni como mujer ni como hombre. Ahí pensé que en esa perspectiva me sentía a gusto”. (Ver: Ni hombre ni mujer: persona no binaria).
“Todavía me gusta visitar iglesias y conocer las historias de las catedrales”.
“Gracias a unos activistas norteamericanos supe de la categoría identidades no binarias. Fue cuando dije esto es lo mío”.
Reconocerse como una persona no binaria fue más sencillo hasta para su familia. Con tantas mujeres, era más práctico hablar de “todas”. “Mis hermanas dicen que desde siempre supieron que yo estaba en un intermedio. Incluso con la familia extendida fue más rápido aceptar que era una persona no binaria a que era homosexual, simplemente dijeron: está bien”.
Lo que más le preocupaba a Geras era si tendría que explicarle su identidad a todo el mundo. “Sentía una paranoia de transición, pero al final dije: cada quien lleva su vida como puede, soy una persona más, tampoco soy tan relevante para el resto”. (Ver: Nix: mi lucha es ser yo, mi esencia).
En todo caso, sí siente que debe estar alerta cuando su interlocutor se da cuenta de que no es la persona que estaba suponiendo. “Me pasa mucho en los taxis o en el transporte público. Una vez en el aeropuerto de Bogotá tomé un taxi, el conductor me percibió como una mujer y me trató de una manera, pero cuando escuchó mi voz y seguro dijo: ‘ah, no es mujer’ cambió radicalmente. Ahí es cuando debo estar alerta porque no sé cómo va a reaccionar la persona”. (Ver: Brigitte Baptiste, una navegante del género).
También pasa que en algunas partes le tratan de “señorita”, pero cuando ven su cédula y un nombre masculino, siente que debe estar más consciente de que el trato va a cambiar y que van a intentar determinar “quién es realmente”. Por ejemplo en Colombia, con las autoridades migratorias, intenta ser lo más masculino posible, pero alguna vez que llegó con las uñas pintadas y con el pelo largo y suelto, el trámite de inmigración que dura 10 minutos, le tomó dos horas, hasta le preguntaron más o menos por su color favorito.
“Siento pánico cuando tengo que interactuar con la policía, especialmente cuando siento que debo pedir apoyo a esa institución porque la respuesta suele ser ‘no le creo’ o ‘usted se lo buscó’. Uno siente que no les importa lo que tengo para decirles, sino que les estoy quitando su tiempo”. (Ver: Jess: no puedo quitarme lo negra para ser marica ni viceversa).
Para la muestra, la vez que le atracaron en Bogotá. Se acercó al CAI más cercano y ahí la respuesta fue: “usted se lo buscó”. “Tuve que ir a una comisaría donde me decían vaya a tal oficina, en esa me decían que fuera a tal otra y así sucesivamente. El trato más digno que recibí fue el de un oficial que me tomó la denuncia y nunca me dijo una sola palabra”.
“Identificarse como una persona no binaria implica vivir en alerta”.
“Tengo que estar preparada para correr o para discutir”.
“Con los sectores conservadores es difícil decir que uno es una persona no binaria porque lo ven como imponer una ideología cuando solo reclamamos respeto”.
A la entrada de los bares no solo le piden el documento de identidad sino que le hacen más preguntas que a todo el mundo. “Pero el riesgo está cuando, por ejemplo, entro al baño de hombres y me encuentro con miradas incómodas. (Ver: Baños mixtos: una apuesta por la inclusión).
La solución es sencilla: que todo el mundo aprenda sobre identidades de género. “Vivimos en sociedades que se han estructurado en el binario hombre – mujer y lo que salga de ahí les confunde, les asusta o lo ven como desorden. Pero ese ‘desorden’ es parte de la diversidad de la realidad”. (Ver: La educación sexual es un proceso, no una charla de un día).
Con el tiempo Geras se ha desprendido de palabras como “homosexual”, aunque sabe que hay muchas personas no binarias que también se identifican como homosexual, lesbiana, pansexual o heterosexual para poder relacionarse más fácil. “Yo me identifico como una persona no binaria que tiene relaciones sexo afectivas con personas masculinas”.
Encontrarse en aplicaciones como Grindr con hombres gais machistas y clasistas le ha permitido elegir salir con personas más abiertas que no tienen ningún problema si un día se quiere vestir masculino y al día siguiente con falda y tacón. “Pero, nuevamente, uno debe estar alerta porque son conocidos los casos de hombres que tienen relaciones sexuales con personas trans y no binarias y que después las agreden físicamente por el pánico trans”. (Ver: Soy gay… Pero masculino).
“Yo recuerdo una persona vecina que en el mismo barrio se decía que no era ni mujer ni hombre sino tal persona”.
A quienes piensan que las identidades no binarias son una moda o una etapa, Geras les dice: “puede que llamarnos ‘personas no binarias’ sea una moda y que en los próximos años se utilice una etiqueta distinta, pero siempre hemos existido y existiremos. Desde siempre hemos compartido espacios con personas no binarias, solo que muchas no se identificaban de esta manera”.
Para las personas interesadas en ser más certeras en su trato cotidiano con las personas no binarias, Geras señala que muchas veces el silencio es una opción, sobre todo cuando no se tiene nada bueno que decir ni interés en preguntar qué pronombres prefiere. En todo caso, una recomendación es no hacerle preguntas que no le haría a nadie más. (Ver: “¿Cómo es tu nombre real?” y otras preguntas impertinentes).
“Si una persona no quiere utilizar los pronombres ‘elle’ o ‘ella’, pues que me llame por mi nombre y ya. Yo veo a mucha gente estresada por el uso de los pronombres, que son importantes, pero lo es más tratarnos con dignidad y respeto sin que nadie sea una amenaza para nuestras vidas. Lo de los pronombres se soluciona, lo que no se puede recuperar es la vida”. (Ver: Existencia y resistencia no binaria: consejos para aliados).
Finalmente, dice, con o sin etiquetas, con o sin pronombres incluyentes, aún persisten las estructuras que alimentan las desigualdades sociales. En todo caso, la posibilidad de identificarse como ‘persona no binaria’ permite ir escapando de las instituciones que quieren diseñar seres idénticos.
El especial #SoyYo identidades no binarias, fue posible gracias al apoyo de la Fundación Friedrich Ebert Stiftung Colombia.
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