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Neonaziz en Colombia

La discriminación más allá de los callejones oscuros

La discriminación no solo es cometida por personas como los asesinos de Daniel Zamudio. Ocurre también en los espacios más cotidianos y generalmente sin la conciencia de estar haciéndolo.

En marzo de 2012, cuatro jóvenes chilenos atacaron y asesinaron a su compatriota Daniel Zamudio por causa de su orientación sexual. Los hechos del caso son ya conocidos por su alto grado de violencia y sevicia. En la segunda semana de octubre de 2013, los acusados fueron declarados culpables de homicidio calificado.

La justicia chilena reaccionó frente a uno entre tantos episodios de odio y puso sobre la mesa la importancia de actuar con efectividad, para demostrar que los derechos de los ciudadanos deben ser respetados.

Es lamentable haber tenido que llegar hasta un acto de violencia como el de Zamudio, para que no solo Chile sino otros países de Latinoamérica se sacudieran frente a las crecientes manifestaciones de intolerancia que se presentan.

Varios meses atrás, Colombia se escandalizó por un reportaje publicado por la Revista Semana, en el que se contaba cómo un grupo de ultraderechistas se reunió para celebrar los 122 años del nacimiento del padre del nacionalsocialismo, Adolf Hitler.

Esto dio para columnas y notas preocupadas de diferentes líderes de opinión, así como para risas y burlas de quienes consideran un despropósito que personas nacidas en América Latina sean adeptos a un movimiento que, por regla inquebrantable, los habría liquidado en uno de sus muchos campos de concentración.

Del mismo modo, los cuatro jóvenes chilenos que tendrán que pagar penas entre los 8 años y la cadena perpetua por este crimen, se autodenominan neonazis y el acto fue consecuencia, entre otras razones, de querer eliminar a un hombre que no consideraban parte de una sociedad “pura” (¡!).

La ultraderecha ha ido tomando fuerza en Colombia y en otros países de América Latina. Este fenómeno, que en algún momento se creyó liquidado con el fin de las dictaduras latinoamericanas, está presente no solo en los callejones oscuros apropiados para dar golpizas o asesinar a jóvenes gays o mujeres trans. También está en gabinetes gubernamentales, en congregaciones religiosas y en instituciones académicas.

Es por esta razón que tendemos a creer que es solo la ultraderecha, la ideología radical y tradicionalista, la que permite o fomenta que algunas personas se crean con el derecho de arrebatarle la vida a otros por su orientación sexual, su identidad de género o su clase social.

Por haber sido tradicionalmente una ideología con líderes visibles como Rafael Videla en Argentina, Augusto Pinochet en Chile y Alfredo Stroessner en Paraguay, se puede ver a la derecha radical como los depositarios y mejores representantes de la estrechez mental en lo que a la diversidad y la diferencia respecta.

Sin embargo, a Daniel Zamudio no solo lo mató una forma de ver el mundo asociada con esta ideología en la que no caben personas aparentemente diferentes a ellos. También lo mató la ignorancia, la falta de oportunidades y especialmente los prejuicios de esos cuatro jóvenes que ahora llevan encima la vida y la dignidad de alguien que no pudo defenderse.

Usted sí, usted no…

Marcarle a una persona en la piel una esvástica con un vidrio de botella o cogerla a patadas es suficiente para determinar que se está cometiendo un acto de violencia.

Si este acto se comete en razón de algún componente de su identidad (religión, raza, género…), es una acción motivada por prejuicios. Pero, ¿son solo estos casos de violencia extrema los que determinan que, además de discriminación, hay un desconocimiento de la realidad del otro?

En muchas ocasiones se ha tratado el problema de la discriminación que viven personas LGBT en diferentes ámbitos de la vida: el trabajo, el sistema de salud o las discotecas. Suelen ser hechos aparentemente cotidianos, pero generalmente portadores de normas simbólicas que hacen que una persona no pertenezca a ciertos círculos sociales.

Sin embargo los prejuicios no solo afectan a un sector de la población como las personas LGBT. De hecho, aún si no se tiene en cuenta la orientación sexual de las personas, existen muchos otros prejuicios que pueden conducir a violencias físicas, psicológicas o simbólicas que afecten a un individuo por el resto de su vida.

Decir que alguien es “ñero(a)”, reírse de “la gorda”, preferir quedarse de pie en el transporte público antes que sentarse al lado de alguien con ropa que parece de atracador es también actuar de manera prejuiciosa.

Los prejuicios no se ejercen exclusivamente sobre ciertas poblaciones, minorías o sectores sociales. Como lo sostiene la investigadora María Mercedes Gómez, están en la mirada de cada individuo y luchar contra esto no tiene que ser necesariamente tarea de una colectividad.

¿Se mira de la misma forma a una mujer lesbiana que es “femenina” a una que explora también su lado masculino? ¿Es lo mismo tener de amigo alguien que rumbea con reggaetón a alguien que oye jazz y son cubano?

Aunque no debería haber diferencias, hay otros aspectos culturales que van más allá de la orientación sexual o el género y que también participan en la forma como se respeta (o no) a los demás.

Alguien que defiende los derechos de un sector de la sociedad también puede tener prejuicios y discriminar a otros por la forma como hablan, por la comida que consumen o por la religión que profesan.

Es por esto que existe un riesgo permanente de caer en la incoherencia entre las palabras y los actos: convertirse en alguien que lucha contra la discriminación cuando a su vez discrimina.

Si bien el asesinato de Daniel Zamudio es un motivo para tomar acciones más contundentes frente a la intolerancia, el irrespeto, la violencia y la injusticia, es también una oportunidad para no olvidar que no solo matando a una persona se le quitan la vida y la dignidad. Existen diferentes niveles de gravedad al llevar a cabo un acto de discriminación, pero la raíz sigue siendo la misma.

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