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La clave: reconocer la diversidad en lo diverso

La sigla “LGBT” es insuficiente para reconocer el amplio mundo de la diversidad que enriquece la realidad. En últimas, cada quien debería poder elegir cómo nombrarse y ser reconocido.

Por Shaka Gutiérrez*

Cuando alguien con la autoridad de un maestro,
por ejemplo,
describe el mundo y tú no estás en él,
hay un momento de desequilibrio psíquico,
como si te miraras en un espejo
y no vieras nada”,

Adrianne Rich, poeta y crítica feminista (1929 – 2012).

En una entrada pasada en Sentiido reflexionaba sobre la necesidad de reconocer las múltiples formas de ser y de vivir la diversidad entendiendo, por ejemplo, que no hay una única manera de ser una persona LGBT. En ese momento el llamado era a reconocer las distintas categorías que nos atraviesan (género, etnia/raza y clase, entre otras), no sólo como personas diversas, sino como seres humanos en general. (Ver: La verdadera diversidad LGBT).

Si bien este no es un tema nada novedoso, cada día se discute con más fuerza cómo nombrarnos para seguir reconociendo la diferencia. En esta ocasión lo hago a propósito de preguntas que han surgido en diferentes espacios de formación virtual (muy propios de esta pandemia), sobre la cantidad de etiquetas existentes para nombrar la diversidad propia de la realidad.

No puedo negar que darme cuenta de la existencia de tantos rótulos me llevó a pensar hasta qué punto todo esto es necesario, y si no termina siendo contraproducente para exigir y garantizar nuestros derechos.

De hecho, comparto dos temas que me parecen clave para esta discusión. Lo primero, la sigla “LGBT” es insuficiente para reconocer el amplio mundo de la diversidad. De ahí que surja la necesidad de anexarle más letras y pasar de “LGBT” a “LGBTIQ”. (Ver: Queer para dummies).

“Mientras sigamos dentro de sociedades que no reconocen la diversidad de la realidad, la sigla LGBT y las etiquetas seguirán siendo necesarias”.

Otras personas hablan de OSIDG (orientaciones sexuales e identidades de género diversas). Todo esto para validar una frase pertinente: lo que no se nombra no existe o, al menos, no se reconoce. (Ver: ¿Vale la pena mantener la sigla LGBT?).

Si bien es cierto que la sigla LGBT sigue siendo necesaria porque ha permitido que muchas personas se sientan allí reconocidas, también es cierto que las diferencias (la diversidad en su sentido más amplio) cada vez tiene mayores demandas que lo LGBT no alcanza a cubrir.

Es decir, mientras se pretenda agrupar la diversidad bajo una sigla -así se le agreguen más letras- lo cierto es que en la vida real no existe una homogeneidad para pensar que en cada una de esas letras hay unidad.

Esto me lleva a pensar en nuestra Abya Yala (nombre con el que se conoce a América, que significaría “tierra en plena madurez” o “tierra de sangre vital”), donde muchas personas buscan romper con esas formas coloniales de nombrarnos para encontrar otras sin deshacernos de nuestra esencia.

Por ejemplo, las personas diversas pertenecientes a comunidades indígenas y pueblos ancestrales han utilizado nombres como “dos espíritus”, propias de quienes identifican el género como un continuo.

En la región zapoteca (México) se denomina muxe (‘mushe’) a una persona nacida con genitales masculinos que asume roles femeninos en los ámbitos social y/o sexual. En realidad, hay mucha diversidad dentro de lo muxe.

Lo importante en todo esto es entender que existen múltiples formas para que cada quien se nombre y sea reconocido. Djamila Ribeiro, filósofa feminista afrobrasileña, dice: “Todos tenemos un lugar de enunciación que nos permite ubicarnos y ocupar un lugar en la sociedad”. En lo diverso, no hay homogeneidad ni consenso: solo sabemos que cada vez que nos miramos al espejo, allí estamos.

*Activista afromarica en Cali.

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