Un lector de Sentiido analiza el argumento de que el matrimonio y la adopción por parte de parejas del mismo sexo “amenazan” a la familia tradicional. También se pregunta por la mejor manera de rebatir estas ideas.
Por: Óscar David Rodríguez*
Después de las elecciones legislativas y presidenciales de Colombia para el periodo 2014-2018, cabe preguntarse por el rumbo que tomarán con el nuevo Gobierno las discusiones acerca del matrimonio y la adopción por parte de parejas del mismo sexo.
Hasta ahora, aún con algunos matrimonios realizados y familias del mismo sexo conviviendo desde hace años, el reconocimiento jurídico y social para estas parejas y familias sigue siendo débil.
Quienes se oponen a estas formas de relación, suelen asegurar que constituyen una “amenaza” contra la familia. Y para controvertir esto, se ha vuelto un lugar común acudir a investigaciones de corte psicológico que comparan la crianza de niños y niñas entre parejas del mismo y de distinto sexo.
De esta manera se ha intentado promover la transformación de los rígidos imaginarios acerca de lo que una familia “debe ser”. Se cuestiona que la única posibilidad pueda ser la conformada por papá, mamá e hijos.
A continuación, intentaré acudir a otra vía de argumentación para dejar a un lado la idea de la “familia tradicional amenazada”. Se trata de apuntar directamente a la idea de “amenaza”, antes que justificar el Matrimonio Igualitario y a los papás y mamás del mismo sexo como ejemplo de otras formas de familia.
Múltiples amenazas
La familia está amenazada. De hecho, siempre lo ha estado. Por lo general, es el primer resorte sobre el que impactan las distintas situaciones que afectan a las personas. Según la época, las amenazas varían, en función de los cambios políticos, económicos y tecnológicos, entre otros.
En ese sentido, afirmar que la familia está amenazada no aporta mucho a la reflexión sobre los problemas de las familias contemporáneas. Un camino más productivo, a mi juicio, sería analizar en profundidad las amenazas actuales y particulares de las familias en sociedades específicas.
Mirando el caso de Colombia, no es justamente la orientación sexual o la identidad de género de sus integrantes lo que afecta a las familias, como quieren hacerlo ver quienes se oponen al matrimonio y a la adopción por parte de parejas del mismo sexo.
Son otros factores los que realmente las ponen en riesgo: el conflicto armado, la pobreza, el desempleo, el empleo precario, la falta de garantías básicas para la vida, la ausencia de una educación centrada en los saberes para la vida, la falta de equidad y dignidad…
En todo caso, deberíamos ser más específicos y no hablar de lo que amenaza a las “familias colombianas” en general, sino de lo que amenaza a las familias colombianas campesinas, a las familias colombianas urbanas de sectores sociales bajos, etc.
Sin embargo, también es preciso reconocer ciertas amenazas “naturales”, como la enfermedad y la muerte. Pongo entre comillas la palabra porque tanto la enfermedad como la muerte tienen también causas sociales, como sistemas y prácticas de salud inviables. La uso para referirme a hechos comunes en la experiencia humana independientemente del tiempo y el lugar.
Por otro lado, la inestabilidad de los sentimientos, que aumenta en una sociedad cada vez más individualizada y gobernada por el “vive el momento”, es otra fuente de conflictos y amenazas contra la familia.
Frente a todo lo anterior, podemos decir que, si las reflexiones sobre la “amenaza” fueran más cuidadosas, se encontraría que muchas personas de los sectores LGBT defendemos la familia, en lugar de amenazarla.
Es un hecho que frente a las situaciones antes mencionadas, las personas lesbianas, gays, bisexuales y transgeneristas aportamos al bienestar de nuestras familias, bien sea como hermanos, hermanas, tíos, primas y, por supuesto, madres y padres.
Incluso, como lo indica la psicoanalista e historiadora francesa Elisabeth Roudinesco en su libro La familia en desorden, las mismas intenciones de casarnos y adoptar niños y niñas son muestra de que confiamos en la familia como una forma de organización que contribuye al bienestar propio y común a pesar de que, en algunos casos, la familia nos haya expulsado.
La intervención de Roudinesco en apoyo al Matrimonio Igualitario durante el debate realizado en la Asamblea Nacional francesa en noviembre de 2012, apunta en la misma dirección de lo que he dicho hasta ahora:
“Esto, a lo que asistimos hoy, no es una revolución que conduciría a la desaparición de la familia, pero sí una revolución que nos ha interpelado a todos y que, al contrario, tiene como objetivo mantenerla.
Yo quisiera decir que lo que destruye a la familia no es el deseo de los homosexuales de entrar en el orden familiar, no es nunca el deseo de formar una familia. Es la miseria, miseria psíquica, miseria material, miseria moral, aquella que vemos hoy y que conduce al terrorismo, al sectarismo religioso”.
En Colombia nos muestran a las familias con miembros LGBT como corresponsables de la garantía de los derechos de los niños y las niñas. Martha Lucía Cuéllar, por ejemplo, ha sido reconocida como “la mamá de los gays”, mientras Ana Leiderman y Verónica Botero fueron nombradas como las “mamás lesbianas de Medellín”.
Crianza y parejas del mismo sexo
Tanto en el activismo como en el ámbito académico se ha vuelto una estrategia común citar investigaciones psicológicas que han comparado la adaptación social de niños y niñas criados entre parejas heterosexuales y del mismo sexo, con el propósito de argumentar que estas últimas son buenas criadoras.
Y aunque las conclusiones de esos estudios parecen bastante sólidas en la lucha por el reconocimiento de las personas de los sectores LGBT, como capaces de criar niños, niñas y jóvenes, en algunos casos no somos conscientes del sentido que entrañan tales “hallazgos investigativos”.
De entrada, debemos cuestionar el carácter comparativo de esos estudios, pues al decir que “no se encuentran diferencias significativas en el bienestar psicológico de niños criados por parejas del mismo sexo en comparación con los criados por parejas heterosexuales”, se fortalece la idea de que las parejas heterosexuales son mejores criadoras por excelencia.
Si revisamos cuidadosamente varias fuentes, es innecesario hacer este tipo de comparaciones. Muchos testimonios de psicoterapeutas y terapeutas familiares, así como de investigadores de las ciencias sociales y de instituciones de salud pública, muestran que las familias fundadas en parejas heterosexuales son comúnmente escenarios de abusos, violencias y negligencias.
Sería deseable que las investigaciones apuntaran a conocer las realidades de las familias con miembros LGBTI tal como estas son. Esa fue, justamente, la destacable orientación que siguió el estudio de un grupo de investigación del departamento de psicología de la Universidad de los Andes en Bogotá, que publicó sus resultados en el libro Experiencias familiares de madres y padres con orientaciones sexuales diversas. Aportes a la investigación, en el año 2011.
Para seguir desarmando la idea de la “amenaza”, también sería interesante ampliar las miradas sobre la diversidad familiar LGBTI, no sólo realizando estudios en los que participen madres y padres, sino también otros miembros de la familia que se involucran activamente en el cuidado de los niños y de la familia en general.
Más críticos
Para enfrentar estos debates con argumentos sólidos, hoy contamos con un enorme cuerpo de estudios sobre la familia que, con bastante dedicación, vienen realizando investigadores de diversos campos desde hace unas décadas.
Con “estudios sobre la familia” no me refiero solamente a los de tipo estadístico que concluyen que las familias nucleares han disminuido tanto por ciento en los últimos años o que los hogares unipersonales han aumentado otro porcentaje.
Me refiero también a trabajos muy interesantes que se vienen desarrollando alrededor de la familia en disciplinas como la historia, la antropología, la sociología, el psicoanálisis, los estudios literarios y la psicología.
Quizás al emitir opiniones cada vez más informadas sobre el tema, podamos contribuir al cambio que esperamos tenga lugar en las ideas sobre la familia, así como a erradicar poco a poco los restos de esos antiguos esquemas a los cuales aún nosotros mismos –“las y los LGBTI”– estamos anclados.
Ojalá no volvamos a pronunciar expresiones como “Dejen de revisar libros escritos hace dos mil años y revisen las estadísticas” o “¡Qué tal este hijo-de-corrupto!”, pues, aunque la primera de estas frases intenta controvertir el peso del catolicismo en las discusiones sobre la familia, al mismo tiempo subvalora la historia.
Aunque la segunda intenta desestigmatizar a las trabajadoras sexuales, perpetúa la misma lógica del derecho romano según la cual el pater familias puede hacer y deshacer, para luego heredar los efectos de sus acciones a su descendencia.
*Psicólogo, Universidad Nacional de Colombia. Email: oscar_rb05@hotmail.com