Ojalá frente al machismo, los colombianos y los medios de comunicación se manifestaran con la misma contundencia que lo hacen ante otros hechos.
El 14 de diciembre de 2012, el mundo se conmovió con una nueva matanza en Estados Unidos.
En esta ocasión, el escenario fue una escuela primaria en Newtown (Connecticut), a 130 kilómetros de Nueva York. El protagonista: Adam Lanza, de 20 años, quien dejó 27 víctimas, 18 de ellas niños.
Como era de esperarse, la noticia tuvo eco en la portada de los principales medios del país. Millones de colombianos se sumaron a las voces de solidaridad y preocupación por este lamentable hecho. En Twitter, Facebook y demás redes sociales censuraron el acto y se preguntaron por qué en Estados Unidos suceden, con tanta frecuencia, situaciones tan absurdas como esta.
Algunos columnistas hablaron de la urgencia de implementar medidas para evitar la compra y venta de armas como si fueran productos de la canasta familiar. Otras personas lamentaron la muerte de esa cantidad de menores a los que, de manera sorprendente, un joven con problemas mentales les arrebató la vida para después quitarse la suya.
Quizás en Colombia el problema no sea la facilidad con la que una persona promedio pueda comprar y vender armas de fuego, ni tampoco el temor permanente de que en cualquier momento alguien llegará a un colegio o universidad para disparar contra todos los que se les pase por el frente.
Sin embargo sus actos, al igual que las matanzas de Estados Unidos, también merecen tomar medidas al respecto, un registro destacado en los medios y rechazo de la sociedad.
Otras armas
Algunos de los “Adam Lanza” colombianos madrugan, cumplen con un horario de trabajo, consumen tres comidas diarias y devengan un salario mensual. Forman parte de la cotidianidad. Muchas veces, los medios de comunicación los ignoran o los registran brevemente.
Para la muestra, hace poco se conoció unos de esos hechos que suelen ser noticia de un día, a veces de un par de horas, pero que representa uno de los ataques más crueles que una persona puede recibir. En Santander de Quilichao (Cauca), un desconocido le echó ácido en la cara a una joven de 21 años por no aceptar una invitación a bailar.
Las víctimas de este tipo de agresiones, una semanal en promedio, son mujeres. ¿Y los victimarios? Generalmente sus compañeros o ex compañeros sentimentales. En todo caso, casi siempre hombres. Su objetivo: matarlas en vida. Arremeter contra su rostro, su imagen y su ser. Recordarles cada vez que se miren al espejo que intentaron quitarles su identidad.
Recientemente una mujer víctima de este ataque reveló en una emisora nacional que desde ese día se vio obligada a usar una máscara, hecho por el que le ponen problema para subirse al transporte público. La gente se asusta cuando la ve y se aleja o cambia de andén. Por supuesto, nadie le da empleo. No tuvo más alternativa que pedir limosna.
En 2012 conocimos el caso de una mujer que un viernes, después de su jornada laboral, salió a departir un rato con sus compañeros de oficina. Ese día regresó a su casa un poco más tarde de lo acostumbrado y con algunas copas de más. Su marido, incómodo con la situación, decidió no manifestarle su molestia de frente sino que optó por trasquilarla, por contarle el pelo a su antojo, mientras ella dormía.
Al día siguiente, cuando ella le preguntó qué le había hecho en su cabeza, él le aseguró que nada: “seguramente como usted estaba tan tomada, algún compañero le cortó el pelo y ni cuenta se dio”.
No obstante, había demasiadas pruebas que demostraban que, efectivamente, esa noche él había decidido hacer justicia por su cuenta, atentando contra una de las extensiones y expresiones corporales de mayor valor para muchas mujeres.
Algunos dijeron: “bueno, por lo menos el pelo crece”. Pero la cobardía de emprenderla de manera traicionera contra el pelo, contra la identidad de una persona, es un acto de violencia física y psicológica al que no se le puede restar valor por el hecho de que crece y no deja cicatrices.
¿Por qué esperar a que sucedan hechos tan lamentables como el de Rosa Elvira Cely, de 35 años, brutalmente violada y torturada hasta la muerte, para movilizarse y salir a gritar “ni una más”?
Los hombres que diariamente atentan contra mujeres merecen igual repudio. Sus nombres y sus actos no pueden volverse “cotidianos” ni quedar en el anonimato o la impunidad.
Es hora de que Estado y sociedad se unan con más fuerza que nunca para apoyar e incentivar las medidas que se están tomando al respecto. Y no solamente legales o penales. Se requiere apostarle aún más a la educación, tanto en las instituciones como en las casas, para enfrentar el machismo, antecedente inmediato de la violencia contra la mujer.
Todo un varón
Se necesitan más padres de familia que les enseñen a sus hijos que no se es más hombre por ser agresivo y que les recuerden a sus hijas que nadie puede maltratarlas física o psicológicamente. Las familias deben saber que en la autoestima de sus hijos es determinante lo que ven y les inculcan en sus casas.
Luis Alfredo Garavito, conocido como “la bestia”; Javier Velasco, quien violó y mató a Rosa Elvira Cely, así como los cientos de hombres que a diario atacan con ácido a mujeres, no son monstruos, ni seres del más allá. Son personas cuya educación, vivencias y falta de atención médica y psicológica los llevó a eso.
Aún se está a tiempo de ponerle freno al machismo y de abandonar la creencia de que esa es tarea de otros. Es importante seguir enfrentando la tendencia a legitimar la violencia contra las mujeres porque andan en minifalda o toman licor.
Es hora de que las mujeres exijan con más fuerza igualdad de oportunidades y dejen de creer que cumplieron con las expectativas sociales porque tienen un hombre al lado, no importa el que sea.
Llegó el momento de, sin pena ni miedo, denunciar y darle un curso efectivo a estos trámites. Bienvenida sea la solidaridad con episodios como el sucedido en Estados Unidos y ojalá que el rechazo masivo que por supuesto generan, sea el mismo que despiertan otros hechos tan abominables como los que tienen lugar en Colombia.
Me encantó el artículo, considero que todas y todos nos debemos unir con campañas fuertes en contra de la violencia de género y también con campañas educativas. Las mujeres tenemos la gran responsabilidad de educar re-educar y formar.