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Los jóvenes LGBT quieren ser escuchados

La primera encuesta de bullying escolar a estudiantes LGBT en Colombia es un hecho histórico. Hasta ahora no había forma de demostrar, con cifras y testimonios concretos, la magnitud y la cotidianidad de este tipo de matoneo que sucede en los colegios.

En los últimos meses se ha hablado mucho sobre los supuestos peligros que implica educar en el respeto hacia la diversidad sexual y de género. Escudándose en los derechos de los niños, la homofobia y la transfobia se han tomado púlpitos y calles, y le han hecho creer al país que una formación en competencias ciudadanas de inclusión y equidad, ataca a las familias y vulnera a niños y adolescentes colombianos.

Más aún, con gran irresponsabilidad y ligereza se presentan a las personas LGBT como “depredadoras sexuales” y corruptoras de menores. Pero la diversidad sexual y de género no es algo de lo que debamos proteger a los niños.

Todos los menores necesitan ser protegidos del abuso sexual venga de donde venga: el padrastro que entra con consentimiento de la madre al cuarto de su hija, el abuelo que aprovecha la ausencia de otros adultos, el sacerdote que saca ventaja de la autoridad y el silencio de su iglesia o el profesor que abusa de la admiración o necesidad de sus estudiantes.

El problema aquí no es la orientación sexual del abusador sino el delito que comete. Contra eso existen leyes claras y aplican por igual para todas las personas.

Por el contrario, la falacia de que educar en diversidad sexual equivale a corromper está poniendo a miles de niños colombianos en riesgo. Si recordamos nuestra infancia o miramos lo que sucede diariamente en salones y patios de recreo, nos daremos cuenta de que quienes más necesitan nuestra protección son los estudiantes que son o parecen ser LGBT.

Hasta ahora, sin embargo, no había forma de demostrar la magnitud y la cotidianidad de este tipo de matoneo escolar. Debíamos guiarnos por nuestras propias experiencias y las de nuestros conocidos o por estudios realizados en otros lugares.

Por eso, la primera encuesta de clima escolar LGBT realizada por Sentiido y Colombia Diversa entre octubre de 2015 y marzo de 2016 es un hecho histórico.

Como lo señaló Sentiido, la encuesta forma parte de un riguroso estudio regional hecho con el apoyo técnico de GLSEN (Gay, Lesbian & Straight Educators Network) y Todo Mejora Chile en siete países: Argentina, Brasil, Chile, México, Perú, Uruguay y Colombia.

Los resultados demuestran con cifras que el bullying LGBT es un problema real, serio y frecuente en los colegios colombianos y que exige, por tanto, una respuesta urgente y estructural por parte de la comunidad educativa.

Además, el estudio deja claro que los estudiantes quieren hablar pero no se les escucha. Al cambiar los canales de difusión y la metodología de dirigirse a ellos, las voces de los jóvenes se oyen con fuerza.

La encuesta se difundió en las redes sociales y era completamente anónima. Pese a que duraba en promedio 18 minutos (toda una eternidad para quienes han crecido con SnapChat e Instagram), cientos de jóvenes entre los 13 y los 20 años la contestaron, creando por primera vez una radiografía de lo que significa ser un estudiante LGBT en Colombia.

La cantidad y calidad de información que la encuesta presenta debe ser analizada con detenimiento, pues constituye una línea base para entender el alcance y las dinámicas del bullying por orientación sexual, identidad y expresión de género. Esto, a su vez, debe ser el punto de partida para poder abordarlo de manera efectiva y consistente.

Dentro de las muchas conclusiones que se derivan de los datos recogidos, me centraré en tres particularmente relevantes en el actual contexto colombiano:

La encuesta es de gran trascendencia en colombia por ser la primera vez que se realiza un estudio de esta magnitud dirigido a documentar las experiencias de estudiantes lgbt.

1. El bullying por orientación sexual, identidad y expresión de género es un problema generalizado en las instituciones educativas:

Los resultados de la encuesta dejan muy claro que el bullying por homofobia no es un problema aislado y que está presente en todas las instituciones educativas en mayor o menor grado.

Más de la mitad de los estudiantes LGBT (54 %) fue víctima de acoso físico, el 88 % sufrió agresión relacional (ser excluidos de grupos, ser víctima de rumores o comentarios mal intencionados, etc.) y el 83 % fue víctima de acoso verbal.

Los comentarios homofóbicos crean un ambiente hostil para los estudiantes LGBT y afectan su salud mental y bienestar emocional.

El 69 % de los encuestados afirmó escuchar con frecuencia a sus compañeros hacer comentarios homofóbicos como “maricón” o “arepera” y el 76 % dijo que las referencias a la diversidad sexual que escucha en el colegio son negativas.

No es posible desestimar estos datos diciendo que tan solo se trata de palabras: el 70% de los encuestados manifestó sentir “muchísima” o “bastante” incomodidad al escuchar este tipo de calificativos.

La violencia diaria experimentada por estos jóvenes los pone en mayor riesgo de depresión y ansiedad y los hace cuatro veces más propensos al suicidio que sus compañeros que tienen el apoyo de su entorno familiar y escolar.

No sorprende entonces que el 67 % de los estudiantes LGBT reportara sentirse inseguro en el colegio debido a su orientación sexual o expresión de género. Lo anterior es muy grave pues afecta el rendimiento académico, disminuye los niveles de pertenencia a la institución, aumenta el ausentismo e incrementa el riesgo de deserción escolar.

Quienes reportaron más intimidación escolar dijeron evitar espacios comunes como los baños, lugares de congregación grupal como la cafetería y la salida del colegio y, particularmente, espacios donde las expectativas de género se refuerzan como las clases de educación física.

Además, al ser percibido como un espacio hostil y violento, los estudiantes LGBT no solo evitan espacios concretos dentro del plantel, sino que dejan de asistir al colegio.

Quienes experimentaron altos niveles de acoso reportaron faltar a clases específicas por temor y fueron el doble de propensos a faltar al colegio que quienes no lo experimentan. En un país que está luchando por minimizar los índices de ausentismo y deserción escolar, esta cifra debe prender las alarmas.

2. Los adultos somos parte del problema, pero el bullying por homo/trans fobia es invisible para autoridades escolares y padres de familia:

Uno de los resultados más impactantes de la encuesta es que, como trágicamente lo demostró el caso de Sergio Urrego, con mucha frecuencia el acoso proviene también de los adultos encargados de proteger y educar a estos jóvenes: profesores, directivas, y personal administrativo de los colegios.

El 75 % de los estudiantes afirmó escuchar comentarios homofóbicos por parte de los profesores y/o  personal escolar.

El 39 % de los estudiantes indicó sentirse agredido por un profesor y, el 22 %, por un administrador. Si resulta lamentable que los encuestados hayan afirmado que el 32 % de las veces sus compañeros nunca intervienen al presenciar el acoso que estaban sufriendo, resulta alarmante que los profesores y directivas hicieran lo propio el 40 % de las veces.

Esto significa que los demás estudiantes defienden con mayor frecuencia a sus compañeros LGBT que los adultos encargados de protegerlos. Más aún, el 25 % de los encuestados afirmó haber sido sancionado por ser LGBT o ser percibido como tal.

En otras palabras, los estudiantes están siendo sancionados sin que exista ninguna razón académica o disciplinaria para ello, simplemente por ser quienes son. Esto es un triste reflejo de la realidad nacional. Dentro y fuera de las aulas el hecho de ser gay, lesbiana, bisexual o trans es considerado una falta o un problema que debe ser corregido.

Por lo anterior, el bullying por orientación sexual e identidad o expresión de género requiere atención especial. A diferencia de lo que sucede con otras formas de acoso escolar en el que los estudiantes suelen encontrar apoyo tanto en los adultos del colegio, como en su casa, en lo que a diversidad sexual y de género se refiere esto no es así.

En muchas ocasiones, el acoso se replica en la casa y los adultos culpan a los niños por el bullying del cual son víctimas. Numerosos testimonios de la encuesta hablan de cómo los profesores y hasta los psicólogos del colegio recomiendan a los niños cambiar su comportamiento y apariencia para que el acoso se detenga.

En otros casos, inician terapias que pretenden demostrarles que se trata solo de una etapa o utilizan información confidencial públicamente para humillar o sancionar al estudiante.

En vez de transformar el sistema que violenta y discrimina, pretendemos “corregir” a quienes son sus víctimas.

Todo esto explica por qué los estudiantes no reportan el bullying del que son víctimas. Solo el 18 % de los encuestados indicó que había reportado el acoso “siempre o casi siempre” al colegio y únicamente el 40 % dijo haberlo reportado alguna vez.

En el contexto familiar la situación no es mucho mejor: el 60 % afirmó nunca haber informado a ningún familiar el acoso experimentado en el colegio.

Estas cifras en parte justifican por qué la mayoría de colegios piensan no tener “este problema” y por qué tantos padres consideran que esta situación no impacta a sus hijos. Ante todo, estos datos indican que como adultos le estamos fallando a los jóvenes LGBT.

Con intensión o sin ella, a conciencia o por desconocimiento, con comentarios o a través de nuestro silencio, estamos contribuyendo a crear un ambiente hostil para muchos de nuestros estudiantes y tolerando la violencia y discriminación en su contra.

La buena noticia es que si actualmente somos parte del problema, también podemos empezar a ser parte de la solución. Por eso, es urgente capacitar a maestros, directivas, psicólogos y demás adultos de la comunidad escolar en temas de diversidad sexual y de género.

También es fundamental establecer rutas de atención integral para quienes sufren bullying LGBT, revisar los manuales de convivencia para asegurarse de que no se está discriminando a ningún estudiante por su orientación sexual e identidad o expresión de género, y trabajar en el desarrollo de habilidades y competencias que permitan valorar y respetar las diferencias y manejar desacuerdos sin violencia.

Sin embargo, nada de esto puede hacerse sin que aceptemos nuestros propios prejuicios y vacíos de conocimiento y asumamos que informar —veraz y científicamente y siempre de acuerdo con el desarrollo cognitivo de los jóvenes— no equivale a corromper. Por el contrario, es una parte fundamental de nuestra labor como educadores.

3. La creencia de que informar equivale a corromper crea un ambiente hostil para los estudiantes LGBT:

Otro de los resultados más llamativos de la encuesta es que en los colegios colombianos impera la desinformación en materia de diversidad sexual y de género: 64 % de los estudiantes afirmó que, o nunca se abordaron estos temas en clase, o solamente se les presentó una perspectiva negativa de las personas LGBT.

Esto sucede por dos razones principales: la heternormatividad que subyace al currículo oculto de muchos colegios y la falsa creencia de que informar equivale a corromper o a promover ciertas conductas sexuales.

En el primer caso, se trata de la noción de que la heterosexualidad, por ser más común, es también la única orientación sexual deseable o aceptable. Es decir, de muchas maneras sutiles (y a veces no tan sutiles) los colegios asumen que todos sus estudiantes son o deben ser heterosexuales y cisgénero.

Por tanto, ven la diversidad de orientación sexual e identidad y expresión de género como algo negativo o problemático. En el segundo de los casos, equívocamente se asume que los estudiantes desconocen estos temas y que no están en capacidad para comprenderlos, y se equipara educación con perversión.

Lo anterior muestra un desconocimiento profundo tanto de la sexualidad como de la pedagogía. La orientación sexual y la identidad de género no son una enfermedad, no son indeseables, ni constituyen una falta o problema. Por tanto, no merecen sanción sino respeto.

La orientación sexual y la identidad de género son tan naturales como el color de piel y no se enseñan. Lo que sí puede, y debe, enseñarse es el respeto hacia la diferencia.

Más aún, presentar información científica y libre de prejuicios no equivale a promover conductas sexuales. Lo único que promueve una educación sexual integral encaminada al desarrollo de las competencias ciudadanas y el proyecto de vida es el manejo responsable de la autonomía corporal, el respeto hacia la diferencia y la equidad.

Numerosos estudios demuestran que los alumnos que han sido educados desde la infancia en el respeto hacia sí mismos y hacia los demás, la autonomía corporal, y el ejercicio responsable de la intimidad y la sexualidad, presentan menores índices de adquisición de enfermedades de transmisión sexual.

También presentan tasas más bajas de embarazos no deseados, niveles más bajos de ansiedad y depresión, menos abuso de alcohol y drogas y menos probabilidades de estar en relaciones violentas y abusivas.

Pese a estos beneficios, muchos colegios se escudan en la autonomía institucional y la libertad de cultos para no abordar temas que consideran contrarios a sus valores y creencias. En este punto hay que ser claros: ni la autonomía educativa ni la libertad de culto pueden ser utilizados como excusa para tolerar o justificar la discriminación y el acoso.

La educación, en Colombia, es un servicio público y un derecho, lo cual quiere decir que, aunque esté administrada por instituciones privadas, debe ceñirse en todos los casos a la norma constitucional.

Hasta hace poco era una práctica aceptada que las estudiantes que quedaran embarazadas fueran expulsadas del colegio por “atentar contra las buenas costumbres y ser mal ejemplo”. Sin embargo, hoy es claro que, incluso en instituciones católicas o cristianas, no se le puede negar el derecho a la educación a una adolescente por estar embarazada.

Sin importar lo que diga el libro sagrado bajo cuyos principios se oriente una religión, un colegio no puede decir que si una estudiante se da besos con su novio en el recreo será lapidada, que quienes incumplan el reglamento serán fustigados públicamente, o que, como se hizo con Giordano Bruno, se condene a la hoguera a quienes afirmen que el universo no gira alrededor de la tierra.

Los colegios católicos pueden enseñar el Génesis en la clase de religión y la teoría de la evolución en la de ciencias sin comprometer su fe ni faltar a sus valores. De hecho, esto es lo que se viene haciendo hace muchos años en el país sin problemas éticos ni teológicos y con buenos resultados pedagógicos.

La Constitución prevalece sobre cualquier otra norma. Ningún colegio puede implementar normas que atenten contra los principios constitucionales.

De igual manera, el respeto a la diversidad sexual y de género debe garantizarse en el marco del aprendizaje del contexto constitucional colombiano, la formación de competencias ciudadanas para la paz y la construcción de entornos educativos seguros donde todos los estudiantes puedan aprender sin miedo a ser violentados y discriminados.

Sin importar nuestro credo, nuestro deber como adultos es proteger y educar a los niños bajo nuestro cargo. Al colegio no solo se va a aprender matemáticas. Las instituciones educativas deben aspirar, ante todo, a formar ciudadanos autónomos, respetuosos de sí mismos y de los demás.

Deben propender por formar jóvenes que trabajen por una sociedad más equitativa donde la diferencia deje de ser sinónimo de violencia y discriminación y sea en cambio parte fundamental de una sociedad pluriétnica y multicultural como la colombiana.

El respeto por la diversidad sexual y de género es fundamental para este proyecto. Sin una educación que enseñe a comprender, respetar y valorar las diferencias no tendremos paz ni dentro ni fuera de las escuelas y seguiremos despojando del derecho fundamental a aprender y vivir sin violencia a miles de niños y adolescentes colombianos.

Los jóvenes están dispuestos a contarnos la realidad de su experiencia, ahora nos toca a nosotros escucharlos y demostrarles con acciones concretas que su vida y su voz sí cuentan.

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